La transformación de la Cenicienta (Walt Disney)
Recuerda que eres el hijo de un rey (...) Recuerda tu vestido de gloria, acuérdate de tu espléndido manto, para que puedas vestirlos y engalanarte con ellos (...) Del ropaje sucio e impuro de ellos me desprendí, y lo dejé en su tierra, y busqué un camino que me llevara a la luz de nuestra tierra, Oriente. (...)
Mi vestido de gloria y el manto que lo cubría, mis padres los enviaron para mi por los tesoros que guardaban. De su esplendor me había yo olvidado, habiéndolo dejado en la casa de mi Padre cuando era un niño.
Himno de la Perla, Evangelio gnóstico de los Hechos del apóstol Tomás
Anne Baring, psicoanalista junguiana, y Jules Cashford, experta en mitología, simbolismo y folklore, hacen en el siguiente ensayo una interesante interpretación del cuento de La Cenicienta bajo una mirada psicoanalítica dentro del panorama de la tradición mitológica universal. Pertenece a la obra El mito de la diosa que publicaran conjuntamente.
La historia de la Cenicienta comienza con la imagen de Sofía. Los cuentos de hadas hablan con la sabiduría inmemorial del alma para llamar la atención sobre lo que la tradición cultural consciente ha perdido o denigrado. Relatan la historia de lo que le ha sucedido a la dimensión que falta y de lo que todavía debe ocurrir para que se restaure el equilibrio de la iconografía arquetípica. En esta historia perviven tantos elementos de culturas anteriores que es imposible decidir cuándo y dónde se originaron. Una cosa es indudable: la universalidad y la duración de su atractivo demuestra su importancia para el alma. La Cenicienta relata la historia de un único motivo que hallamos desde la mitología de la cultura de la diosa hasta en los misterios del mundo pagano, como también en la literatura sapiencial del judaísmo. Podemos seguir su rastro a través del gnosticismo y del misticismo cristiano hasta la alquimia, las leyendas del grial y los cuentos de hadas predilectos. Los místicos de las religiones judía, cristiana e islámica lo alimentaron. Es la historia del nacimiento del alma al mundo manifiesto, su pérdida de todo recuerdo acerca de su lugar de origen, su búsqueda de una comprensión de sí misma y su relación con la fuente o mundo divino del que ha emanado y al que, cuando alacanza el conocimiento absoluto de quién es, se le permite regresar.
¿Quién es el hada madrina, sino la propia Sofía, la sabiduría divina, el Espíritu santo -madre, fuente y vientre- la luz y la inteligencia que constituyen el fundamento mismo del alma? ¿Quién si no podría presidir, como madrina, la búsqueda de comprensión intuitiva, iluminación y unión por parte de su hija? Respondiendo a la petición de ayuda de la Cenicienta, da comienzo a la labor de transformación, haciendo posible su encuentro con el principe y conduciéndola a la boda real pasados los tres días lunares de prueba u oscuridad. El cuento de la Cenicienta relata la historia de la transformación del alma: de ser una esclava llorosa y manchada de hollín pasa a convertirse en novia radiante.
Existen numerosas interpretaciones posibles del cuento de la Cenicienta; sin embargo, en los primeros años del siglo XX, Harold Bayley fue el primero en concebirlo como la historia del despertar del alma y en relacionarlo con el Cantar de los cantares y con mitos sumerios, egipcios y gnósticos. En su obra, The Lost Languaje of Symbolism, siguió las huellas de la transmisión histórica de muchas historias y símbolos diferentes, cuyo núcleo es la imagen de la luz escondida en las tinieblas, una luz que debía ser rescatada y restituida a su lugar legítimo. El autor era poseedor de un conocimiento profundo de las técnicas europeas de elaboración de papel y de marcas de agua, los medios de transmisión de ideas gnósticas y alquímicas en una época de crueles persecuciones. A través de estos conocimientos, nos ofrece una imagen asombrosa de la relación entre la mitología y los cuentos de hadas que llegaron hasta diferentes centros de cultura europeos. Se habían recogido aproximadamente 345 versiones de la historia de la Cenicienta, que la Folklore Society publicó poco antes de que Bayley comenzase a escribir su obra. El autor recurrió a esta abundancia de material par demostrar la relación entre el cuento de hadas y mitos anteriores.
El motivo predominante en el relato de la Cenicienta es el de la transformación; el alquimista que preside la gran obra es la propia Sabiduría, que, con un toque de su varita, transforma en caballos blancos como la nieve a unos ratones, en carruaje dorado (o de cristal) una calabaza, una rata en un cochero y, por supuesto, a la propia Cenicienta en la imagen misma de la belleza, adornada con vestidos que reflejan el resplandor de las estrellas, la luna y el sol.
Mi vestido de gloria y el manto que lo cubría, mis padres los enviaron para mi por los tesoros que guardaban. De su esplendor me había yo olvidado, habiéndolo dejado en la casa de mi Padre cuando era un niño.
Himno de la Perla, Evangelio gnóstico de los Hechos del apóstol Tomás
Anne Baring, psicoanalista junguiana, y Jules Cashford, experta en mitología, simbolismo y folklore, hacen en el siguiente ensayo una interesante interpretación del cuento de La Cenicienta bajo una mirada psicoanalítica dentro del panorama de la tradición mitológica universal. Pertenece a la obra El mito de la diosa que publicaran conjuntamente.
La historia de la Cenicienta comienza con la imagen de Sofía. Los cuentos de hadas hablan con la sabiduría inmemorial del alma para llamar la atención sobre lo que la tradición cultural consciente ha perdido o denigrado. Relatan la historia de lo que le ha sucedido a la dimensión que falta y de lo que todavía debe ocurrir para que se restaure el equilibrio de la iconografía arquetípica. En esta historia perviven tantos elementos de culturas anteriores que es imposible decidir cuándo y dónde se originaron. Una cosa es indudable: la universalidad y la duración de su atractivo demuestra su importancia para el alma. La Cenicienta relata la historia de un único motivo que hallamos desde la mitología de la cultura de la diosa hasta en los misterios del mundo pagano, como también en la literatura sapiencial del judaísmo. Podemos seguir su rastro a través del gnosticismo y del misticismo cristiano hasta la alquimia, las leyendas del grial y los cuentos de hadas predilectos. Los místicos de las religiones judía, cristiana e islámica lo alimentaron. Es la historia del nacimiento del alma al mundo manifiesto, su pérdida de todo recuerdo acerca de su lugar de origen, su búsqueda de una comprensión de sí misma y su relación con la fuente o mundo divino del que ha emanado y al que, cuando alacanza el conocimiento absoluto de quién es, se le permite regresar.
Existen numerosas interpretaciones posibles del cuento de la Cenicienta; sin embargo, en los primeros años del siglo XX, Harold Bayley fue el primero en concebirlo como la historia del despertar del alma y en relacionarlo con el Cantar de los cantares y con mitos sumerios, egipcios y gnósticos. En su obra, The Lost Languaje of Symbolism, siguió las huellas de la transmisión histórica de muchas historias y símbolos diferentes, cuyo núcleo es la imagen de la luz escondida en las tinieblas, una luz que debía ser rescatada y restituida a su lugar legítimo. El autor era poseedor de un conocimiento profundo de las técnicas europeas de elaboración de papel y de marcas de agua, los medios de transmisión de ideas gnósticas y alquímicas en una época de crueles persecuciones. A través de estos conocimientos, nos ofrece una imagen asombrosa de la relación entre la mitología y los cuentos de hadas que llegaron hasta diferentes centros de cultura europeos. Se habían recogido aproximadamente 345 versiones de la historia de la Cenicienta, que la Folklore Society publicó poco antes de que Bayley comenzase a escribir su obra. El autor recurrió a esta abundancia de material par demostrar la relación entre el cuento de hadas y mitos anteriores.
Con el paso de los siglos mucho se ha perdido; sólo ahora, en este siglo, pueden recuperarse los fragmentos y volverse a unir de nuevo. Es posible que la conocida Cenicienta del cuento de hadas tenga, a primera vista, muy poco que ver con el mito griego de Perséfone pidiendo a gritos la ayuda a su madre, Deméter; es posible que ha primera vista sea ajena al mito gnóstico de Sofía, la hija, que exiliada lejos de su madre, en la dimensión celestial, se lamenta. Tampoco se asocia de forma inmediata con la sulamita del Cantar de los cantares, ni con la Sekiná exiliada. Sin embargo, un cierto conocimiento de mitología sugiere que una relación entre ellas no puede ser fortuita. Los mitos más antiguos y la imagen del matrimonio sagrado, propia de la Edad del Bronce, se vislumbran en este relato y en el de la Bella Durmiente y Blancanieves, conectando al alma que sea receptiva a su carácter numinoso con esta raíces míticas.
Tanto el fuego como la luz y la luminosidad deslumbrante de la dimensión estelar son imágenes que se asociaron, a través de las eras, con el resplandor de la Sabiduría. Ésta, que es la fusión del amor y el conocimiento, o gnosis, expresa la unión entre el rey y la reina, las más altas cualidades femenina y masculina del alma. En el cuento de hadas toman forman humana en las figuras de la Cenicienta y el príncipe. El rasgo particular de la Cenicienta, esa entrega hacia cualquier cosa que se le pida que haga, se subraya en cada versión de la historia. El reconocimiento de la Cenicienta por parte del príncipe demuestra su capacidad de percepción intuitiva, como lo demuestra la tenacidad y resolución con la que emprende la búsqueda de su "verdadero"amor.El motivo predominante en el relato de la Cenicienta es el de la transformación; el alquimista que preside la gran obra es la propia Sabiduría, que, con un toque de su varita, transforma en caballos blancos como la nieve a unos ratones, en carruaje dorado (o de cristal) una calabaza, una rata en un cochero y, por supuesto, a la propia Cenicienta en la imagen misma de la belleza, adornada con vestidos que reflejan el resplandor de las estrellas, la luna y el sol.
Unas versiones de la Cenicienta subrayan más lo arduo de la labor de transformación; así, por ejemplo, está aquel en el que la madrina derrama una gran cantidad de semillas por el suelo para que la protagonista las separe en montones. Esta escena es idéntica a aquella en la que, en el relato de Eros y Psique, a esta última le es encomendada la misma labor por Venus, su hada madrina. A la Cenicienta la ayudan palomas y gorriones a separar las semillas; estas aves, que pertenecen a la imagen de la diosa en Sumer y Egipto, también señalan al príncipe, en algunas versiones, que una novia falsa lleva el zapato destinado a la Cenicienta, cuando atraen la atención del príncipe sobre la sangre que mana de los pies heridos de las hermanas feas.
Los vestidos de la Cenicienta, su "manto de gloria", son, según las descripciones, "azules como el cielo", bordados con estrellas del firmamento, con rayos de luna, con rayos de sol, o están echos de todas las flores del mundo. A veces aparece la metáfora marina, y su vestido es "del color del mar", o "como olas del mar", o "como el mar con peces que en él nadan" y como "el color del mar cubierto con peces dorados". A veces, como Isis, está cubierta de un manto negro azabache; a veces su vestido brilla como el sol o el oro, cubierto de diamantes y perlas "de un esplendor indescriptible", y que resuena con un repicar de campanas. En su relato, la Cenicienta "resuena como una campana mientras baja las escaleras"; recuerda al sistro de la diosa Isis, y también a las campanas que repicaron al acercarse la Sekiná. Pero también recuerdan a la descripción del manto que llevaba el iniciado en el poema gnóstico titulado "Himno del manto de gloria": "Oí el sonido de su música, que murmuraba mientras descendía".
"¡Qué lindos se ven tus pies con sandalias, hija de príncipe!", exclama el novio en el Cantar de los cantares (Ct 7, 2). Las sandalias o zapatos de la Cenicienta son, según las descripciones, de cristal, de oro o de vidrio azul, o están bordados con perlas. No se habría reconocido a la Cenicienta sin su zapato de cristal, que sólo podía caber en el pie de aquella cuya posición existencial se hubiese vuelto traslúcida a la luz de la sabiduría.
La madrina de la Cenicienta le señala que debe abandonar el palacio antes de medianoche, o arriesgarse a ser devuelta a su forma anterior. ¿Cuál podría ser el significado de esto? ¿Podría ser que la medianoche marca la intersección entre las dimensiones de la eternidad y del tiempo? El no conseguir mantener el equilibrio entre ambas es arriesgarse a permanecer anclado en una de ellas, incapaz de relacionarse con o acordarse de la otra dimensión de la experiencia. Permanecer en el baile pasada la medianoche es olvidar los valores humanos y las relaciones humanas, perdiendo el contacto con la vida cotidiana. No pedir ir al baile es permanecer sometido a las limitaciones de una consciencia "caída" y fragmentada, sin acceso alguno a otro nivel de percepción.
La imagen del viaje del alma atraviesa como un hilo de oro una mitología y una literatura que abarcan cinco mil años. Primero aparece en Sumer, cuando Inanna, reina del cielo y de la tierra, se despoja de cada una de las piezas de su indumentaria en cada una de las siete puertas en su camino al reino subterráneo de su hermana Ereshkigal. Vuelve a ponérselas al ascender a la luz, tras permanecer tres días "crucificada" en las tinieblas. Como Eva, el alma es expulsada del jardín del Edén y se va al exilio, como la Sekiná "viuda" y Sofía, la hija gnóstica. La Cenicienta del cuento de hadas personifica todas estas figuras míticas anteriores, que a su vez personifican el alma humana y el trance en el que se halla la "luz" oscurecida que no tiene conocimiento de sí misma. Como en los relatos de la Bella Durmiente y de Blancanieves, el alma se despierta cuando el príncipe la besa; como novio solar y consorte de la diosa lunar, en éste se personifica el principio divino de la vida.
¿Cuál es la relevancia de la historia de la Cenicienta en la nueva era que está despuntando? La ausencia de la imagen del matrimonio sagrado entre naturaleza y espíritu, diosa y dios, ha sido notoria en la tradición judeocrisitana ortodoxa, y esto ha causado una profunda herida en el alma que debe todabía ser sanada. El cuento de hadas restablece la imagen de unión entre dos arquetipos primarios; ha sido portador, por así decirlo, para nuestra cultura, hasta que llegase el momento en que la necesidad de dicha imagen pudiese volverse consciente. El reconocimiento, por parte de la conciencia humana, de la grave situación en que se encuentra el arquetipo femenino, va en aumento; abarca la imagen del sufrimiento del alma y la ignorancia de sí misma en que ésta se ve sumida, y el sufrimiento de la tierra, de la naturaleza y del cuerpo físico que, separados del espíritu, también necesitan que se los rescate. La Cenicienta personifica estos tres aspectos del valor femenino, relegado durante tanto tiempo a la servidumbre. Aquellos que, durante siglos de persecución, sacrificaron a menudo sus vidas a la transmisión de la tradición de la sabiduría, de forma que ésta no cayese en el olvido, desvaneciéndose, han preparado la "resurección" del arquetipo femenino. Es posible que incluso uno de ellos -judío, cristiano o musulmán- fuese el primero en imaginar este cuento de hadas, sirviéndose del depósito de mitos que heredó la tradición mística de las tres culturas de su pasado sumerio, babilónico y egipcio. Esta tradición enseñaba la inmanencia de lo divino en la naturaleza y en la naturaleza humana. Declaraba la necesidad de descubrir la presencia de la radiente esencia espiritual oculta en las infinitas formas de vida y en la oscuridad de la consciencia humana no reflexiva. Cada uno de ellos habría reconocido, como hizo Harold Bayley, que Cenicienta, "la refulgente, la resplandeciente, que, sentada entre las cenizas, mantiene el fuego encendido", es "la personificación del Espíritu santo que habita, sin ser honrado, entre las brasas candentes de la divinidad del alma, latente y nunca totalmente extinguida".
Me ha parecido interesante acompañar esta interpretación del cuento de La Cenicienta con algunas notas extraídas de la introducción de Heinrich Zimmer a su obra El rey y el cadaver. Cuentos mitos y leyendas sobre la recuperación de la integridad humana.
Encuentro especialmente destacable la apreciación que hace en cuanto al deleite que produce la lectura de los cuentos y relatos míticos. De alguna forma este deleite produciría la estimulación de la actividad imaginativa y la intuición creativa, nutridas por la fuente inagotable que emana del interior de las formas simbólicas, siempre inspiradoras, transmitida por cuentos y narraciones mitológicas. El símbolo en su profundidad, nos acercaría a lo inabarcable de la abundancia del ser eterno, siendo inutil pretender acotarlo dentro de una limitada interpretación.
El diletante ante los símbolos
por
Heinrich Zimmer
por
Heinrich Zimmer
Contar historias ha sido siempre, a lo largo de los tiempos, un asunto serio y, a la vez, una diversión frívola. De un año a otro, las historias se piensan, se ponen por escrito, se devoran y se olvidan. ¿Qué sucede con ellas? Apenas unas pocas sobreviven, y son aquellas que, cual semillas llevadas por el viento, vuelan a través de generaciones, dan lugar a nuevas historias y ofrecen alimento espiritual a muchos pueblos. Casi todo lo que constituye nuestra herencia literaria nos ha llegado así, desde lo hondo de épocas remotas, desde rincones lejanos y desconocidos del mundo. Cada nuevo poeta les añade algo de la sustancia de su propia imaginación, y así, alimentadas, vuelven a vivir de nuevo. Su facultad germinativa permanece eternamente viva, esperando solamente un contacto para volver a despertar. Y aunque de vez en cuando algunas variedades puedan dar la impresión de haberse extinguido, reaparecen un buen día, haciendo salir de nuevo sus característicos brotes, tan verdes y frescos como antaño.(...)
La psicología proyecta unos rayos X sobre el interior de las imágenes simbólicas de la tradición popular, sacando a la luz elementos estructurales de vital importancia que hasta entonces estaban sumidos en la oscuridad. La única dificultad es que la interpretación de las formas así reveladas no puede ser reducida a un sistema seguro y digno de confianza, pues los símbolos verdaderos tienen por naturaleza algo de ilimitable. Son inagotables en su fuerza sugestiva e instructiva, y de ahí que el hombre de ciencia, el psicólogo "científico", se sienta en un terreno muy peligroso, muy inseguro y ambiguo, desde el momento en que se aventura en el campo de la investigación del folclor. Los contenidos discernibles y aparentes de las imágenes tan ampliamente repartidas a lo largo del mundo no dejan de cambiar ante sus ojos en permutaciones incesantes, como cambian las culturas a través del mundo y en el curso de la historia. Es necesario releer perpetuamente los significados, comprenderlos continuamente de forma nueva. Esta interpretación de las metamorfosis siempre imprevisibles y sorprendentes es cualquier cosa menos un trabajo metódico bien ordenado. (...)
El cuento de hadas, la leyenda infantil (es decir, el elemento portador del mensaje), son metódicamente considerados una materia demasiado mediocre para merecer nuestro respeto y nuestra sumisión, por ser el mismo cuento y la parte de nuestra inteligencia que a él responde insuficientemente adultos. Sin embargo, a través de la mutua interacción de la inocencia exterior, la del cuento, y la inocencia interior, la de nuestro espíritu, podría ser activado el poder fertilizante del símbolo, revelando así su contenido oculto.(...)
Por estar vivas, por poseer el poder de revivir y ser capaces de ejercer una influencia eficaz, siempre renovada, indefinible y sin embargo coherente, en el plano del destino humano, las imágenes del folclor y el mito rechazan cualquier intento de sistematización. No son cadáveres, sino espíritus poseedores. Con una risa súbita y un brusco cambio de lugar se burlan del especialista que se imagina haberlas sujetado con alfileres en su cuadro sinóptico. Lo que exigen de nosotros no es el monólogo oficial de un juez de instrucción, sino el diálogo de una conversación viva.(...)
Lo que caracteriza al diletante (del italiano dilettante, participio presente del verbo dilettare, "complacerse en..." es aquel que se deleita) es el placer que encuentra en la naturaleza siempre preliminar de su reflexión, de la que sabe que nunca alcanzará su punto culminante. Pero ésa es, a fin de cuentas, la única actitud admisible ante personajes que han descendido hasta nosotros desde el fondo del pasado más lejano, sea en las monumentales epopeyas de Homero y Vyasa, sea en las maravillosas y encantadoras historias de la tradición popular. Son los eternos oráculos de la vida. Es necesario preguntarles y consultarles de nuevo en cada época, pues cada época los aborda con su particular variedad de ignorancia y comprensión, con su espécifica serie de problemas, y sus preguntas inevitables. Pues los modelos de vida que vamos a tejer nosotros, hombres de hoy, no son los mismos que los de otras épocas; los hilos que vamos a manipular y los nudos que debemos desatar difieren considerablemente de los del pasado. Las respuestas ya dadas, por consiguiente, no pueden servirnos. Es necesario consultar de nuevo directamente a las fuerzas, consultarlas y volverlas a consultar, siempre sin cesar. Nuestro deber primordial es aprender no lo que se dice que han dicho, sino cómo acercarnos a ellas, cómo arrancarles palabras frescas, y comprender esas palabras.
Con tal misión que cumplir, debemos permanecer como diletantes, nos guste o no. Sin duda, algunos de nosotros -especialistas eruditos- tengamos tendencia a preferir métodos de interpretación muy precisos, y en consecuencia limitados, admitiendo únicamente aquellos que entran en el campo de nuestra influencia y nuestra competencia. Otros intérpretes son partidarios apasionados de una u otra concepción esóterica de la tradición, persuadidos de poseer el único y verdadero hilo conductor, y tienen a su particular sistema de símbolos por el oráculo único del ser que todo lo abarca y que se basta a sí mismo. En realidad, las actitudes rígidas de este tipo no pueden sino atarnos más firmemente a lo que ya somos y sabemos, fijando nuestras miradas sobre un solo y particular aspecto de la simbolización. Ateniéndonos estrictamente a esas convicciones rigurosas, nos mantenemos ajenos a las infinitudes de la inspiración que viven en el interior de las formas simbólicas. Y de esta manera, incluso los intérpretes más metódicos no son, finalmente, más que aficionados. Ya se remitan, como científicos, a rigurosos métodos filológicos y comparativos, o ya sigan piadosamente, como iniciados, las enseñanzas secretas y oraculares de cualquier tradición que se pretenda esóterica, no dejan de estar abocados, en última instancia, a permanecer como simples principiantes, habiendo apenas superado el punto de partida en esta tarea sin fin que consiste en sondear las oscuras aguas del significado.
El deleite, por el contrario, libera en nosotros la intuición creadora, permitiéndole revivir al contacto con la fascinante escritura de los cuentos antiguos y sus personajes. A partir de ahí, sin temor a las críticas de los especialistas enamorados del método (cuya censura está inspirada, en gran medida, por una actitud de agorafobia crónica: un miedo enfermizo ante la infinitud virtual que se despliega continuamente a partir de los trazos crípticos de esa expresiva escritura en imágenes que es objeto de su atención profesional), podemos permitirnos dar libre curso a no importa qué serie de reacciones creadoras que pueda sugerirnos nuestra inteligencia imaginativa. Ciertamente, nunca llegaremos a agotar las profundidades; de eso podemos estar seguros; ni nosotros ni nadie. Pero, tomado en el hueco de la mano, un simple sorbo de las frescas aguas de la vida resulta más dulce que toda una reserva dogmática de aguas canalizadas y garantizadas.
"La abundancia se saca de la abundancia, sin embargo la abundancia permanece." Así reza una hermosísima máxima de los Upanihad de la India. En el origen de esta máxima está la referencia a la idea de que la plenitud, la totalidad de nuestro universo -inmensamente vasto, con sus miríadas de esferas turbulantes y brillantes, poblado por multitudes innumerables de seres vivos- procede de una fuente superabundante de sustancia trascendente y de energía potencial; la abundancia de este mundo es extraída de la abundancia del ser eterno y, sin embargo, puesto que la potencialidad sobrenatural no puede disminuir, poco importa la grandeza de la donación que de ella se derrama; la abundancia permanece. En realidad, todos los símbolos verdaderos, todas las imágenes míticas, se refieren, de una forma u otra, a esta idea, y están dotados de la milagrosa propiedad de la inagotabilidad. Cada vez que nuestra inteligencia bebe en esos símbolos, en esos mitos, se revela a nuestro espíritu un universo de sentido; hay ahí verdadera plenitud y, sin embargo, la plenitud permanece. Sea cual sea la lectura, sea cual sea la interpretación accesible a nuestra visión actual, no puede ser final y definitiva. No puede ser más que una ojeada preliminar, un vislumbre. Deberiamos por tanto tenerla siempre por un estímulo, por una inspiración, sin duda, pero no por una definición final que excluyera posteriores observaciones y aproximaciones diferentes. (...)
El verdadero dilettante estará siempre dispuesto a recomenzar de nuevo. Y en él enraizarán las maravillosas semillas venidas del pasado y crecerán de manera sorprendente.
Unas palabras de la artista Ana Crespo que ya dejara en otra entrada (La Visión Intelectual), manifiestan sintonía con el texto de Zimmer sobre las motivaciones y el papel del verdadero diletante-artista.
"La función del artista es ser amante y derretirse en el calor del propio fuego. La función del artista es amar la luz del Intelecto, núcleo luminoso del ser, más allá de todo deseo, deseo tentador de refugiarse en la seguridad de aquello dicho y aceptado por otros labios. La función del artista es penetrar en el bosque interior y caminar directo hacia la Fuente de donde brotan todos los Secretos, allí lavarse las manos, el rostro, el cuerpo, pero sobre todo lavarse la mirada, para descubrir aquello que necesita ser descubierto: el Secreto, el Tesoro de luz escondido en el fondo del corazón. La función del artista es abrir este Tesoro y mostrarlo al Universo y de esta manera multiplicar los dones, tomar la energía del Universo y devolverla al Universo..."
Sobre el simbolismo gnóstico de El Himno de la Perla en este blog:
http://barzaj-jan.blogspot.com/2011/03/simbolismo-gnostico.html
Lo que caracteriza al diletante (del italiano dilettante, participio presente del verbo dilettare, "complacerse en..." es aquel que se deleita) es el placer que encuentra en la naturaleza siempre preliminar de su reflexión, de la que sabe que nunca alcanzará su punto culminante. Pero ésa es, a fin de cuentas, la única actitud admisible ante personajes que han descendido hasta nosotros desde el fondo del pasado más lejano, sea en las monumentales epopeyas de Homero y Vyasa, sea en las maravillosas y encantadoras historias de la tradición popular. Son los eternos oráculos de la vida. Es necesario preguntarles y consultarles de nuevo en cada época, pues cada época los aborda con su particular variedad de ignorancia y comprensión, con su espécifica serie de problemas, y sus preguntas inevitables. Pues los modelos de vida que vamos a tejer nosotros, hombres de hoy, no son los mismos que los de otras épocas; los hilos que vamos a manipular y los nudos que debemos desatar difieren considerablemente de los del pasado. Las respuestas ya dadas, por consiguiente, no pueden servirnos. Es necesario consultar de nuevo directamente a las fuerzas, consultarlas y volverlas a consultar, siempre sin cesar. Nuestro deber primordial es aprender no lo que se dice que han dicho, sino cómo acercarnos a ellas, cómo arrancarles palabras frescas, y comprender esas palabras.
Con tal misión que cumplir, debemos permanecer como diletantes, nos guste o no. Sin duda, algunos de nosotros -especialistas eruditos- tengamos tendencia a preferir métodos de interpretación muy precisos, y en consecuencia limitados, admitiendo únicamente aquellos que entran en el campo de nuestra influencia y nuestra competencia. Otros intérpretes son partidarios apasionados de una u otra concepción esóterica de la tradición, persuadidos de poseer el único y verdadero hilo conductor, y tienen a su particular sistema de símbolos por el oráculo único del ser que todo lo abarca y que se basta a sí mismo. En realidad, las actitudes rígidas de este tipo no pueden sino atarnos más firmemente a lo que ya somos y sabemos, fijando nuestras miradas sobre un solo y particular aspecto de la simbolización. Ateniéndonos estrictamente a esas convicciones rigurosas, nos mantenemos ajenos a las infinitudes de la inspiración que viven en el interior de las formas simbólicas. Y de esta manera, incluso los intérpretes más metódicos no son, finalmente, más que aficionados. Ya se remitan, como científicos, a rigurosos métodos filológicos y comparativos, o ya sigan piadosamente, como iniciados, las enseñanzas secretas y oraculares de cualquier tradición que se pretenda esóterica, no dejan de estar abocados, en última instancia, a permanecer como simples principiantes, habiendo apenas superado el punto de partida en esta tarea sin fin que consiste en sondear las oscuras aguas del significado.
El deleite, por el contrario, libera en nosotros la intuición creadora, permitiéndole revivir al contacto con la fascinante escritura de los cuentos antiguos y sus personajes. A partir de ahí, sin temor a las críticas de los especialistas enamorados del método (cuya censura está inspirada, en gran medida, por una actitud de agorafobia crónica: un miedo enfermizo ante la infinitud virtual que se despliega continuamente a partir de los trazos crípticos de esa expresiva escritura en imágenes que es objeto de su atención profesional), podemos permitirnos dar libre curso a no importa qué serie de reacciones creadoras que pueda sugerirnos nuestra inteligencia imaginativa. Ciertamente, nunca llegaremos a agotar las profundidades; de eso podemos estar seguros; ni nosotros ni nadie. Pero, tomado en el hueco de la mano, un simple sorbo de las frescas aguas de la vida resulta más dulce que toda una reserva dogmática de aguas canalizadas y garantizadas.
"La abundancia se saca de la abundancia, sin embargo la abundancia permanece." Así reza una hermosísima máxima de los Upanihad de la India. En el origen de esta máxima está la referencia a la idea de que la plenitud, la totalidad de nuestro universo -inmensamente vasto, con sus miríadas de esferas turbulantes y brillantes, poblado por multitudes innumerables de seres vivos- procede de una fuente superabundante de sustancia trascendente y de energía potencial; la abundancia de este mundo es extraída de la abundancia del ser eterno y, sin embargo, puesto que la potencialidad sobrenatural no puede disminuir, poco importa la grandeza de la donación que de ella se derrama; la abundancia permanece. En realidad, todos los símbolos verdaderos, todas las imágenes míticas, se refieren, de una forma u otra, a esta idea, y están dotados de la milagrosa propiedad de la inagotabilidad. Cada vez que nuestra inteligencia bebe en esos símbolos, en esos mitos, se revela a nuestro espíritu un universo de sentido; hay ahí verdadera plenitud y, sin embargo, la plenitud permanece. Sea cual sea la lectura, sea cual sea la interpretación accesible a nuestra visión actual, no puede ser final y definitiva. No puede ser más que una ojeada preliminar, un vislumbre. Deberiamos por tanto tenerla siempre por un estímulo, por una inspiración, sin duda, pero no por una definición final que excluyera posteriores observaciones y aproximaciones diferentes. (...)
El verdadero dilettante estará siempre dispuesto a recomenzar de nuevo. Y en él enraizarán las maravillosas semillas venidas del pasado y crecerán de manera sorprendente.
Unas palabras de la artista Ana Crespo que ya dejara en otra entrada (La Visión Intelectual), manifiestan sintonía con el texto de Zimmer sobre las motivaciones y el papel del verdadero diletante-artista.
"La función del artista es ser amante y derretirse en el calor del propio fuego. La función del artista es amar la luz del Intelecto, núcleo luminoso del ser, más allá de todo deseo, deseo tentador de refugiarse en la seguridad de aquello dicho y aceptado por otros labios. La función del artista es penetrar en el bosque interior y caminar directo hacia la Fuente de donde brotan todos los Secretos, allí lavarse las manos, el rostro, el cuerpo, pero sobre todo lavarse la mirada, para descubrir aquello que necesita ser descubierto: el Secreto, el Tesoro de luz escondido en el fondo del corazón. La función del artista es abrir este Tesoro y mostrarlo al Universo y de esta manera multiplicar los dones, tomar la energía del Universo y devolverla al Universo..."
Sobre el simbolismo gnóstico de El Himno de la Perla en este blog:
http://barzaj-jan.blogspot.com/2011/03/simbolismo-gnostico.html
http://barzaj-jan.blogspot.com/2010/09/mundus-imaginalis.html
http://barzaj-jan.blogspot.com/2010/11/matrimonio-sagrado.html
http://barzaj-jan.blogspot.com/2010/12/la-tempestad.html
Lecturas:
Anne Baring y Jules Cashford. El mito de la diosa, Siruela 2005
Heinrich Zimmer. El rey y el cadaver. Cuentos, mitos y leyendas sobre la recuperación de la integridad humana. (compilado por Joseph Campbell) Paidós Orientalia 1999
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