Josep Gavaldà
Japón desató toda su ira contra la población china en Nakín
en 1937, en el contexto de la guerra de expansión territorial que el imperio
del sol naciente estaba llevando a cabo en China. Fueron 42 días de horror, en
los que se cometieron enormes atrocidades, que japón intentó silenciar.
Las órdenes fueron claras: "Matad a todos los prisioneros". Con esta simple frase, el 13 de diciembre de 1937, el ejército imperial japonés masacró la ciudad china de Nankín. Ese ataque sucedió en el marco de una larga contienda que se estaba llevando a cabo en Asia –y que finalizó el 9 de septiembre de 1945–, que se conoce como segunda guerra sino-japonesa, la cual se inició dos años antes que la Segunda Guerra Mundial. El horror fue tal que se ha llegado a decir que si se unieran las manos de los asesinados en esa masacre se podría recorrer la distancia que separa Nankín de la ciudad de Hangzhou (a 200 kilómetros de distancia), que sus cuerpos podrían llenar 2.500 vagones de tren, que apilados podrían alcanzar la altura de un edificio de 74 plantas y que su sangre pesaría 1.200 toneladas.
LA CASA IMPERIAL, ¿CULPABLE DE LA MASACRE?
Los crímenes contra la humanidad acostumbran a asociarse al Tercer Reich, autor del Holocausto, pero la masacre cometida por el ejercito imperial japonés en Nankín es un episodio oscuro y controvertido que costó la vida a entre 100.000 y 3000.000 personas. Al grito de banzai, la actuación japonesa nos resulta escalofriante incluso para unos años en los que la humanidad descubriría los horrores de Auschwitz y del frente ruso. Sin embargo, ésta es una tragedia por la cual los libros de historia han pasado de puntillas y el gobierno japonés nunca ha pedido perdón por ello.
Se ha culpado a la Casa Imperial japonesa de tener responsabilidad en la masacre. De hecho, aunque el ejército japonés disponía de autonomía para tomar decisiones, el emperador Hirohito era el jefe supremo de las fuerzas armadas. Por otra parte, era el ejército el que mantenía en el poder al emperador y tal vez éste prefirió mirar hacía otro lado y no involucrarse. Otras fuentes apuntan a que el silencio imperial podría deberse a la aquiescencia de la Casa Imperial con la estrategia militar japonesa en China. Sea como fuere, la masacre de Nankín se enmarcó dentro de las políticas con tintes racistas de expansión que Japón impulsó para justificar su imperialismo, algo habitual entre las potencias coloniales. Así, se presentaban a la población china como una "raza inferior" que debía ser gobernada por Japón, y también se inculcaba entre la población nipona la idea de que lo más noble que podía hacerse era morir por el emperador. Así, si la vida de un soldado japonés valía poco, podríamos preguntarnos entonces qué valor tendría la vida de un enemigo al que se consideraba infrahumano.
Se presentaban a la población china como una "raza inferior" que debía ser gobernada por Japón, y también se inculcaba entre la población nipona la idea de que lo más noble era morir por el emperador.
ASEDIO A UNA POBLACIÓN INDEFENSA
De hecho, la ciudad de Nankín no supo que estaba en guerra con Japón hasta el 21 de septiembre de 1937, cuando la aviación japonesa decidió bombardear la ciudad aprovechando que el general Chiang Kai-Shek dirigia las operaciones militares desde allí. Entre los dias 21 y 25 de ese mes, la ciudad sufrió continuos bombardeos en los que perdieron la vida 600 personas y multitud de edificios fueron derribados, entre ellos un hospital lleno de pacientes. Por si fuera poco, un campo de refugiados que se encontraba cerca de Nankín también fue bombardeado y murieron 100 personas.
El asedio a Nankín empezó el 7 de diciembre de 1937, cuando 240.000 soldados japoneses del X ejército del general Heisuke Yanagawa y del Cuerpo Expedicionario de Shángai del general HisaoTani se enfrentaron al ejército chino que sólo contaba con 80.000 efectivos. Ambos militares se hallaban bajo el mando del príncipe Yasuhiko Asaka, tío abuelo del emperador Hirohito y que sustituía al general Iwane Matsui, el cual había dejado claro que se debían respetar las vidas de los civiles, una orden que desgraciadamente no se cumplió. El ejército japonés propuso una tregua de 24 horas en la que se ofrecía a los militares chinos lo que los nipones consideraban un trato "aceptable y justo" a cambio de su rendición, pero el general Chiang Kai-Shek se negó en redondo y llamó a su ejército a una resistencia ultranza, con lo que condenó a Nankín a sufrir las consecuencias en caso de producirse una victoria japonesa.
Con fuerzas desiguales, el ejército chino al mando del general Chiang Kai-Shek no aceptó las condiciones para la rendición impuestas por los generales japoneses y Nankin quedó así condenada.
EL INFIERNO EN LA TIERRA
Finalmente, el 13 de diciembre cesó cualquier tipo de resistencia organizada y el ejercito japonés entró en Nankín, desatándose 42 días de auténtico infierno. El catálogo de horrores empezó cuando el ejército recibió la siguiente orden: "Todos los prisioneros de guerra han de ser ejecutados. Método de ejecución: dividir a los prisioneros en grupos de doce. Disparar a matar por separado". El ejército japonés campaba a sus anchas por las calles, entrando en las casas, en los bancos, en los comercios... y disparaban al azar sin ningún miramiento: por la espalda, de frente, directo al corazón..
Quemar, masacrar, todo valía para llevar a cabo "las órdenes" recibidas. Durante ese tiempo, la crueldad alcanzó unas cotas difíciles de superar: se hicieron competiciones de decapitaciones o se enterraba a los prisioneros hasta la cintura para que fueran devorados por los perros. El río Yang-Tsé fue unos de los puntos donde la barbarie llegó a extremos inimaginables. Hasta sus orillas fueron conducidos varios miles de cautivos con las manos atadas a la espalda para ser tiroteados y que sus cadáveres cayeran al agua. A otros, para ahorrar munición, simplemente se los asesinaba atándolos a un árbol y clavándoles una espada o una bayoneta. Cerca de 12.000 prisoneros perdieron la vida en el conocido como "reguero de los diez mil cadáveres", una inmensa fosa de 300 metros de largo por cinco de ancho donde fueron asesinados y arrojados sus cuerpos; otros fueron ejecutados en la puerta de Taiping.
Durante 42 días la población china sufrió todo tipo de atrocidades a manos del ejército japonés y en particular las mujeres, a las cuales sometieron a violaciones en masa.
La población civil, y en particular la mujeres, fue quien más sufrió. Se considera que en el ataque a Nankín se llevó a cabo una de las mayores violaciones colectivas de la historia. Se calcula que entre 20.000 y 80.000 mujeres fueron violadas por el ejército japonés. Después, eran asesinadas de las formas más brutales. En medio de todo este horror, un grupo de europeos y norteamericanos arriesgaron sus vidas para crear un corredor de seguridad, una zona netural para dar asilo a los ciudadanos chinos que huían de la barbarie. Dicha zona estaba liderada por John Rabe que, paradójicamente en representación de la Alemania Nacionalsocialista, era por aquel entonces el responsable del Comité Internacional en la Zona de Seguridad. Gracias a su actuación humanitaria fue considerado por la población china como "el Buda viviente de Nankín".
UN ESCÁNDALO NEGADO POR JAPÓN
Al amanecer del 17 de diciembre de 1937, llegó a Nankín el general Iwane Matsui para relevar del mando al príncipe Yasuhiko Asaka y poner orden ante lo que ya la prensa empezaba a calificar como un escándalo internacional. Cuando Matsui entró en la ciudad y descubrió lo que había sucedido, sintió tal espanto y horror que no tuvo reparo en denunciar a 300 de los oficiales que habían participado en las matanzas. Abrió una causa judicial, pero ésta jamás se llevó a término porque sus superiores le trasladaron de inmediato a otro destino en un intento de tapar los crímenes, siguiendo las directrices del Estado Mayor en Tokio.
Cuando el general Iwane Matsui llegó a Nankín y comprobó las atrocidades cometidas denunció a 300 oficiales y abrió una causa judicial, aunque ésta nunca se llevó a término y el militar fue trasladado a otro destino de inmediato.
Nankín tandó meses en recuperar la normalidad. Los millares de cadáveres abandonados por las calles, los edificios humeantes y en ruinas nunca fueron grabados por la prensa internacional porque el gobierno japonés negó cualquier permiso para informar hasta que todo rastro de la barbarie hubiera sido eliminado. Cuando la ciudad fue reabierta, la adminstración fue puesta en manos de un gobierno títere liderado por Zihi Weiyuanhui.
DAR LUZ AL DRAMA
A día de hoy, la tristemente conocida como Violación de Nankín sigue siendo un holocausto olvidado. Mientras que todo el mundo conoce el cruel destino de Ana Frank y el horror del Holocausto nazi, lo que ocurrió en Nankín sigue oculto entre las sombras. Unas sombras que la autora Iris Chang en su obra La violación de Nankín. El holocausto olvidado de la Segunda Guerra Mundial (editado en España por Capitán Swing Libros) desvela a través de tres historias: la de los soldados nipones, la de los civiles chinos y la de un grupo de europeos y norteamericanos que se negaron a abandonar la ciudad y lograron crear una pequeña zona de seguridad para salvar vidas. Es una buena oportunidad de conocer de primera mano esta historia escrita por una autora cuyo final también esta marcado por la tragedia: hay voces que dicen que Iris Chang se suicidó tras no superar una depresión, y otras apuntan al asesinato...
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