"Unos meses después, en una comida, un amigo dijo de sopetón: «¿Saben ustedes que se casa Borges?». Le dije que no lo creía, ya que él no se iba a casar sin el consentimiento de doña Leonor. «Esta vez lo tiene», contestó mi amigo. «Se trata de una mujer muy distinta de todas las que ha conocido hasta ahora. Es una docente jubilada de La Plata, es viuda, tiene casi sesenta años y dos hijos mayores. Parece que él la ha conocido en su juventud».
Fue la primera información que tuve sobre la señora Elsa Astete Millán. Unos meses después me enteré, por el diario, del casamiento de Borges. En una fotografía se lo veía avanzando por la nave, central de la iglesia, con la cabeza levantada, más envuelto en nubes que nunca. De la mujer que iba a su lado no recuerdo nada, ni la cara, ni el cuerpo, ni el vestido, ni el sombrero, aunque la miré con curiosidad. No había nada chocante ni llamativo en ella. Una de esas caras como se ven a centenares en autobuses, confiterías y calles, una cara que habría desorientado a Sherlock Holmes. Ni siquiera parecía vieja: era una mujer de edad indefinida.
Las referencias que tuve de ella por parte de las personas más diversas, escritores, gente de sociedad y de servicio, argentinos y extranjeros, coincidían en una cosa: la absoluta inadecuación de la señora Astete para desempeñar el papel de mujer de Borges. En una ocasión alguien intentó defenderla, señalando que él no podía verla. La respuesta fue:«Es verdad, no la ve, pero la oye». Otros comentaban la incapacidad de esta señora de interesarse en nada que fuera literario. El arte empezaba y terminaba para ella en el momento en que descolgaba una guitarra y cantaba un tango o un estilo.
En todo caso, Elsa Astete tenía una elevada opinión de su propio intelecto y de sus capacidades como entertainer . Esto se puede explicar. Elsa Astete había nacido y, se había criado en la ciudad de La Plata, fundada en 1882 y convertida en capital de la provincia de Buenos Aires. La Plata, con su universidad y sus diagonales, con su importante museo paleontológico, ha sido cuna de grupos intelectuales y de notables escritores argentinos. La Plata se ha destacado «literariamente», no socialmente. Los intelectuales de La Plata estaban a la altura de los de Buenos Aires; las altas esferas sociales de La Plata están formadas por personas con aspiraciones aristocráticas y maneras provincianas, que pierden fácilmente el rumbo. En La Plata el tono social está dado por las mujeres de los militares de altos mandos, de los miembros del Jockey Club —por lo general políticos— y de los gerentes de los bancos. Nada podía igualar el desprecio de las damas porteñas terratenientes por los intentos de elegancia de estas señoras, en caso de haberlas visto, algo que nunca ocurrió. Las damas platenses estaban rodeadas de una conspiración de silencio, el arma más poderosa en la Argentina.
Elsa Astete sintió, cuando se le ofreció este inesperado casamiento, que todas las puertas del «gran mundo» se abrían ante ella. Es más, creyó que se le abrían por mérito propio. ¿Acaso no había triunfado donde tantas otras habían fracasado?
En contra de lo que podría suponerse, su actitud no fue de aprobación ante lo que no entendía, sino que se puso en rival de su marido. Una amiga norteamericana me escribió una carta contándome la consternación general que sobrevino en una reunión en que se esperaba oír a Borges. La señora Borges había desenfundado una guitarra y se había puesto a cantar. La voz no era excepcional, la interpretación tampoco y nadie entendía la letra de las canciones. Mi amiga terminaba la descripción con estas palabras: «She is plain and dowdy» («Es insignificante y de aspecto doméstico»).
Al parecer, las relaciones entre ellos fueron malas desde el principio.
Aquí entramos en el terreno de la conjetura. Aunque él había logrado tener relaciones físicas con una o dos mujeres, se me ocurre que, en este caso, el carácter de la señora Borges debe de haber dificultado las cosas. Ella esperaba un matrimonio normal y ha de haber quedado humillada y defraudada. Lo cual explicaría en parte su actitud competitiva.
En todo caso, el malestar entre ellos aumentaba y llegó, al parecer, a la agresión material en Massachusetts. La señora Borges habría abofeteado a su marido, que salió a la calle y fue encontrado dos horas después, sentado en el banco de un parque, mojado por la lluvia y muy agitado.
Cuentan que tuvo que recurrir a una estratagema cuando finalmente quiso separarse de su cónyuge. Esperó un momento en que ella había salido, llamó por teléfono a su traductor al inglés, Norman Di Giovanni; entre los dos eligieron los libros favoritos de Borges, alguna ropa, metieron todo en valijas, tomaron un taxi y no se refugiaron en Maipú 994, donde seguía viviendo doña Leonor, sino que fueron al aeroparque y subieron a un avión con destino a la provincia de Córdoba. Desde allí, bien escondido y con asesoramiento legal, Borges inició el trámite de separación.
El apartamento de la calle Belgrano, donde vivían, quedó en poder de Elsa Astete, que recibió también una buena indemnización. A partir de ese momento ella desapareció de la vida de Borges y todas las tentativas de los periodistas por sacarle alguna declaración o comentario han sido, hasta ahora, vanas. El mismo vigor que Elsa Astete había puesto en participar de la vida de Borges, y en dirigirla, la puso ahora en borrarse, como si la envolviera una cortina de vergüenza.
El casamiento de Borges es, objetivamente, un misterio. Mucho más que si se hubiera llevado a cabo en secreto y no con toda la prensa desplegada y sus flashes .
Entramos de nuevo en terreno conjetural. La conjetura es lícita y es, en cierto modo, una imitación de su manera, tan inclinada a las hipótesis.
¿Por qué este hombre de sesenta y siete años, una edad con recuerdos, pero sin porvenir, ya glorioso, con costumbres asentadas, extravagantes, pero cómodas para él, se lanza a la aventura de un matrimonio como un joven inexperto que quiere fundar una familia y establecerse en la vida?
Es importante recordar la frase que me dijo a mí y repitió a otros, tres años después, cuando ya se había separado de su mujer. El escritor norteamericano Donald Yates me confesó que había usado casi las mismas palabras hablando con él: «Cuando me casé yo ya sabía que la cosa iba a ser un desastre. No tenía ganas de hacerlo. Pero me había metido en el asunto y era difícil echarse atrás».
Hay en esta frase dos cosas que llaman la atención: 1) La premonición. En todas las circunstancias importantes de su vida, Borges tenía premoniciones. En El Aleph , la mujer amada, Beatriz Viterbo, ya está muerta. En el momento en que me escribía que El Aleph iba a ser el primero de una larga serie de cuentos, ya Beatriz (que iba a sacarlo del infierno) había muerto para él. 2) El sometimiento a un destino aciago que nos destruye, pero al cual no nos oponemos. Uno arruina su vida por acatar una convención que se sabe que es disparatada y que ni siquiera afecta profundamente. La actitud de Borges al casarse repite la actitud de Dahlmann, el protagonista de su cuento El Sur . Dahlmann, ese argentino «un poco voluntario», acaba de sufrir un accidente y, en consecuencia, una penosa intervención quirúrgica.(...)
Borges paseando por Buenos Aires con Estela Astete Millán (año 1967) |
"Borges fue a un casamiento que —según él mismo dijo— sabía que iba a ser un infierno (también lo fue para su mujer, sin duda) por no atreverse a infringir una convención. Pensó que su deber era sacrificarse.
No es difícil suponer de dónde venía ese mandato. En el cuento hay un viejo gaucho que le arroja un puñal a Dahlmann. En el casamiento, la «pampa sufrida y macha que estás en los cielos», como siempre, le impuso su voluntad. Y añade: «No sé si eres la muerte, sé que estás en mi pecho».
Es harto posible que doña Leonor, que en ese momento frisaba los noventa años, haya estado preocupada ante la idea de dejar solo a su hijo. Acaso alarmada por la renovada amistad de su hijo conmigo, haya decidido cortar por lo sano. Ella necesitaba contar con una mujer apagada y manejable por los años que le quedaban de vida. No es difícil imaginarla hablando con algún amigo, entre los muchos que simpatizaban con ella, en busca de la candidata adecuada. Cuando la candidata resurgió de las brumas del pasado, podemos imaginar a doña Leonor diciendo: «Georgie: ¿por qué no te casas con ella?». Para Georgie esta frase era un mandato ineludible, como el cuchillo que el viejo gaucho le tira a Dahlmann.
Pero doña Leonor se equivocó. La nueva señora Borges no era dócil y no estaba dispuesta a pasar inadvertida. El matrimonio fue causa de sufrimientos, humillaciones y pérdida de dinero. Asimismo, puso una nota grotesca en la vida de Borges.
Lo que sorprende aquí es la actitud indefensa, el someterse atado de pies y manos a una voluntad que no es la suya, el meterse en el brete sabiendo que el mazazo le espera al final. Cuando debió tomar una de las decisiones más importantes en la vida de un hombre, no fue capaz de decidir por sí mismo y se doblegó ante una voluntad otra.
Esta actitud vencida de antemano en el caso de su matrimonio debe ser analizada si se quieren entender las señales que él nos dio a través de su literatura. Su casamiento fue un disparate total, un acto de locura que sorprende en un hombre lúcido y de edad avanzada. Esta actitud, pasiva y femenina, era la de las doncellas en los siglos pasados, que se casaban con quien les imponía su familia, sin atreverse a imaginar una posible rebelión. Y esto explica el gusto de Borges por un escritor muy distinto a él en su prosa y sus temas: Henry James. Las mujeres de Henry James nunca se rebelan, sino que acatan cualquier situación, por humillante, dolorosa o absurda que sea. Es como si su valor consistiera precisamente en aguantar una situación inaguantable. También lo predisponía su nacionalidad a esta resignación. Borges fue a su casamiento como una doncella burguesa del siglo XIX .
Hay que decir también, en descargo de doña Leonor, que durante toda su vida él había soñado en casarse, aunque el matrimonio se le aparecía tan lejano e inalcanzable como las mujeres de quienes se enamoraba. El mandato había virado de rumbo: ahora debía casarse. Y lo hizo con una mujer que no lo excitaba y que él recordaba vagamente de su juventud, sin contar que los años, las costumbres, el medio social, las aspiraciones, la vida vivida los había ido separando. Y esto, más que las diferencias intelectuales en que se ha insistido, impedía toda comunicación entre Borges y Elsa Astete.
Leonor Acevedo había creído dejar a su hijo protegido. En su afán de buscar una mujer manejable, agradecida por el gran honor que se le hacía y — conditio sine qua non — una mujer de quien su hijo no estuviera enamorado, cometió un error garrafal e hizo vivir a Borges la única aventura grotesca de su vida. Las peripecias del matrimonio de Borges se parecen a los incidentes hilarantes de una tira cómica.
El matrimonio duró poco, apenas tres años (escaso tiempo para un matrimonio argentino). Y, como en el tango, él «volvió con mamá otra vez».
Después de su desprendido y abnegado esfuerzo, con la conciencia tranquila, doña Leonor pudo comprobar que ninguna mujer era capaz de sustituirla ante su hijo. (No contaba con la infinita paciencia, la devoción y la flexibilidad del Japón: pero esto no lo vio y su triunfo le dio fuerzas para vivir hasta los noventa y nueve años).
Las mujeres han sentido en algún momento que el valor pertenece al mundo de los hombres, que ellos designan con esta palabra una actividad dura y cruel, pero que ellos aprecian. Son los hombres quienes tienen «el cuchillo». Ser hombre es matar, es provocar. El tierno mundo femenino debía horrorizarse ante las refriegas sangrientas de los hombres. Para las mujeres del tiempo de Leonor Acevedo ser hombre era tener la capacidad de afrontar un duelo a cuchillo en un momento dado. Aquí culminaba la idea de la virilidad. Y no se les hubiera ocurrido jamás que, detrás o más allá de la fachada de los cuchilleros,"
( ESTELA CANTO Borges a contraluz)
Borges y Estela Canto 1945 |
ESTELA CANTO (Buenos Aires, 1916 - 1994) fue una escritora, periodista y traductora argentina.
Descendiente de una tradicional familia del Uruguay, algunos de sus antepasados son importantes militares. Su hermano, Patricio Canto, fue autor del ensayo El caso Ortega y Gasset , sobre el célebre filósofo español.
Estela realizó variados trabajos durante fines de los años 1930 y comienzos de la década de 1940. Entre ellos, fue corredora y bailarina en un local donde los hombres pagaban a las mujeres un importe para que bailaran determinadas piezas con ellos.
En 1944 conoce a Jorge Luis Borges, quien se enamoró de ella, a tal punto que fue destinataria de varias cartas románticas del escritor, cartas que ella publicaría en su libro Borges a contraluz (1989).
Trabajó en la Revista Sur y realizó varias traducciones, destacando En busca del tiempo perdido de Marcel Proust.
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