El Nacional - Sábado 25 de Junio de 2005 D/1
Papel Literario
Guarataro con champaña
Claudio Nazoa
Otra vez me veo obligado a escribir sobre mi padre Aquiles Nazoa, y es que si no lo hacía, los periodistas de Papel Literario de El Nacional, secuestraban a mi mamá o me mataban si no les entregaba estas líneas.
Trato en lo posible que sean otros los que escriban o hablen de Aquiles Nazoa, porque, siendo yo su hijo, es muy fácil caer en la subjetividad o inclusive en la cursilería que suelen tener los hijos a la hora de referirse a su padre. Pero ya montado sobre el burro, voy a tratar de contarles algunas anécdotas de este personaje caraqueño, amante de la vida, militante fanático de la estética y guerrillero de la ética.
Muchas personas dicen que Aquiles Nazoa fue un poeta que comprendía al pueblo que no lo olvida. No es que lo comprendía, lo que pasó fue que Aquiles Nazoa era también eso que ahora en Venezuela no estamos seguros de lo que es y que los políticos oportunistas llaman “el pueblo”.
Nació un 17 de mayo de 1920 en el barrio caraqueño “El Guarataro”, hijo de Rafael Nazoa y Micaela González. En una auto—descripción de su infancia, dijo: “Mi infancia fue pobre pero nunca fue triste”.
Creo que eso de alguna forma nos dice que tuvo unos padres que no tenían dinero pero sí mucho amor y creatividad para regalarle a su hijo.
Pasa su infancia en la parroquia San Juan, en una Caracas todavía de techos rojos. Hacía muchas excursiones al Ávila con su padre y también paseaba con él en bicicleta hasta un pueblo cercano a la ciudad llamado El Hatillo. Quizás estos paseos, llenos de alegría y sin dinero, marcaron su forma romántica y optimista de vacilarse la vida, no importando que la mayoría de las veces tuviera los bolsillos vacíos y viviera en un país sometido por un dictador que le decía lo que tenía que hacer.
Vivió, sufrió y sobrevivió a dictadores y a demócratas. De alguna forma supo tener la fuerza suficiente para no dejarse doblegar por la brutalidad ni por la estupidez de los gobernantes de turno, aunque muchas veces haya tenido que pagar con cárcel su determinación. Fue uno de los presos de menos edad que tuvo el gobierno del general Gómez: Resulta que cuando vino Lindberg a Caracas, Aquiles, de seis años, salió junto a otros niños a buscar el mejor sitio para ver el primer avión que surcaría el cielo caraqueño y no se le ocurrió mejor idea que montarse en la cerca que rodea el Palacio de Miraflores, por lo que un guardia se lo llevó preso. Es que los gobernantes de esa época eran muy miedosos y creían que hasta un niño podía matarlos.
A los 16 años, tras la muerte de su padre, asume la responsabilidad familiar y valiéndose de haber aprendido a hablar inglés desde muy niño con una dulcera trinitaria, consigue empleo en el Ministerio de Fomento como guía de turistas, convirtiéndose en el primer guía de turistas que tuvo Venezuela.
Por motivo de trabajo, junto a su madre y a sus cuatro hermanos, se traslada a Puerto Cabello. Allí viven en la famosa calle Lanceros, de donde adopta su pseudónimo “Lancero” para hacer sus primeros escritos en la prensa.
Fue justamente en Puerto Cabello, luego de una denuncia que hiciera en un periódico local a un concejal, que lo detienen y traen a Caracas, teniendo el extraño “honor” de inaugurar la cárcel modelo en Catia, donde estuvo varios meses preso. Era una época difícil en Venezuela donde un periodista, por denunciar a un funcionario público que lo estaba haciendo mal, podía ser enviado a la cárcel.
Aquiles Nazoa fue un autodidacta que estudió más que un didáctico normal. Era un hombre de múltiples conocimientos ya que cualquier curiosidad la llevaba al extremo y la investigaba con la rigurosidad con la que lo haría un hombre de ciencias.
Muchas personas creen que él sólo era un poeta humorístico, cosa ya de por sí sola bastante compleja, pero desconocen al curioso por la ciencia. Escribió un libro llamado Los cien usos de la electricidad, donde con detalles sorprendentes nos cuenta la historia de los artefactos eléctricos más comunes.
Fue también un apasionado por la historia universal y por Caracas, su ciudad.
También escribió poesía lírica, siendo la más emblemática “La balada de Hans y Jenny”.
Hizo del conocimiento cultural algo divertido y al alcance de todo el mundo.
Muchas personas de la década de los años 70, aún hoy recuerdan el famosísimo programa Las Cosas Más Sencillas, que se transmitía por el Canal 5 del Estado.
En esa época, aunque alguien fuera de izquierda y criticara al gobierno, tenía derecho a trabajar en los medios de comunicación del Estado.
Las Cosas Más Sencillas fue un programa de televisión en blanco y negro que se hacía la mayor parte del tiempo en vivo.
Cuando llegó el video tape, a principios de los años 70, se utilizaba una sola cinta que no se guardaba y se volvía a grabar sobre ella, por eso, lamentablemente, no quedaron programas de Las Cosas Más Sencillas.
Él decía que en las cosas más sencillas era donde se encontraban las cosas más difíciles e interesantes de explicar y comprender.
Para explicarle a un lector que no tuvo la oportunidad de ver aquel programa, Aquiles Nazoa decía algo como esto: Hoy vamos a hablar sobre la vela. A continuación encendía una vela y pasaba una hora explicando todo lo que se puede saber sobre una vela encendida, o sobre una silla, o sobre un avión. No había tema del que no hablara en ese programa.
Difícil explicar a este hombre en tan poquito espacio, así que pido disculpas a los lectores por lo quizás desordenada de esta historia en donde quiero contarles muchas cosas.
Mi padre fue un millonario, lo único que no tenía era dinero. Siempre le gustó lo mejor de las cosas de la vida. Era delicado y profundamente estético. No le gustaba la gente desarreglada y vulgar. Le tenía tirria a todo lo que llevara uniforme y le oliera a autoritarismo.
Creo que él era un revolucionario pero del sentido profundo de lo que significa el ser humano. Odiaba las injusticias, sufría al ver a la gente pasando trabajo, sobre todo a los niños.
Era un hombre de carácter cambiante, a veces de muy mal humor. Le molestaba que lo confundieran con un echador de broma.
No le agradaba que algunas personas estuvieran todo el tiempo esperando que él dijera algo gracioso.
Casi podría decir que Aquiles Nazoa fue un anarquista al que no le gustaba que le dictaran líneas, ni políticas ni artísticas.
Fue un mecenas pobre: Jacobo Borges, Pedro León Zapata, Carlos Cruz Diez, Alirio Palacios, Régulo Pérez, Luis Lucsick y Abilio Padrón, entre otros grandes artistas, fueron protegidos por mi padre cuando nadie creía en ellos. Él tenía un instinto especial para saber el valor artístico de las personas.
Era un hombre a veces extraño para la visión de un ciudadano común. Pasaba el santo día escribiendo y patinando con sus patines de ruedas de goma. Con esto había un problema: se ponía bravísimo si alguien le preguntaba por qué patinaba dentro de la casa.
No le gustaba que los periodistas le grabaran las entrevistas y cuando veía el grabador preguntaba:
—Disculpe ¿Cuando usted va al cine lleva el grabador?
Los periodistas, tímidamente, respondían que no, a lo que él les replicaba:
—Y usted se acuerda de la película, ¿verdad?
Bueno, entonces vamos a hacerlo así.
En el año de 1956, Pérez Jiménez lo saca esposado del país como a un delincuente, y es que en esa época, el dictador había inventado unas leyes que prohibían a los periodistas escribir con libertad. Recuerdo que apenas tuvimos tiempo de despedirlo en el antiguo aeropuerto de Maiquetía.
Nadie sabía a donde iba. Ni él, ni nosotros.
Lo llevaron al avión, donde el capitán de PanAmerican le pidió —en inglés— disculpas a los pasajeros por compartir el avión con un peligroso delincuente. Le quitaron las esposas y allí le dijeron que podía quedarse en Panamá o en Bolivia. Se fue a Bolivia en donde conoció a un ángel boliviano llamado Pepe Ballón, quien no sólo lo acogió a él, sino a toda mi familia, que meses después fuimos vivir a Bolivia durante tres difíciles años.
Allá, junto a Pepe, quien entre otras cosas era librero, mi padre fundó una editorial y publicó varios libros.
Aquiles, el hombre que nació en el Guarataro, a quien le gustaba vestirse de smoking, jugar críquet y tomar champaña.
Aquiles, el que se ponía su sombrero, su camisa tropical, su pantalón blanco y sus zapatos de goma para irse en su Volkswagen azul a Villa de Cura a visitar a su amigo Vinicio Jaen para comerse unas cachapas con queso y chicharrón .
Aquiles, el que gustaba regalarle joyas a mi madre, quien le reprochaba:
—Aquiles, no gastes el dinero en esto.
Vamos a comprarnos un apartamento.
A lo que él decía:
—Y... ¿Si me muero mañana y no tengo el gusto de regalártelo?
Aquiles, el que leía varios libros a la vez.
El que aprendió a hablar en quechua con los indígenas bolivianos. El que hablaba y leía en francés. El que creía en sí mismo porque como él decía “creo en mi mismo porque sé que hay alguien que me ama”.
Aquiles, el ateo amigo de Dios y estudioso como nadie de la vida de Cristo.
En fin, Aquiles Nazoa un hombre sencillo de vida muy emocionante, tratando de comprender este complicado mundo, donde quería pasar como “el poeta que le cantó a los cochinos”, su animal preferido.
Aquiles, un revolucionario que estaría ahora luchando contra el autoritarismo, la injusticia y la vulgaridad. Aquiles, el que debe estar con Dios convenciéndolo de que el diablo es un tipo de pinga.
El testamento de Aquiles Nazoa
Esto es un manuscrito que encontré en su escritorio de trabajo días después de su muerte. Primera vez que se publica:
Testamento 1975
“La noción de lo que es vivir, me ha llegado muy tarde. Permítanme, queridos deudos, organizadores de mi sepelio, evitarse la ampulosidad del coche fúnebre en el que habéis convenido enviarme al otro mundo como un hediondo paquete y dejadme ir por los propios pasos que marca mi corazón”.
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