sábado, 11 de abril de 2020

LA MILAGROSA ASPIRINA libro en PDF


La aspirina - Robert Persky y Eugene Cisek





Introducción

No existe medicamento de prescripción libre que dé tanto que hablar como la aspirina. Los estudios y pruebas controladas realizados durante los últimos veinte años sugieren que la aspirina puede ser útil para casi todo, desde la prevención de ataques cardiacos hasta la del cáncer de colon. Pero para que cualquiera de estas múltiples aplicaciones pudiera ser aprobada y expresada como indicación médica en la publicidad o en el prospecto de su tubo, cajita o sobre de aspirinas, sería necesario realizar investigaciones clínicas más amplias y costosas. Pero resulta que la patente industrial de la aspirina ha expirado ya. Y que, en consecuencia, lo que cualquier laboratorio farmacéutico descubriera a propósito de
la aspirina podría ser empleado libremente por las demás empresas farmacéuticas. En estas condiciones, los laboratorios que la producen no tienen especial interés económico en invertir cientos de millones en esas pruebas que tal vez permitirían añadir nuevas indicaciones a las ya mencionadas expresamente en el prospecto.
Antes de que usted lea este libro y se entusiasme con las virtudes de la aspirina, debo prevenirle de que, aunque quizá todas las personas sean iguales ante la ley, ciertamente no son iguales desde el punto de vista médico. Así, mientras que a la mayoría de ustedes no les causa ningún daño tomar su chocolatina preferida, hay
personas que, si la tomaran, sufrirían una tremenda urticaria o los insoportables dolores de la jaqueca. Por la misma regla de tres, aunque la mayoría de ustedes pueden tomar una aspirina sin experimentar ningún efecto adverso, tal vez alguno pertenezca al reducido grupo de personas a las que no se les debería administrar
aspirina. No todos los médicos están de acuerdo en considerar la aspirina un medicamento prodigioso. Esto depende a menudo de la especialidad a que se dedican. A los gastroenterólogos, por ejemplo, la aspirina suele hacerles menos gracia que a los
cardiólogos. Y a la hora de tratar un proceso febril o inflamatorio, los pediatras son menos proclive s a recetar aspirina que los internistas que han de tratar los mismos síntomas en un adulto.
Este libro se ha escrito para que usted conozca las virtudes de la aspirina, no sólo para aliviar el dolor, la inflamación y la fiebre, sino para servir también como un medicamento preventivo que acaso pueda salvarle la vida. Si, después de leerlo, le atrae la posibilidad de emplear la aspirina con este propósito preventivo, tendría que consultarlo antes con su médico de cabecera y con cualquier especialista que pudiera estarle tratando de algún problema médico previo. Por mi parte, si se me pidiera hacer una lista brevísima de productos farmacéuticos que cumplieran con las condiciones de ser baratos, de larga conservación y útiles
para el tratamiento de una gran variedad de problemas médicos, ciertamente no dejaría de incluir la aspirina.
DOCTOR RONALD S. MUKAMAL
Carolina del Norte, 1993
Dedicatoria
Dedicado a Ethel S. Persky y Benjamin Persky, que hubieran preferido que sus dos
hijos eligieran la carrera de medicina, pero que están más que satisfechos de que el
doctor Alan D. Persky, asesor de los autores del presente libro, se graduara en la
Harvard Medical School.



Advertencia

Este libro no está concebido para ocupar el lugar de los consejos de su médico. La medicina es una ciencia en constante desarrollo y sus conocimientos están sujetos a cambios. Los estudios en que se han apoyado los autores pueden verse superados en cualquier momento por nuevos hallazgos que los modifiquen o contradigan.
Declaración de independencia
Ni los autores ni el editor de este libro han recibido, directa ni indirectamente, ninguna subvención o pago por parte de personas o empresas relacionadas con la producción, envasado o venta de aspirina o de productos que contengan ácido
acetilsalicílico.

Capítulo 1
Casi centenaria y cada vez más fuerte



En los años 1898 y 1899, a punto de alborear el siglo XX, una empresa química alemana presentó dos especialidades farmacéuticas. Ninguna de las dos era nueva, pues ya habían sido sintetizadas antes. Pero los procesos de producción adoptados

por la compañía habían sido objeto de importantes mejoras y permitían elaborar grandes cantidades a costos moderados. La dirección de la empresa tenía buen olfato para el marketing y dio a cada una de las dos sustancias un nombre que ha persistido hasta nuestros días. Entre los profesionales de la medicina ambas
consiguieron una rápida y amplia aceptación. Sin embargo, por razones que en seguida se comprenderán, el uso de la primera fue abandonado pronto. La segunda, en cambio, sigue siendo recomendada por los médicos; a escala mundial es, probablemente, el medicamento que más personas toman en el mundo. El nombre
de la empresa era Bayer, A. G.
Aunque dejada de utilizar por la comunidad médica, aquella primera sustancia ha sobrevivido también y continúa acaparando titulares periodísticos por sucesos relacionados con su uso ilícito. Sin duda les resultará familiar por su original nombre comercial: heroína.
La segunda es, como ya se habrá adivinado, la aspirina. Hoy este término es ya de dominio público en Estados Unidos y en unos pocos países, pero en gran parte del mundo sigue siendo una marca registrada que sólo pueden utilizar las empresas
descendientes de la Bayer, A. G.
Son muchos los expertos que opinan que, de haber sido descubierto en fechas recientes, el medicamento llamado comúnmente «aspirina» hubiera pasado a engrosar, por determinación legal, la lista de los que se dispensan exclusivamente con receta médica, puesto que la aspirina es una sustancia muy potente y versátil.
Pero, por otra parte, la mayoría de la gente lo considera como «el más inofensivo, suave y barato de entre los comprimidos blancos de que dispone el arsenal médico».
La aspirina ha vivido su edad de oro en los últimos treinta años de su ya casi centenaria historia. Médicos y científicos de todo el mundo se han dedicado a estudiar sus efectos en seres humanos y animales enfermos y sanos, y han discutido largamente los resultados de sus estudios. Unos resultados que, si bien
han tenido cierta influencia en las ventas y comercialización de este fármaco, no las han afectado tan notablemente como era previsible a partir de las conclusiones de los investigadores.
Mientras usted está leyendo este libro prosigue la investigación para descubrir nuevas aplicaciones de la aspirina. Y en todas las revistas médicas de los pasados treinta años se han publicado numerosos estudios cuyo común denominador viene a ser el reconocimiento de que la aspirina es ciertamente un fármaco asombroso. ¿Cuál es la razón de que la aspirina haya sido y siga siendo objeto de tan singular interés? El proceso de su elaboración es, comparado con el de otros medicamentos, muy simple y barato. Su uso, si la emplea con discreción y con el previo consejo de
su médico, no entraña ningún riesgo, a diferencia de lo que ocurre con la mayoría de los medicamentos que se dispensan con receta. Este libro le ayudará a entender estas y otras muchas maravillas relativas a la aspirina.
Desde hace mucho tiempo se conoce la eficacia de la aspirina para aliviar el dolor y bajar la fiebre, así como sus propiedades antiartríticas. Pero las investigaciones recientes prueban o sugieren que, además, puede ser eficaz para prevenir los ataques cardiacos, la apoplejía o accidente cerebrovascular, las crisis de migraña y
la formación de cataratas; así como que es valiosa en el tratamiento de la angina de pecho inestable, para detener el desarrollo del cáncer de colon, para reducir los riesgos asociados con la hipertensión posparto y para fortalecer o activar el sistema
inmunitario. ¡Y esta lista aumenta a medida que van siendo descubiertos nuevos efectos beneficiosos de la aspirina en el cuerpo! Sólo en Estados Unidos se consumen anualmente 16.000 toneladas de aspirina; una cifra que, por sí sola, da buena cuenta de esos 80 millones de píldoras que ingieren cada día los estadounidenses en conjunto, así como su gasto de 2.000 millones de dólares al año en analgésicos de libre dispensación, muchos de los cuales contienen aspirina.

Un vistazo a la historia

Los conocimientos relativos a la aspirina y a los compuestos que la contienen integran un acervo científico desarrollado a través de un larguísimo periodo de tiempo: casi 2.400 años. La historia se inicia en la antigua Grecia, donde Hipócrates, el Padre de la Medicina, recomendaba a sus discípulos que dieran a masticar hojas de sauce para aliviar el dolor, en especial a las mujeres durante el parto. Las hojas de sauce mostraban ser eficaces y no contravenían su norma
terapéutica fundamental: «ser útil o, por lo menos, no dañar». Gran parte del efecto observado se atribuía al hecho de morder las hojas; pero, indudablemente, la salicina contenida en ellas tenía mucho que ver en las virtudes analgésicas del remedio. Pues bien, la salicina es una forma natural del compuesto químico que llamamos hoy aspirina. En el año 30 de nuestra era, Aulo Cornelio Celso describía los cuatro síntomas de inflamación -enrojecimiento, calor, dolor e hinchazón- y afirmaba que, para aliviar el dolor del parto y otros dolores, resultaba útil tomar una poción a base de extracto de hojas de sauce disuelto y hervido en vinagre. Plinio el Viejo (23-79 de nuestra era), un escritor romano de conocimientos enciclopédicos, cita como analgésicas las hojas de sauce y recomendaba, para eliminar durezas y callos, una pasta hecha a base de cenizas de corteza de sauce. Más tarde, en el siglo II, el médico romano Galeno, formado en Grecia, escribió una enciclopedia en treinta volúmenes en la que mencionaba el dolor, la fiebre y la inflamación como síntomas que podían controlarse mediante hojas de sauce. ¡Unos síntomas que todavía hoy constituyen las indicaciones más habituales de la aspirina!
Las hojas de sauce mencionadas por griegos y romanos contienen compuestos químicos pertenecientes al grupo de los denominados salicilatos. Todos los salicilatos se forman a partir del ácido salicílico, que en la actual terminología química se denomina propiamente ácido ortohidroxibenzoico. Dioscórides, un cirujano griego que sirvió en las legiones romanas entre los años 60 y 70 de nuestra era, elaboró una lista de las propiedades medicinales de las plantas, en la que las hojas de sauce, majadas y tomadas con pimienta y vino, se proponían como tratamiento para quienes padecían dolores de estómago. Sugería asimismo que esas hojas eran útiles para aliviar la gota (una dolencia caracterizada por
dolorosos ataques de artritis), para sanar enfermedades de la piel, eliminar callosidades y tratar el dolor de oídos.
En los textos medievales y renacentistas encontramos frecuentes referencias a las plantas y cortezas que contienen salicilatos. En el siglo XV, los emplastos a base de hojas y corteza de sauce quemadas y mezcladas con vinagre, y una pasta de hojas de sauce trituradas o reducidas a polvo con granos de pimienta, disuelta en agua «quemada» (probablemente alcohol), se indicaban como muy eficaces para sanar, aquéllos, heridas y úlceras, y combatir con ésta la diarrea. También se recomendaba tomar jugo de hojas de sauce rebajado con agua para los trastornos del periodo menstrual y en casos de disentería. Otros autores mencionaban asimismo diluciones en alcohol o extractos de hojas de gaulteria y de otras plantas con alto contenido en salicilatos para uso interno y externo como agentes antiinflamatorios.
En resumen: desde el siglo II al XIX, no hubo ningún avance real en la comprensión de las razones que explicaran las virtudes terapéuticas de las hojas de sauce; habría que esperar para ello hasta el siglo pasado. Aun así, estas hojas, y las de otras especies vegetales que contenían salicilatos, se emplearon ininterrumpidamente para fines médicos durante más de 1.700 años. Y no sólo en Europa. Los indígenas norteamericanos, para bajar la fiebre, bebían un líquido que contenía jugo de corteza de sauce. Fue tal vez siguiendo sus consejos como los primeros pobladores de Pennsylvania, de origen alemán, emplearon extractos de la planta llamada zurrón de pastor, que contiene salicina, para combatir la fiebre causada por la disentería, una infección del tracto intestinal que cursa con severa diarrea.
En el siglo XVIII comenzó a acelerarse el ritmo de los descubrimientos médicos y farmacéuticos. Fue el inicio de la época en que se adoptó de manera generalizada el método científico, basado en el estudio de las relaciones causa-efecto.
Una de las primeras ocasiones en que dicho método se aplicó fue en la investigación de las terapias para bajar la fiebre. Desde que la introdujera en Europa sir Thomas Sydenham en 1676, la corteza de Perú (llamada también quina) se había empleado para tratar las fiebres y las dolencias que provocaban inflamaciones y dolores en las articulaciones y músculos. La escasez y el elevado costo de esta sustancia en Gran Bretaña impulsaron los esfuerzos por encontrar un sustitutivo local con idénticas propiedades.
Fue así como se atribuyó al reverendo Edmund Stone de Chipping-Norton, en el Oxfordshire, el «descubrimiento» de que la corteza de sauce podía reemplazar a aquella rara corteza peruana. Hacia 1757 probó por primera vez la corteza de sauce y advirtió que tenía un sabor parecido al de la quina. No se trató, sin embargo, según explicó él mismo, de un hallazgo fortuito: la «teoría de las afinidades», muy popular en su época, lo guió en la búsqueda de ese sustituto. Aquella teoría, en efecto, afirmaba que muchas enfermedades naturales llevaban consigo el principio de su curación; en otras palabras, que los remedios para tales enfermedades no estaban lejos de sus causas. Lo cual lo llevó a razonar que, si las enfermedades caracterizadas por fiebres eran muy comunes en las regiones húmedas y pantanosas, debía ser precisamente en estas regiones donde creciera también su remedio. Por espacio de seis años, Stone estudió pacientemente los efectos de la corteza de sauce sobre los espasmos, convulsiones y fiebres de la malaria, que era a la sazón una enfermedad corriente en las islas Británicas. Basó sus trabajos en el seguimiento de unos cincuenta pacientes, con lo que realizó, en definitiva, el primer
estudio clínico de la historia sobre un preparado a base de salicilatos. Informó de su descubrimiento a la Royal Society de Londres en 1763, y lo divulgó mediante un artículo publicado en la revista Philosophical Transactions, en abril de aquel mismo
año. Explicaba en él que, tras administrar a sus pacientes cada cuatro horas polvo de corteza de sauce disuelto en cerveza, té o agua, sólo en muy pocos casos no había desaparecido la fiebre. Y añadía que, hasta donde podía desprenderse de sus observaciones, el polvo de sauce era un medicamento seguro, pues jamás había
encontrado efectos secundarios dañinos asociados a su ingestión. Aquella sustitución de la quina por la corteza de sauce fue, realmente, un éxito: era eficaz y mucho menos cara que la corteza peruana importada. A comienzos del siglo XIX, la ciencia médica comienza abandonar las zonas rurales y las boticas para instalarse  en los laboratorios. Hacia 1829 había sido aislado ya el ingrediente activo del sauce, la salicina, a partir de la planta. Y seis años más tarde, en 1835, el químico alemán Karl Jakob Lowig obtuvo ácido salicílico a partir de la salicina; sólo que entonces lo llamó Spirsaure, por el nombre de la familia botánica de cuyas especies había obtenido la salicina. El ácido salicílico, en ocasiones abreviado como SA, es la sustancia de que se parte aún hoy para sintetizar la aspirina. Antes de llegarse a su descubrimiento, se habían llevado a cabo numerosos experimentos con dicho ácido. Pero la experimentación requería grandes cantidades de producto y extraerlo de las plantas resultaba un
proceso poco productivo y sumamente laborioso y lento. Por ello, el descubrimiento de Herman Kolbe en 1874, que permitía realizar la síntesis completa de ácido salicílico en condiciones ventajosas, tanto prácticas como comerciales, fue un importantísimo paso adelante. Herman Kolbe y su colaborador E. Lautemann llevaban trabajando en el laboratorio para conseguir esta síntesis desde 1860. Por aquel entonces, el ácido salicílico se empleaba como antiséptico y para la conservación de alimentos y de cerveza. Pero,
en 1875, un joven ayudante médico suizo, C. E. Buss, comenzó a estudiar también el potencial terapéutico de la sustancia para bajar la fiebre, esto es, como antipirético. Buss llevó a cabo los que posiblemente fueron los primeros experimentos detallados sobre animales y seres humanos afectados de fiebre, que demostraron la eficacia antipirética del ácido salicílico. Realizó también minuciosas observaciones y experimentos para describir los efectos colaterales de la administración de este ácido por vía oral. Buss se contó asimismo entre los primeros investigadores que señalaron la utilidad del ácido salicílico en el tratamiento del reumatismo y de las fiebres reumáticas (véase el capítulo 10).
Hacia 1880, la terapia a base de salicilatos conoció un gran auge en Estados Unidos. Estas sustancias eran importadas de Europa, y el principal abastecedor era un laboratorio de la ciudad alemana de Dresde, fundado por Friedrich van Heyden, quien había estudiado con Kolbe durante la década de 1860. El ácido salicílico sintetizado costaba diez veces menos que el extraído de las plantas. Su disponibilidad y bajo costo fomentaron una amplia experimentación, y así en 1877 un científico francés, Germain See, consiguió demostrar su eficacia para el tratamiento de la gota y de 
La aspirina, el éster acético del ácido salicílico, había sido elaborada por primera vez en 1853 por el químico alsaciano Charles Frédéric van Gerhardt; fue fruto de sus experimentos con el ácido extraído de plantas. Pero aún habrían de pasar varios
años para que fueran estudiados sus efectos. La sustancia pues, denominada ácido acetilsalicílico fue durante algún tiempo una simple curiosidad de laboratorio, sobre la que no se realizarían investigaciones exhaustivas en el curso de los cuarenta años
posteriores a su descubrimiento. Mientras los laboratorios de Heyden en Dresde trabajaban a pleno rendimiento en la
producción de ácido salicílico, los químicos de otra empresa alemana, la Friedrich Bayer y Compañía, radicada en Elberfeld, se esforzaban en sintetizar un compuesto que pudiera competir ventajosamente con el citado ácido, superando en particular
algunos de sus desagradables efectos colaterales: tenía mal sabor y producía una sensación de quemazón en la boca, la garganta y el estómago. Uno de los químicos que tenían encomendada esta tarea era Felix Hoffman. Además de las instrucciones recibidas en este sentido, Hoffman estaba muy motivado también por el hecho de que su padre padecía una artritis reumatoidea. Y el organismo del viejo Hoffman era incapaz de tolerar ninguno de los salicilatos ya
descubiertos y empleados hasta entonces. El primer paso que dio Hoffman fue estudiar detenidamente todo cuanto se había
publicado acerca del ácido salicílico y de sus derivados. Tras probar con diversos compuestos, Decidió que las mayores posibilidades estaban a favor del ácido acetilsalicílico, y empezó a trabajar tenazmente con él. El método de síntesis de esta sustancia que había ideado Von Gerhardt era muy complicado y no cabía
pensar en él para una producción industrial. Hoffman lo simplificó y mejoró notablemente, y al final logró obtener un polvo blanco de aspecto sedoso y sabor amargo. Lo probó primero consigo mismo y vio que no tenía efectos dañinos. Se lo administró luego a su padre, que experimentó un alivio de sus dolores sin ninguna de las molestias que le impedían ingerir ácido salicílico. En resumen, la nueva sustancia era tan eficaz como este ácido, pero estaba completamente libre de sus efectos negativos. En 1897, Hoffman llevó unas muestras del ácido acetilsalicílico obtenido a su inmediato superior, quien, impresionado, las hizo llegar al entonces director de investigación farmacéutica de la Bayer, el doctor Heinrich Dreser. La actitud inicial de Dreser acerca de aquel polvillo blanco fue un tanto escéptica: su atención, por entonces, estaba totalmente absorbida por la comercialización de la sustancia
llamada «heroína», que la Bayer acababa de presentar.
No tardó, sin embargo, en reconocer la importancia del trabajo realizado por Hoffman y, una vez convencido de su, valor, se lanzó en cuerpo y alma a promocionar el nuevo fármaco, enviando muestras a los médicos alemanes. Y así, en 1899, en el mismo número de una revista en que Dreser publicaba un artículo
describiendo el proceso que había llevado a su descubrimiento, aparecieron también los informes de dos médicos que daban cuenta de la eficacia del nuevo producto, la «aspirina», para aliviar el dolor y la fiebre. Antes de esta publicación, en efecto, Dreser y Hoffman se habían mostrado de acuerdo en que la denominación química de aquella sustancia, ácido acetilsalicílico, era difícil de pronunciar y tenía el inconveniente de parecerse demasiado al ácido salicílico, al que se trataba de reemplazar. Por otra parte, una denominación química no podía ser objeto de protección frente a los competidores: sólo podían registrarse las marcas comerciales. En consecuencia, crearon entre los dos el nombre de «Aspirin», y lo registraron en todo el mundo en 1898. Hofffman y Dreser
mantuvieron en él la sílaba «spir» para indicar la presencia de ácido salicílico, derivado de la familia botánica Spiraea; el acetil quedó reducido al prefijo «a», y se añadió el sufijo «in» para crear una palabra que pudiera deletrearse de la misma manera en alemán y en inglés. Así acuñó la Bayer el término Aspirin. ¿Recuerdan el
nombre dado por Karl Lowig el ácido salicílico, Spirsaure? Posteriormente se introducirían mínimas variantes para acomodar el término a otras lenguas: Aspirina, Aspirine, etc.; por eso, en lo que sigue, nos referiremos a Aspirina, que es la denominación registrada para una serie de países entre los que se cuenta España.
La marca Aspirina, combinada con la patente de protección en Alemania y en Estados Unidos, permitió a Bayer disfrutar de un completo monopolio sobre el medicamento por espacio de diecisiete años. Ahora bien, mientras que en Estados
Unidos la palabra Aspirina carece de protección legal desde 1921, en Canadá y en distintos países de Europa el nombre sigue siendo aún una marca registrada y sólo puede ser empleado por las sociedades que han heredado los derechos de Bayer.
Técnicamente, esa distinción se expresa con el uso del término sin la «A» inicial mayúscula allí donde no es ya una marca comercial registrada, como en Estados Unidos, y manteniendo la inicial mayúscula donde lo sigue siendo, como, por ejemplo, en España. Pero la popularidad de este medicamento es tan grande, que
incluso en los países en que el nombre conserva aún su condición de marca, se emplea como nombre común y es frecuente encontrado escrito con la inicial minúscula e incluido en los diccionarios de la lengua como un término propio del
idioma. Originariamente, el ácido acetilsalicílico se presentaba en forma de polvo, que los farmacéuticos dispensaban en sobres o cápsulas y a menudo sólo con receta médica. Cuando Bayer empezó a comercializar la aspirina, escogió voluntariamente que
fuera distribuida a través de la comunidad médica. La presentación en tabletas no se introdujo en Estados Unidos hasta 1915.
Hasta 1917, Bayer fue la única empresa productora de aspirina. Pero durante la primera guerra mundial el gobierno de Estados Unidos se incautó las acciones de la filial neoyorquina de Bayer basándose en las disposiciones legales sobre propiedades de extranjeros enemigos. En 1918, el organismo oficial encargado de la custodia de dichas propiedades sacó a subasta pública las acciones incautadas y la marca comercial, que fueron adjudicadas a la empresa Sterling Products por un precio ligeramente superior a los 5 millones de dólares. La Sterling, que es en la actualidad una división de la Eastman Kodak Company, tiene hoy unas ventas
anuales ¡por encima de los 5.000 millones de dólares! Comercializa el producto bajo el nombre de Bayer y es uno de los mayores productores de aspirina del mundo. A medida que la aspirina fue popularizándose, otras empresas estadounidenses comenzaron a comercializar productos designados con el mismo nombre; frente a
las demandas planteadas, una sentencia de los tribunales federales dio luz verde a esa práctica declarando que el término aspirina había pasado a ser de dominio público. En Canadá, sin embargo, la aspirina ha quedado como marca comercial de la Sterling Drug Ltd., puesto que fue registrada allí por primera vez el 12 de abril de
1899. Fuera de Estados Unidos y de Canadá, el productor exclusivo de aspirina sigue siendo la empresa Bayer AG, que retiene la titularidad de la marca en más de 60 países.
Las empresas Sterling Drug lnc., Monsanto Co., Dow Chemical, Tenneco Chemicals lnc., Miles Laboratories y Norwich Co. son los principales productores norteamericanos de aspirina. Las demás firmas que elaboran fármacos que contienen aspirina, o que comercializan este producto bajo su nombre propio con diferentes denominaciones registradas, no producen por sí mismas el ácido acetilsalicílico, sino que suelen adquirirlo en bruto a las grandes empresas antes mencionadas, ya sea en forma de polvo para mezclado con otros ingredientes, ya en forma de tabletas listas para ser comercializadas con su nombre. Las empresas Sterling (Bayer), Miles (Alka-Seltzer) y Norwich (Aspirina Norwich) producen ácido acetilsalicílico a partir de ácido salicílico que adquieren a otras empresas. La situación es, pues, un tanto compleja; y puesto que los laboratorios cambian a menudo los ingredientes de los medicamentos, manteniendo su nombre, siempre es aconsejable leer el prospecto de cada uno al adquirido.
Entre los años 1900 y 1950, la marca Bayer tuvo en Estados Unidos un auténtico monopolio en la venta de aspirinas. Pero a partir de 1950 y hasta mediados de la pasada década, la cuota de mercado de Bayer en lo relativo a analgésico s descendió del 25 % al 5 %. Este descenso se debió a las campañas comerciales de las demás marcas, que trataron de convencer a los consumidores de que sus respectivos productos eran algo diferentes y mejores que la aspirina. Pero lo cierto es que la aspirina es, simplemente, aspirina. Todas las marcas contienen el mismo ingrediente activo: el ácido acetilsalicílico. A este respecto será bueno citar una declaración de la Arthritis Foundation estadounidense: «La aspirina genérica o sin marca suele ser más barata y tiene la misma eficacia que la presentada bajo marcas muy populares».

Capítulo 2
¡No me impresionas!
En la edición de The New York Times correspondiente al 3 diciembre de 1992 se informaba de que un medicamento, el Cederase, empleado para combatir la enfermedad de Gaucher, venía a salir por un precio de 380.000 dólares para el primer año de tratamiento. Es, hoy por hoy, la medicina más cara del mundo. La aspirina, en cambio, puede ser adquirida a menos de 1 centavo por tableta. Pero no hace falta llegar al extremo del Cederase: podemos comparar el precio de venta al público de la aspirina con los de otros medicamentos de gran consumo, y encontraremos siempre que es uno de los productos farmacéuticos menos costosos.
A título de ejemplo, y refiriéndonos a Estados Unidos donde la competencia entre las marcas crea mayores diferencias-, podemos decir que la tableta de la marca más cara de aspirina, en envases de 100 tabletas, viene a costar normalmente entre 3,5 y 5 centavos. Presentada bajo el nombre genérico de aspirina -y
elaborada a menudo por el mismo laboratorio farmacéutico que la comercializa con aquella otra marca-, y adquirida en las grandes superficies, puede salir, como se ha dicho, a menos de 1 centavo. En otoño de 1992, uno de los autores de este libro adquirió un frasco de 300 tabletas de aspirina por 1,59 dólares, es decir, a poco
más de medio centavo la tableta. Una de las razones por las que la aspirina no recibe la atención que merece es, sin duda, su mínimo costo. Tenemos todos cierta tendencia a pensar que, cuanto más pagamos por algo, más valor tiene lo adquirido en calidad o en eficacia. Y damos por descontado que un medicamento que con frecuencia se adquiere por una cantidad irrisoria no puede
servir para mucho más que para aliviar ligeros dolores de cabeza.
Parodiando aquí, por expresarlo de algún modo, la ocurrencia de Rodney Dangerfield, podríamos decir: «¡No me impresionas, aspirina!». Porque... ¿cabe pensar que un medicamento que cuesta tan poco dinero pueda ser un remedio milagroso? La respuesta es sí. En la introducción a su libro Aspirin Therapy, el doctor William S. Fields aludía ya a esta falta de respeto por la aspirina. Observaba que la tradicional receta: «Váyase a casa, tome dos aspirinas, métase en la cama y llámeme mañana» había calado ya tan hondo en la conciencia popular, que resultaba sumamente difícil para los
médicos convencer a sus pacientes de las nuevas virtudes terapéuticas recién descubiertas para la aspirina de siempre. Este «recién descubiertas» apuntado por el doctor Fields se refería a la situación de hace quince años... Como pronto tendremos ocasión de explicarle, en los últimos quince años se han revelado
muchas más virtudes. En 1991, en un editorial del respetado The New England Journal of Medicine, escrito por el doctor John A. Mills, podía leerse lo siguiente: «A pesar de la legítima
preocupación por las consecuencias de la difusión de su uso, la aspirina sigue siendo un fármaco notablemente seguro cuando se emplea con circunspección. Hasta cierto punto, su mala prensa se debe a los excesos que propicia un uso habitual e inconsciente. Por eso, independientemente de las nuevas ventajas que se encuentren para una terapia con dosis pequeñas, jamás debería llegarse a creer que la aspirina es un medicamento susceptible de ser tomado a la ligera». Las páginas siguientes le harán ver que la aspirina es, en verdad, un medicamento milagroso. Quien lea sin prejuicios todo cuanto se ha escrito últimamente a propósito de las investigaciones sobre la aspirina, por fuerza ha de llegar a la conclusión de que tiene muchas más indicaciones médicas de las que hoy está
permitido mencionar en el envase o en el prospecto que acompaña al producto.
Pero... ya lo dijimos: para ninguno de los laboratorios que producen aspirina puede ser económicamente interesante invertir los millones de dólares precisos para realizar las pruebas clínicas exigidas por los organismos oficiales (The Food and Drug Administration, The Federal Trade Commission) para dar el visto bueno a la inclusión de nuevas indicaciones médicas de un fármaco. Y estos organismos
controlan la publicidad y los textos informativos de los medicamentos. Por eso, los experimentos clínicos que han de sancionar los resultados de las investigaciones llevadas a cabo hasta la fecha deberían ser financiados en gran parte con fondos
públicos. ¿Tendría el gobierno algún incentivo para dedicar fondos a esos experimentos? ¿Estaría usted, como contribuyente, a favor de que el gobierno los financiara? La respuesta a ambas preguntas es un sonoro «sí». Los actuales líderes políticos, tanto demócratas como republicanos, están de acuerdo en considerar que los precios de los medicamentos son demasiado altos; que los costos de los tratamientos médicos han alcanzado cotas opresivas.
La Asociación de Productores Farmacéuticos estadounidense ha estimado en un 7,2 % del total del gasto sanitario la cantidad invertida en fármaco s de prescripción facultativa en Estados Unidos. Y la cifra estimada por el gobierno federal para ese
gasto sanitario ascendió en 1992 a 820.000 millones de dólares. Por consiguiente, el 7,2 % de esos 820.000 millones da 59.000 millones de dólares invertidos en fármacos de prescripción médica, esto es, con receta. ¿No parecería, pues, razonable destinar unos pocos cientos de millones de dólares a la investigación sobre las posibilidades terapéuticas de la aspirina en las dolencias
para las que se emplean esos fármacos, aunque las perspectivas fueran ahorrar tan sólo un 2% -es decir, 1.200 millones de dólares- en la partida del gasto sanitario? Y el ahorro real puede ser incluso mucho mayor. Porque... ¡imagínese lo que supondría que el uso de la aspirina redujera notablemente el número de personas
que sufren ataques de corazón o cáncer de colon!

Capítulo 3
El cómo y el porqué de la aspirina
Los diccionarios médicos definen la aspirina como un medicamento analgésico, antipirético y antiinflamatorio. Eso quiere decir, en lenguaje llano, que alivia el dolor y reduce la fiebre y la inflamación. Semejante triple poder es lo que hace que millones de personas empleen la aspirina para combatir una docena de dolencias comunes, entre las que se incluyen el dolor de cabeza, la artritis, la fiebre y la insolación. Una variante del texto de indicaciones médicas que las autoridades permiten incluir en el prospecto de su envase de aspirinas dice lo siguiente: «Para
alivio temporal de dolores leves esporádicas molestias y dolor de cabeza, y para reducir la fiebre». Otra versión más amplia dice: «Para alivio temporal de dolores leves y molestias asociados con el resfriado, dolor de cabeza o dental, dolores musculares y de espalda, los periodos premenstrual y menstrual, para dolores
moderados de la artritis y para reducir la fiebre». De forma semejante, en los prospectos españoles del producto, bajo el título «indicaciones», se lee: «Alivio del dolor leve o moderado, como dolores de cabeza, dolores dentales y dolores menstruales. Estados febriles». Quienes solemos obtener buenos resultados del uso de la aspirina rara vez nos preocupamos de saber por qué es eficaz. Pero los médicos, los fisiólogos y los farmacéuticos se esfuerzan incesantemente en encontrar una explicación completa
y satisfactoria de por qué y cómo produce sus efectos la aspirina.
Está fuera de duda el hecho de que, desde la época de los romanos, se han empleado para reducir el dolor ciertas plantas (en particular la corteza del sauce) que contenían sustancias químicas emparentadas con la aspirina. Como ya se explicó anteriormente, debemos a Hipócrates (h. 460-370 a. de C.) la primera mención conocida del valor terapéutico de las hojas, corteza y frutos de unas
plantas que hoy sabemos que contienen salicilatos. Pero tuvieron que pasar más de 2.000 años antes de que los científicos comenzaran a comprender cómo trabajaban la aspirina y sus afines botánicos. En realidad, hasta el último tercio del presente siglo no han empezado los investigadores a  desentrañar ese cómo y ese porqué. Y hay que poner especial énfasis en la expresión «han empezado», porque, a estas alturas, tras veintitantos siglos,
¡todavía carecemos de una explicación plena!
¿Qué es lo que sabemos?
A mediados de la década de 1970, la comunidad médica internacional estaba sustancialmente de acuerdo en que el resultado primario de la ingestión de aspirina es un descenso de la producción, por parte del cuerpo, de un grupo de sustancias
conocidas como prostaglandinas.
Las prostaglandinas son unas hormonas locales producidas por la oxidación enzimática de un ácido graso contenido en las membranas celulares. Este ácido graso es el llamado ácido araquidónico. Las prostaglandinas se encuentran en muchas partes del cuerpo y afectan a gran número de órganos. Son extremadamente activas y, en general, desempeñan gran número de funciones reguladoras en el cuerpo, incluyendo la regulación del tono vascular y la agregación de las plaquetas. En las mujeres, controlan asimismo las contracciones uterinas. A
diferencia de algunas hormonas como la insulina, que permanecen almacenadas dentro de las células, las prostaglandinas se producen el interior del cuerpo al resultar dañadas las células o estimuladas por otras hormonas. Pues bien: las prostaglandinas son las responsables inmediatas del calor, la hinchazón y el dolor
que la aspirina «cura». La propiedad de la aspirina de disminuir la capacidad de coagulación de la sangre está también directamente relacionada con su efecto reductor de la producción de prostaglandinas. En 1971, John R. Vane, del departamento de Farmacología del Institute of Basic Medical Sciences, perteneciente al Real Colegio de Cirujanos de Inglaterra, publicó el esclarecedor artículo que proponía por primera vez la hipótesis de que la aspirina
conseguía muchos de sus efectos por inhibición de la síntesis de prostaglandinas. Estudios posteriores confirmaron la teoría de Vane y ampliaron entre la comunidad médica los conocimientos acerca de la forma de acción de la aspirina. Vane recibió posteriormente el premio Nobel en el apartado de Fisiología y Medicina, y fue honrado con el título de «sir» por el gobierno de su nación.
La teoría de las prostaglandinas ofrece también una explicación al hecho de que, en algunos individuos, la aspirina tenga el efecto colateral de provocar irritación de estómago. La razón es que el estómago produce prostaglandinas para regular la sobreproducción de ácido y para sintetizar la capa mucosa que le sirve de barrera e
impide su autodigestión. En un pequeño número de individuos la aspirina reduce hasta tal punto la producción de prostaglandinas que acaba provocando su irritación. En el capítulo 14 explicaremos más cosas acerca de este posible efecto secundario e indicaremos algunas formas de evitado.
La aspirina que usted ingiere es absorbida y pasa al torrente circulatorio desde el estómago y desde los primeros tramos del intestino delgado. Entre los factores que pueden influir sobre la velocidad de absorción cuentan la mayor o menor facilidad
con que puede deshacerse la tableta, la solubilidad, el tamaño de las partículas, el tiempo de vaciado gástrico, el estado psíquico, el estado de salud, y la naturaleza y cantidad del contenido del estómago. Hasta la temperatura del líquido que ayuda a
tragar la tableta es un factor a considerar. De forma aproximada puede decirse que, tras ingerir una aspirina de 500
miligramos, en el espacio de unos 30 minutos se habrá hidrolizado la mitad en ácido salicílico, y que el proceso se completará al cabo de 3 horas. La excreción se lleva a cabo principalmente por los riñones. La capacidad de bajar la fiebre
Generalmente se toma como temperatura normal del cuerpo humano la de 37ºC. Entre los usos aceptados de la aspirina se cuenta el de reducir a límites normales una temperatura corporal anormalmente alta. Casi todos hemos tomado en alguna
ocasión aspirina, o un compuesto a base de aspirina, con este propósito. Y, si usted no lo ha hecho, puede estar prácticamente seguro de que su cónyuge, sus padres, sus hermanos o su mejor amigo han empleado con éxito alguna vez la aspirina para
bajar la fiebre. Experimentos realizados en 1919 demostraron que esta acción reductora de la temperatura propia de la aspirina se debía principalmente a que provocaba en el cuerpo una disipación de calor suplementaria. Cuando se administraba aspirina a
personas en estado febril, su pérdida de calor corporal se incrementaba por término medio en un 38 %, con el consiguiente descenso de la temperatura. Pero lo más notable es que, cuando se administraba aspirina a una persona cuya temperatura era normal, no se daba ese incremento de pérdida de calor. En otras palabras, que su temperatura seguía siendo normal.
El tratamiento del dolor Se han elaborado diversas teorías para explicar cómo y dónde tiene lugar el efecto analgésico de la aspirina. Una de ellas venía a decir que la aspirina ejercía una
acción depresora selectiva sobre el sistema nervioso central y que ésta se dirigía a la zona subcortical (es decir, la porción del cerebro situada bajo el córtex cerebral), donde bloquearía los centros del dolor existentes en el tálamo (la materia gris cuyas neuronas propagan los estímulos sensoriales). Otra teoría defendía que tal acción de aliviar el dolor era básicamente periférica, esto es, que modificaba la causa del dolor en su punto de origen; según ella, el alivio sería debido a una alteración del equilibrio del agua en los tejidos, que reduciría el edema o hinchazón resultante de
un exceso de fluidos. Una variante de esta teoría sugería que el poder analgésico de la aspirina se debía, en parte, a su capacidad para provocar la producción de hormonas antiinflamatorias. Pero las voces más autorizadas apoyan la hipótesis ya comentada antes de que la supresión del dolor se obtiene porque la ingestión de
aspirina bloquea la producción de prostaglandinas, las hormonas celulares implicadas en la sensación de dolor. Dicho en otras palabras: que, en lugar de actuar directamente sobre la fuente del dolor, suprimen lo que el cuerpo produce para causar la sensación de dolor. Hasta hace poco se creía que la aspirina era solamente eficiente para el tratamiento de dolores leves o moderados, y que obtenía sus efectos actuando primariamente sobre la zona donde se originaba el dolor. Pero un estudio realizado por el doctor Tony Yaksh, profesor de anestesiología en la universidad de California en San Diego, publicado en la revista Science, revelaba que la inyección directa de aspirina en la columna vertebral aumentaba su potencia de 100 a 500 veces en comparación con la misma dosis administrada por vía oral. La conclusión que se desprendía de ello
era que la aspirina alivia, el dolor- en parte, por lo menos- bloqueando la comunicación entre ciertos nervios de la médula espinal. Este trabajo del doctor Yaksh es interesante no sólo porque aumenta nuestros conocimientos acerca de la forma como actúa la aspirina, sino también porque demuestra que este medicamento barato y que no crea adicción puede ser administrado de manera que los resultados sean igualmente eficaces que los de sustancias mucho más caras que, además, son peligrosas por producir adicción y por sus efectos secundarios dañinos.
Reducción de la inflamación La capacidad de la aspirina para reducir la inflamación es una de las razones que la hacen tan eficaz para el tratamiento de la artritis (véase el capítulo 10). Como
ocurre con las otras propiedades de la aspirina, aún no conocemos perfectamente los mecanismos en que se basa su eficacia. La teoría de su acción periférica, mencionada antes al referimos a sus propiedades analgésicas, sugería que el efecto antiinflamatorio era concomitante de la disminución de la hinchazón. Pero dado que,
en ciertas circunstancias, la aspirina actúa de forma semejante a como lo hacen los esteroides antiinflamatorios corticales, hay algunos científicos que creen que su acción puede estar implicada de algún modo con una estimulación del córtex de las
glándulas suprarrenales. Otros estudios han dado pie a diversas teorías, que destacan, entre otros aspectos, los cambios provocados por la aspirina en el equilibrio de agua y de electrólitos, en la capacidad de la aspirina para contrarrestar las sustancias naturales liberadas por el cuerpo que pueden producir hinchazón, y
su poder para estimular la producción por el cuerpo de sustancias tendentes a reducida. También en este caso, los argumentos más sólidos parecen apoyar la teoría de que es la capacidad de la aspirina para bloquear la síntesis de prostaglandinas en el cuerpo lo que explica su poder antiinflamatorio. En 1991, el doctor Gerald Weissmann escribía en la revista Scientific American: «Más recientemente se ha visto que la hipótesis de las prostaglandinas explica sólo algunos de los efectos de la aspirina y de otras sustancias afines a ella. Su singular poder antiinflamatorio parece derivar no sólo de esa inhibición de las prostaglandinas, sino también de su capacidad para bloquear ciertas interacciones
dentro de las membranas celulares». El artículo del doctor Weissmann, basado en investigaciones llevadas a cabo en su
laboratorio del Centro Médico de la Universidad de Nueva York, concluía que la aspirina no era sólo una sustancia inhibidora de las prostaglandinas, sino que actuaba también «impidiendo la activación de las células que intervienen en las
primeras etapas de la inflamación aguda».
Dosificación
Buena parte de la investigación contemporánea acerca de la aspirina se ha centrado en el tema de su dosificación. La tableta de aspirina estándar contiene 325 miligramos de ácido acetilsalicílico (500 miligramos en España). Estudios recientes han llegado a la conclusión de que, en determinados casos, puede resultar más
eficaz una dosis menor. Mientras que en otros los efectos óptimos se consiguen con la ingestión espaciada de la habitual dosis de dos tabletas. Volveremos a hablar de este tema en los próximos capítulos. Digamos, de momento, que la dosis eficaz varía según las personas, y que, para todo lo que no sea un simple dolor de cabeza, fiebre e inflamación, deberá consultarse con el médico.
En resumen Si, por un lado, no hay ninguna duda acerca de la eficacia de la aspirina para combatir la fiebre, aliviar el dolor y reducir la inflamación, también es cierto que aún
no conocemos perfectamente cuáles son los procesos bioquímicos que comienzan cuando la aspirina se incorpora al torrente sanguíneo. Para aprovechar aquellos efectos beneficiosos no es, en rigor, imprescindible que comprendamos hasta el último detalle lo que ocurre en nuestro cuerpo, pero esta investigación es de todo
punto de vista necesaria si queremos sacar el máximo partido posible de este medicamento prodigioso y barato, añadiendo nuevas e importantísimas indicaciones a las que ya tiene.

Capítulo 4
Prevención del primer ataque cardíaco
El ataque de corazón o, expresado en términos médicos, el infarto de miocardio, es la enfermedad que causa más muertes en la mayoría de los países desarrollados.
Las estadísticas realizadas por el gobierno de Estados Unidos revelan que cada año más de un millón de estadounidenses sufren un infarto. No todos estos ataques tienen consecuencias fatales. Para quienes sobreviven al primero, la prevención de un segundo ataque es vital (véase el capítulo 5). ¡Pero evidentemente es preferible prevenir el primer ataque!
La enfermedad de la arteria coronaria que desemboca en infarto de miocardio suele desarrollarse a lo largo de un proceso de varios años de duración, pero su resultado, en casi una tercera parte de los casos, es la muerte repentina sin previo aviso.
El ataque es consecuencia de una acumulación de materiales -consistentes, por lo general, en colesterol, tejidos dañados, calcio y otras sustancias- en las paredes de las arterias relativamente pequeñas que rodean el corazón. Estas arterias abastecen
a los músculos del corazón del oxígeno y de las sustancias nutrientes que requieren. La citada acumulación provoca el estrechamiento de las arterias. La acumulación de materiales, denominada placa ateromatosa, es la principal característica de la aterosclerosis. Sus efectos varían desde la angina de pecho
(véase el capítulo 6) hasta el infarto y el fallo cardiaco por congestión. El ataque se produce cuando un coágulo de sangre bloquea el flujo sanguíneo en una o varias arterias coronarias. Este bloqueo corta el suministro de oxígeno al músculo cardiaco. En la angina de pecho, el corte es temporal; en el ataque, el abastecimiento de sangre resulta completa o casi completamente interrumpido, y su consecuencia es el infarto, es decir, la muerte patológica de una parte del músculo cardiaco.
Las señales de emergencia y los síntomas de un ataque de corazón incluyen, pero no exclusivamente, los siguientes: un intenso y prolongado dolor pectoral (descrito a menudo como una sensación de presión o estrujamiento); un dolor que puede extenderse desde el pecho hasta el hombro y el brazo izquierdos, la espalda e incluso dientes y mandíbula; un dolor prolongado en la zona superior del abdomen; respiración entre cortada; mareo; náuseas; vómitos; y sudoración. Un importante aviso de la amenaza de un ataque de corazón es la repetición frecuente de sensaciones de ahogo que no sean resultado de un esfuerzo físico (véase el capítulo 7).
El Estudio sobre la Salud de los Médicos
Los artículos que aparecen en The New England Joumal of Medicine, una publicación de la Massachusetts Medical Society, tienen gran influencia y sirven como fuente de información y datos para los reportajes y noticias que luego se elaboran en las páginas científicas de los diarios y revistas de gran difusión. Pues bien, nos atreveríamos a decir sin temor a equivocarnos que ningún artículo publicado en aquel prestigioso medio ha alcanzado tanta notoriedad como el que apareció en su edición del 20 de julio de 1989 bajo el inocuo título: Informe final sobre el factor aspirina en el Estudio en curso sobre la Salud de los Médicos. El mencionado Estudio sobre la Salud de los Médicos era excepcional por diversas
razones. Entre ellas destacaban las siguientes: 1) que todos los participantes en el estudio eran médicos; 2) que participaron en él más de 22.000 personas, y 3) que la duración del experimento fue de cinco años. Todos los médicos participantes eran varones, de edad comprendida entre 40 y 84 años. Y ninguno de ellos tenía
antecedentes médicos de enfermedad cardiaca o cerebrovascular.
La mitad de los participantes, seleccionada al azar, tomó una tableta estándar de aspirina (325 mg) un día sí y otro no. A la otra mitad se le administró un placebo (es decir, una sustancia inactiva que parecía aspirina, pero completamente inútil
desde el punto de vista médico). Fue lo que se llama un «test a ciegas», lo que quiere decir que ninguno de los participantes sabía si estaba tomando aspirina o placebo. Cada uno recibía mensualmente la provisión para el mes siguiente, en un
envase que servía a la vez de calendario (parecido al habitual para la píldora anticonceptiva).
El equipo de investigadores que dirigía el experimento eligió la tableta de aspirina de 325 mg por considerar que ésa era la mínima dosis que podía considerarse a la vez eficaz e inocua.
Una simple frase incluida en el sumario del artículo anunciaba un descubrimiento espectacular e importantísimo: «Se produjo un 44 % de reducción en el riesgo de infarto de miocardio [ataque de corazón] en el grupo que tomó aspirina». Las cifras concretas fueron 139 infartos entre los que recibieron aspirina y 239 entre los que recibieron el placebo.
El estudio añadía: «Se ha observado un ligero aumento del riesgo de accidente cerebrovascular en el grupo que tomó aspirina, pero no es significativo estadísticamente; este aumento se ha observado primariamente en el subgrupo de episodios de hemorragia cerebral». (Véanse los capítulos 9 y 14.) Otra conclusión de la que no se hicieron eco los medios de comunicación generales
era que, entre los diversos subgrupos de edad estudiados, la reducción del riesgo era «significativa sólo en el de 50 años de edad o mayores». Lo cual no quiere decir que la aspirina no produzca tales efectos en hombres más jóvenes sino tan sólo que
este estudio no puede determinar si se produce o no.
Como justificación bioquímica de estos resultados, el estudio mencionaba la capacidad de la aspirina, tomada en pequeñas dosis, para inhibir los procesos bioquímicos que conducen formación de coágulos sanguíneos (recuérdese lo explicado en el capítulo 3 a propósito de las prostaglandinas). El artículo concluía examinando los resultados de otro estudio más restringido realizado anteriormente por investigadores británicos, que no había mostrado
diferencias significativas con respecto al riesgo de infarto entre personas que no tomaron aspirina y personas que sí la tomaron. Y llegaba a la conclusión de que los resultados dispares se debían al distinto planteamiento de uno y otro estudio y a la
amplitud notablemente mayor de la muestra tomada en consideración por el estudio estadounidense, con el elevado número de médicos participantes en el experimento.
Tal vez le interese saber cuál fue la reacción de los médicos que participaron en el estudio, una vez conocidos sus resultados con anterioridad a la publicación del informe final, se había redactado otro preliminar, dirigido a los médicos participantes, en el que se avanzaban aquellas mismas cifras. Pues bien, en el artículo mencionado puede leerse también esta reveladora frase: «Desde la
publicación de nuestro informe preliminar, el 74 % de los médicos participantes que habían recibido el placebo han solicitado que sus paquetes mensuales sean cambiados por otros con aspirina».
Aunque el Estudio de Salud de los Médicos se limitó voluntariamente a los hombres y renunciaba expresamente a aplicar sus conclusiones a las mujeres, la opinión generalizada entre los médicos es que no existe ninguna razón plausible para
pensar que un estudio semejante en amplitud sobre las mujeres que ejercen la medicina, llevado a cabo en idénticas condiciones, fuera a dar resultados distintos. En favor de esa opinión, y corroborándola, podemos citar un artículo aparecido en
JAMA (Journal of the American Medical Association), en su edición del 24 de julio de 1991, firmado por la doctora Joann E. Manson y otros, en el que, analizando los datos de un estudio sobre una muestra de mujeres, se llega a la conclusión de que
«la ingestión de una a seis aspirinas por semana parece estar asociada con una reducción del riesgo de un primer infarto de miocardio entre las mujeres».
El objetivo de aquel informe del JAMA era urgir la realización de un amplio estudio al azar sobre las enfermeras tituladas, semejante en su planteamiento y metodología al llevado a cabo entre los médicos varones. Con anterioridad a dicho informe, las autoridades sanitarias federales habían rechazado en tres ocasiones el
plan de realizar tal estudio sobre 45.000 enfermeras. Finalmente, al poco tiempo de aparecer publicado el informe, el director del National Heart Lung and Blood Institute, dio el visto bueno para la inversión de 10 millones de dólares que requería el proyecto.
Aunque se espera que el nuevo estudio sobre las enfermeras dé unos resultados similares a los del realizado con los médicos, se sabe ya que hay cierto número de importantes diferencias entre hombres y mujeres con relación al desarrollo y a la progresión de la enfermedad coronaria. Según el doctor Claude J. Lenfant, director
del National Heart Lung and Blood Institute en la fecha en que fue autorizado elestudio, estas diferencias son:
1. las mujeres tienden a desarrollar los primeros síntomas de una enfermedad coronaria a una edad diez años mayor que los hombres, y son, por término medio, unos veinte años mayores cuando sufren el primer ataque cardiaco;
2. a menudo las mujeres advierten que padecen una enfermedad de corazón cuando sufren los dolores pectorales de la angina, mientras que, en el caso de los hombres, es más frecuente que la primera señal sea precisamente un ataque cardiaco;
3. el porcentaje de primeros ataques cardiacos con consecuencias fatales es más alto entre las mujeres que entre los varones, y también es más alta su mortalidad durante el año posterior a ese primer ataque;
4. entre las mujeres son más frecuentes que entre los hombres los ataques cardiacos indoloros;
5. los medicamentos que se inyectan en las horas inmediatamente posteriores a un ataque cardiaco para disolver el coágulo son eficaces por igual entre los hombres y entre las mujeres, pero éstas están más expuestas a sufrir hemorragias como una complicación de la terapia, y
6. las mujeres tienen mayor tendencia que los hombres a padecer accidentes cerebro-vasculares por hemorragia cerebral.
Con independencia de estas particularidades, el hecho es que el ataque cardiaco es también la primera causa de mortalidad entre las mujeres de países desarrollados.
Sólo cuando se haya completado el estudio en curso será posible determinar con algún grado de certeza si los efectos de la aspirina disminuyendo el riesgo de primeros ataques de corazón en las mujeres son similares a los que tiene en los hombres.
Sería un grave simplismo extraer de los resultados del Estudio sobre la Salud de los Médicos una imprudente pauta de conducta. No se quede con la errónea idea de que puede comer lo que quiera, fumar, vivir con un exceso de peso, evitar el ejercicio físico..., a condición de tomar una tableta de aspirina un día sí y otro no. De la
misma manera que el seguir punto por punto todas las indicaciones del ministro de Sanidad no le garantiza que podrá evitar un ataque de corazón, tampoco se lo asegura el tomar regularmente aspirina.
La eficacia anticoagulante de la aspirina está tan acreditada que es frecuente administrada por vía intravenosa tras las intervenciones de bypass en las arterias coronarias. Pocos pacientes se dan cuenta de que entre los fluidos que se les administran en el tratamiento postoperatorio está tal vez la aspirina.
Lo que sí es razonablemente cierto es que si usted no fuma, sigue una dieta equilibrada, practica ejercicio con moderación, vigila su peso y toma una tableta de aspirina cada dos días, reducirá notablemente el riesgo de sufrir un ataque cardiaco.
Ahora bien, aunque es cierto que cada día toman aspirina millones de personas sin sufrir ningún efecto dañino, no decida por su cuenta iniciar un uso regular de este medicamento sin haberlo consultado antes con su médico.

Capítulo 5
La aspirina en el momento del ataque cardiaco
El tratamiento de un ataque de corazón puede incluir la administración de algún fármaco para disolver el coágulo que queda el flujo sanguíneo en la arteria
coronaria. Los cardiólogos piensan que cuanto antes se administren esos fármacos, mayor es la probabilidad de que el paciente sobreviva. Por eso han llegado a sugerir en repetidas ocasiones que en los botiquines de los equipos médicos de emergencia se incluyeran tales medicamentos destinados a disolver eventuales coágulos. Esta sugerencia no ha encontrado un eco generalizado por dichos motivos, entre los que se cuenta, sin duda, el elevado costo de esas sustancias, conocidas por los médicos como agentes trombolíticos. Otra de las razones que justifican las reticencias es que los fármacos empleados para disolver los coágulos son potencialmente peligrosos. Un peligro importante en
su uso es que son susceptibles de provocar una hemorragia cerebral, a la par que disuelven los coágulos. Y, como ya se ha dicho, son extremadamente caros en comparación con la mayoría de los medicamentos.
Activase, nombre comercial de un activador plasminógeno tisular preparado por los laboratorios Gentech, es uno de estos medicamentos trombolíticos. La dosificación que se aconseja viene a costar una cifra próxima a los 2.000 dólares1; 
su principal competidor en el mercado es la estreptocinasa, que cuesta alrededor de 200 dólares; la elabora principalmente la firma Behringwerke AG, una empresa farmacéutica alemana, que la comercializa con el nombre de Streptasa.
Cada cinco años se celebra un simposio internacional que congrega a un grupo de investigadores médicos bajo el pomposo título de Antiplatelet Trialists Collaboration (Colaboración de Investigadores en Anticoagulantes). Como sugiere dicho título, estos especialistas se reúnen para intercambiar descubrimientos y datos. Han llevado a cabo una serie de estudios agrupados bajo la denominación de
International Study of Infarct Survival (ISIS) [Estudio internacional sobre sobrevivencia al infarto], que van numerados correlativamente. De ellos, el ISIS-2
1 El principio activo de esta sustancia se encuentra en España en tres medicamentos de parecidas características (Altiplasa, Altaplasa, Actilyse). La dosificación recomendada para uno de ellos cuesta aproximadamente 280.000pesetas; nos movemos, pues, en el mismo orden de cifras. (N. del T.) es el que tiene mayor interés para nuestro tema. El propósito del estudio era investigar la eficacia de la estreptocinasa administrada como tratamiento a
pacientes que acababan de sufrir un ataque de corazón. La inclusión de la aspirina entre los medicamentos sometidos a examen fue, en cierto modo, un añadido de última hora, en atención a sus conocidas propiedades anticoagulantes.
Para el ISIS-2, los pacientes ingresados en las unidades coronarias fueron divididos en cuatro grupos al azar (es decir, sin criterio de selección que el del orden en que iban llegando) y se les administró, según el grupo:
1. un placebo,
2. aspirina,
3. estreptocinasa o
4. aspirina y estreptocinasa.
El estudio se inició en 1985, y con el tiempo se extendió a una muestra de más de 17.000 pacientes ingresados en 400 hospitales.
Los resultados, que se dieron a conocer en 1988 en el congreso del American College of Cardiology, superaron todas las expectativas y proporcionaron conclusiones sorprendentes. La aspirina y la estreptocinasa, administradas por separado, se mostraron eficaces para reducir el índice de mortalidad: cada una lo rebajaron aproximadamente un 25% en comparación con la mortalidad de los
pacientes que sólo recibieron el placebo.
Pero lo más llamativo fue el descubrimiento de que, entre los pacientes a los que se les administró la combinación de aspirina y estreptocinasa, la mortalidad se redujo en cerca de un 50%. ¡La combinación resultó, pues, dos veces más eficaz que cualquiera de ambos fármacos aislados!
Dicho en otras palabras: el estudio demostraba que la aspirina (y, mejor aún, la estreptocinasa administrada junto con la aspirina) podía reducir drásticamente la mortalidad en los casos de infarto de miocardio.
Tal vez recuerde usted una cubierta del Newsweek de agosto de 1988. Era la del número que apareció dos semanas después de haberse hecho públicos los resultados de ISIS-2. La cubierta reproducía una tableta de aspirina con el siguiente titular: «Miracle Drug», el medicamento prodigioso. Después de ISIS-2, las ventas de estreptocinasa crecieron a expensas de las de Activase. Pero incluso al moderado precio de 200 dólares la dosis, el uso de la estreptocinasa no ha llegado a generalizarse en Estados Unidos en la misma medida que en Europa. Un artículo publicado en el número de mayo de 1992 de la revista Medical World News afirmaba que, si los médicos norteamericanos fueran tan agresivos en el uso de los trombolíticos como lo son sus colegas europeos, podrían salvar a más pacientes de una muerte evitable tras sufrir un infarto. El artículo se basaba en las observaciones del profesor Peter Sleight, de la universidad de Oxford, expuestas en la reunión anual del American College of Cardiology. El profesor Sleight afirmaba que, según un estudio realizado en Londres, el 50 % de los pacientes aquejados de un infarto de miocardio recibieron allí, en los casos indicados, la terapia trombolítica adecuada; mientras que, en Minnesota, considerando un grupo de pacientes de las
mismas características, sólo al 10 % de ellos se les administraron trombolíticos. En la misma sesión, el doctor Charles Hennekens, profesor de medicina en la Harvard Medical School, decía llanamente: «En Estados Unidos infrautilizamos los
agentes [terapéuticos]…: ni siquiera usamos la aspirina como debería ser empleada». La conferencia concluyó con el unánime reconocimiento de que los trombolíticos combinados con aspirina pueden salvar vidas. Pero también se dijo que podía emplearse sólo la aspirina cuando no fuera posible disponer de alguno de los tres
trombolíticos más conocidos, o si el tratamiento con éstos resultaba demasiado caro.
El doctor Hennekens explicaba que, de cada 1.000 personas que sufrían un ataque de corazón agudo, 100 morían a consecuencia de ese ataque si no recibían tratamiento médico. «Si les administran a todos aspirina, salvarán 23 vidas, sin provocar ninguna hemorragia cerebral añadida. Si les dan trombolíticos a todos, salvarán 27 vidas, corriendo el riesgo de provocar cierto número de hemorragias cerebrales no mortales: exactamente, 2,7 hemorragias: es decir, por cada 10 vidas que salven, causarán una hemorragia cerebral.» En la misma línea de subrayar la importancia del empleo de la aspirina estuvo la comunicación del doctor Rory Collins, de Oxford, quien se unió a lo ya expuesto por Hennekens, añadiendo: «Es posible administrar aspirina a todo el mundo. Es posible
hacerlo en países como la India, Pakistán, los suramericanos..., en sitios donde no pueden disponer de una terapia trombolítica».
En septiembre de 1992, Peter Baume, profesor de medicina comunitaria en la universidad de Nueva Gales del Sur, en Australia, exponía los resultados de un amplio estudio sobre la aspirina recientemente completado bajo su dirección por un
equipo de diez expertos. Éstas eran sus palabras: «Este medicamento es un pequeño tesoro... Si alguna vez yo mismo fuera a experimentar una sensación de dolor opresivo en el centro del pecho [revelador de un ataque cardiaco], tomaría media aspirina mientras aguardaba la llegada de la ambulancia». Si usted sufre un infarto, no hay nada que pueda sustituir a la atención inmediata
del médico y su traslado a un centro de atención coronaria. Pero, aun así, sepa que aumentará usted sus posibilidades de sobrevivir ¡tomando media aspirina lo antes posible!

Capítulo 6
La aspirina y los segundos ataques
El segundo ataque de corazón, o reinfarto, es consecuencia de las mismas condiciones que provocan el primero o inicial. Pero, a pesar de ello, las investigaciones se han desarrollado separadamente para determinar si la aspirina es o no útil para prevenir los segundos ataques.
Ya en 1953 el doctor Lawrence L. Craven, que ejercía medicina general en California, informaba haber venido prescribiendo aspirina desde 1950 a sus pacientes que convalecían de un primer infarto de miocardio. Y afirmaba que, hasta la fecha de su informe, los 18 pacientes que había tratado con aspirina seguían bien
y no habían sufrido nuevos ataques. La dosis que prescribía era una tableta de 325 mg diaria, ¡la dosificación estándar que sigue recomendándose hoy!
Los artículos de Craven, publicados en una revista médica que no tenía el prestigio del The New England Journal of Medicine ni de JAMA, recibieron escasa atención. Tendrían que pasar veinte años para que las pruebas realizadas con poblaciones elegidas al azar y con grupos de control tratados con placebo confirmaran sus resultados. Para quienes no estamos implicados en estas tareas, los descubrimientos de la investigación médica que pueden ser objeto de publicidad no siempre se ajustan a una secuencia lógica. El organismo competente en Estados Unidos, la Food and
Drug Administration, por ejemplo, determinó en 1985 que la dosis de una aspirina diaria era la que podía prescribirse para pacientes que hubieran sufrido previamente un ataque cardiaco. En consecuencia, dio luz verde a la Bayer, que había
presentado ya una solicitud para mencionar esta indicación médica en los prospectos y publicidad de la aspirina destinados al consumidor, para que pudiera incluida con ciertas limitaciones. Aun así, en el envase de las aspirinas que usted adquiere en la farmacia sigue sin mencionarse este uso: aparece l sólo en algunos
envases especialmente etiquetados, que se distribuyen a los médicos. Aquella decisión del mencionado organismo se produjo cuatro años antes de que fueran hechos públicos los resultados del Estudio sobre la Salud de los Médicos que comentamos en nuestro capítulo 4. Fundándose en la razonable creencia de: que la
Food and Drug Administration actuaría en 1989 como lo hizo en la anterior ocasión, y concedería un permiso limitado para dar a conocer a los consumidores los resultados de dicho estudio, las empresas estadounidenses productoras de aspirina
prepararon la oportuna publicidad. Pero, sorprendentemente, el mencionado organismo denegó el permiso para difundirla.
Es decir, que la misma Food and Drug Administration que en 1985 había reconocido que la aspirina era un medicamento útil para prevenir segundos infartos, hizo saber en 1989 que se opondría a divulgar entre los consumidores, como publicidad, cualquier recomendación de la aspirina para prevenir primeros infartos. E hizo uso de todos sus poderes de persuasión para desalentar semejante publicidad, hasta el punto de que, de no haber sido por el gran interés suscitado en los medios periodísticos por aquel estudio, el público no habría tenido noticia de un hecho tan esencial. La razón alegada para esta censura publicitaria fue ¡que la información
podría ser malinterpretada por el público! Es decir, según el mencionado organismo, los reportajes publicados en las páginas de periódicos y revistas, que no estaban sujetos a su aprobación previa, no desorientarían al público; pero sí lo haría, en
cambio, una publicidad que, en fin de cuentas, debía ser revisada y aprobada por la propia Food and Drug Administration. El porqué de todo esto es uno de los misterios de la burocracia gubernamental. Pero el resultado es que ni en los anuncios ni en el
prospecto de su envase de aspirinas encontrará usted ninguna alusión a la utilidad de la aspirina para prevenir primeros ni segundos ataques de corazón. El etiquetado y los prospectos tienen distinta consideración que la publicidad. Aquéllos están directamente sometidos al control de la Food and Drug
Administration; y la publicidad, técnicamente, cae bajo la jurisdicción de la Federal Trade Commission. Esta distinción, carente de sentido para la mayoría de los consumidores, se ha traducido históricamente en continuos piques entre ambos
organismos. Pero en el caso de la aspirina, como mínimo, la Food and Drug Administration parece haber impuesto su jurisdicción, con aquiescencia de la Federal Trade Commission, tanto sobre el etiquetado y los prospectos como sobre la publicidad. Y el resultado, desde nuestro punto de vista, es que se ha negado al
gran público información de suma importancia relativa a ese medicamento milagroso y barato que es la aspirina.
El doctor James E. Dalen escribía en 1991: «Revisando los informes de Craven al cabo de cuarenta años, y tras docenas de investigaciones clínicas, ¿qué podemos concluir? Pues, simplemente, que si su prescripción de "una aspirina diaria" hubiera
sido adoptada por los norteamericanos en 1950, se habrían podido evitar centenares de miles de infartos de miocardio y hemorragias cerebrales».

La aspirina - Robert Persky y Eugene Cisek

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La aspirina - Robert Persky y Eugene Cisek. Introducción. No existe medicamento de prescripción libre que dé tanto que hablar como la aspirina. Los estudios y

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