lunes, 13 de abril de 2020

Introducción Kierkegaard en 90 minutos Paul Strathern




Introducción
    Kierkegaard no fue en realidad un filósofo; al menos en el sentido académico. Y, sin embargo, produjo lo que mucha gente espera de la filosofía. No escribió acerca del mundo, sino acerca de la vida, cómo vivimos y cómo elegimos nuestra vida.
    Kierkegaard filosofó sobre lo que significa estar vivo. Su tema fue el individuo y su existencia: el «ser existente». Para Kierkegaard esta entidad puramente subjetiva está más allá del alcance de la razón, la lógica, los sistemas filosóficos, la teología e incluso de las «pretensiones de la psicología». Y, sin embargo, es la fuente de todas ellas. El resultado ha sido que filósofos, teólogos y psicólogos han renegado tarde o temprano de Kierkegaard. A la rama de la filosofía —o no filosofía, según algunos puristas— que Kierkegaard hizo nacer se le ha dado en llamar existencialismo
.
    Al existencialismo le llevo algún tiempo crecer. Algunos filósofos —Nietzsche, Husserl y Heidegger— fueron existencialistas sin saberlo (según los existencialistas). Heidegger lo negó vehementemente y Nietzsche murió antes de que nadie llegara a decírselo. En realidad, el existencialismo se puso en pie casi un siglo después de la muerte de Kierkegaard, cuando surgió el filósofo francés Jean-Paul Sartre en París después de la Segunda Guerra Mundial.
    Los intelectuales del París de la posguerra estaban desesperados: ya no había nada en qué creer. El surrealismo, que había ganado credibilidad intelectual anunciándose así mismo como absurdo, era visto ahora como ridículo. Los intelectuales franceses hallaban difícil creer en el comunismo (aunque ciertamente lo intentaron) después del ascenso de Stalin. Entonces llegó el existencialismo, que no exigía de uno el creer en nada en absoluto, sino que más bien enfatizaba que la desesperación forma parte de la condición humana.
    El existencialismo se hizo moda y se extendió más allá de los cafés de la Orilla Izquierda para llegar a los cafés del Greenwich Village, de Londres y a los lugares frecuentados por los beatniks de San Francisco. Atrajo también la atención en las universidades a ambos lados del Atlántico, de modo que el existencialismo fue a la vez filosofía de café y universitaria, una mezcla inusual de lo espurio y lo profundo. Resultó atractivo a los artistas, escritores, filósofos y charlatanes, todos los cuales aportaron su contribución a su expansión. Fue antecedente de las sucesivas modas de las décadas siguientes: conductismo, estructuralismo, postestructuralismo y demás.
    El núcleo de la filosofía existencialista —«el problema de la existencia»— fue el producto típico del siglo veinte, caracterizado por la alienación, el temor ( angst ), el absurdo y la preocupación por las palabrejas sonoras semejantes. Pero todo esto proviene directamente de Kierkegaard, que nació un siglo antes que Sartre.
    Kierkegaard se adelantó a su tiempo al traer a colación el reexamen, por mucho tiempo dejado de lado, de una de las primeras preguntas filosóficas: «¿Qué es la existencia?». Es cierto que casi todo el mundo continuó haciéndose siempre esta pregunta, todos excepto los filósofos. Para ellos, la cuestión era ridícula, o sin valor, o era tan bien contestada por su propia filosofía que no había ninguna necesidad de seguir ocupándose de ella. Kierkegaard, por su parte, opinaba que todo individuo no sólo debe hacerse la pregunta sino que tiene que hacer su propia vida con la respuesta subjetiva que le da. Este énfasis en la subjetividad es la contribución principal de Kierkegaard.
    El problema de la existencia —o del «ser»— estuvo en el centro del pensamiento de los primeros filósofos. Los filósofos se ocuparon de la cuestión del ser antes de que Sócrates y Platón introdujera la razón en la filosofía (haciéndola así respetable académicamente). ¿Qué significa vivir? ¿Cuál es el significado de la existencia? se preguntaban. Estas preguntas ingenuas provocan hoy la risa de los filósofos serios; se nos dice que sencillamente no tienen sentido, pero los simples mortales continuamos tozudamente formulándolas y, en nuestra ingenuidad, hasta confiamos en que nos la conteste la filosofía. Algunos filósofos presocráticos, alegremente inconscientes de la sofisticación de los filósofos venideros, insistían en tomarlas en serio.
    Parménides, que vivió en la colonia griega de Elea en el sur de Italia en el siglo quinto antes de Cristo, enseñó que el ser es el único y permanente elemento de todo lo existente. «Todo es uno». La multiplicidad, el cambio y el movimiento no son sino apariencia. Otros filósofos presocráticos se preguntaron sobre la diferencia entre la existencia de las cosas «reales» y las nociones abstractas e imaginadas. ¿Qué cualidad distingue mi existencia de la de los entes matemáticos, o los sueños? ¿Qué significa «existir»?
    Entonces llegaron Sócrates y Platón. «Conócete a ti mismo» —en lugar de «conoce lo que quiere decir ser uno mismo»— era la orden del día. El problema del ser desapareció de la filosofía. Esta noción fundamental (quizá la más fundamental de todas) fue sencillamente ignorada. Para Platón, la existencia era simplemente dada y no se hacía cuestión de su naturaleza.
    Se puede muy bien decir que Platón has ido la mente filosófica más comprehensiva y profunda de todos los tiempos; sin embargo, pasó por alto lo que muchos consideran que es la cuestión filosófica más importante de todas. (Newton ha sido la mente científica más comprehensiva y profunda de todo los tiempos; pero ello no impidió que Einstein demostrara que su universo se apoyaba en una hipótesis falsa.) A pesar de las muchas opiniones contemporáneas en contra, hay un progreso fundamental; conocemos cada vez más acerca del mundo en todos los campos, excepto, quizás, en filosofía. Pero en lo que respecta a la existencia individual seguimos igual; no  parece que haya progreso en lo que concierne al ser subjetivo. Todos sufrimos (o gozamos) idéntica situación: la condición humana. Y ha sido así desde tiempo inmemorial.

    Tras las huellas de Platón, los filósofos que le siguieron continuaron ignorando la condición humana. La existencia subjetiva —quizá la única cosa que todos tenemos indiscutiblemente en común— quedó para meditación de ingenuos. Las filosofías de Platón y de su discípulo Aristóteles reinaron sin discusión durante dos milenios, hasta que en el siglo diecisiete la filosofía regresó a su base: ese terreno fundamental en el que había nacido. ¿Quién soy y qué quiero decir cuando digo «existo»? El filósofo francés Descartes declaró « Cogito ergo sum » (Pienso luego existo). Se puede dudar de todo lo que está en la mente o en el mundo, todo puede ser ilusión o fantasía engañosa, todo excepto el hecho de que yo estoy pensándolo. La noción fundamental, la roca absolutamente incuestionable sobre la cual basar toda filosofía era de nuevo el ser subjetivo. Pero éste era en gran medida el ser de un intelectual francés, de modo que existía sólo cuando pensaba. Los sentimientos, las percepciones y demás seguían estando sujetos a la decepción. El «yo» subjetivo era capaz de saber que existía, pero no podía conocer con certeza nada más. Quedaba desnudo e indefenso, expuesto a los elementos engañosos: «el hombre es un inadaptado», escribió Shakespeare, «no es sino un pobre y desamparado animal aherrojado».
    El filósofo alemán Kant diseñó un albergue adecuado para esta pobre e indefensa criatura. Kant construyó una mansión grandiosa con un sistema filosófico basado en la razón que lo abarcaba todo, que acomodada al «yo» subjetivo en un esplendor magistral. A Kant le siguió Hegel, que construyó a su vez un sistema todavía más grandioso, basado en la idea de que «todo lo racional es real y, todo lo real es racional».
    Tanto Kant como Hegel perdieron de vista la cuestión original y sus sistemas no daban respuesta satisfactoria al problema subjetivo: «¿Qué es la existencia?». Un sistema racional presupone un mundo racional y consiste en dar respuestas de razón a preguntas de la razón. El «yo» subjetivo está más allá de la razón y no es enteramente una parte del mundo. Kierkegaard comprendió esto y pensó que la respuesta no está en un sistema perfecto que lo explique todo. Hay un problema más radical que da origen a preguntas del tipo ¿Qué es la existencia? o ¿Qué significa existir? Kierkegaard se propuso la tarea de responder a estas preguntas.


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