domingo, 23 de febrero de 2020

A. MORAVIA VISTO POR A. ASOR ROSA



Escritor civil de Moravia 

Alberto Asor Rosa


Alberto Moravia, así como una gran literatura europea del siglo XX, también fue un protagonista casi institucional de la vida civil y las costumbres italianas de este siglo. Los dos aspectos siempre han estado presentes, pero obviamente en las últimas dos o tres décadas de una vida tan larga se habían entrelazado cada vez más.
Creo que es una experiencia común para muchos regresar con sus pensamientos, cuando hablan de Moravia, a su primer trabajo, la novela The Indifferent (1929). Hay escritores que desarrollan lenta y evolutivamente sus inclinaciones más profundas; y otros que los manifiestan inmediatamente desde la primera experiencia. Moravia fue sin duda uno de los últimos.
En lo indiferente ya hay, en pocas palabras, lo que será en las siguientes décadas: su prosa característicamente gris y envolvente, aparentemente realista hasta documental y en cambio fuertemente sintética, selectiva, casi surrealista (esos son los años, no olvidemos, de los mejores experiencias de un Bontempelli y de un Pirandello ahora maduro, roedor acre de la planta burguesa individual, aquí en el fondo, pero nunca completamente ausente); su mundo moral y social en el que se refleja el olor mórbido y algo perverso de una putrefacción inminente; su mirada atenta, alerta, a veces maliciosa, con la que los personajes y las cosas se fijan en un marco de interminable desolación intelectual. Es obvio que, con tal sistema,
Con la dote de los indiferentes, el joven Moravia llega a la guerra sin producir mucha importancia, hasta la espléndida historia a lo largo de Agostino (1944), que en mi opinión abre una nueva fase. La experiencia de la introspección psicológica, respaldada por lecturas freudianas más frescas, coloca a Moravia en una posición para transferir a la narrativa existencial lo que previamente con Los Indiferentes había dado cuenta en el nivel del marco medioambiental. Desde el interior burgués, destinado a la manera de cierto Pirandello, pasa a la intimidad burguesa a la manera de ciertos franceses del siglo XX (¿Gide?). No solo eso. Este pasaje, de hecho, le permite internalizar profundamente también su experiencia de la realidad histórica y social contemporánea. Su encuentro con el neorrealismo (encuentro, por supuesto, nunca identificación) tiene lugar a través de esta traducción original de planes. La Romana (1947) y La Ciociara (1957) son ambas novelas de un vasto fresco histórico, en el que Moravia se separa del tema burgués original para acercarse al mundo de la clase media baja o francamente proletario. De esta manera, supera la repetitividad de los años treinta, supera el obstáculo representado por la jaula del tema burgués entendido en sentido estricto y evoluciona hacia una visión más libre y menos condicionada del mundo. Pero, al mismo tiempo, introduce su personalidad más profunda en los "otros" personajes, diferentes, diseñados por él, inocula el virus de la decadencia burguesa en la salud suave y corrupta de los dos personajes femeninos del mismo nombre. Dos personajes femeninos: no es sorprendente. La transferencia solo puede tener lugar porque Alberto Moravia cae en ellos, es decir, en ellos su componente femenino ambiguo, que es notable. Flaubert dijo de Madame Bovary: "C'est moi". Del mismo modo, Moravia podría haber dicho "C'est moi" tanto de la "Romana" como de la "Ciociara".
Desde un modo similar, puede también por el importante volumen de cuentos romanos (1954), entendemos cómo este verso para llegadas a Moravia preceden e influyen en un escritor sin embargo, tan diferente de él como Pier Paolo Pasolini.
Con los años sesenta, y con la novela La noia (1960), Moravia comienza otra fase caracterizada por una cierta fenomenología estructuralista y por un predominio cada vez mayor del dato sexual. Es el comienzo de un largo, aunque fructífero, declive.
Un hombre como este no podría tener una relación trivial con la política, y tampoco podría tener una relación con la política. En un ensayo verdaderamente notable de 1964, El hombre como finMora via delinea una posición original muy dependiente del existencialismo francés y Camus, pero con características autónomas muy distintas. Su política es básicamente una crítica del totalitarismo en todas sus formas (incluidas las derivadas, francamente, del desarrollo anormal de la sociedad capitalista). Sin embargo, su simpatía crítica hacia el comunismo, y en particular hacia el comunismo italiano, muestra que sabía cómo orientarse entre verdaderos amigos y falsos amigos, y distinguir bien entre las formas abstractas de las ideologías y sus manifestaciones históricas concretas. De ninguna manera fue un "compañero de viaje". Era un hombre con una idea precisa de la convivencia civil y la moral actual. Por esta razón, mientras permanecía en el otro lado, se colocó en este lado.
En este espíritu, había apoyado una perspectiva ecológica y ambiental de grandes ambiciones en los últimos veinte años, una vez más vinculando el destino del hombre con las condiciones reales de su libertad. En posiciones antinucleares, había acudido al Parlamento Europeo como independiente en las listas de Pei, dejando solo en este caso una reserva de décadas.
Pero, sobre todo, había expresado su curiosidad por el mundo y el conocimiento en una larga serie de viajes, de los cuales había dado relatos literarios precisos, documentados y bien hechos. Su gusto por la descripción concisa y diligente, hasta los límites, como ya hemos dicho, de lo gris, se había manifestado perfectamente en este nuevo capítulo de la larga tradición italiana de literatura de viajes.
El hombre en el centro de la existencia, y la resistencia en el centro del mundo. Un individualismo muy fuerte y, al mismo tiempo, un sentido muy fuerte de las relaciones y relaciones humanas. Inteligente, culta, iluminación; pero también complicado y morboso hasta el voyerismo y la obscenidad. Un personaje complejo, resuelto quizás solo al final de la operación de escritura concebido también, si no sobre todo, como profesionalismo y trabajo. La política como cumplimiento civil de su compromiso literario: pero en dos niveles siempre se mantuvo estrictamente distinto y separado.

"Rebirth", 9 de octubre de 1990





Moravia scrittore civile 

Alberto Asor Rosa


Alberto Moravia, oltre che un grande della letteratura europea del Novecento, è stato anche un protagonista quasi istituzionale della vita civile e del costume italiano di questo secolo. I due aspetti sono sempre stati compresenti, ma ovviamente negli ultimi due-tre decenni di una così lunga vita si erano intrecciati sempre più.
Credo che sia esperienza comune a molti il risalire con il pensiero, quando si parla di Moravia, alla sua prima opera, il romanzo Gli indifferenti (1929). Ci sono scrittori che sviluppano lentamente ed evoluzionisticamente le loro inclinazioni più profonde; e altri che le manifestano di getto fin dalla prima esperienza. Moravia era indubitabilmente di questi ultimi.
Negli Indifferenti c’è già, in nuce, quello che egli sarà nei decenni successivi: questa sua prosa così caratteristicamente grigia e avvolgente, apparentemente realistica fino al documentarismo e invece fortemente sintetica, selettiva, quasi surreale (quegli sono gli anni, non dimentichiamolo, delle migliori esperienze di un Bontempelli, e di un Pirandello ormai maturo, acre roditore dell’impianto individuale borghese, qui sullo sfondo, ma non mai del tutto assente); questo suo mondo morale e sociale in cui si riflette il sentore morboso e un po' perverso di una putrefazione incombente; questo suo sguardo attento, vigile, qualche volta maligno, con cui i personaggi e le cose vengono fissati in un quadro di desolazione intellettuale senza fine. È ovvio che, con un impianto del genere, Moravia appariva sull’orizzonte letterario italiano del suo tempo come un vero e proprio trauma, che i rondeschi, i calligrafisti e gli elzeviristi avrebbero cercato di riassorbire (ma senza riuscirvi), additando le indubbie qualità stilistiche e l'efficace trattamento della prosa, che lo facevano «nuovo» rispetto alle tradizioni narrative anche più recenti (anche se, sul piano storico, la figura di Tozzi e, su di un piano ben più alto, quella di Italo Svevo avrebbero più tardi movimentato il quadro più di quanto in quel momento non apparisse).
Con la dote degli Indifferenti il giovane Moravia arriva alla guerra senza produrre ancora gran che di significativo, fino allo splendido racconto lungo Agostino (1944), che apre secondo me una nuova fase. L’esperienza dell’introspezionepsicologica, appoggiata a più fresche letture freudiane, mette Moravia in condizione di trasferire nel racconto esistenziale quello che in precedenza con gli Indifferenti aveva realizzato sul piano del quadro di ambiente. Dall’interno borghese, inteso alla maniera di un certo Pirandello, passa all’intimità borghese alla maniera di certi francesi del Novecento (Gide?). Non solo. Questo passaggio, infatti, gli consente di interiorizzare profondamente anche la sua esperienza della realtà storica e sociale contemporanea. Il suo incontro con il neorealismo (incontro, beninteso, mai identificazione) avviene mediante questa originale traslazione di piani. La Romana (1947) e La Ciociara (1957) sono ambedue romanzi di vasto affresco storico, in cui Moravia si stacca dall'originaria tematica borghese per accostarsi al mondo infimo-borghese o francamente proletario. In questo modo, egli supera la ripetitività degli anni Trenta, scavalca l’ostacolo rappresentato dalla gabbia della tematica borghese intesa in senso stretto ed evolve verso una più libera, meno condizionata visione del mondo. Però, al tempo stesso, introietta la sua personalità più profonda nei personaggi «altri», diversi, da lui disegnati, inocula il virus della decadenza borghese nella morbida, corrotta sanità dei due personaggi femminili eponimi. Due personaggi femminili: non a caso. Il transfert può avvenire solo in quanto Alberto Moravia si cala in esse, ovvero cala in esse la sua ambigua componente femminile, che è cospicua. Flaubert diceva di Madame Bovary: «c’est moi». Allo stesso titolo Moravia avrebbe potuto dire «C’est moi» sia della «Romana» sia della «Ciociara».
Poiché un ragionamento analogo si potrebbe fare anche per l’importante volume dei Racconti romani (1954), si capisce come per questo verso Moravia arrivi a precedere e a influenzare uno scrittore pur così diverso da lui come Pier Paolo Pasolini.
Con gli anni Sessanta, e con il romanzo La noia (1960), Moravia inizia un’altra fase contraddistinta da una certa fenomenologia strutturalistica e da una predominanza sempre maggiore del dato sessuale. È l’inizio di un lungo, anche se fecondo, declino.
Un uomo come questo non poteva avere con la politica un rapporto banale, e pure non poteva non avere un rapporto con la politica. In un saggio veramente notevole del 1964, L'uomo come fine, Mora via delinea una sua originale posizione molto dipendente dall’esistenzialismo francese e da Camus, ma con tratti autonomi ben distinti. La sua politica è fondamentalmente una critica del totalitarismo in tutte le sue forme (anche in quelle derivanti, francofortianamente, dallo sviluppo abnorme della società capitalistica). Tuttavia, la sua simpatia critica verso il comunismo, e in particolare verso il comunismo italiano, dimostra che egli sapeva ben orientarsi tra amici veri e amici falsi, e ben distinguere tra le forme astratte delle ideologie e le loro concrete, storiche manifestazioni. Non era in nessun modo un «compagno di strada». Era un uomo con una idea precisa della convivenza civile e della morale corrente. Per questo, pur stando dall'altra parte, si collocava da questa.
Con questo spirito aveva sostenuto negli ultimi vent'anni una prospettiva ecologica e ambientalistica di grandi ambizioni, ancora una volta ricollegando il destino dell’uomo alle condizioni reali della sua libertà. Su posizioni antinucleari era andato al Parlamento europeo come indipendente nelle liste del Pei, uscendo solo in questo caso da un riserbo pluridecennale.
Ma soprattutto aveva espresso questa sua curiosità di mondo e di conoscenza in una lunga serie di viaggi, di cui aveva dato resoconti precisi, documentati e di buona fattura letteraria. Il suo gusto per la descrizione concisa e diligente, - fino ai limiti, come abbiamo già detto, del grigiore, — si era manifestato a perfezione in questo nuovo capitolo della lunga tradizione italiana della letteratura di viaggi.
L’uomo al centro dell’esistenza, e resistenza al centro del mondo. Un individualismo molto spinto, e al tempo stesso un senso molto forte delle relazioni e dei rapporti umani. Intelligente, colto, illuminista; ma anche complicato e morboso fino al voyerismo e all’oscenità. Un personaggio complesso, risolto forse soltanto alla fine nell'operazione di scrittura concepita anche, se non soprattutto, come professionalità e lavoro. La politica come completamento sul piano civile del suo impegno letterario: ma su due piani sempre tenuti rigorosamente distinti e separati.
“Rinascita”, 9 ottobre 1990

No hay comentarios:

Publicar un comentario

David Foster Wallace - Borges en el diván

Las biografías literarias presentan una paradoja desafortunada. La mayoría de los lectores que se interesan por la biografía de un es...