martes, 28 de abril de 2020

Por qué la gente cree en las teorías de la conspiración, y cómo conseguir que cambie de opinión



Mark Lorch
Por qué la gente cree en las teorías de la conspiración,
y cómo conseguir que cambie de opinión
Los hechos y los argumentos racionales no son muy eficaces a la hora de alterar
las creencias de la gente
(Traducción de News Clips).
(El País, 27 de agosto de 2017).

El aterrizaje en la Luna es uno de los hechos históricos más discutidos
por los 'conspiranoicos'. WIKIMEDIA Getty-Quality.

Iba yo sentado en el tren cuando un grupo de hinchas del fútbol entró en tropel.
Acababan de salir del partido ‒era evidente que su equipo había ganado‒ y ocuparon
los asientos libres que había a mi alrededor. Uno de ellos cogió un periódico que
alguien había dejado y empezó a soltar risitas burlonas mientras leía los últimos
"hechos alternativos" difundidos por Donald Trump.
Los demás se apresuraron a contribuir con sus ideas acerca de la afición del
presidente a las teorías de la conspiración. La conversación no tardó en poner rumbo
a otras conspiraciones y yo disfruté escuchando disimuladamente mientras el grupo se
mofaba sin piedad de los seguidores de la teoría de la tierra plana y de la última idea
de Gwineth Paltrow, y remedaba los chistes en Internet sobre las estelas químicas.
Entonces se produjo una pausa y uno de ellos aprovechó la oportunidad para hacer la
siguiente aportación: "Vale que todo este rollo son chorradas, pero no iréis a decirme
que te puedes fiar de las ideas con las que nos llenan la cabeza normalmente. Por
ejemplo, los alunizajes. Está claro que los simularon, y encima bastante mal. El otro
día leí un blog que decía que nos fijásemos en que ni siquiera había estrellas en
ninguna de las imágenes".
Para mi sorpresa, el grupo se le sumó añadiendo más "pruebas" que reforzaban que el
alunizaje había sido un fraude: las extrañas sombras de las fotografías, la bandera que
ondea cuando en la Luna no hay atmósfera, y cómo pudieron grabar a Neil Armstrong
poniendo el pie en la superficie si no había nadie para sostener la cámara.
Hacía un minuto parecían personas racionales capaces de valorar las pruebas y de
llegar a una conclusión lógica, pero luego las cosas dieron un giro hacia el terreno del
absurdo, así que inspiré profundamente y decidí intervenir: "La verdad es que todo
esto tiene una explicación sencilla..."
Los hinchas se volvieron hacia mí, estupefactos ante el hecho de que un extraño
osase meter baza en su conversación. Yo proseguí sin dejarme intimidar,
bombardeándolos con una lluvia de hechos y explicaciones racionales.
"La bandera no ondeaba al viento, solo se movía mientras Buzz Aldrin la plantaba. Las
fotos se hicieron durante el día lunar y, como es obvio, de día no se puede ver las
estrellas. Las sombras son raras debido a los objetivos ultra gran angular que
utilizaron, que distorsionaban las imágenes. Y nadie filmó a Neil bajando por la
escalerilla; había una cámara montada en el exterior del módulo lunar que lo grabó
dando ese paso de gigante. Si esto no es suficiente, la prueba irrefutable definitiva se
encuentra en las fotografías de los puntos de alunizaje hechas por el Orbitador de
Reconocimiento Lunar, en las que se puede ver claramente las huellas que dejaron los
astronautas al recorrer la superficie".
"Ahí queda eso", me dije a mí mismo.
Pero, al parecer, mis oyentes distaban mucho de estar convencidos. Se pusieron
como unas fieras contra mí haciendo afirmaciones cada vez más absurdas. Según 
ellos, Stanley Kubrick lo había filmado todo, miembros clave del equipo habían muerto
en misteriosas circunstancias, y así sucesivamente.
El tren se detuvo en una estación. No era la mía, pero de todas maneras aproveché
para largarme. Abochornado, al tiempo que prestaba atención al hueco entre al vagón
y el andén me preguntaba por qué mis hechos habían sido tan estrepitosamente
inútiles para hacerlos cambiar de opinión.
La respuesta sencilla es que, en realidad, los hechos y los argumentos racionales no
son muy eficaces a la hora de alterar las creencias de la gente. Esto se debe a que
nuestro cerebro racional está equipado con unos mecanismos neurológicos evolutivos
no demasiado avanzados. Una de las causas por la que las teorías de la conspiración
surgen periódicamente es nuestro deseo de imponer una estructura al mundo y
nuestra increíble capacidad para reconocer pautas. De hecho, un reciente estudio ha
mostrado que existe una correlación entre la necesidad individual de estructura y la
tendencia a creer en las teorías de la conspiración.
Por ejemplo, tomemos la siguiente secuencia: 0 0 1 1 0 0 1 0 0 1 0 0 1 1. ¿Ve alguna
pauta en ella? Posiblemente sí. Y usted no es el único. Un rápido sondeo en Twitter
(que reproducía un estudio mucho más riguroso) indicó que el 56% de las personas
coincidían con usted, aunque la secuencia la había generado yo lanzando una
moneda al aire.
Por lo que parece, nuestra necesidad de estructura y nuestra capacidad de reconocer
pautas son más bien hiperactivas, lo cual origina una inclinación a reconocer patrones
‒como las constelaciones, las nubes que parecen perros y las vacunas que provocan
autismo‒ donde en realidad no los hay.
La capacidad de reconocer pautas debió de ser una cualidad útil para la supervivencia
de nuestros ancestros. Mejor equivocarse al distinguir los indicios de un depredador
que pasar por alto a un gran felino hambriento de verdad. Sin embargo, si trasladamos
automáticamente esa tendencia a nuestro mundo con su abundancia de información,
veremos relaciones causa efecto inexistentes ‒teorías de la conspiración‒ por todas
partes.
La presión de nuestros semejantes
Otro motivo por el cual somos tan propensos a creer en las teorías de la conspiración
es que somos animales sociales, y es mucho más importante (desde un punto de vista
evolutivo) nuestra posición en la sociedad que estar en lo cierto. En consecuencia,
comparamos constantemente nuestras acciones y nuestras creencias con las de
nuestros semejantes, y luego las cambiamos para que se ajusten a ellas. Esto
significa que si nuestro grupo social cree algo, es más probable que sigamos al
rebaño.
Este efecto de la influencia social en el comportamiento tuvo una bonita demostración,
allá por 1961, en el experimento de la esquina que llevó a cabo el psicólogo social
estadounidense Stanely Milgram (más conocido por su trabajo sobre la obediencia a
las figuras de autoridad) junto con sus compañeros. El experimento era lo bastante
sencillo (y divertido) como para que usted pueda reproducirlo. Elija una esquina
concurrida y mire al cielo durante 60 segundos.
Lo más probable es que muy poca gente se pare y compruebe qué está mirando.
Milgram vio que, en estas condiciones, se añadía alrededor del 4% de los viandantes.
Luego haga que unos cuantos amigos le acompañen en sus elevadas observaciones.
A medida que el grupo aumente, cada vez más extraños se pararán y mirarán hacia
arriba. Cuando el grupo haya alcanzado los 15 observadores celestes, alrededor del
40% de los transeúntes se habrán detenido y habrán estirado el cuello junto con
ustedes. Seguramente habrá visto cómo funciona ese mismo efecto en los mercados, 
en los que se habrá sentido atraído hacia el puesto a cuyo alrededor había una
multitud.
El principio se aplica con la misma potencia a las ideas. Cuanta más gente crea en
una información, más probable será que la aceptemos como verdadera. Y así, si
estamos excesivamente expuestos a determinada idea a través de nuestro grupo
social, esta se convierte en parte de nuestra visión del mundo. En suma, la
demostración social es una técnica de persuasión mucho más eficaz que la
demostración basada puramente en las pruebas, lo cual explica, como es lógico, por
qué esta clase de demostración es tan apreciada en publicidad ("el 80% de las mamás
lo cree así").
La demostración social no es más que una de las muchas falacias lógicas que también
hacen que ignoremos las pruebas. Un tema relacionado con ella es el omnipresente
sesgo de confirmación, o la tendencia por la cual la gente busca y se cree los datos
que apoyan su punto de vista, mientras que descarta los que no lo hacen. Todos lo
sufrimos. Basta con que piense en la última vez que escuchó o vio un debate en la
radio o en la televisión ¿Hasta qué punto le pareció convincente el argumento que iba
en contra de su visión de las cosas en comparación con el que coincidía con ella?
Lo más probable es que, fuese cual fuese la racionalidad de ambas partes, usted
desestimase en gran medida los argumentos de la oposición mientras aplaudía los
que concordaban con los suyos. El sesgo de confirmación se manifiesta también como
una tendencia a seleccionar la información de fuentes que ya están de acuerdo con
nuestros puntos de vista (lo cual es probable que tenga igualmente su origen en el
grupo con el que nos relacionamos). Por consiguiente, seguramente sus ideas
políticas dictan sus canales de noticias favoritos.
Por supuesto, existe un sistema de creencias que identifica las falacias lógicas tales
como el sesgo de confirmación e intenta subsanarlas. Mediante la repetición de las
observaciones, la ciencia convierte las anécdotas en datos, reduce el sesgo de
confirmación y acepta que las teorías se pueden actualizar a la vista de las pruebas.
Esto significa que la ciencia está abierta a corregir sus textos fundamentales. No
obstante, el sesgo de confirmación nos contamina a todos. Como es bien conocido, el
famoso físico Richard Feynman describió un ejemplo procedente de uno de los más
rigurosos campos de la ciencia: la física de partículas.
"Millikan midió la carga de un electrón mediante un experimento con gotas de aceite
que caían y obtuvo una respuesta que ahora sabemos que no era del todo correcta.
La causa de la ligera inexactitud era que su valor de la viscosidad del aire era erróneo.
Es interesante examinar la historia de las mediciones de la carga del electrón después
de Millikan. Si las representamos en un gráfico como una función del tiempo, veremos
que una es un poco mayor que la de Millikan, la siguiente un poco mayor que la
anterior, y lo mismo ocurre con la que viene después, hasta que, al final, se estabilizan
en una cifra más alta.
"¿Por qué no descubrieron enseguida que la nueva cifra era más alta? Los científicos
se avergüenzan de esta historia porque es evidente que se hicieron cosas como esta:
cuando obtenían una cifra que estaba por encima de la de Millikan, pensaban que
tenía que haber algún error y buscaban y encontraban alguna razón para ello. Cuando
obtenían una cifra más parecida al valor de Millikan, no se fijaban tanto".
Contratiempos al desmontar los mitos
Uno puede sentirse tentado a seguir el ejemplo de los medios de comunicación más
populares y plantar cara a los falsos juicios y a las teorías de la conspiración mediante
la estrategia consistente en desmontar los mitos. Hacer referencia al mito al mismo
tiempo que a la realidad parece una buena manera de confrontar los hechos con las
afirmaciones falsas de manera que emerja la verdad. Pero una vez más, resulta que 
este planteamiento es equivocado, ya que al parecer da lugar a lo que se conoce
como efecto contraproducente, por el cual acabamos por acordarnos más del mito que
del hecho.
Uno de los ejemplos más notables se observó en un estudio que evaluaba un folleto
sobre "mitos y hechos" relacionados con las vacunas contra la gripe. Nada más leerlo,
los participantes recordaban con precisión los hechos como hechos y los mitos como
mitos. Pero, al cabo de solo 30 minutos, las cosas habían dado un vuelco en su mente
y los mitos se recordaban con mucha más frecuencia como "hechos".
Esto hace pensar que la mera mención del mito contribuye en la práctica a reforzarlo.
Después, a medida que pasa el tiempo, uno olvida el contexto en el cual oyó hablar de
él ‒en este caso, un ejercicio de desmitificación‒ y solamente le queda el recuerdo del
propio mito.
Para colmo de males, ofrecer información rectificadora a un grupo con creencias
firmes puede acabar por reforzar sus opiniones a pesar de que los nuevos datos las
desautoricen. Las nuevas pruebas generan contradicciones en nuestras creencias, y
con ello, nos producen un malestar emocional. Sin embargo, en vez de modificar
nuestras ideas, solemos tratar de justificarnos y desarrollar una antipatía todavía
mayor por las teorías que se nos oponen, lo cual puede hacer que nos obcequemos
más en nuestras opiniones. Es lo que se conoce como el "efecto bumerán", que
constituye un enorme problema a la hora de intentar dar un empujoncito a la gente
para que mejore su manera de proceder.
Por ejemplo, los estudios han demostrado que los mensajes informativos dirigidos a
reducir el consumo de tabaco, alcohol y drogas han tenido el efecto contrario.
Haga amigos
Entonces, si no podemos servirnos de los datos, ¿cómo podemos conseguir que la
gente deseche sus teorías de la conspiración u otras ideas irracionales?
Es probable que la alfabetización científica sea de ayuda a largo plazo. Con ello no me
refiero a la familiaridad con los hechos, las cifras y las técnicas científicas. Más bien lo
que hace falta es conocer el método científico, como el pensamiento analítico. Y,
efectivamente, los estudios muestran que el rechazo a las teorías de la conspiración
está relacionado con el predominio de este último. La mayoría de la gente nunca se
dedicará a la ciencia, pero nos topamos con ella y la utilizamos a diario, así que la
ciudadanía tiene que tener la capacidad necesaria para evaluar críticamente las
afirmaciones científicas.
Por supuesto, cambiar los planes de estudios de un país no sería muy útil para una
discusión como la que tuve en el tren. Con el fin de lograr una estrategia más
inmediata es importante darse cuenta de que formar parte de una tribu ayuda
muchísimo. Antes de empezar a predicar el mensaje, busque una base común.
Al mismo tiempo, para evitar el efecto contraproducente, prescinda de los mitos. Ni
siquiera los mencione ni admita su existencia. Limítese a los puntos fundamentales.
Las vacunas son seguras y reducen la posibilidad de contraer la gripe en un 50% o
60%. Punto. No haga referencia a las ideas erróneas, ya que suelen ser más fáciles
de recordar.
Tampoco encolerice a sus detractores desafiando su visión del mundo. Ofrézcales
más bien explicaciones que estén en armonía con sus creencias previas. Por ejemplo,
es mucho más probable que los conservadores que niegan el cambio climático
cambien de opinión si también se les exponen las oportunidades de negocio
favorables al medio ambiente.
Otra idea. Utilice historias para transmitir lo que quiera decir. Los relatos atrapan a la
gente con mucha más fuerza que los diálogos argumentativos o descriptivos. Las 
historias enlazan la causa con el efecto, de manera que las conclusiones que usted
quiere mostrar parecen casi inevitables.
Con todo esto no quiero decir que los hechos y el consenso científico no tengan
importancia. La tienen, y es crucial. Pero ser conscientes de las deficiencias de
nuestro pensamiento nos permite exponer lo que nos interesa de una manera mucho
más convincente.
Es fundamental desafiar al dogma, pero en vez de conectar puntos inconexos e
inventar una teoría de la conspiración, lo que tenemos que hacer es exigir las pruebas
a los responsables políticos. Debemos pedir los datos que pueden apoyar una
creencia y buscar la información que la ponga a prueba. Parte de este proceso implica
el reconocimiento de nuestros propios instintos sesgados, nuestras limitaciones y
nuestras falacias lógicas.
Por tanto, ¿cómo se podría haber desarrollado mi conversación en el tren si hubiese
hecho caso de mi propio consejo? Retrocedamos al momento en el que señalé que las
cosas daban un giro hacia el terreno del absurdo. Esta vez, inspiro profundamente e
intervengo:
"¡Qué buen resultado el del partido, ¿eh?! ¡Lástima que no pudiese conseguir una
entrada!"
Al momento nos vemos enfrascados en una conversación sobre las posibilidades del
equipo esta temporada. Al cabo de unos minutos de charla, cambio de tema y saco a
colación la teoría de la conspiración sobre los alunizajes. "Por cierto, estaba pensando
en lo que acabas de decir sobre la llegada a la Luna ¿No había algunas fotos en las
que se veía el Sol?"
Él asiente.
"Eso significa que en la Luna era de día, así que, igual que en la Tierra, ¿te parece
que se verían las estrellas?"
"Pues supongo que no. No lo había pensado. A lo mejor el blog no tenía razón en
todo".
__________________
Mark Lorch es catedrático de Química y Ciencias de la Comunicación de la Universidad de
Hull.
Claúsula de divulgación:
Mark Lorch no trabaja para ninguna empresa u organización que pueda beneficiarse de este
artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación. Tampoco declara
otras vinculaciones relevantes aparte del cargo académico mencionado.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en la web The Conversation

http://www.pensamientocritico.org/primera-epoca/marlor1017.pdf

No hay comentarios:

Publicar un comentario

David Foster Wallace - Borges en el diván

Las biografías literarias presentan una paradoja desafortunada. La mayoría de los lectores que se interesan por la biografía de un es...