viernes, 14 de junio de 2019

¿QUÉ ES LA TECNOLOGÍA Y CÓMO ALTERA NUESTRA ESENCIA?

UNA MEDITACIÓN SOBRE LA ESENCIA DE LA TECNOLOGÍA, SIGUIENDO EL PENSAMIENTO DE MARTIN HEIDEGGER


POR: ALEJANDRO MARTÍNEZ GALLARDO - 06/03/2019
A menudo se escuchan argumentos que defienden que la tecnología es neutral, que en sí misma, y en cada uno de sus casos particulares, no tiene un componente moral, depende solamente de cómo se use y de los contenidos con los que se llene, como si se tratara de un gran vaso vacío, esperando ser llenado por un nutritivo néctar o un veneno letal. Así podemos escuchar cosas como que Facebook, un iPhone o Alexa, son entes completamente neutrales que no nos alteran como seres humanos sino en la medida en que les damos un cierto uso. Por ejemplo, los podemos usar para consumir contenido de alta calidad o comunicarnos con personas que nos enriquecen, o quizá para ahorrar tiempo y emplear el sobrante en leer o aprender un nuevo idioma, etcétera.
Es cierto que la forma en la que utilizamos la tecnología es importante y, ya que es casi inevitable en nuestro mundo estar embebidos en entornos altamente mediatizados, resulta parte de una higiene mental básica limitar nuestro uso y "curar" los contenidos que consumimos. Pero esto no es lo esencial de la tecnología. Lo esencial es su naturaleza, lo que la tecnología es, independientemente del uso que le demos. Y es con la esencia de la tecnología con lo que nos relacionamos esencialmente como humanos. 
La técnica (tekné) significaba originalmente para los griegos "conocimiento", un término que era usado junto con "epistéme". Heidegger ha equiparado la tekné en su uso original con la poesía (poiesis, lit: "creación"), en tanto que "En el conocer se hace patente algo. En cuanto que hace patente, el conocer es un hacer salir de lo oculto" (La pregunta por la técnica). Es decir, conocer es también una forma de producir, que es a la vez un revelar. Y esto era la técnica, un arte de revelar lo que estaba oculto. Heidegger argumenta que en la Grecia presocrática lo que hoy conocemos como "fabricación" tenía un cierto componente poético; el artista o productor que fabricaba algo tenía una relación con la cosa en sí, una especie de diálogo que no era mera instrumentalidad, no era un hacer-para-algo, o para sacar un provecho. La técnica no era la explotación de la naturaleza -como luego sería con Bacon-, era el arte de revelarla, de hacer manifiesto algo oculto. Más allá de la interpretación de Heidegger, otros académicos han corroborado que para los griegos tekné no tenía el sentido esencialmente instrumental que tiene actualmente la "tecnología", sino que era esencialmente un conocimiento, una inteligencia aplicada a ámbitos humanos y divinos.
Con el tiempo la tekné pasó a ser un tipo de conocimiento especial, un conocimiento ligado a la producción de cosas útiles o, más aún, al dominio de la naturaleza, dentro de una visión mecánica de la misma. Francis Bacon consideraría que dominar la naturaleza era el derecho y la responsabilidad del ser humano. Había que extraer del seno de la naturaleza, sin ningún recato, conocimiento para poder gobernar el mundo y de esta manera cumplir con el dictamen del Génesis: "y tenga potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y las bestias, sobre toda la tierra y sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra". Así la técnica evolucionaría como la sirvienta -o la facilitadora- de la ciencia mecanicista, en su afán de conquistar la naturaleza. Bacon, sin embargo, tenía una orientación moral para el conocimiento, el cual debía servir a la religión, con el fin de hacer el bien, de crear una Nueva Atlántida, una especie de paraíso en la Tierra. Pero el método científico no tenía espacio para la teología y, con la secularización y el nihilismo moderno, el conocimiento dejaría de tener un contrapeso moral: se convertiría en puro poder. Así, esta empresa llegaría a ser vista como un intento ya no de conquistar sólo a la "virgen naturaleza" sino de imponerse sobre ella y sobre los demás, incluyendo a los otros hombres. Como dicen Adorno y Horkheimer: "Lo que los hombres quieren aprender de la naturaleza es servirse de ella para dominarla por completo, a ella y a los hombres" (Dialéctica de la Ilustración).
El mismo Heidegger repararía ampliamente en los efectos de la visión instrumental moderna de la tecnología, considerando que ésta ha sido central en lo que llama el "olvido del Ser": el modo general de nuestra existencia en la que nos relacionamos utilitariamente y no esencialmente, como si el mundo fuera una colección de objetos que están a nuestra disposición para ser manipulados y servirnos. Este modo es uno que impide una relación auténtica con el mundo o una existencia verdadera pues, para Heidegger, la verdad (aletheia) es literalmente una revelación, un desencubrimiento del ser que yace oculto u olvidado. Un evento que no puede ocurrir desde la instrumentalidad, pues es necesaria una especie de espera contemplativa, de silencio, un dejar-que-aparezca, lo cual el modo instrumental-utilitario, con su ansiedad de dominio, hace imposible.
Para Heidegger, la tecnología moderna es una forma de violencia sobre el ser, una actitud de dominio y maestría que hace que éste se retire, como lo haría, por ejemplo, un animal ante un cazador. El ser, sin embargo, es un "animal", que no acepta coerción. No podemos cazarlo, lo único que podemos hacer es, como los verdaderos poetas, invocarlo y esperar a que aparezca, como en una epifanía, un espíritu en el bosque. Así pues, la tecnologización del mundo es una antiontología, una especie de barrera que nos impide relacionarnos con el ser en sí de todo. Heidegger sostiene que el peligro que supone la tecnología no proviene de tal o cual máquina o aparato, sino de aquello en lo que la técnica se ha convertido, alejándose de su esencia, la cual es indisociable de la nuestra, de nuestro modo de habitar el mundo. "La amenaza como tal ya ha afectado al hombre en su esencia" (La pregunta por la técnica). La tecnología ya ha alterado lo que somos, al nosotros alterar nuestra concepción de ésta, al ver la técnica, el conocimiento mismo, como algo con lo cual manipular las cosas, dominar la naturaleza, forzar al ser. Como notó McLuhan: "primero moldeamos nuestras herramientas y luego ellas nos moldean a nosotros"; sólo que, en este caso, no es una herramienta particular sino la concepción de la cosa en sí como mera herramienta. O del conocimiento como herramienta, como un fin para otra cosa, a diferencia del conocimiento puro, la filosofía, que era un conocer por conocer, por amor al conocimiento o a la cosa que se conoce. La tecnología no es una cosa o un conjunto de cosas, es la actitud epistemológica que concibe al mundo como un mero conjunto de cosas, una cosificación del mundo, un modo de relacionarse, por usar la terminología de Heidegger, que piensa sólo el ente y nunca el ser. 
El hecho de que la tecnología moderna nos afecta esencialmente es justamente lo que ha estado argumentando el teórico de medios Douglas Rushkoff, quien en una conversación reciente señaló que "la tecnología amputa nuestra alma" y tiene programada una "agenda antihumana". Ante esto, Rushkoff recomienda algo en cierta forma similar a lo que dice Heidegger: que pasemos tiempo con otra persona y simplemente estemos en el espacio sin hacer nada, sin ninguna mediación, desconectados de Internet y sin aparatos. La esencia del ser humano, sugiere Rushkoff, es algo que pasa en la conexión humana, en el rapport, cuando se pone atención y se respira el mismo aire -el espíritu-. 
No se trata, en conclusión, de un horror de la técnica o un neoludismo, sino de una concienciación no sólo de los efectos de ciertas tecnologías, sino de la esencia de la tecnología como la hemos ido construyendo a través de la historia, esto es, a fin de cuentas, nuestra relación con la materia, la cual hemos entendido como algo inerte, mecánico, que es lo único real. Este "materialismo" termina haciendo posible que hoy podamos definir al ser humano moderno, antes que otra cosa, como un "consumidor". Si la tecnología permea todo los ámbitos y todas nuestras relaciones se dan a través de la tecnología, eso significa que hemos instrumentalizado el mundo y nuestras relaciones, que la naturaleza y las personas se han convertido para nosotros en herramientas o en objetos que usamos. La filosofía de Heidegger, a partir de su llamado "giro", es sobre todo una poética, un modo de escuchar o de hacerse sensible a la poetización, a aquello que "libera lo que es original hacia su propia llegada"; en otras palabras, el lenguaje que revela el ser en sí, no como concepto u objeto, sino como evento de lo verdadero. Aunque la tecnología y la poesía eran lo mismo, hoy en día son lo opuesto. La poesía casi está en extinción, pero nuestra salvación sería pensar la técnica como poesía. No usar las cosas, sino poetizarlas. Que nuestro hacer sea algo más parecido a un no-hacer, a un estar atentos, a la espera y así tal vez llamando la fulguración del ser. Sólo así se podría instaurar una nueva realidad, que sería un diálogo con el origen o, en términos de Hölderlin, con los "celestes". Esto, es cierto, parece algo tan ajeno e improbable como los dioses que se le aparecían a los poetas en la antigüedad. Han sido los poetas los que han fundado la historia, los que nos han dado nuestros mitos. ¿Pero quién puede crear un nuevo mito sobre la faz del edificio de la ciencia técnica que pretende haber destruido todos los mitos, convirtiéndose en una narrativa monolítica, la más poderosa de la historia? De nuevo, sólo el poeta. Pero hoy en día ya no existen los poetas. Según dijo el mismo Heidegger, pueden pasar cientos de años hasta que nazca un nuevo poeta y, de aparecer, quizá ni siquiera seríamos capaces de reconocerlo. Pues nosotros, en el meollo de la técnica, dentro de la pecera digital, vemos el mundo como a través de un espejo retrovisor y lo escuchamos como filtrado por un autotune. Sólo el poeta -o el artista- es capaz de ver lo que nos está sucediendo en la actualidad y lo que estamos perdiendo, pues sólo él descubre en su mente (aletheia) lo que somos originalmente.

Twitter del autor: @alepholo

50 frases de Jim Morrison que te abren las puertas de la percepción


En la música y la literatura siempre hay conexiones. De ahí que algunas estrellas de rock tengan tanta fuerza en sus letras. Tal es el caso de los poemas y las frases de Jim Morrison, líder del grupo The Doors que además era poeta y gran lector.
El pintor, poeta y artista total inglés William Blake había escrito un poema que decía: «Cuando las puertas de la percepción sean depuradas, veremos las cosas tal y como son: infinitas

Ya en el siglo XX Aldous Huxley (autor de Un mundo feliz) escribió un libro bajo los efectos de la mescalina titulado «Las puertas de la percepción». En ese libro habló de cómo el entorno cambiaba al someterse a ese alucinógeno sacado del peyolt.
Morrison, lector ferviente de William Blake y de Aldous Huxley, estaba encantado con el peyolt y la mescalina. Por eso le puso a su grupo de rock psicodélico «The Doors» (las puertas) en honor a esas mentadas puertas de la percepción.

 50  frases de Jim Morrison

1-Un amigo es alguien que te da total libertad de ser tú mismo.
2-El tipo más importante de libertad es ser quien realmente eres.
3-El amor no puede salvarte de tu propio destino.
4-Hay cosas conocidas y cosas desconocidas y en el medio están las puertas.
5-Camaradas, proscribamos los aplausos, el espectáculo está en todas partes.
6-La única gente que me interesa es la que está loca, la gente que esta loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo. La gente que nunca bosteza, ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas.
7-La revuelta y solo la revuelta es la creadora de la luz y esta no puede tomar sino tres caminos: la poesía, la libertad y el amor.
8-Tan solo estaba explorando los límites de la realidad. Tendría curiosidad por ver qué pasa.
9-Yo no saldré ahí fuera. Tú tendrás que entrar dentro de mi.
10-Cuando otras personas esperan que nosotros seamos como ellos quieren, nos obligan a destruir a la persona que realmente somos. Es una forma muy sutíl de matar. La mayoría de los padres cometen ese crimen con una sonrisa en los labios.
11-Si mi poesía tiene como objetivo conseguir algo, es desarrollar a la gente de las formas limitadas en que se ven y sienten.
12-Un héroe es alguien que se rebela o parece rebelarse contra los hechos de la existencia y parece conquistarlos.
13-La gente teme la muerte incluso más que al dolor. Es extraño que teman a la muerte. La vida duele mucho mucho más que la muerte. En la muerte, el dolor ha terminado.
14-Tememos la violencia menos que a nuestros propios sentimientos. El dolor personal, privado, solitario es más terrorífico que lo que cualquiera pudiese infligir.
15-Expónte a tu miedo más profundo; después de eso, el miedo no tiene poder, y el miedo a la libertad se encoge y desaparece. Eres libre.
16-El futuro es incierto pero el final siempre esta cerca.
17-El día que leí que el alcohol era malo para la salud, dejé de leer.
18-Me veo a mi mismo con un humano inteligente, sensible, con el alma de un payaso que me obliga a volar en los momentos más importantes.
19-La violencia no siempre es mala. Lo malo es el enamoramiento con la violencia.
20-Sientes tu fortaleza en la experiencia del dolor.
21-¿Dónde está tu voluntad de ser raro?
22-Las drogas son una apuesta con tu mente.
23-Cuando haces las paces con la autoridad, te conviertes en la autoridad.
24-Algunos de los peores errores de mi vida han sido los cortes de pelo.
25-Los espectadores de cine son vampiros silenciosos.
26-Esta es la vida más extraña que he conocido.
27-Pienso que, interiormente, existe una considerable gama de imágenes y sentimientos que rara vez es demostrada en la vida cotidiana… Cuando estas regiones de imágenes y sentimientos se exteriorizan pueden adquirir formas perversas.
28-Nuestra cultura se burla de las culturas primitivas y se enorgullece de la represión de los instintos e impulsos naturales.
29-La música inflama temperamento.
30-El odio es una emoción muy subestimada.
31-Ninguna recompensa eterna nos perdonará ahora por malgastar el amanecer.
32-Quien controla los medios, controla la mente.
33-En realidad, recuerdo no haber nacido.
34-Puede haber sido en piezas, pero le di lo mejor de mi.
35-La gente es extraña cuando tú eres un extraño.
37-Me gusta la gente que sacude a otras personas y les hacen sentir incómodas.
38-El atractivo del cine radica en el miedo a la muerte.
39-Cancela mi subscripción a la resurrección.
40-Estoy interesado en cualquier cosa sobre el desorden, caos, especialmente la actividad que parece no tener sentido. Me parece que es el camino hacia la libertad.
41-Creo en un largo, prolongado, desarreglo de los sentidos con el fin de obtener lo desconocido.
42-Yo creo en la democracia. No creo que tenga que haber un presidente. Yo creo que debería ser una democracia total.
43-Cada generación quiere nuevos símbolos, nueva gente, nuevos nombres. Quieren divorciarse de sus predecesores.
44-No hay nada malo en ser un mamífero grande.
45-Nadie estaría interesado si yo fuese normal.
46-Los padres y parientes más amorosos cometen asesinatos con sonrisas en sus rostros. Nos obligan a destruir a la persona que realmente somos: un tipo sutil de asesinato .
47-Momentos para vivir, momentos para mentir, momentos para reír y momentos para morir. Tómatelo con calma baby, tómalo como viene.
48-La muerte hace ángeles de todos nosotros y nos da alas donde teníamos hombros redondos como garras de cuervos.
49-No hay leyes, no hay reglas, sólo tienes que tomar a tu amigo y amarlo.
50-Mantén tus ojos en la carretera, tus manos sobre el volante.
Jim Morrison 1969.JPG
James Douglas «Jim» Morrison (MelbourneEstados Unidos8 de diciembre de 1943-ParísFrancia3 de julio de 1971) fue un cantautor y poeta estadounidense, célebre por ser el vocalista de la mítica banda de rock The Doors.​ Debido a sus canciones, personalidad y actuaciones salvajes, es considerado por críticos y fans como uno de los cantantes más icónicos e influyentes de la historia del rock, y, debido a las circunstancias dramáticas que rodean su vida y muerte, en la última parte del siglo XX, fue uno de los iconos más rebeldes de la cultura popular, representando la brecha generacional y la contracultura juvenil.​
Fue también muy conocido por improvisar pasajes de poesía de palabra hablada mientras la banda tocaba en vivo. Morrison se ubicó en el número 47 en la lista de Rolling Stone de los «100 mejores cantantes de todos los tiempos»,​ y el número 22 en los «50 mejores cantantes de rock» de la revista Classic Rock.​ Ray Manzarek dijo que Morrison «personificó la rebelión de la contracultura hippie».​ Morrison es referido a veces por otros apodos, como «The Lizard King» («El rey lagarto»).​
En su vida posterior, Morrison desarrolló una dependencia al alcohol. Murió a la edad de 27 años en París; se alega que pudo haber muerto de una sobredosis de heroína, pero como no se realizó autopsia, se discute la causa exacta de su muerte.​ La tumba de Morrison se encuentra en el cementerio del Père-Lachaise en el este de París.​

León Tolstói PENSANDO EN LA MUERTE, SURGE EL SIGNIFICADO DE LA VIDA

ESTA ES LA PREGUNTA ESENCIAL QUE DEBES HACERTE EN LA VIDA SEGÚN TOLSTÓI


León Tolstói vivió una de las vidas más interesantes e intelectualmente plenas. Más allá de sus novelas, se le reconoce como una de las principales inspiraciones del activismo pacífico, que tuvo influencia en Gandhi y en Martin Luther King. Igualmente, Tolstói es padre de una suerte de espiritualidad no religiosa, que mira hacia la sencillez de los hombres del campo y hacia la naturaleza.
En la década de 1870 Tolstói vivió una crisis espiritual que le hizo pensar en el suicidio, o al menos esto es lo que relata en su clásico libro Confesión. En este texto, Tolstói narra cómo sus cavilaciones intelectuales lo condujeron a una especie de callejón de sinsentido. Siguiendo la filosofía de Schopenhauer, el Buda,  Salomón y Sócrates, el conde ruso llegó parcialmente a la conclusión de que el mundo está lleno de mal y sufrimiento, por lo que era difícil encontrar una razón para seguir viviendo, y tanto así, que durante un tiempo consideró que el suicido era la acción más digna. En los primeros capítulos de este libro se formuló la pregunta decisiva: "¿Existe algún significado en la vida que no sería destruido por la muerte que inevitablemente me espera?".
Habiendo leído a Kant y a todo el edificio de la filosofía racional de Occidente, Tolstói medita que es imposible demostrar la existencia de Dios o de algo infinito, pues todo lo finito sólo puede lidiar con lo finito. Habiendo estudiado también ciencia, Tolstói nota que ésta no puede proveer ningún sentido a la vida, se limita a describir el origen de la materia y en todo caso, si se sigue con rigor su pensamiento, desemboca en un nihilismo. Esto coloca al ser humano en un lugar angustiante, pues si nada de lo que hace va a sobrevivir a su corto tiempo en el mundo, y no es el fruto de una causa trascendente, de un amor que perdura, muy bien se podría decir, con el rey Salomón, que todo es vano bajo el Sol. 
En esa profunda crisis, Tolstói le da otra oportunidad a la llamada "prueba cosmológica" de la existencia de Dios, aquella que señala que debe de haber una causa primera, una causa no causada (lo que Aristóteles llamó un "Motor Inmóvil"). Esta le parece a Tolstói la teoría más digna de considerarse, sin embargo es insuficiente, pues por sí sola, por su propia comprensión lógica, no genera ninguna transformación en el individuo, no le ayuda a vivir con entusiasmo.
Así entonces, Tolstói, en una movida que recuerda a Kierkegaard, sólo puede encontrar sentido a través de la fe. Primero intenta seguir el cristianismo ortodoxo y encuentra gran belleza y sabiduría en los dichos de Jesús, pero nota que sus correligionarios no suelen tener una experiencia viva de la religión. Los teólogos sólo intelectualizan a Dios.
Lo que salva a Tolstói de este abismo de incertidumbre es la fe de los campesinos rusos, que en su simpleza no conocen de las inconsistencias de la religión cuando es cotejada con otras religiones o sistemas filosóficos, simplemente viven la vida trabajando y viven su religión. Pese al infortunio y la miseria que a veces los rodea, ponen una buena cara y aceptan todo como bueno. Tolstói escribe en sus confesiones:
El conocimiento racional presentado por los sabios y eruditos, niega el significado de la vida, pero la enorme masa de los hombres, la humanidad entera recibe significado del conocimiento irracional. El conocimiento irracional es la fe, la cosa misma que no podía rechazar. Es Dios.
Tolstói descubre que la única forma de vivir con propósito y sentido es sometiendo la propia voluntad a la voluntad de Dios, creyendo que la vida de cada individuo tiene un propósito y es movida en última instancia por la divinidad. Esta es la humildad que tanto admira en los campesinos y que le lleva a renunciar finalmente a su nobleza y elogiar el ascetismo.
Algunos creen que la respuesta a esta pregunta esencial fue dada por Tolstói en su pequeña novela La muerte de Iván Ilich:
Buscó su viejo miedo habitual a la muerte y no lo encontró. ¿Dónde está la muerte? ¿Qué muerte? No había miedo, porque no había muerte. En lugar de la muerte había luz. "¡Así que eso es!", exclamó súbitamente. "¡Pura dicha!".
Tolstói moriría en una pequeña estación de tren a los 82 años, en 1910. Su muerte fue antecedida por una larga meditación sobre la muere y fue uno de los primeros acontecimientos mediáticos de Rusia, seguida por numerosos reporteros, espías y por sus queridos campesinos que se arracimaron en torno al gran gigante de las letras.
La pregunta que se hizo Tolstói es exactamente la misma que se hizo Jung y la cual exploramos en este artículo: ¿Tienes una relación con algo infinito o no? La pregunta decisiva según Carl Jung.

martes, 11 de junio de 2019

¿Está Google volviéndonos estúpidos? Por Nicholas Carr y un (Libro completo)






¿Está Google volviéndonos estúpidos? • Nunca un sistema de comunicación ha ejercido una influencia tan amplia sobre nuestros pensamientos como hace hoy Internet. Pero a pesar de todo lo que se ha escrito sobre la Red, se ha pensado poco en cómo exactamente nos está reprogramando. La ética intelectual de la Red sigue siendo oscura



“Dave, para. Para, por favor. Para, Dave. ¿Vas a parar, Dave?” Así suplica la supercomputadora HAL al implacable astronauta Dave Bowman en una famosa y fantásticamente conmovedora escena casi al final de 2001: Una odisea del espacio de Stanley Kubrick. Bowman, tras haber sido enviado a la muerte en el espacio interplanetario por la máquina descompuesta, está tranquila y fríamente desconectando los circuitos de memoria que controlan su “cerebro” artificial. “Dave, estoy perdiendo la mente —dice HAL, con tristeza—. Me estoy dando cuenta. Lo estoy sintiendo.”




Yo también me estoy dando cuenta, lo estoy sintiendo. En los últimos años he tenido la incómoda sensación de que alguien, o algo, ha estado jugueteando con mi cerebro, cambiando el esquema de su circuito neural, reprogramando la memoria. No es que esté

perdiendo la mente —hasta donde puedo decir—, pero me está cambiando. No estoy pensando del modo que antes lo hacía.
Me doy cuenta sobre todo cuando leo. Antes me era fácil sumergirme en un libro o en un artículo largo. Mi mente quedaba atrapada en la narración o en los giros de los argumentos y pasaba horas paseando por largos tramos de prosa. Ahora casi nunca es así. Ahora mi concentración casi siempre comienza a disiparse después de dos o tres páginas. Me pongo inquieto, pierdo el hilo, comienzo a buscar otra cosa que hacer. La lectura profunda que me venía de modo natural se ha convertido en una lucha.



Creo que sé qué está pasando. Desde hace ya más de una década, he estado pasando mucho tiempo en línea, buscando y navegando y a veces añadiendo a la gran base de datos de Internet. La red ha sido una bendición para mí como escritor. Puedo hacer en minutos la investigación que en un tiempo requería días en salas de la biblioteca o de las publicaciones periódicas. Unas pocas búsquedas en Google, algunos “clics” rápidos en hiperenlaces(1) y obtengo el dato revelador o la cita sucinta que andaba buscando. Incluso sin estar trabajando, es muy probable que esté hurgando en la espesura de la información de la Red: leyendo y escribiendo correos, escaneando titulares y blogs,viendo videos y escuchando podcasts o sencillamente saltando de enlace en enlace. (A diferencia de las notas al pie, a las que muchas veces se asimilan, los hiperenlaces no sólo señalan obras que guardan relación con el tema, sino que lo lanzan a uno a ellas.)

Para mí, como para otros, la Red se está convirtiendo en un medio universal, el conducto de casi toda la información que fluye a mis ojos y oídos y entra en mi mente. Las ventajas de tener acceso inmediato a un almacén tan increíblemente rico de información son muchas y éstas han sido ampliamente descritas y debidamente aplaudidas. Clive Thomson escribió en Wired: “La retentiva perfecta de la memoria de silicón puede ser una enorme ayuda al pensamiento.”



Pero la ayuda tiene un precio. Como señaló el teórico de los medios de difusión Marshall McLuhan en los años sesenta, éstos no son sólo canales pasivos de información. Suministran la materia para el pensamiento, pero también conforman el proceso del pensamiento. Y lo que la Red parece estar haciendo es socavar mi capacidad de concentración y contemplación. Mi mente espera ahora captar la

información del modo en que la Red la distribuye: en una corriente de partículas en rápido movimiento. En un tiempo fui un submarinista en el mar de palabras. Ahora me deslizo por la superficie como un tipo en una moto acuática. No soy el único. Cuando les menciono mis problemas con la lectura a amigos y
conocidos —la mayoría de ellos hombres de letras— muchos dicen estar experimentando algo similar. Mientras más usan la Red, más tienen que luchar para concentrarse en escritos largos. Algunos de los bloggers que sigo también han comenzado a mencionar el fenómeno. Scout Karp, quien escribe un blog sobre los medios de difusión en línea, confesó hace poco que ha dejado por completo de leer libros. “Hice el master en literatura en la universidad y era un voraz lector de libros —escribió—. ¿Qué ha pasado?” Y especula la respuesta: “¿Y si todo lo que leo es en la red, no se debe a que la forma en que leo haya cambiado, o sea, que esté sólo en busca
de comodidad, sino porque mi forma de PENSAR ha cambiado?”
Bruce Friedman, quien escribe regularmente blogs sobre el uso de las computadoras en la medicina, también ha descrito la forma en que Internet ha cambiado sus hábitos mentales. “He perdido casi por entero la capacidad de leer y absorber un artículo largo en la red o impreso”, escribió a principios de año.Friedman, patólogo miembro de larga data de la facultad de la Escuela de Medicina de
la Universidad de Michigan, amplió su comentario en una conversación telefónica conmigo. Su forma de pensar, dijo, ha tomado una calidad de “staccato”, que refleja la forma en que escanea con rapidez pasajes cortos de texto de muchas fuentes en línea. Ya no puedo volver a leer La guerra y la paz —admitió—. He perdido la capacidad de hacerlo. Me resulta difícil absorber incluso un blog de más de tres o cuatro párrafos. Lo leo por encima.”
Las anécdotas por sí solas no demuestran mucho. Y todavía estamos en espera de experimentos neurológicos y psicológicos a largo plazo que brinden una imagen definitiva de la forma en que el uso de Internet afecta la cognición. Pero un estudio recién publicado de los hábitos de investigación en línea, realizado por académicos del University College de Londres, indican que muy bien podemos estar en medio de un cambio radical en la forma en que leemos y pensamos. Como parte de un programa de investigación de cinco años, los estudiosos examinaron registros de computación que documentan el comportamiento de visitantes de dos populares sitios de investigación, uno operado por la Biblioteca Británica y el otro por un consorcio educacional del Reino Unido, que brindan acceso a artículos de revistas, libros electrónicos y otras fuentes de información escrita. Encontraron que las personas
que usan los sitios exhibían “una forma de actividad como de quien está echando una ojeada”, en que saltaban de una fuente a otra y pocas veces regresaban a una que ya hubieran visitado. Típicamente leían sólo una o dos páginas de un artículo o libro antes de “saltar” a otro sitio. A veces salvaban un artículo largo, pero no hay pruebas de que regresaran a él y lo leyeran de verdad. Los autores del estudio informan: Es evidente que los usuarios no leen en línea en el sentido tradicional; de hecho hay indicios de que están surgiendo nuevas formas de “leer” según los usuarios navegan horizontalmente por los títulos, los índices y los resúmenes buscando ganar rapidez. Casi parece que van en línea para evitar leer en el sentido tradicional.
Gracias a la ubicuidad del texto en Internet, por no mencionar la popularidad de los mensajes de texto en los teléfonos celulares, pudiéramos estar leyendo más hoy que en los años setenta u ochenta, cuando la televisión era nuestro medio preferido. Pero es un tipo distinto de lectura y detrás de él hay un tipo distinto de pensamiento… tal vez incluso un nuevo sentido del ser. “No sólo somos lo que leemos —dice Maryanne Wolf, psicóloga del desarrollo de la Universidad de Tufts y autora de Proust and the Squid: The Story and Science of the Reading Brain (Proust y el calamar: La historia y la ciencia del cerebro lector)—. Somos como leemos.” A Woolf le preocupa que el estilo de lectura que promueve la Red, un estilo que coloca la “eficiencia” y la “inmediatez” por encima de todo lo demás, esté debilitando tal vez nuestra capacidad para el tipo de lectura profunda que emergió cuando una tecnología anterior, la prensa impresa, hizo comunes y corrientes las largas y complejas obras de prosa. Cuando leemos en línea, dice, tendemos a convertirnos en “meros descodificadores de información”. Nuestra capacidad de interpretar textos, de hacer las
ricas conexiones mentales que se forman cuando leemos con profundidad y sin distracción, sigue en gran medida desconectada.
Leer, explica Wolf, no es una habilidad instintiva de los seres humanos. No está grabada en nuestros genes del modo que lo está el discurso. Tenemos que enseñar a nuestras mentes a traducir los caracteres simbólicos que vemos al lenguaje que comprendemos.
Y los demás medios u otras tecnologías que usamos al aprender y practicar el arte de la lectura desempeñan un papel importante en la conformación de los circuitos neurales que se encuentran en el interior de nuestros cerebros. Los experimentos demuestran que los lectores de ideogramas, como los chinos, desarrollan un sistema de circuitos mentales para la lectura muy diferente del sistema que se encuentra en quienes, como nosotros, cuya lengua escrita emplea el alfabeto. Las variaciones se extienden a lo largo de muchas regiones del cerebro, incluidas las que rigen funciones cognitivas tan esenciales como la memoria y la interpretación de estímulos visuales y auditivos. Podemos también prever que los circuitos tejidos por nuestro uso de la Red sean distintos a los tejidos por nuestra lectura de libros y otras obras impresas.
En algún momento de 1882, Friedrich Nietzsche compró una máquina de escribir: una Malling-Hansen Writing Bal, para mayor precisión. Le fallaba la vista y mantener los ojos enfocados en la página se le había hecho agotador y doloroso y muchas veces le
provocaba fuertes dolores de cabeza. Se había visto obligado a reducir su escritura y temía que pronto le sería necesario abandonarla. La máquina de escribir lo rescató, al menos de momento. Una vez dominada la mecanografía al tacto, podía escribir con los ojos cerrados, usando sólo las yemas de los dedos. Las palabras podían fluir de nuevo de su mente a la página.
Pero la máquina tuvo un efecto más sutil sobre su obra. Uno de los amigos de Nietzsche, un compositor, observó un cambio en su estilo de escribir. Su prosa, ya de por sí tersa, se había hecho más comprimida, más telegráfica. “Puede que con este instrumento incluso te adaptes a nuevos giros idiomáticos —le escribió el amigo en una carta observando que, en su propia obra, sus “«ideas» en música y lenguaje solían depender de la calidad de la pluma y el papel”.Tienes razón —repuso Nietzsche—, nuestro equipo de escribir participa en la formación de nuestros pensamientos.
Bajo el influjo de la máquina, escribe el académico alemán de los medios de difusión Friedrich A. Kittler, la prosa de Nietzsche “cambió de argumentos a aforismos, de pensamientos a juegos de palabras, del estilo retórico al telegráfico.”
El cerebro humano es casi infinitamente maleable. La gente pensaba que nuestro engranaje mental —las densas conexiones que se forman entre los 100 billones de neuronas que se encuentran dentro de nuestros cráneos— estaba en gran medida fijado para el momento en que alcanzábamos la edad adulta. Pero los investigadores del cerebro han descubierto que no es así. James Olds, profesor de neurociencia que dirige el Instituto Krasnow de Estudios Avanzados en la Universidad George Mason, afirma que incluso la mente adulta “es muy plástica”. Las neuronas normalmente rompen conexiones viejas y forman nuevas. Según Olds, “el cerebro tiene la capacidad de reprogramarse a la carrera, cambiando la forma en que funciona.”
Según usamos lo que el sociólogo Daniel Bell ha llamado nuestras “tecnologías individuales” —los instrumentos que amplían nuestras capacidades mentales más bien que físicas— inevitablemente comenzamos a adoptar las cualidades de esas tecnologías.
El reloj mecánico, que comenzó a usarse corrientemente en el siglo XIV, brinda un ejemplo convincente. En Technics and Civilization (Técnicas y civilización), el historiador y crítico de la cultura Lewis Mumford describió la forma en que el reloj “desasoció el tiempo de los sucesos humanos y contribuyó a crear la idea de un mundo independiente de secuencias matemáticamente mensurables”. El “marco abstracto de tiempo dividido” se convirtió en “el punto de referencia de la acción y el pensamiento”.
El tictac metódico del reloj contribuyó al surgimiento de la mente científica y del científico, pero también se llevó algo. Como observó el difunto científico de computación del MIT(2) Joseph Weizenbaum en su libro de 1976, Computer Power and Human Reason: From Judgment to Calculation (El poder de la computadora y la razón humana: del juicio al cálculo), la concepción del mundo que surgió del empleo extendido de los instrumentos de llevar el tiempo “sigue siendo una versión empobrecida del antiguo, porque descansa en un rechazo de las experiencias directas que formaban la base de la antigua realidad y, de hecho, la constituían.” Al decidir cuándo comer, trabajar, dormir, levantarse, dejamos de escuchar a nuestros sentidos y comenzamos a obedecer el reloj.



El proceso de adaptación a nuevas tecnologías intelectuales se refleja en las cambiantes metáforas que usamos para explicarnos a nosotros mismos. Cuando llegó el reloj mecánico, las personas comenzaron a pensar que sus cerebros operaban “como mecanismos de relojería”. Hoy, en la era del software, hemos llegado a pensar que operan “como computadoras”. Pero los cambios, nos dicen las neurociencias, son mucho más profundos que la metáfora. Gracias a la plasticidad de nuestro cerebro, la adaptación se produce también en el nivel biológico.

Internet promete tener efectos de especial alcance en la cognición. En un trabajo publicado en 1936, el matemático británico Alan Turing demostró que era posible programar una computadora digital, que en aquella época existía sólo como máquina teórica, para que realizara la función de cualquier otro dispositivo de procesamiento de información. Eso es lo que estamos presenciando hoy. Internet, un sistema de computación inconmensurablemente poderoso, está subsumiendo la mayoría de nuestras otras tecnologías intelectuales. Se está convirtiendo en nuestro mapa y nuestro reloj, nuestra imprenta y nuestra máquina de escribir, nuestra calculadora y nuestro teléfono,nuestro radio y nuestra televisión.
Cuando la Red absorbe un medio, ese medio se recrea a la imagen de la Red. Inyecta el contenido del medio con hiperenlaces, anuncios de parpadeo y otras baratijas digitales y rodea el contenido con el contenido de todos los demás medios que ha absorbido. Un mensaje nuevo de correos, por ejemplo, puede anunciar su llegada mientras estamos revisando los últimos titulares de un sitio de prensa. El resultado es dispersar nuestra atención y difundir nuestra concentración. Tampoco termina la influencia de la Red en los márgenes de la pantalla de la computadora. Al irse sintonizando las mentes de las personas al enloquecido conjunto de medios de Internet, los medios tradicionales deben adaptarse a las nuevas expectativas del público. Los programas de televisión añaden textos que se deslizan por la pantalla y anuncios que surgen de repente; revistas y diarios acortan sus artículos, introducen resúmenes en cápsulas y rellenan sus páginas con fragmentos de información fáciles de rastrear.
Cuando en marzo de este año The New York Times decidió dedicar la segunda y tercera páginas de cada edición a resúmenes de artículos, su director de diseño Tom Bodkin explicó que los “atajos” darían a los lectores atribulados un “tanteo” rápido de las
noticias del día ahorrándoles el método “menos eficiente” de volver las páginas y leer los artículos. Los medios antiguos tienen poca opción más que jugar con las reglas de los medios nuevos.
Nunca ha desempeñado un sistema de comunicación tantos papeles en nuestras vidas —o ejercido una influencia tan amplia sobre nuestros pensamientos— como hace hoy Internet. Pero, a pesar de todo lo que se ha escrito sobre la Red, se ha pensado poco en cómo exactamente nos está reprogramando. La ética intelectual de la Red sigue siendo oscura. Aproximadamente por el tiempo en que Nietzsche comenzó a usar su máquina de escribir, un joven serio llamado Frederick Winslow Taylor fue con un cronómetro a la planta Midvale Steel de Filadelfia y comenzó una histórica serie de experimentos destinada a mejorar la eficiencia de sus maquinistas. Con aprobación de los propietarios de Midvale, tomó a un grupo de obreros, los puso a trabajar en varias máquinas de elaborado de metales y registró y midió el tiempo de cada uno de sus movimientos así como las operaciones de las máquinas. Dividiendo cada tarea en una secuencia de pequeños pasos discretos y luego ensayando formas distintas de realizar cada una,
Taylor creó un conjunto de instrucciones precisas —un “algoritmo” pudiéramos decir hoy— de cómo debía trabajar cada obrero.
Los empleados de Midvale rezongaron sobre el estricto régimen nuevo, diciendo que los convertía en poco más que autómatas, pero la productividad de la fábrica se disparó.
Más de cien años después de la invención del motor de vapor, la Revolución Industrial al fin había encontrado sus bases filosóficas y su filósofo. La apretada coreografía industrial de Taylor —su “sistema”, como le agradaba llamarlo— fue aceptada por fabricantes de todo el país y, con el tiempo, de todo el mundo. Procurando la mayor rapidez, eficiencia y producción, los dueños de fábricas utilizaban los estudios de tiempo y movimiento para organizar el trabajo y configurar las tareas de sus trabajadores.
El objetivo, como definió Taylor en su célebre tratado de 1911, The Principles of Scientific Management (Los principios de la gestión moderna), era identificar y adoptar, para cada tarea, “un mejor método” de trabajo y con ello efectuar “la sustitución gradual
de la ciencia por la regla empírica en todas las artes mecánicas”. Una vez que se aplicara este sistema en todos los actos de trabajo manual, aseguró Taylor a sus seguidores, brindaría una reestructuración no sólo de la industria, sino de la sociedad, creando la utopía de la eficiencia perfecta. “En el pasado el hombre había sido lo primero —declaró—, en el futuro lo será el sistema.”
El sistema de Taylor sigue en gran medida con nosotros: sigue siendo la ética de la manufactura industrial. Y ahora, gracias al creciente poder que los ingenieros en computación y codificadores de software ejercen sobre nuestras vidas intelectuales, la ética de Taylor comienza a regir también la esfera de la mente. Internet es una máquina diseñada para la recolección, transmisión y manipulación automatizada de información y sus legiones de programadores están concentrados en encontrar el “mejor método
 único” —el algoritmo perfecto— para llevar a cabo cada movimiento mental de lo que hemos llegado a describir como “trabajo de conocimiento”.
La sede de Google, en Moutain View, California —el Googleplex— es el santuario supremo de Internet y la religión que se practica dentro de sus paredes es el taylorismo. Google, al decir de su ejecutivo principal, Eric Schmidt, es “una compañía fundada en torno a la ciencia de la medición” y se esfuerza en “sistematizar todo” lo que hace. Según el Harvard Business Review, haciendo uso de los terabytes de datos de conducta que recoge mediante su motor de búsqueda(3) y otros sitios, realiza miles de experimentos diarios y utiliza los resultados para refinar los algoritmos que controlan cada vez más la forma en que las personas encuentran información y extraen significado de ella. Lo que Taylor hizo para el trabajo manual, Google lo está haciendo para el trabajo mental.
La compañía ha declarado que su misión es “organizar la información mundial y hacerla universalmente accesible y útil”. Procura desarrollar “el motor de búsqueda perfecto” al que define como algo que “entiende exactamente lo que uno quiere decir y le devuelve exactamente lo que desea”. Al entender de Google, la información es un tipo de producto, un recurso utilitario que puede extraerse y procesarse con eficiencia industrial. Mientras más sean las piezas de información a las que uno pueda “acceder” y mientras con mayor rapidez podamos extraer lo esencial de ellas, más productivos nos hacemos como pensadores.

¿Dónde termina esto? Sergey Brin y Larry Page, los dotados jóvenes que fundaron Google cuando hacían su doctorado en ciencias de computación en Stanford, hablan con frecuencia de su deseo de convertir su motor de búsqueda en una inteligencia artificial, una máquina al estilo de HAL que sea posible conectar directamente a nuestros cerebros. “El motor de búsqueda supremo es tan inteligente como las personas… o más—afirmó Page hace unos años en un discurso—. Para nosotros, trabajar en búsqueda es
una forma de trabajar en inteligencia artificial.”
En una entrevista concedida a Newsweek en 2004, Brin comentó: “No hay dudas de que si uno tuviera toda la información del mundo unida directamente al cerebro, o un cerebro artificial que fuera más listo que el propio, estaría uno mejor.” El año pasado Page dijo en una convención de científicos que Google “en realidad trata de construir una inteligencia artificial y de hacerlo en gran escala”.
Una ambición de este tipo es natural, incluso admirable, para un par de genios matemáticos con vastas cantidades de dinero a su disposición y un pequeño ejército de científicos de computación en su empleo. Google, una empresa fundamentalmente científica, está motivada por un deseo de usar la tecnología, en palabras de Eric Schmidt, “para solucionar problemas que nunca antes se han solucionado” y la inteligencia artificial es el problema más difícil que hay. ¿Por qué no habrían de ser Brin y Page quienes lo resolvieran? De todos modos, su suposición fácil de que estaríamos “mucho mejor” si una inteligencia artificial complementara, o incluso sustituyera, nuestros cerebros resulta inquietante. Ésta indica una creencia en que la inteligencia es producto de un proceso
mecánico, una serie de pasos discretos que es posible aislar, medir, optimizar. En el mundo de Google, el mundo en que entramos al entrar en línea, hay poco espacio para la falta de claridad de la contemplación. La ambigüedad no es una apertura para la visión, sino una falla que debe arreglarse. El cerebro humano es sólo una computadora anticuada que necesita un procesador más rápido y un disco duro mayor. La idea de que nuestras mentes deben operar como máquinas de procesamiento de datos de alta velocidad no sólo está incorporada al funcionamiento de Internet, sino que es
también el modelo comercial reinante de la red. Mientras con mayor rapidez naveguemos por la Red —mientras más enlaces podamos cliquear y más páginas veamos— más oportunidades ganan Google y otras empresas de recopilar información sobre nosotros y alimentarnos anuncios.
La mayoría de los propietarios de Internet comercial tienen interés financiero en recopilar los mendrugos de datos que dejamos atrás cuando revoloteamos de enlace en enlace… mientras más mendrugos, mejor. Lo último que desean estas empresas es fomentar la lectura pausada o el pensamiento concentrado, lento. Es interés económico suyo llevarnos a la distracción. Puede que yo sea sólo una persona que se preocupa más de lo debido. Del mismo modo que existe una tendencia a glorificar el avance tecnológico, existe una tendencia opuesta a esperar lo peor de todo instrumento o máquina nueva. En la Fedra de Platón, Sócrates se lamentaba del desarrollo de la escritura. Temía que, según las personas comenzaran a confiar en la palabra escrita como sustituto del
conocimiento que antes llevaban dentro de las cabezas, en palabras de uno de los personajes del diálogo, “dejaran de ejercitar su memoria y se hicieran olvidadizas”. Y como podrían “recibir una cantidad de información sin instrucción adecuada”, se les “considerara muy conocedores cuando la mayoría es bien ignorante”. Estarían “llenas de la presunción de sabiduría en lugar de verdadera sabiduría”. Sócrates no se equivocaba —la nueva tecnología muchas veces tuvo los efectos que temió—, pero fue miope. No podía prever las muchas formas en que la escritura y la lectura servirían para extender la información, estimular ideas nuevas y expandir el conocimiento (cuando no la sabiduría) humana. La llegada de la imprenta de Gutenberg en el siglo XV provocó otra ronda de rechinamiento de dientes. Al humanista italiano Hieronimo Squarciafico le preocupaba que a disponibilidad fácil de los libros condujera a pereza intelectual, haciendo a los hombres “menos estudiosos” y debilitando sus mentes. Otros aducían que los libros y publicaciones impresas baratas socavarían la autoridad religiosa, degradarían el trabajo de eruditos y escribas y extenderían la sedición y el libertinaje. Como observa el profesor de la Universidad de Nueva York Clay Shirky: “La mayoría de los argumentos que se opusieron a la imprenta fueron correctos, incluso proféticos.” Pero, de nuevo, los agoreros no fueron capaces de imaginar la miríada de bendiciones que brindaría la palabra impresa. De modo que sí, deben mostrarse escépticos hacia mi escepticismo. Puede que aquellos que descarten a quienes critican Internet por considerarlos luditas o nostalgistas tengan
la razón y de nuestras mentes hiperactivas, alimentadas de datos, surja una era dorada de descubrimiento intelectual y sabiduría universal. Pero, de nuevo, la Red no es el alfabeto y aunque pueda sustituir a la imprenta produce algo por completo diferente. El tipo de lectura profunda que promueve una secuencia de páginas impresas es valiosa no sólo por el conocimiento que adquirimos de las palabras del autor, sino por las vibraciones intelectuales que esas palabras desencadenan en nuestras propias mentes. En los espacios de calma abiertos por la lectura sostenida, sin distracción, de un libro o, si a eso vamos, por cualquier otro acto de contemplación, realizamos nuestras asociaciones, trazamos nuestras propias inferencias y analogías, promovemos nuestras propias ideas. La lectura profunda, como afirma Maryanne Wolf, es indistinguible del pensamiento profundo. Si perdemos esos espacios de quietud o los llenamos de “contenido”, sacrificaremos
algo importante no sólo de nuestro propio ser, sino de nuestra cultura. En un ensayo reciente, el dramaturgo Richard Foreman describió con elocuencia lo que está en juego: “Procedo de una tradición de cultura occidental en que el ideal (mi ideal) era la
estructura compleja, densa, como una catedral de la personalidad de alta educación y expresión, el hombre o mujer que llevaba dentro de sí una versión individualmente construida y singular del patrimonio completo de Occidente.[Pero ahora] veo dentro de todos nosotros (yo incluido) la sustitución de la compleja densidad interna por un nuevo tipo de ser que evoluciona bajo la presión de la sobrecarga de información y la tecnología de lo “instantáneamente disponible”.Según se nos drena de nuestro “repertorio interno de denso patrimonio cultural”, concluyó Foreman, nos arriesgamos a convertirnos en “gente tan extendida y fina como una crepa según nos conectamos con la vasta red de información a la que se accede tan sólo tocando un botón.”
Me persigue esa escena de 2001. Lo que la hace tan conmovedora, y tan extraña, es la respuesta emocional de la computadora al desmonte de su mente: su desesperación cuando se va oscureciendo un circuito tras otro, su súplica infantil al astronauta —“Lo estoy sintiendo. Lo estoy sintiendo. Tengo miedo”— y su reversión final a lo que sólo puede recibir el nombre de estado de inocencia. La emanación de sentimientos de HAL contrasta con la impasibilidad que caracteriza a las figuras humanas del film, que hacen lo que tienen que hacer con eficiencia casi robótica. Sus pensamientos y acciones parecen preparados de antemano, como si siguieran los pasos de un algoritmo.
En el mundo de 2001, las personas se han hecho tan similares a máquinas que el carácter más humano resulta ser la máquina. Esa es la esencia de la oscura profecía de Kubrick: según confiemos en las computadoras para mediar nuestra comprensión del mundo es nuestra propia inteligencia la que se aplana hasta convertirse en inteligencia artificial.



---------------------------------------


El libro más reciente de Nicholas Carr, The Big Switch: Rewiring the World, from



Edison to Google, se publicó en el año 2008.




Notas:




1.- Hyperlink (hiperenlace, hipervínculo, nexo) Puntero existente en un documento

hipertexto que apunta (enlaza) a otro documento que puede ser o no otro documento

hipertexto. [Fuente: RFCALVO]

2.- Instituto Tecnológico de Massachussets.

3.- Search engine (motor de búsqueda, buscador, indexador de información) Servicio WWW que permite al usuario acceder a información sobre un tema determinado contenida en un servidor de información Internet (WWW, FTP, Gopher, Usenet,Newsgroups...) a través de palabras de búsqueda introducidas por él. Los más conocidos  son Yahoo, WebCrawler, Lycos, Altavista, DejaNews... En España empiezan a existir indexadores en lengua castellana, con nombres tan castizos como Ole y Ozú. [Fuente: RFCALVO].





LIBRO COMPLETO pdf ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?'

SUPERFICIALE

biblio3.url.edu.gt/Libros/2014/Superficiales-Carr-2010.pdf

Un mundo distraído

La tercera parte de la población mundial ya es 'internauta'. La revolución digital crece veloz. Uno de sus grandes pensadores, Nicholas Carr, da claves de su existencia en el libro 'Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?' El experto advierte de que se "está erosionando la capacidad de controlar nuestros pensamientos y de pensar de forma autónoma".


El correo electrónico parpadea con un mensaje inquietante: "Twitter te echa de menos. ¿No tienes curiosidad por saber las muchas cosas que te estás perdiendo? ¡Vuelve!". Ocurre cuando uno deja de entrar asiduamente en la red social: es una anomalía, no cumplir con la norma no escrita de ser un voraz consumidor de twitters hace saltar las alarmas de la empresa, que en su intento por parecer más y más humana, como la mayoría de las herramientas que pueblan nuestra vida digital, nos habla con una cercanía y una calidez que solo puede o enamorarte o indignarte. Nicholas Carr se ríe al escuchar la preocupación de la periodista ante la llegada de este mensaje a su buzón de correo. "Yo no he parado de recibirlos desde el día que suspendí mis cuentas en Facebook y Twitter. No me salí de estas redes sociales porque no me interesen. Al contrario, creo que son muy prácticas, incluso fascinantes, pero precisamente porque su esencia son los micromensajes lanzados sin pausa, su capacidad de distracción es enorme". Y esa distracción constante a la que nos somete nuestra existencia digital, y que según Carr es inherente a las nuevas tecnologías, es sobre la que este autor que fue director del Harvard Business Review y que escribe sobre tecnología desde hace casi dos décadas nos alerta en su tercer libro,Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?(Taurus).

David Foster Wallace - Borges en el diván

Las biografías literarias presentan una paradoja desafortunada. La mayoría de los lectores que se interesan por la biografía de un es...