Suicidios de Hemingway y Monroe
(1962)
Vuestro columnista debería advertirles. Estos textos serán escritos dos meses antes de la publicación. El arte consiste en prever qué puede ser interesante dentro de sesenta días. Estuve hablando sobre esto con un columnista. «Escribe tu columna como si aún pudiera ser leída con placer de aquí a diez años», dijo. Buen consejo. Trataré de entretener a algunos de ustedes. Trataré de llevar a otros más cerca de sus muertes.
Esta semana las noticias son Marilyn Monroe y la droga talidomida. Dentro de sesenta días la mayoría de ustedes se habrá olvidado de la talidomida así que les recuerdo ahora que fue la droga que les dio tranquilidad a las mujeres embarazadas que sufrían de náuseas matutinas. Como efecto secundario parecía afectar a los embriones. Les crecían pequeñas aletas en vez de brazos. En Alemania occidental, cinco mil de ellos crecieron de ese modo. Eso fomentó una broma:
—Querido —dijo la novia alemana, joven y embarazada—, estas píldoras parecen tener un efecto extraño sobre mí.
—No te preocupes, querida —dijo el esposo—, el médico sabe lo que está haciendo.
La broma está sexualmente desplazada. Son los hombres quienes desconfían de los médicos. Las mujeres los adoran. Si un héroe se interesa en una dama tiene que estar dispuesto a entrar en las listas contra Richard Burton, Fidel Castro, Jack Kennedy, Cary Grant, Paul Getty, Yuri Gagarin, Sinatra, Glenn, o el primer Brando, no importa. Si uno desea lo suficiente a una mujer, hay cierto tipo de oportunidad. No abandonen, les aconseja su columnista. No lo hagan, a menos que haya algún médico o psicoanalista. Entonces, no hay esperanzas.
—Querido —dice la novia alemana—, estas píldoras parecen tener un efecto extraño sobre mí.
—Vomítalas —dice el novio.
—¿Estás siendo estúpido de nuevo? —exclama ella—. El médico sabe lo que está haciendo.
Conozco un médico que es inteligente, cínico y un experto en investigación del cáncer. Dirige un programa en un hospital de Nueva York. Quedó fascinado por la talidomida. Creyó que podía significar un adelanto importante. «Significa que somos capaces de afectar la dirección de la evolución».
«¿Con qué fin?», pregunté.
Se encogió de hombros. No estaba interesado en eso. No es el fin sino el poder inmediato lo que llama la atención de los científicos. En el hombre moderno hay una rabia profunda contra la naturaleza. Uno lo oye en todas partes: en el sonido de un aparato de aire acondicionado, en el silbido electrónico de un sistema de altavoces, en los automóviles que pasan por una autopista. Uno siente esta invasión sobre la naturaleza cuando toca un juguete de plástico. Odio la idea de que los chicos usen juguetes de plástico. Preferiría darles profilácticos usados como muñecas.
Y después está el grito de la naturaleza cuando contesta.
—Estoy partido en dos —dice el aire—. Llévense los aviones a chorro.
—Deja de gritar, compañero. Necesitamos los jets para ir allí.
—¿Para ir adónde?
—Circula —dice el policía.
La peor historia que oí sobre Jack Kennedy era que estaba un día sentado en su bote comiendo pollo y arrojaba los huesos a medio masticar al mar.
Como poca gente entiende lo que quiero decir, me obliga a explicar que no se tira el cadáver de un animal al agua. La idea era devolverlo a la tierra.
Desde luego, arrojamos nuestras aguas cloacales al mar, unas aguas cloacales que estaban pensadas para regresar a la tierra, pero en mil años podemos descubrir que las peores plagas del hombre, el cáncer y los campos de concentración, las urbanizaciones y los derrumbamientos, los medios masivos y la náusea masiva vienen de unos pocos vicios sociales, de la fabricación del espejo, de la introducción del tabaco en Europa, del adelanto de los saneamientos. La ciencia puede haber nacido el día en que un hombre llegó a odiar la naturaleza tan profundamente que juró que se dedicaría a comprenderla, y a sofocarla en secreto.
No hay nada de malo en odiar a la naturaleza. Es menos malo que ser el tipo de columnista que amonesta a los lectores para que amen a la naturaleza. Lo que es malo es temer la muerte tan completamente que uno pierda el valor de contemplarla. Arrojar un hueso de pollo al mar es malo porque no muestra ningún respeto por la raíz de la muerte, que es el entierro. Desde luego, Kennedy podría haber murmurado «Perdón, viejo», mientras arrojaba el hueso. Esa es la dificultad con las anécdotas. Uno no puede determinar el matiz. Tengo la idea de que si hubiese estado allí podría haber sentido si Kennedy estaba auténticamente arrepentido, olvidado del acto, o actuando como un cretino, un cretino hogareño.
Algunos murmurarán ahora: ¿No puede dejar al hombre en paz? ¿No tiene derecho a su vida privada? La respuesta es: ninguno. Es un hombre joven que ha decidido ser presidente. Ahora está pagando parte del precio. Sospecho que está dispuesto a pagarlo.
Es raro el zar o el rey que no tuvo un testigo en su recámara para olfatear la verdadera situación del Estado. ¿Arthur Schlesinger?
La raíz de la muerte es el entierro. Nunca me gustó especialmente Joe Di Maggio. Su leyenda me deja frío. Pero tengo respeto por el modo en que decidió darle a Marilyn Monroe un funeral pequeño. Si ella nunca hubiera sido una estrella de cine, si hubiese sido una de esas rubias pequeñas, atractivas, que flotan en la espuma sobre las rocas de Hollywood, un trago por acá, un poco de « call girl » por allá, bing, bam, un mal casamiento, buena hierba, cabeza liviana, novia, psiquiatra, policía, droga, malparto y mala noche, si no hubiese sido más que eso, sólo una rubiecita sentimental que no lastimó demasiado a nadie y se hundió centímetro a centímetro, inevitablemente, como un Cocker spaniel en una caja corrugada, bueno entonces habría terminado en alguna pequeña sala fúnebre de Hollywood con quince amigos invitados.
Es probable que ella fuera eso en el final. Las píldoras para dormir son gran nivelador. Si en Norteamérica todos tomaran cuatro cápsulas de Nembutal por noche durante dos mil noches seríamos todos iguales cuando termináramos. Seríamos todos idiotas.
Cualquier escritor que toma píldoras año tras año tendría que ser capaz de escribir la historia de un boxeador de club cuyo cerebro se emborracha lentamente por el castigo. Pero ese es el libro que no se escribirá nunca. Aprendemos la verdad entregando trozos de nuestra lengua. Cuando lo sabemos todo, no queda lengua. Es entonces cuando uno se levanta al amanecer en busca del flirteo negro, se escabulle escaleras abajo, desliza el caño en la boca, frío metal del arma como bálsamo para el vacío de una lengua perdida, y se dispara estallando como un cohete. Aquí vengo yo, eternidad, exclama Ernest, ya no confío en ti. Debes tratar de encontrarme, eternidad. Estoy hecho pedazos.
Hemingway y Monroe. Pasemos levemente sobre sus nombres. Eran dos de las personas de Norteamérica más hermosas para nosotros.
Creo que al final Ernest nos odiaba. Nos privó de su cabeza. No importa tanto si fue suicidio o un accidente: uno no se lleva el caño de una escopeta a la boca, le hace cosquillas al borde de un accidente, y no logra ver que la gente dirá que es un suicidio. Ernest, tan orgulloso de su reputación. Tan feroz al respecto. Su muerte fue espantosa. Digámoslo. Fue la muerte más difícil en Norteamérica desde Roosevelt. Uno aún no se ha recobrado de la muerte de Hemingway. Tal vez no pueda hacerlo nunca.
Pero Monroe fue diferente. Se deslizó fuera de nuestro alcance. Había estado deslizándose fuera de nuestro alcance durante años. Ahora es fácil decir que sus acciones se hicieron más imprecisas cada año. Pensé que estaba mal en Los inadaptados , al final era demasiado imprecisa, y cuando la emoción aparecía, era poco atractiva y pequeña. Pero se había apartado de nosotros hacía un largo tiempo.
Si hubiera hecho Grushenka en Los hermanos Karamazov de la manera en que anunció que lo haría a lo largo de todos esos años, y si la hubiera hecho bien, entonces podría haber seguido. Podría haber vuelto todo el camino de regreso de la bóveda de sí misma donde las sales de una muerte limpia y la raíz de una muerte sucia estaban entrelazadas. Tomamos píldoras para dormir cuando el sentido de una muerte sucia y podrida se ha vuelto demasiado seguro, buscamos la sal en el Seconal. Es probable que en caso de seguir viva Monroe se hubiera convertido en la mayor actriz que alguna vez vivió. Para seguir vivo Hemingway tendría que haber escrito un libro mejor que La guerra y la paz .
De El parque de los ciervos : «Estaba aquella ley de la vida, tan cruel y tan justa, que exigía que uno debía crecer o, si no, pagar más por seguir siendo el mismo». Creo que esa línea es cierta. Creo que es biológicamente cierta. Y creo que su aplicación es más feroz en Norteamérica que en cualquier otra parte que conozca. Porque nos colocamos encima del montículo y nos disponemos a interpretar al Rey de la Colina. Pronto uno de nosotros es lo bastante valiente como para ocupar el centro e insistir en que nos pertenece. Entonces, no hay descanso hasta que el nuevo rey es matado. Nuestra buena Norteamérica. Somos la nación de los reyes y las reinas aficionados.
Cada mes, nuestra columna terminará con una pequeña frase. Prepárense para nuestro último rey del ganado, Robert Ruark. Robert Ruark tiene el tipo de personalidad que Ernest Hemingway habría tenido si Ernest Hemingway hubiese sido un mal escritor [4]
Norman Mailer (Long Branch, New Jersey, 31 de enero de 1923 - Nueva York, 10 de noviembre de 2007), fue un escritor, novelista, periodista, ensayista, dramaturgo, cineasta, actor y activista político estadounidense. Junto con Truman Capote, está considerado el gran innovador del periodismo literario
En 1948, justo antes de entrar en la Sorbona en París, escribió la obra que lo haría famoso en el mundo, The Naked and the Dead (Los desnudos y los muertos), basada en sus experiencias durante la guerra. Fue aclamada por muchos como una de las mejores novelas estadounidenses tras la guerra y la Modern Library (sección de la editorial Random House) la calificaría como una de las cien mejores novelas.
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