sábado, 25 de abril de 2020

Luis Buñuel. La forja de un cineasta universal Ian Gibson


Agradecimientos
    Este libro está en deuda con muchísimas personas consultadas no solo a lo largo de los siete años de su elaboración sino en relación con mis trabajos previos sobre Lorca y Dalí, donde, con frecuencia, era cuestión también de Luis Buñuel.
    Tengo muy presente, en primerísimo lugar, a José (Pepín) Bello, sin cuyos recuerdos y archivo, generosamente disponibles, mi tarea habría sido imposible. Haberle conocido es una de mis mayores alegrías de biógrafo. Su risa me suena aún en el oído, así como la de su amiga María Luisa González, en sus tiempos alegre cofrade, como él, de la hoy mítica Orden de Toledo. Que conste cuánto le debo.
    Merece un agradecimiento muy especial Juan Luis Buñuel, siempre atento, desde París, a mis preguntas acerca de diversos aspectos de la vida y obra de su padre. Su hermano Rafael me ha regalado, por su parte, horas muy placenteras durante sus visitas a Madrid. Con ambos compartí días inolvidables en Calanda, disfrutando de la multitudinaria efemérides tamboril de Semana Santa que tanto le entusiasmaba al autor de sus días. Les agradezco su apoyo y, además, el permiso para reproducir fotografías procedentes del álbum familiar y citas de la obra literaria paterna.
    A Pedro Christian García Buñuel, hijo de Concha, la hermana más «surrealista» de Luis, le conocí cuando, por desgracia, le quedaba poco tiempo. Entre nosotros surgió una amistad tan breve como intensa, que no olvidaré nunca, como tampoco los muchos favores suyos, entre ellos el envío casi semanal —desde su enhiesta atalaya zaragozana en la Avenida de Isabel la Católica— de sobres atestados de papeles y recortes relativos a su tío.
    Leonardo García Buñuel, su hermano, fue una cantera inagotable de información (y de buen humor) durante nuestros demasiado escasos encuentros por tierras aragonesas, y en sus emails desde Estados Unidos. Era difícil, escuchándole y leyéndole, no imaginar las bulliciosas sesiones que al realizador le encantaba disfrutar con sus amigos de verdad.
    Todavía con la familia, me echó una mano en numerosas ocasiones Alfonso de Lucas Buñuel (hijo de otra hermana del cineasta, Margarita). Recuerdo con especial regocijo nuestra indagación conjunta sobre el insólito farmacéutico calandino Joaquín Buñuel González, hermano del padre de Luis e inventor de una medicina peregrina, Salva-vidas de la Infancia , que se proclamaba, en 1884, «superior a todos los de su género, para combatir los accidentes de la dentición de los niños».
    Y es que los Buñuel, todos ellos, han sido muy especiales.
    Otro pariente, esta vez del lado de la madre, me prestó su bondadosa colaboración: Manuel Bonilla Sauras, quien, en Huesca, me habló largo y tendido acerca del numeroso clan Sauras de Calanda y Zaragoza, varios de ellos compañeros del joven Buñuel, y me regaló un ejemplar de la valiosa recolección, por Jorge Celma Carreras, de artículos de los corresponsales del Heraldo de Aragón en Calanda y pueblos cercanos, entre ellos los de su abuelo Segismundo Sauras.
    En la Filmoteca Española Javier Herrera, que hasta mediados del año que corre dirigía el Archivo Buñuel, que para él no tiene secretos, fue mi imprescindible vademécum. Al margen de sus múltiples y valiosos trabajos sobre el cineasta, básicos para mi tarea, poder consultarle en cualquier momento del día o de la noche, seguro de recibir la respuesta adecuada, fue un alivio y un privilegio. Desde aquí le transmito el más sincero de los agradecimientos.
    Aprovecho, hablando de la Filmoteca Española, para hacer constar las muchas atenciones recibidas del resto del personal de la casa. Lo mismo digo de la Hemeroteca Municipal de Madrid y de la de Zaragoza, del archivo de la Residencia de Estudiantes (Miguel Jiménez y Alfredo Valverde), del Centro Buñuel de Calanda y de la Biblioteca Nacional de España (cuya fabulosa Hemeroteca Digital hizo posible llevar a cabo búsquedas antes muy complicadas, y cuyo servicio de Préstamos Interbibliotecarios, en la persona de José Manuel Luna, me sacó de más de un apuro). También fui eficazmente atendido, a distancia, por la Filmoteca de Catalunya.
    Es acreedor a mi más vivo reconocimiento Javier Espada, director del Centro Buñuel de Calanda, por múltiples sugerencias y favores, entre estos el haberme llevado un día a conocer la Masada del Vicario, de todas las fincas del patriarca Leonardo Buñuel quizás la que más amaba su primogénito.
    De lo que les debo al llorado Rafael Santos Torroella y a su viuda Maite Bermejo, así como a Agustín Sánchez Vidal, Román Gubern y Paul Hammond queda constancia en mi introducción.
    A la lista de los beneméritos es un placer añadir los nombres de Inma Hernández Baena, archivera de la Casa-Museo Federico García Lorca en Fuente Vaqueros; de mis amigos David y Elizabeth Challen; de Francisco de Asís Navarro Serrad, calandino de pro y tozudo perseguidor de documentación local necesaria para mi trabajo (nunca olvido nuestra visita al cercano —aunque difícil de localizar— «Desierto» carmelita, ni el trance que casi acabó allí con mi investigación); de Vicente Martínez Tejero, que me guio por rincones zaragozanos y me suministró mucha información útil sobre la ciudad; de Andrés Álvarez Gracia, que me consiguió, también en la capital aragonesa, valiosas fotocopias de padrones y documentación sobre las propiedades de Leonardo Buñuel, además de hacerme el inestimable regalo del dibujo de Alfonso Buñuel, debido al artista Javier Ciria, que se reproduce en este libro.
    Mi amiga Mary McAleese, ex presidenta de la República de Irlanda, llevó a cabo en Roma, a instancias mías y secundada por el padre Dermod McCarthy y Monsignor Charles Burns, una eficaz pesquisa acerca del fragmento de documental sobre el Vaticano utilizado por Buñuel y Dalí en L’Âge d’or . Le doy mis más efusivas gracias.
    El gran hispanista francés Robert Marrast consultó de mi parte en la Bibliothèque Nationale de Francia la revista Feuilles Volantes . Desde aquí mi gratitud.

    Eutimio Martín, amigo de tantas décadas, fue mi ojo vigilante en el país vecino y nunca se cansó de enviarme recortes y noticias. Sabe cuánto le debo.
    Amparo Martínez Herranz, comisaria de la exposición en Zaragoza sobre Un perro andaluz , estuvo muy generosa a la hora de mandarme sus valiosos libros sobre el cine en la capital aragonesa, además de copias de películas «surrealistas» de difícil consecución.
    No olvido, por supuesto, al equipo de la Agencia Literaria Ute Körner, en Barcelona, sobre todo a Guenny Rodewald, cuyos esfuerzos a favor de mi tarea, en la triste ausencia de Ute, fueron incansables. Mi agradecimiento también a Sandra Rodericks y a Rosa Cuesta.
    Pablo Álvarez y Rosa Pérez Alcalde, en Aguilar, siempre creyeron en este libro y les agradezco haber sabido comprender la imposibilidad de llevar a cabo el proyecto original de biografía «completa», circunstancia aludida en mi introducción. También estoy en deuda con Juan González Álvaro y Ana Lozano González.
    No puedo pormenorizar lo que les debo a las siguientes personas, a quienes, en su conjunto, les expreso mi sentida gratitud, pidiendo perdón por las omisiones no intencionadas:
    Bernard Adams, Luis Alegre, Andrés Aguayo, Mariano Amada Cinto, Luis Arbeloa, S. J., Óscar Arce, Luis Artero, Asunción Balaguer, Alfredo Baratas Díaz, Enrique Barón, Juan Jesús Bastera Monserrat, S. J., Antonio Bayona de la Llana y Julián Gómez Rodríguez (Archivo Pilar Bayona), Alan Bestford, José Borrás, Rafael Borràs Betriu, Enrique Camacho, Juan Caño Areche, Alfredo Castellón, Eduardo Castro, Luis Castro, Fernando Castro Cardús, Luciano Castillo, Miguel y Carola Condé, Mario Crespo López, Juan Cruz Ruiz, William Chislett, Michael Dibb, Manuel Domínguez Cascajero y Avelina Sánchez Delgado (Librería Gulliver, Madrid), Eduardo Ducay, Cheli Durán, Escuela Técnica Superior de Ingenieros Agrónomos (Jesús Vázquez Minguela, Juan García Jiménez, Marina Rodríguez), Guillermo Fatás Cabeza, Víctor Fernández Puertas, Lorenzo Fernández Fau, Antonio Gálvez, María García Barquero (Filmoteca Española), Jesús García de Dueñas, María González-Calimano (Filmoteca Canaria), Jesús González Requena, Sònia Hernández Hernández, Ascensión Hernández Martínez, Miquel Horta, Rafael Inglada, Julie Jones, Víctor Lahuerta, Carlos Lombas, Charo López, Marisa López, Ernesto López Navieras, Carmen López del Piñero (MNCARS), Margarita Lozano, Joan Lloret, Manuel Magdaleno Peña, Antonio Majado (MNCARS), Javier Martín-Domínguez, Juan Antonio Masoliver Ródenas, Pablo Mateos Sabel, Alicia Mederos, Rito Melchior, José Luis Melero, Asier Mensuro, José Ignacio Micolau, Francisco Javier Millán, César Miravete, Ángela Molina, Manuel Navarro, Antonio Olivares, Víctor Orcástegui, Fernando Orgambides, Pedro Páramo, Víctor Pardo Lancina, Carmen Peña Ardid, Juan Pérez de Ayala, Luis Pérez Turrau, Silvia Pinal, Paul Preston, Pablo Roda, Manuel Rodríguez Mateos, José Manuel Royo, Manuel Royo, Juan Ramón Royo, Emilio Ruiz Barrachina, José Antonio Ruiz Llop, Andrés Ruiz Tarazona, Alicia Salvador, Conchita San Miguel, José María Sánchez Hoyos, Jaime Siles, Michael Stoker, Salvador Serrano, Emilio Silva, Andrés Soria Olmedo, Lorna Swift, Genaro Talens, Luis Torres, María Trayter, Rafael Utrera, Julián Vadillo Muñoz, Miguel del Valle-Inclán, Ángeles Vian.
    Finalmente, este libro no existiría sin el apoyo constante, la valentía, la pericia crítica, la paciencia y el esmero como «copy editor» de mi mujer, Carole Elliott. A ella, como es de justicia, va dedicado. También a Pedro Christian García Buñuel, que tanto me animó y a quien tanto le echo en falta.

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