martes, 14 de abril de 2020

Buscando carne y papas: ideas sobre el Poder Negro (1969) Norman Mailer




Buscando carne y papas:

    ideas sobre el Poder Negro
    (1969)
   
 —Ni siquiera sabes quién eres —había dicho Reginald—. Ni siquiera sabes, el diablo blanco lo ha ocultado de ti, eres de una raza de gente de civilizaciones antiguas, y riquezas en oro y reyes. Ni siquiera sabes tu verdadero nombre de familia, no reconocerías tu auténtico idioma si lo oyeras. Has sido separado por el hombre blanco diablo de todo auténtico conocimiento de los de tu propia clase. Has sido una víctima de la maldad del hombre blanco diablo desde que él te asesinó y violó y robó de tu tierra nativa en las semillas de tus antepasados…
    La autobiografía de Malcolm X
    En no muchos años, viajaremos a la luna, y en el viaje, el idioma será familiar. No hemos tenido nuestra educación en vano: todas esas horas saneadas de orientación vía escuela secundaria, avisos, empresas y medios masivos nos han dado una expectativa: sin importar cuán hermosa, insana, peligrosa, sacrílega, explosiva, sagrada o maldita pueda ser una nueva aventura, cuenten con eso, compañeros norteamericanos, el idioma será familiar. ¿Van a entrar en una operación seria, votar por el futuro político del país, comprar un seguro, discutir el desarme nuclear, o emprender un viaje a la luna? Pueden depender de la gran certeza norteamericana: el vocabulario público de la discusión sugerirá la misma relación con los recursos del idioma inglés que una hogaza de pan de panadería industrial en una bolsa de plástico y papel encerado tiene con el corazón secreto del trigo y la manteca y los huevos y la levadura.
    Tu viaje a la luna no tendrá que ver necesariamente con las vibraciones de los cielos (ahora que el hombre se atreve a entrar en la escatología) ni con las grietas metafísicas en el firmamento filosófico; no habrá poetas pulsando un instrumento de cuerdas para conjurar con los tonos pálidos de la dama blanca mientras sigues adelante hacia el espacio lunar. Más bien, surgirá del altoparlante una voz: «Les habla el piloto. Sobre nuestro estribor inclínense a las cuatro directamente hacia abajo, podrán captar una pequeña cosita de tierra ahí abajo como un apéndice vermiforme, y eso, mientras nos despedimos de la Costa del Pacífico, es Baja California. El punto de luz en la protuberancia, ese punto de iluminación pequeñito como una bombita de sondeo en un citoscopio o instrumento médico comparable, es Ensenada, que las guías turísticas llaman un lugar de descanso de lujo».
    ¡Adiós a la Tierra, hola luna! Saltearemos el dividendo tecnológico en la voz del navegador mientras nos avisa que la estación espacial es probable que se parezca a un cruce entre una sala de convención moderna y el cuarto de computadoras de la CBS. Más el aire empaquetado en los trajes espaciales cuando los turistas, después de dos días de aclimatación en moteles lunares de aire sellado, den su primer paseo de reconocimiento afuera en el blanco polvo lunar mientras sus buenos intestinos norteamericanos se acomodan a la relativa falta de peso.
    De acuerdo, chico listo, puede decir ahora el lector: ¿qué tiene que ver todo esto con el Poder Negro? Y el autor, aunque adepto a bailar en los intersticios de una metáfora, va a regresar de todos modos directo y rápido con esta observación: nuestro idioma norteamericano de los medios masivos no está más equipado para entrar en una discusión del Poder Negro de lo que está dispuesto a servir como intérprete de camino a la luna. El idioma norteamericano se ha convertido en la correa transportadora para llevar a cada nueva generación norteamericana a la posición decretada en la escena norteamericana, lo que equivale a decir el mundo tecnológico corporativo. Puede tratar con las descripciones externas de todo lo que entra o sale de un hombre, puede medir los movimientos de ese hombre, puede predecir hasta tal momento que está mal lo que el hombre hará a continuación, pero no puede brindar una preparación espiritual para nuestro viaje a la luna, no más de lo que puede hablarnos sobre la muerte, o las experiencias internas del sexo real, el peligro real, el temor real. O el Poder Negro.


    Si el prefacio no ha sido divertido, dejen de leer de inmediato, porque lo que sigue será peor: el norteamericano tecnológico está programado para vivir con respuestas, razón por la cual su viaje a la luna será innecesariamente espantoso; el tema del Poder Negro no abre otra cosa que preguntas, justamente esas preguntas insoportables que hablan de despertares prematuros y la hora del lobo. Pero empecemos con algo cómodo, algo que todos sabemos, y que puede encontrarse con relajamiento, porque el asunto es familiar:
    […] piensen en ese hombre negro esclavo lleno de miedo y pavor, oyendo los gritos de la esposa, la madre, la hija siendo tomadas —en el granero, la cocina, en los arbustos… ¡ Piensen en oír esposas, madres, hijas siendo violadas ! ¡Y ustedes estaban demasiado llenos de miedo al violador como para hacer algo al respecto! […] Dense vuelta y mírense los unos a los otros, hermanos y hermanas, ¡y piensen en eso! Ustedes y yo, contaminemos todos esos colores; ¡y este diablo tiene la arrogancia y las agallas de pensar que nosotros, las víctimas, tendríamos que amarlo ! ( La autobiografía de Malcolm X ).
    «De acuerdo», dicen ustedes, «sé eso, ya lo conozco. Yo no lo hice. Ni siquiera mi bisabuelo lo hizo. Era un sueco loco. Él ni siquiera vio a uno de piel negra. Y ahora, por todos los demonios, las muchachas de Suecia están locas por Floyd Patterson. No me importa. Digo: más poder para él. Está todo bien», sigue el diálogo de este espléndido norteamericano que levanta una mano, «está todo bien, sé lo de la responsabilidad colectiva. Si algún plantador escocés-irlandés quiso revolcarse en las magnolias, entonces estaré de acuerdo en que es más fácil para mí que para la víctima discernir diferencias sutiles entre un tipo de blanco anglosajón y otro, aceptaré mi parte de maldición ancestral por la noche particular de placer de ese semental escocés-irlandés, tal vez soy culpable de algo yo mismo, pero hay límites, viejo. Está bien, nunca le dimos al negro una oportunidad decente, y ahora queremos hacerlo, estamos dispuestos a aguantar con una cantidad razonable de desventaja, de hecho, incomodidad, desigualdad e ineficacia directa. Contrataré negros que no están tan equipados en el esquema productivo de las cosas como los blancos; eso no significa que tenga que pagar pizca por pizca cada fechoría interminable del pasado y sufrir una bolsa de vómito de malos modos hasta el fondo. Mira, cualquier estudiante de la revolución puede decirte que el peligro viene de darle al oprimido sus primeras libertades. Un hombre pobre que gana una apuesta loca siempre la derrocha. El punto, colega, es que el presente debe perdonar al pasado, debe haber perdón por los viejos pecados, o si no el progreso es imposible». Y aquí está la llave para la primera puerta: el progreso depende de anestesiar el pasado. Qué pasa, dice el Poder Negro, si no estamos interesados en el progreso, no en el progreso de ustedes con comida empaquetada en vez de comida de cocina negra del Sur, esmog en vez de aire, hipodérmicas en vez de raíces, aire acondicionado en vez de brisa: qué pasa si pensamos que nos hemos puesto fuertes viviendo sin el progreso y la ingeniería social de ustedes, qué pasa si pensamos que un insulto a la sangre nunca debe ser perdonado porque mantiene su vida viva y te recuerda meditar antes de orinar. ¿Quiénes son para decir que los espectros no viven detrás de la oreja izquierda y los fantasmas detrás de la derecha? Blanquito, fumas tanto que no puedes oler, saborear o besar: tienes demasiado mal aliento. Si no tienes un arma puedo pegarte y correr: nunca me alcanzarás. Estoy vivo porque mantengo viva la maldición que pusiste en mi sangre. La gente primitiva no olvida. Si lo hacen, no resultan mejores que el civilizado y el enfermo. ¿Quién eres, blanquito, para decirme que deje caer mi maldición, y me una a tu fila de tráfico yendo a trabajar? Preferiría mantenerme en forma y trabajar con la maldición, al estilo natural. Siempre hay mujeres blancas, ¡ejem! A menos que decidamos que están demasiado llenas de tu enfermedad del diablo, la vieja sangre blanca llena de pus, y así nos quedemos negros con negros, y paguemos la maldición sacando sangre. Ese es el modo que da vida de pagar una maldición.
    «¿Por qué tienen que hablar de esa manera?», dice el espléndido norteamericano. «¿No pueden ver que hay blancos y blancos, blancos que yo no empiezo a controlar? Desean destruirte. Están de acuerdo con tus valores. Son blancos primitivos. Piensan en sangre por sangre. En una guerra, te matarían, y me matarían a mí».
    «Bueno, papito, sólo me estaba burlando de ti. ¿Nunca oíste hablar del más allá? Allí es donde todo funciona, allí es donde nosotros los negros somos los ángeles y los blancuchos son lacayos. Ahora permíteme tomarte de la cola, gato blanco, el tiempo suficiente como para ver que quiero un poco más de estas limosnas, ves, estas bolas de caballo hogareñas y ayuda del gobierno».
    El espléndido norteamericano acaba de ser dejado en el pantano de una burla y un rechazo. ¿Cómo va él a saber si esto es barro de primavera o la peor mugre del Hades negro?
    El relajamiento del nativo adquiere precisamente la forma de una orgía muscular en la cual la agresividad más aguda y la violencia más coercitiva son canalizadas, transformadas y conjuradas. […] En ciertos momento de ciertos días, hombres y mujeres se reúnen en un lugar dado, y allí, bajo el ojo solemne de la tribu, se lanzan a una pantomima al parecer desorganizada, que en realidad es extremadamente sistemática, en la cual por diversos medios —sacudidas de la cabeza, arqueo de la médula espinal, arrojamiento del cuerpo entero hacia atrás— puede ser descifrado como en un libro abierto el esfuerzo enorme de una comunidad por exorcizarse a sí misma, por liberarse a sí misma […] en realidad el propósito de ustedes para reunirse es permitir a la libido acumulada, la agresividad obstaculizada disolverse como en una erupción volcánica. Asesinatos simbólicos, rito fantástico, asesinatos masivos imaginarios: todo debe ser sacado afuera. Los humores malignos rompen los diques, y fluyen con un estruendo como de lava fundida. (FRANTZ FANON , Los condenados de la tierra ).
    Esta es la lección aprendida por las luchas de los países coloniales actuales para obtener su independencia: una guerra de liberación que convierte las energías de la criminalidad, el asesinato, la orgía religiosa, el vudú y la danza en decididas falanges astutas de ejércitos de guerrillas audaces. Un sentimiento de hermandad viene a reemplazar las relaciones de clan hasta entonces asesinas de los nativos. En otros tiempos, esa tendencia a asesinarse entre sí había demostrado ser eficaz para mantener la paz… para el colono. Ahora, estos sentimientos violentos se vuelven contra los blancos que los restringen. Así como los nativos en una época eran buenos sirvientes y trabajadores para los blancos, mientras reservaban lo peor de su carácter para usarlo entre ellos, ahora buscaron servirse entre ellos, para limpiar las furias de sus vidas explotadas en un abierto desafío áspero contra la autoridad.
    Esta es la explicación convencional que ofrece cualquier vocero revolucionario del Tercer Mundo: ese nuevo mundo que puede surgir triunfante o no en América Latina, Asia y África. Es un argumento poderoso, un argumento inspirador, agita la sangre de cualquiera que haya tenido alguna vez una pasión revolucionaria, porque la fe del revolucionario (si es lo bastante revolucionario como para tener fe) es que la sangre reprimida de la humanidad, en última instancia, es una sangre buena y noble. Su bondad puede atisbarse en las emociones de su liberación. Si un sentido de hermandad anima la vida interna de los ejércitos guerrilleros, entonces no importa lo violentos que sean con el enemigo. Esa violencia salvaguarda la santidad de sus nuevas relaciones familiares.
    Si este es el paradigma sagrado del revolucionario colonial, su belleza ha sido confirmada en algunos sitios, negada en otros. Mientras las luchas del Vietcong y los norvietnamitas al fin demostraron ser impresionantes hasta para el más extremista de los oficiales marines en el Sudeste de Asia, los horrores de la guerra en Biafra llegan lejos en demostrar lo opuesto. Queda en pie la sospecha de que por debajo de la retórica de la revolución, otra guerra, separada de una guerra revolucionaria, también se lleva a cabo, y las fuerzas de la revolución en el mundo están tan divididas por esta guerra oculta como los poderes civilizados que las restringen. Es como si una guerra se librara entre los privilegiados y los oprimidos para determinar cómo se dividirá la riqueza de la civilización; la otra guerra, la semilla contenida dentro de esta primera guerra, deriva de la idea de que la riqueza de la civilización no es riqueza sino un envenenamiento corporativo productivo de los arroyos, los avatares y los conductos de la naturaleza; el poder de la civilización es, por lo tanto, igual a la destrucción de la vida misma. Es, desde luego, una perspectiva abierta tanto a los ricos como a los pobres: no todo propietario de una fábrica que mata los peces de los ríos locales con los desechos de su fábrica se opone a proteger nuestra reserva natural, en absoluto, algunos incluso sirven en el State Conservation Commitee. Y nuestra Primera Dama trataría de impedir que los carteles pintarrajearan esas nuevas autopistas que amputan la ecología a través de la que pasan. Por supuesto, el esposo ayudó a construir esas autopistas. Pero por otra parte los ricos, a menos que sean elegantes por entero, son inevitablemente cómicos. Es en la militancia mundial de los marginados, subalimentados y explotados que el horror potencial de esta guerra futura (oculta debajo de la guerra actual) se hará más evidente. Porque los ejércitos de los empobrecidos, sin que ellos mismos lo sepan, ya están divididos. Una vez que triunfen sobre el Occidente rico —¡si es que lo hacen!— sólo podrían tener una nueva guerra. Se llevaría a cabo entre las fuerzas a favor de ellos que son programáticas, científicas, más o menos socialistas, y casi maníacas en su deseo de traer la cultura tecnológica al ritmo más veloz posible a cada tierra atrasada, y aquellas fuerzas más tradicionales y/o primitivas en la revolución del Tercer Mundo que rechazan no sólo la explotación del mundo occidental sino también a Occidente, in toto , como filosofía, cultura, técnica, como modo en realidad de tratar de resolver los problemas del hombre.
    De estas fuerzas coloniales, negras, morenas y amarillas, que buscan derrocar a las tiranías económicas y sociales del hombre blanco, no hay ninguna fuerza en África, Asia o América Latina que necesitemos pensar como siendo más esencialmente colonial como actitud que el negro norteamericano. Consideren estas observaciones en Los condenados de la tierra sobre la situación de los colonizados:
    El mundo colonial es un mundo cortado en dos. La línea divisoria, las fronteras son mostradas por los cuarteles y las comisarías.
    (Sobre esto, puede decirse que Harlem está tan separado de Nueva York como Berlín Oriental de Berlín Occidental).
    […] si, en efecto, mi vida vale tanto como la del colono, su mirada ya no me encoge ni me congela, y su voz ya no me convierte en piedra. Ya no estoy sobre ascuas en su presencia; de hecho, él no me importa un bledo. No sólo su presencia ya no me perturba, sino que ya estoy preparando emboscadas eficientes para él que pronto no tendrán otra salida que la huida.
    (Ahora, los blancos huyen en los subtes de Nueva York).
    […] hoy no hay poder colonial que sea capaz de adoptar la única forma de combate que tiene una oportunidad de tener éxito, es decir, el establecimiento prolongado de grandes fuerzas de ocupación.
    (¿Cuántas divisiones de paracaidistas demandaría tomar el South Side de Chicago?)
    El negro norteamericano, desde luego, no es sinónimo del Poder Negro. Por cada militante negro hay diez negros que viven tranquilos junto a él en los barrios bajos, resignados en la mayor parte a las lecciones, la acción y la rutina de los barrios bajos. Una cantidad semejante ha decidido integrarse. Viven ahora como blancos negroides en vecindades mixtas, suburbios, fábricas, obteniendo su paz parcial dentro del sueño blanco. Pero ningún negro norteamericano es desdeñoso con el Poder Negro. Como el dedo acusador en el sueño, es el nervio más raro en su cabeza, el pulso atemorizante en su corazón, equivalente en peso emocional a esa pasión que muchas monjas nobles tratan de conseguir sobre un frío piso de piedra. Es obvio que el Poder Negro deriva de una herencia de ira que hace del negro norteamericano un mismo hombre finalmente con el africano, el argelino y hasta el vietcong: se volvería esquizofrénico si tratara de suprimir la furia sobre las mutilaciones del pasado.
    La confrontación del Poder Negro con la vida norteamericana nos da no sólo una oportunidad de comprender algunas de las fuerzas y parte del estilo de esa guerra que ahora es un rescoldo entre los ricos globales y los pobres globales, entre la cultura del pasado y las intuiciones del futuro, sino también —dado que el Poder Negro tiene un conocimiento más íntimo, cotidiano, de lo que es vivir en una sociedad de tecnología avanzada que cualquier otra fuerza militante de la Tierra— que la división de actitudes dentro del Poder Negro tiene más que decirnos sobre la forma de las guerras y evoluciones futuras que cualquier otra fuerza militante del mundo. El hombre tecnológico en sus enfermedades terminales, muriéndose de aire que ya no puede respirar, de comida empaquetada que apenas puede digerir, de ropa plástica que la piel apenas puede soportar, y de estática ante la cual su espíritu casi ha expirado, está parado en un extremo de la ambición revolucionaria; en el otro hay un atisbo inexpresado de un mundo ahora visitado sólo por el primitivo y el drogado, un mundo donde la tecnología estalla en pedazos ante la magia y la comunicación electrónica es superada por la telegrafía psíquica del modo animal.
    La mayor parte de la literatura del Poder Negro está interesada por completo, o así parecería, en objetivos políticos inmediatos del tipo más concreto. Allá en 1923, Marcus Garvey, padre del movimiento Regreso-a-África, podría haber escrito: «Cuando Europa estaba habitada por una raza de caníbales, una raza de salvajes, hombres desnudos, paganos e impíos, África estaba poblada por una raza de hombres negros cultivados y refinados, hombres que eran maestros en arte, ciencia y literatura, hombres que eran cultos y refinados, hombres que, según se dijo, eran como dioses», pero los líderes actuales del Poder Negro están preocupados por el mandato político y el peso económico aquí y ahora. Floyd McKissick de CORE [10] :
    El movimiento del Poder Negro busca ganar poder en media docena de maneras. Estas son:
    1. El crecimiento del poder político negro.
    2. La construcción del poder económico negro.
    3. La mejora de la imagen de sí misma de la gente negra.
    4. El desarrollo del liderazgo negro.
    5. La conquista de la aplicación de la ley federal.
    6. La movilización del poder de consumo negro.
    Estas demandas no presentan nada excepcional. Ante su evidencia, no se diferencian tanto de los manifiestos de la naacp (Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color) o planteos políticos del Partido Demócrata. Un polemista con la habilidad de William F. Buckley o Richard Nixon podría mantenerse a flote durante horas con la proclama salvavidas de que no hay nada en estos seis puntos antitético en relación con los conservadores. En realidad, no lo hay. No en lo evidente. Por ejemplo, aquí tenemos a Adam Clayton Powell, un político muy respetado por los militantes del Poder Negro, hablando sobre algunos de esos puntos. Poder político: «Donde somos el 20 por ciento de los empleos, jueces, comisionados, y todos los puestos políticos». Poder económico: «En vez de una raza de consumidores y chicos de depósito ( stock boys ), debemos convertirnos en una raza de productores y corredores de Bolsa ( stockbrokers )». Liderazgo: «Las comunidades negras […] no deben tolerar ni aceptar el liderazgo externo: blanco o negro». Aplicación de la ley federal: «La batalla contra la segregación en el sistema de escuelas norteamericano debe convertirse en un esfuerzo nacional, en vez de las actuales escaramuzas regionales que ahora existen». Incluso los grupos de protesta de consumidores para mantener vigilada la calidad de los artículos vendidos en un barrio bajo difícilmente sean revolucionarios, sino más bien la implementación de las buenas prácticas de compra conservadoras. Consumer Digest no está aún en las barricadas.
    En realidad, ¿qué institución de poder norteamericana está dispuesta a discutir con estos seis puntos? ¡Son tan racionales! El poder de la sociedad tecnológica es compartido por las corporaciones, los militares, los medios masivos, los sindicatos, y el gobierno. Está en el interés de cada uno de ellos tener una sociedad que sea racional, incluso como una máquina es racional. Cuando una máquina se rompe se puede descubrir la causa; de hecho, la causa debe ser capaz de ser descubierta o no estamos ante una máquina. Así que el placer de trabajar con máquinas es que los malos funcionamientos son corregibles; la satisfacción es garantizada por la aplicación del trabajo, el conocimiento y la razón. Por lo tanto, cualquier problema racial es anatema para los grupos de poder en la sociedad tecnológica, porque el tema de la raza es irracional. Como mínimo, los problemas raciales parecen tener la propiedad de rechazar la razón. Aun así, la tendencia de la sociedad moderna a conformar a los hombres para funcionar en sociedad como partes de una máquina se vuelve cada vez más poderosa. Así que tenemos la paradoja de una democracia capitalista conservadora, profundamente atrincherada en el prejuicio racial (y hasta ahora profundamente atraída por la explotación racial), transformada ahora en la sociedad tecnológica más desarrollada del mundo. Los prejuicios antiguos de los hombres que detentan el poder se han vuelto, por lo tanto, ineficientes ante las necesidades de la máquina social; tan ineficientes, de hecho, que por más prejuiciosos que sean muchos de ellos, consideran una medida de su responsabilidad suprimir el prejuicio. (A esta altura debemos movernos fuera del centro del poder antes de que podamos encontrar al general Curtis LeMay).
    Así, la cuestión puede ser bien planteada: si las demandas presentadas formalmente por defensores del Poder Negro como McKissick y Powell son tan racionales, y en realidad finalmente encajan con los requerimientos de la sociedad tecnológica, ¿por qué entonces el Poder Negro inspira tanto miedo, desconfianza, terror, horror, y hasta directa revulsión entre los mejores liberales descendientes del bolso y el baúl de viaje de la hermosa y anciana Eleanor Roosevelt? Y la respuesta es que se ha jugado hasta aquí una partida de escondite intelectual. No hemos cubierto los seis puntos de McKissick, sólo cinco. El sexto (el punto número tres) era «La mejora de la imagen de sí misma de la gente negra». Es aquí que el liso y puro infierno negro se desencadena. Una sociedad tecnológica puede tratar cómodamente con gente que es madura, integrada, orientada hacia una meta, flexible, responsable, sensible ante el grupo, etc., etc.: la palabra que no podemos dejar afuera es «blanco» o con orientación blanca. La sociedad tecnológica no es capaz de tratar con la imagen de sí mismas de razas y pueblos separados si el desarrollo de la imagen de sí mismas produce personalidades de una individualidad explosiva. No reemplazamos cartuchos de dinamita por los dientes de un engranaje y suponemos que seguimos teniendo la transmisión de un automóvil.
    McKissick cubre su tercer punto, desde luego: «La historia negra, la música y otros aspectos de la cultura negra […] hacen consciente a la gente negra de su contribución a la herencia norteamericana y a la civilización mundial». Powell embadurna el ganso con pomposidades de solemnidad retórica: «Debemos darles a nuestros hijos un sentimiento de orgullo por ser negros. La gloria de nuestro pasado y la dignidad de nuestro presente deben conducir al poder de nuestro futuro». Amén. Hemos sido conducidos alrededor del punto.
    Tal vez la clave sea que la Derecha política y la Izquierda política son términos sin sentido cuando se aplican convencionalmente al Poder Negro. Si vamos a usarlos en algún sentido (y es un asunto de conveniencia real), entonces podríamos llamar al brazo político más o menos racional, programático, y reconocible del Poder Negro, presentado por McKissick y Powell, como el Ala Derecha, dado que su programa puede concebiblemente ser alcanzado por los programas de la sociedad tecnológica, ya sea Demócrata o Republicana. Las demandas políticas francas de este tipo de Poder Negro no sólo pueden ser integradas (al menos sobre el papel) a las necesidades de la sociedad tecnológica, sino que deben serlo, porque —repetiríamos— una clase explotada crea alteración y, por lo tanto, irracionalidad en una máquina social; los esfuerzos por resolver la explotación y alteración se vuelven obligatorios para los grupos de poder. Si esta última frase suena con una cadencia vagamente marxista, el accidente se acerca. Lo que caracteriza a las sociedades tecnológicas es que tienden a volverse cada vez más parecidas entre sí. De modo que Norteamérica y el Sóviet llegarán a tener partes intercambiables, o al menos no serán más distintos que un Ford de cuatro puertas de un Chevrolet de dos puertas. Puede entonces apuntarse que lo que estamos llamando el Ala Derecha del Poder Negro —el ala tecnológica— está en el sentido convencional interesada en moverse hacia la izquierda. En realidad, después de que los negros alcancen la igualdad —así sigue la suposición no dicha— Norteamérica será capaz de progresar hacia una sociedad racional de participación racial, etc., etc. ¿Qué es entonces el Ala Izquierda del Poder Negro? Digamos que volvemos a África, volvemos a Garvey:
    Debemos comprender que estamos reemplazando una cultura moribunda, y debemos estar preparados para hacerlo, y ser absolutamente conscientes de con qué la estamos reemplazando. Somos hijos e hijas de las sociedades más antiguas de este planeta. […] Ningún movimiento formado o contenido por la cultura occidental beneficiará alguna vez al pueblo negro. El poder negro debe ser la fuerza y la belleza y la sabiduría reales de la negritud […] reordenando el mundo.
    LEROI JONES
    
¿Están listos para entrar a la visión de la Izquierda Negra? Es profundamente antitecnológica. Saltemos dentro de ella de inmediato. Aquí hay unas pocas observaciones de Ron Karenga:
    El hecho de que seamos negros es nuestra realidad fundamental. Somos negros antes de haber nacido.
    El muchacho blanco está comprometido en la adoración de la tecnología; no debemos vender nuestras almas por dinero y máquinas. Debemos liberarnos nosotros mismos culturalmente antes de proceder políticamente.
    Para nosotros, la revolución es la creación de una alternativa […] no estamos aquí para que el mundo nos enseñe, sino para enseñar al mundo.
    Hemos dejado muy atrás al espléndido norteamericano. Él es un tipo de golpes directos que siempre dice la verdad; cree en decir lo que piensa; pero si Leroi Jones —insultos, rechazo absoluto, y consumado uso de las malas palabras— no es demasiado para él, entonces Karenga será su final. Es obvio que Karenga cree que en la raíz está la respuesta sobre dónde resultó mal el último crecimiento, así que cree en la sabiduría de la sangre, y la sabiduría de la sangre fue en busca del norteamericano espléndido después de leer El amante de Lady Chatterley en segundo año. La vida ya es lo bastante dura como para ver claro sin fundar su filosofía sobre una metáfora.
    No obstante, la mística del Poder Negro permanece. Cualquier mística que tiene hombres dispuestos a morir por ella nunca deja de tener fuerza política. El Ala Izquierda del Poder Negro habla a través del vacío a las pasiones conservadoras más poderosas; porque cualquier conservadurismo real está fundado en el respeto por el animal, el roble y el campo; detesta por instinto la ciencia o la creación por la máquina. El conservadurismo es un cuerpo de tradiciones que una vez sirvieron como el hogar filosófico de la sociedad. Si las tradiciones ahora quedan debilitadas por el zumbido de la electrónica; si las tradiciones se han vuelto casi desesperadamente inadecuadas para enfrentar los movimientos computadorizados de la sociedad tecnológica; si el conservadurismo se ha convertido en los gruñidos del epicúreo ante la mala comida, el aire malo, las malas costumbres; si el conservadurismo perdió el futuro porque disfrutó la codicia de su posición privilegiada hasta el punto en que las profundidades explotadas se agitaron con una rabia justa; si el conservador y sus tradiciones fallaron porque violaron el equilibrio de la sociedad, explotaron a los pobres con demasiado salvajismo, y no buscaron la justicia ni de cerca; si, por último, el equilibrio entre los derechos de propiedad y los derechos de los hombres le dieron demasiado a la tierra y demasiado poco a la sangre viviente, aun así el conservadurismo y la tradición tenían un último vigor hercúleo: pertenecían a la médula, compartían la sabiduría primitiva. La tradición había sido fundada sobre cierto sentido recordado a medias de percepción primitiva, y así estaba cerca de la vida y del sentido de la vida. La tradición se había apropiado de los movimientos gráciles con los que los extraños y los amigos primitivos podían encontrarse en la profundidad de un estado de ánimo, muy animales en su conciencia de sí mismos: ¡miren! El extraño hace una reverencia ante la presencia intensa del monarca o el jefe, y el movimiento más tarde queda grabado sobre un código de ceremonia. Así, la tradición fue una vez una clave para la vida primitiva que aún respiraba dentro de nosotros, una clave demasiado amplia, idiosincrásica e inmanejable para las rápidas lanzaderas de lo electrónico. Parada ante la tecnología, la tradición empezó a morir, y el aire se convirtió en esmog. Pero el hombre negro, que vive una vida en el borde de la sociedad tecnológica, explotado por ella, envenenado por ella, rechazado a medias por ella, tragando aire de prisión en la pesadilla fluorescente de los andrajosos guetos eléctricos chillones, desenraizado hace siglos de su África nativa, con los instintos por lo tanto como nervios en el limbo de un miembro amputado, tenía en consecuencia una experiencia única para el hombre moderno: se veía obligado a vivir al mismo tiempo en la antigua jungla primitiva de los barrios bajos y en el paisaje higiénico surrealista de la sociedad tecnológica. Y mientras empezaba a alzarse de su explotación descubrió que la cultura que lo había salvado le debía más al ingenio y la telepatía de la jungla que al valor de los programas de Occidente. Su danza le había enseñado más que los mandatos y los agravios jurídicos, su música era más dulce que Shakespeare o Bach (dado que la música nunca había sido un lujo para él sino una necesidad), la prisión le había dado una cultura más profunda que las bibliotecas en el bosque, y la violencia había producido una economía de las relaciones personales tan negociable como el dinero. El negro norteamericano había sobrevivido: de todos los pueblos del mundo occidental, era el único en las casi siete décadas del siglo  XX en haber sufrido el cruel despojamiento de la supervivencia auténtica. Así fue posible que su hombría hubiese mejorado mientras que la hombría de otros estaba siendo filtrada. En todo caso, él tenía una visión. Esa visión decía que él era negro, hermoso y secretamente superior: por lo tanto, tenía la potencialidad de concebir y crear una cultura nueva (tal vez una civilización nueva), más rica, sabia, honda, más hermosa y profunda que cualquiera que él hubiese visto. (Y posiblemente más demandante, más torrencial, más tiránica). Pero no lo sabría hasta que tuviese poder por sí mismo. No podría saber si él podía proveer una ciencia más sabia, escuelas más sutiles, medicina más profunda, provisiones más ricas, y una perspectiva de la creación más profunda hasta que tuviera el poder. Así, mientras algunos buscaban integrarse en los supersuburbios de tecnologilandia (y encontrar, era su esperanza, un poco de paz para los hijos), otros soñaban en un mundo futuro que su primitivo saber popular y logros sofisticados ahora podrían traer. Y porque estaban orgullosos y amaban su visión, eran también guerreros, y tenían una mística que veía cocinar comida como algo bueno o malo para el alma. Y el sabor daba un indicio. Esa era la Izquierda del Poder Negro, un movimiento tan misterioso, dedicado, instintivo y, era de imaginarse, embrujado como una reunión de los Templarios para la próxima Cruzada. Pronto su furia pública podía caer sobre el hecho de que la civilización era una trampa, y por lo tanto, la ira podía ser doble, porque habían sido empleados para construir la civilización, no habían recibido nada de sus ganancias, y sin embargo, al permitirles entrar ahora, ahora, tan tarde, podían estar condenados con el resto. ¡Qué pensamiento!
    Cuando la canaille roturière se tomó la libertad de guillotinar a la alta noblesse , tal vez lo hizo menos para heredar sus bienes que para heredar sus antepasados.
    HEINRICH HEINE
    Pero soy un norteamericano blanco, más o menos, y escribo para un público de norteamericanos, blancos y negros en general. Así que el norteamericano espléndido me recordaría que mis pensamientos son proyecciones románticas, hipótesis inverificables por cualquier disciplina, no más legítimas para la discusión que la melodía. Podría preguntar qué harías con el problema concreto que está ante nosotros…
    Quieres decir: falta de empleo, de escuelas, de votos, de producción, de consumo…
    No, dijo él roncamente, la ley y el orden.
    Bueno, el hombre que canta la melodía por lo común no es consultado por las ordenanzas municipales del Sindicato de Arregladores.
    Estupideces y tonterías, dijo el norteamericano espléndido, a lo que se reduce todo es: ¿Cómo mantienes la paz?
    No lo sé. Si tratan de mantenerla por la fuerza, no tendremos que esperar tanto antes de que haya Vietnams en nuestras propias ciudades. Una raza que llega a una visión debe poner a prueba esa visión con hechos.
    ¿Entonces qué harías tú?
    ¿Si fuera rey?
    Somos una república y nunca apoyaremos a un rey.
    Ah, si yo fuera un hombre que tuviera una simple audiencia con Richard Milhous Nixon trataría de decir: «Recuerde que, cuando todo lo demás haya fallado, el odio honesto busca la responsabilidad. Buscaría alentar no meramente nuevos subsidios para hombres de negocios que sean negros, sino escuelas negras con sus propios maestros y sus propios textos, soluciones negras para viviendas negras donde podría darse la oportunidad de reconstruir los propios barrios bajos de uno, cuarto por cuarto, la idiosincrasia personal junto al estilo del vecino loco, no manzana por manzana; trataría de reconocer que una zona de una ciudad donde los blancos temen ir por la noche pertenece por ley existencial —lo cual es decir natural— a los negros, y respetaría el hecho, y así alentaría el autogobierno negro local como en una ciudad separada, con instalaciones sanitarias negras, dirigido por ellos mismos, un departamento de bomberos negro, una financiación para una sala de conciertos negra, y sobre todo una fuerza policial negra responsable sólo ante esta ciudad dentro de nuestra ciudad, y cortes de justicia negras para sus iguales. No habrá paz hasta que no se llegue al punto donde el hombre negro pueda medir sus nuevas superioridades e inferioridades contra las nuestras».
    Usted está absolutamente en lo cierto salvo por un detalle, dijo el norteamericano espléndido. ¿Qué hará usted cuando ellos se quejen del esmog que nuestras fábricas descargan en el aire de ellos ?
    Oh, dije, los negros son tan malvados que sus fábricas expulsarán de vuelta un aire peor. Y así seguimos discutiendo a lo largo de la noche. Sí, los tiempos son tan atroces que apenas puedes recobrar el aliento. «Confrontado con el mérito sobresaliente en otro, no hay modo de salvar el propio ego, excepto el amor».
    Goethe no es el peor modo de decir buenas noches.




Muhammad Ali en la literatura de Norman Mailer

Norman  Mailer (Long BranchNew Jersey31 de enero de 1923 - Nueva York10 de noviembre de 2007), fue un escritornovelistaperiodistaensayistadramaturgocineastaactor y activista político estadounidense. Junto con Truman Capote, está considerado el gran innovador del periodismo literario
En 1948, justo antes de entrar en la Sorbona en París, escribió la obra que lo haría famoso en el mundo, The Naked and the Dead (Los desnudos y los muertos), basada en sus experiencias durante la guerra. Fue aclamada por muchos como una de las mejores novelas estadounidenses tras la guerra y la Modern Library (sección de la editorial Random House) la calificaría como una de las cien mejores novelas.




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