jueves, 27 de febrero de 2020

Olga Pelicula subtitulada en Español Descarga Mega- Mediafire






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Olga es una película brasileña dirigida por Jayme Monjardim. Fue propuesta por Brasil como Mejor película extranjera para la septuagésima séptima edición de los Premios de la Academia, mas no fue aceptada.

Hija del abogado judío Leo Benario y de Eugénie Gutmann Benario, nació en Baviera, donde ingresó a la Liga Juvenil Comunista de Alemania en 1923, en Münich, cuando tenía quince años. Más tarde vivió en Berlín con Otto Braun, un militante comunista experimentado. Olga se destacó en las luchas callejeras contra las milicias nazis, hasta que ella y Braun fueron detenidos. Aunque ella fue liberada, Braun no, siendo acusado de "traición a la patria". Olga participó en el asalto a la prisión de Moabit para liberar a Braun y luego ambos lograron fugarse a la Unión Soviética. Se separó de Braun en 1931 y estuvo casada por breve tiempo con el oficial ruso B. P. Nikitin.

Viajó a Brasil en 1934, por determinación de la Internacional Comunista, para apoyar al Partido Comunista de Brasil en la preparación de la revolución. Fue enviada desde Leningrado, junto con Luís Carlos Prestes, se convirtió después en su compañera y tuvo con él una hija, llamada Anita Leocádia Prestes. En 1936 la detuvo la policía brasileña y aunque estaba embarazada, fue entregada por Getúlio Vargas al régimen de la Alemania nazi.

Fue encarcelada primero por la Gestapo en la prisión de mujeres de Barnimstrasse, donde nació su hija, que por ser considerada brasileña, pudo ser reclamada por su abuela Leocádia. Con el avance del régimen nazi en Europa y el temor a que Anita volviera a caer en manos de los alemanes, Doña Leocadia acompañada de su hija Lígia deciden trasladarse a México. Olga fue transferida al campo de concentración de Lichtenburg y luego al de Ravensbruck. En febrero de 1942, un poco antes de completar 34 años, Olga fue enviada al campo de exterminio de Bernburg, donde murió en una cámara de gas.

En la última carta que Olga le escribió a Carlos Prestes y a su hija se despide de ellos, con la certeza de que le quedaba poco tiempo de vida:

"He luchado por lo justo, por lo bueno y por lo mejor del mundo... Quiero que me entiendan bien: prepararme para la muerte no significa que me rinda, sino saber hacerle frente cuando llegue".
 — 

Sartre, la edad de las pasiones


15 de abril de 2011

Este 15 de abril se cumplieron 31 años de la muerte de unos de los filósofos y pensadores más importantes del siglo XX: Jean-Paul Sartre. Su obra y su compromiso con las causas más justas siguen constituyendo el modelo de lo que se ha venido en calificar como el intelectual comprometido.

A manera de homenaje comparto una película en dos partes hecha para la televisión francesa en donde se aborda la vida de Sartre y su inseparable compañera Simone de Beauvoir en medio de la rebelión en Argelia, la oposición en contra de De Gaulle y su vida amorosa, pasando por su visita a Cuba y Rusia y sus manifestaciones políticas.
















Un Día Muy Particular – Ettore Scola, Italia

El día especial transcurre durante la multitudinaria visita de Hitler a Mussolini en Roma, años antes de que iniciara la Gran Guerra. Quizás la película de reflexión política más intimista que se haya filmado, una desgarradora reflexión sobre la influencia de los sistemas totalitarios en los sentimientos más vitales humanos. También un lujo de actuaciones: Sophia Loren y Marcello Mastroianni, en la cúspide de su talento y carisma, demuestran porqué son una de las parejas más legendarias del cine.



El día particular del título es el 8 de mayo de 1938, cuando tiene lugar un desfile en Roma para celebrar la visita de Hitler a Mussolini y a sus aliados italianos. Todos los habitantes de un enorme edificio de departamentos asisten a la celebración con excepción de Antonietta (Sophia Loren), exhausta madre de seis hijos, Gabriele (Marcello Mastroianni), un descastado homosexual, y la temperamental encargada del edificio (Françoise Berd). Scola yuxtapone con habilidad las conductas amables y protectoras de esa mujer y ese hombre, con el comportamiento histérico y detestable de las masas cautivas en la adoración por Hitler. La actriz Sophia Loren logró aquí su mejor trabajo desde Dos mujeres (La ciociara, De Sica-1960) y Mastroianni es, como siempre, su igual en todo sentido. 
Texto de Frederic y Mary Ann Brussat

La mujer de Capodistria [Minicuento - Texto completo.] Lawrence Durrell

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La mujer de Capodistria

[Minicuento - Texto completo.]
Lawrence Durrell

Todos mis ancestros terminaron mal de la cabeza. También mi padre, que además fue un gran mujeriego. Ya viejo mandó a fabricar en caucho a la mujer perfecta, tamaño natural, que se podía llenar con agua caliente en las noches de invierno. La llamó Sabina, en honor a su madre.
Él era un apasionado de los trasatlánticos y por dos años vivió en uno, viajando ida y vuelta a Nueva York, con Sabina y su mayordomo Kelly. Todos los días fueron vistos entrar al comedor, con la elegante Sabina en el centro, como una hermosa borracha. La noche en que murió le dijo a Kelly: “Envía un telegrama a Demetrius y dile que Sabina murió en mis brazos y sin dolor”. Fueron enterrados juntos en las afueras de Nápoles.
FIN



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Aprender a morir

[Minicuento - Texto completo.]
Michel de Montaigne

Con frecuencia, nuestros órganos judiciales envían a ejecutar a los criminales al lugar donde se cometió el crimen. Durante el camino, se pasea al reo por casas hermosas y se les ofrecen banquetes. ¿Acaso crees que son capaces de disfrutarlo? La intención final del viaje —que no dejan de tener ante los ojos— les altera y embota el gusto para todos estos placeres.
FIN

Conozco a un hombre [Minicuento - Texto completo.] César Vallejo

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Conozco a un hombre

[Minicuento - Texto completo.]
César Vallejo

Conozco a un hombre que dormía con sus brazos. Un día se los amputaron y quedó despierto para siempre.
FIN

Un teólogo en la muerte [Minicuento - Texto completo.] Manuel Swedenborg

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Los ángeles me comunicaron que cuando falleció Melanchton le fue suministrada en el otro mundo una casa ilusoriamente igual a la que había tenido en la tierra. (A casi todos los recién venidos a la eternidad les ocurre lo mismo y por eso creen que no han muerto.) Los objetos domésticos eran iguales: la mesa, el escritorio con sus cajones, la biblioteca. En cuanto Melanchton se despertó en ese domicilio, reanudó sus tareas literarias como si no fuera un cadáver y escribió durante unos días sobre la justificación por la fe. Como era su costumbre, no dijo una palabra sobre la caridad. Los ángeles notaron esa omisión y mandaron personas a interrogarlo. Melanchton les dijo:
-He demostrado irrefutablemente que el alma puede prescindir de la caridad y que para ingresar en el cielo basta la fe.
Esas cosas las decía con soberbia y no sabía que ya estaba muerto y que su lugar no era el cielo. Cuando los ángeles oyeron este discurso, lo abandonaron. A las pocas semanas, los muebles empezaron a afantasmarse hasta ser invisibles, salvo el sillón, la mesa, las hojas de papel y el tintero. Además, las paredes del aposento se mancharon de cal, y el piso, de un barniz amarillo. Su misma ropa ya era mucho más ordinaria. Seguía, sin embargo, escribiendo, pero como persistía en la negación de la caridad, lo trasladaron a un taller subterráneo, donde había otros teólogos como él. Ahí estuvo unos días y empezó a dudar de su tesis y le permitieron volver. Su ropa era de cuero sin curtir, pero trató de imaginarse que lo anterior había sido una mera alucinación y prosiguió elevando la fe y denigrando la caridad. Un atardecer, sintió frío. Entonces recorrió la casa y comprobó que los demás aposentos ya no correspondían a los de su habitación en la tierra. Alguno contenía instrumentos desconocidos; otro se había achicado tanto que era imposible entrar; otro no había cambiado, pero sus ventanas y puertas daban a grandes médanos. La pieza del fondo estaba llena de personas que lo adoraban y que le repetían que ningún teólogo era tan sapiente como él. Esa adoración le agradó, pero como alguna de esas personas no tenía cara y otras parecían muertas, acabó por aborrecerlas y desconfiar. Entonces determinó escribir un elogio de la caridad, pero las páginas escritas hoy aparecían mañana borradas. Eso le aconteció porque las componía sin convicción.
Recibía muchas visitas de gente recién muerta, pero sentía vergüenza de mostrarse en un alojamiento tan sórdido. Para hacerles creer que estaba en el cielo, se arregló con un brujo de los de la pieza del fondo, y éste los engañaba con simulacros de esplendor y de serenidad. Apenas las visitas se retiraban reaparecían la pobreza y la cal, y a veces un poco antes.
Las últimas noticias de Melanchton dicen que el brujo y uno de los hombres sin cara lo llevaron hacia los médanos y que ahora es como un sirviente de los demonios.
FIN

AÑOS CESARE PAVESE

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De lo que era yo entonces no queda nada: apenas hombre, era aún un crío. Lo sabía hacía tiempo, pero todo ocurrió a finales del invierno, una tarde y una mañana. Vivíamos juntos, casi escondidos, en una habitación que daba a una avenida. Silvia me dijo esa noche que tenía que irme, o irse ella: ya no teníamos nada que hacer juntos. Le supliqué que dejara que probásemos de nuevo; estaba acostado a su lado y la abrazaba. Ella me dijo:

-¿Con qué finalidad? -Hablábamos en voz baja, a oscuras. 

Luego Silvia se durmió y yo tuve hasta la mañana una rodilla pegada a la suya. Apareció la mañana como había aparecido siempre, y hacía mucho frío; Silvia tenía el pelo sobre los ojos y no se movía. En la penumbra yo miraba pasar el tiempo, sabía que pasaba y corría, y que afuera había niebla. Todo el tiempo que había vivido con Silvia en aquella habitación era como un solo día y una noche, que ahora terminaba por la mañana. Entonces comprendí que nunca volvería a salir conmigo entre la niebla fresca. 

Era mejor que me vistiera y me marchase sin despertarla. Pero ahora tenía en la cabeza una cosa que preguntarle. Esperé, intentando adormilarme. 

Cuando estuvo despierta, Silvia me sonrió. Seguimos hablando. Ella dijo: 

-Es bonito ser sinceros, como nosotros. 

-¡Oh, Silvia! -susurré-, ¿qué haré al salir de aquí? ¿Adónde iré? 

Era eso lo que tenía que preguntarle. Sin apartar la nuca del almohadón, ella sonrió de nuevo, beatífica. 

-Bobo -dijo-, irás a donde quieras. ¿No es hermoso ser libre? Conocerás a muchas chicas, harás todas las cosas que quieras. Te envidio, palabra. 

Ahora la mañana llenaba el cuarto y sólo había un poco de calor en la cama. Silvia esperaba paciente. 

-Tú eres como una prostituta -le dije- y siempre lo has sido. 

Silvia no abrió los ojos. 

-¿Estás mejor ahora que lo has dicho? -me dijo. 

Entonces me quedé como si ella no estuviera, y miraba al techo y lloraba sin ruido. Las lágrimas me llenaban los ojos y corrían sobre la almohada. No valía la pena que se diera cuenta. Mucho tiempo ha pasado, y ahora sé que aquellas lágrimas mudas fueron la única cosa de hombre que hice con Silvia; sé que lloraba no por ella sino porque había entrevisto mi destino. De lo que era yo entonces no queda nada. Queda sólo que había comprendido quién sería en el futuro. 

Luego Silvia me dijo: 

-Ya basta. Tengo que levantarme. 

Nos levantamos juntos, los dos. No la vi vestirse. Estuve pronto en pie, a la ventana; y miraba vislumbrarse las plantas. Detrás de la niebla estaba el sol, el sol que tantas veces había entibiado el cuarto. También Silvia se vistió pronto, y me preguntó si no me llevaba mis cosas. Le dije que primero quería calentar el café, y encendí el hornillo. 

Silvia, sentada al borde de la cama, se puso a arreglarse las uñas. En el pasado se las había arreglado siempre en la mesa. Parecía abstraída y el pelo le caía continuamente sobre los ojos. Entonces daba sacudidas con la cabeza y se liberaba. Yo deambulé por el cuarto y recogí mis cosas. Hice un montón sobre una silla y de repente Silvia saltó en pie y corrió a apagar el café que se derramaba. 

Luego saqué la maleta y metí las cosas. Mientras tanto, por dentro me esforzaba por recoger todos los recuerdos desagradables que tenía de Silvia: sus futilidades, sus malos humores, sus frases irritantes, sus arrugas. Eso me llevaba de su cuarto. Lo que dejaba era una niebla. 

Cuando hube acabado, el café estaba listo. Lo tomamos de pie, junto al hornillo. Silvia dijo algo, que ese día iría a ver a un tipo, a hablar de un asunto. Poco después dejé la taza y me marché con la maleta. Afuera la niebla y el sol cegaban.  


FIN
 

Cementerio Père-Lachaise – París, Francia.

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Tumba de Abelardo y Eloisa.

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Esculturas en el Cimetière du Père Lachaise, París

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Tumba de Víctor Noir.
Un cementerio para entrar vivo



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David Foster Wallace - Borges en el diván

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