sábado, 4 de abril de 2020

LA DESTRUCCIÓN DEL CORÁN EN LA ESPAÑA DE LA RECONQUISTA


    Un rumor suele ser una verdad dilatada. Al menos eso comprobaron, con fascinación al principio y estupor al final, los habitantes moros de la exuberante Granada, un día de enero o febrero de 1500. Todo comenzó con los gritos de los ancianos y de las mujeres, pero el alboroto se extendió y una multitud encolerizada se concentró en las calles, porque se decía que un austero sacerdote llamado Francisco Jiménez de Cisneros [316] había dado una orden que suponía, de un modo radical la integración de una nueva cultura y la eliminación de otra. La confusión era enorme, pues ese mismo hombre no había dejado de causar problemas en su anhelo de convertir a los infieles.
    De casa en casa, sacerdotes y soldados confiscaban libros y, entre golpes y cuchicheos, advertían que había llegado la hora de quemar un antiguo libro sagrado, el Corán, uno de los atributos del dios de los herejes. Como es obvio, la reacción de los creyentes musulmanes no se hizo esperar, aunque los disturbios fueron controlados por las tropas españolas que habían tomado la ciudad en 1492, después de diez largos años de sitio. Hubo quien enterró sus ejemplares, pero la pesquisa fue minuciosa y logró dar con más de cinco mil libros [317] . Los reyes vencedores, los grandes héroes de la reconquista del reino de España, Fernando e Isabel, apodados Católicos, autorizaron esa quema porque eran conscientes de que vivían años decisivos. Cisneros, el astuto confesor de la reina, les había señalado cómo la tolerancia podía ser peligrosa en una ciudad donde los textos musulmanes se leían en secreto. No bastaba con proclamar la unidad de todo un pueblo, no bastaba con vencer a los moros,no bastaba con imponer una nueva fe: era necesario propiciar acciones para borrar una fe distinta, una concepción del mundo resumida en la visión de un hombre llamado Mahoma, y en un libro con el poder de convocar a los enemigos en cualquier nueva ocasión.

    Cisneros era un hombre insobornable. Nacido en 1436, en Torrelaguna, provenía de familia pobre, pero compensó ese origen social con los estudios realizados en Salamanca y Roma. Su carrera eclesiástica comenzó de una manera bastante anormal: en la cárcel. El arzobispo de Toledo, conocedor de las intrigas de Cisneros en Roma, no aceptó los términos de la carta con la que el papa Paulo II lo recomendaba para el cargo de arcipreste de Uceda y, ante la insistencia grosera de Cisneros, lo hizo detener. Pasó varios años encerrado, olvidado, apegado a la lectura de la Biblia. Víctima del miedo, se hizo franciscano y cambió su nombre de pila, Gonzalo, y se autodenominó Francisco. Estaba decepcionado del mundo, nada le interesaba, y pasó casi diez años en varios conventos, hasta que la recomendación de un amigo suyo lo convirtió en arzobispo de Toledo en 1495 y en confesor de la reina. Cualquiera que conozca la vida de Isabel, puede entender casi de inmediato por qué Jiménez de Cisneros adquirió un poder absoluto sobre ella. Esto explica, además, la razón de su indiferencia ante los ejemplares existentes del Corán. Su estrategia consistía en amedrentar a todos los seguidores de la fe musulmana, ya vivieran en Granada, en África o en el resto del mundo.
    Hay varias narraciones de testigos sobre las destrucciones de los libros en Granada, pero conviene revisar con atención el informe preparado por uno de los mejores amigos de Cisneros: Para desarraigarles del todo de la sobredicha su perversa y mala secta, les mandó a los dichos alfaquís tomar todos sus alcoranes y todos los otros libros particulares, cuantos se pudieron haber, los cuales fueron más de 4 o 5 mil volúmenes, entre grandes y pequeños, y hacer muy grandes fuegos y quemarlos todos; en que había entre ellos infinitos que las encuadernaciones que tenían de plata y otras cosas moriscas, puestas en ellos, valían 8 y 10 ducados, y otros de allí abajo. Y aunque algunos hacían mancilla para tomar y aprovecharse de los pergaminos y papel y encuadernaciones, su señoría reverendísima mandó expresamente que no se tomase ni ninguno lo hiciese. Y así se quemaron todos, sin quedar memoria, como dicho es, excepto los libros de medicina, que había muchos y se hallaron, que éstos mandó que se quedasen; de los cuales su señoría mandó traer bien 30 o 40 volúmenes de libros, y están hoy en día puestos en la librería de su insigne colegio y universidad de Alcalá, y otros muchos añafiles y trompeticas que están en la su iglesia de San Ildefonso, puestos, en memoria, donde su señoría reverendísima está sepultado […]. [318]
    Uno de los mejores discípulos de Cisneros fue Alvar Gómez de Castro, quien escribió la biografía oficial de su maestro en latín. Lo sorprendente es la forma como confirma la quema y la purga religiosa:
    Alegre por el éxito Jiménez y estimando que debía aprovecharse una ocasión tan favorable, y extirpar radicalmente de sus almas todo el error mahometano, no se detenía ante el parecer de quienes juzgaban más prudente ir quitando poco a poco una costumbre inveterada; pues pensaba que este método era aplicable en asuntos de poca importancia, y en los que no se ventile la salvación de las almas. Así que, con facilidad, sin dar un decreto y sin coacción, logró que los Alfaquíes, dispuestos en aquella época a hacer todo tipo de favores, sacasen a la calle los ejemplares del Corán, es decir, el libro más importante de su superstición, y todos los libros de la impiedad mahometana, de cualquier autor y calidad que fuesen. Se reunieron cerca de cinco mil volúmenes, adornados con los palos de enrollar; los cuales eran también de plata y oro, sin contar su admirable labor artística. Estos volúmenes cautivaban ojos y ánimos de los espectadores. Pidieron a Jiménez que les regalase muchos de ellos; pero a nadie se le concedió nada. En una hoguera pública fueron quemados todos los volúmenes juntos, a excepción de algunos libros de Medicina, a la que aquella raza fue siempre y con gran provecho muy aficionada. Tales libros, librados de la quema por el mérito de arte tan saludable, se conservan actualmente en la biblioteca de Alcalá. Hasta este momento había marchado realmente sobre ruedas el programa de nuestro Obispo […]. [319]
    Con esta quema, Cisneros realizó el primer auto de fe de la religión católica en Europa. Los estudiosos insisten en que la destrucción no se limitó al Corán, sino también a tratados religiosos y poéticos de los sufíes. En efecto, Granada había atraído a decenas de místicos sufíes, y sus poemas, que constituían un capítulo aparte en la literatura de los árabes, fueron arrasados. Al menos la mitad de la literatura sufí quedó devastada por los cristianos. Aun así, los reyes estimaron que su orden no se había cumplido íntegramente. Un ambiguo documento del año 1511 prueba que el propio rey Fernando quedó insatisfecho porque se salvaron «los libros de medicina e filosofía e crónicas» [320] . Y esa decepción propició que la destrucción de obras de la cultura árabe continuara en toda España. La llamada Mora de Úbeda, por ejemplo, comentó que un precioso manuscrito musulmán fue destruido para convertirlo en «papeles de niño» [321] .Cisneros ganó por esta acción un prestigio sin precedentes que, en su época y aún muchos siglos después, legitimó su condición de biblioclasta. Pero se distinguió en otras tareas, las cuales también le granjearon el temor y la distraída admiración de quienes lo rodearon. Impuso el celibato clerical, aconsejó a los reyes la expulsión de todos los judíos y torturó a miles de personas para convencerlas de las bondades de la fe de Cristo. Castraba, azotaba, desmembraba y quemaba a los rebeldes.
    En 1507 fue nombrado cardenal y gran inquisidor de todo el reino de España. Algunos le atribuyen haber nombrado a un oscuro fraile llamado Torquemada como jefe de la Inquisición. En 1508 logró ver realizado un viejo sueño, el de la fundación de la Universidad de Alcalá de Henares (donde puso a buen recaudo los manuscritos árabes sobre medicina y ciencia). La llamada Biblia Sacra Polyglota, en griego, hebreo y caldeo, con traducción al latín, fue elaborada por orden suya. Tenemos, de este modo, un hecho controvertido que reafirma nuestra creencia: la adoración por la Biblia lo hizo odiar con tanto fanatismo el Corán.
    En 1517, muertos ya Isabel y Fernando, se le notificó que debía salir al encuentro del nuevo rey, Carlos I. Tenía ochenta y un años y mientras visitaba la población de Roa, en Burgos, donde tenía familia, murió. Según algunos, fue envenenado. Según otros, la causa de su muerte se debió a su precaria salud.

Luis Baez Historia universal de la destrucción de los libros)

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