Introducción
Sabemos que la realidad se presenta ante nosotros de forma poliédrica, o lo que es lo mismo, ofrece muchas caras. El caso del ascenso de China a potencia económica y política debe observarse desde múltiples perspectivas para así poder valorarlo con mayor objetividad. China es ya la segunda economía mundial y, de seguir creciendo al ritmo actual, dentro de veinte años logrará sobrepasar a EE.UU. De hecho, en muchos sectores, especialmente los que son intensivos en mano de obra, China es ya el actor global dominante. Es previsible que en el futuro no sólo retenga esa capacidad, sino que también añada sectores de tecnología media para posteriormente ascender hasta lo más alto introduciéndose en áreas en las que prima el conocimiento, que son las que tomarán las riendas de la economía mundial.
El ascenso de China como potencia económica es imparable. Solo nos resta adaptarnos o ser absorbidos por la vorágine que se avecina. En El siglo chino, Oded Shenkar explica cómo funciona la maquinaria china y cómo el ascenso del gigante asiático va a afectar a los gobiernos, empresas, consumidores y empleados de otros países, en especial a los de Estados Unidos. La obra tiene por finalidad analizar el impacto de China en empresas, empleados y consumidores del mundo por una parte y, por la otra, evaluar las alternativas con que cuentan las empresas e individuos para seguir siendo competitivos en el nuevo entorno.
A pesar de las muchas analogías que se han realizado, el ascenso de China guarda más relación con el ascenso, un siglo antes, de EE.UU. que con el ascenso de Japón y los cuatro tigres (Corea del Sur, Singapur, Taiwán y Hong Kong). Asistimos al crecimiento de una futura potencia mundial, que goza de incomparables recursos, cuyas aspiraciones son elevadas y que además cuenta con una firme postura negociadora y con el apoyo financiero y técnico de una diáspora de ciudadanos experimentados en el mundo de los negocios. Sin duda el impacto de China será tan grandioso que se dejará sentir tanto en los países desarrollados como en los países en vías de desarrollo. Unos y otros necesitan desarrollar estrategias y buscar respuestas para hacer frente al reto que se les presenta.
China logrará ascender gracias a sus recursos humanos y a sus capacidades. En primer lugar, la población china asciende según las cifras oficiales a 1.300 millones de personas, aunque se estima que podría sobrepasar los 1.600 millones. En otras palabras, una reserva casi infinita de trabajadores y no sólo de mano de obra no especializada, sino también una cantidad cada vez mayor de ingenieros, científicos y técnicos especializados que, a medida que el sistema educativo se moderniza y las instituciones de educación abren sus puertas a la influencia exterior, están cada vez más a la par con los expertos de otras naciones. En este aspecto, China cuenta además con la aportación que realizarán, cuando regresen, los estudiantes chinos que hoy se forman en el extranjero (por ejemplo, en EE.UU. constituyen el contingente más numeroso). De hecho, el gobierno chino ya ha comenzado a poner en marcha programas para facilitar el regreso de los más brillantes.
Otras fuentes de conocimiento tecnológico, científico y de dirección de empresas son las economías de Taiwán y Hong Kong por un lado, y por otro, la transferencia de tecnología de los centros de I+D montados por empresas extranjeras en territorio chino animadas por los incentivos concedidos por el gobierno chino, que con ello pretende que en el futuro se creen multinacionales chinas de la talla de Toyota, Sony y Samsung. Es igualmente cierto que China sufre también ciertas debilidades que necesita superar, como la falta de un sector servicios desarrollado, un sector bancario desastroso y una capacidad limitada para generar innovación tecnológica.
Fue en el siglo XIX cuando las potencias occidentales obligaron a una débil China a firmar una serie de tratados de comercio desiguales. Mientras que a Occidente le interesaban el té y la seda chinos, los países occidentales poseían pocos productos que a China le pudiesen convenir. Un siglo después, lo único que ha cambiado son los productos que llegan a los puertos europeos y estadounidenses, ya que pocos siguen siendo los productos que suscitan el interés chino. Ello explica el déficit comercial estadounidense con China: en 2003, las cuatro categorías en que más productos importó estaban relacionadas con la tecnología.
El déficit comercial estadounidense con China es el mayor y el de más rápido crecimiento, pero también el que más afectado se ve por el régimen de protección intelectual que China ignora sistemáticamente. La razón de existir de ese déficit es que ambos países se encuentran en puntos diferentes de la curva de desarrollo, según la cual, a medida que se van desarrollando, los países pasan de la agricultura a la industria y de la industria a los servicios. De ello podría concluirse que la separación entre China y EE.UU. disminuirá en la medida en que China progrese. Sin embargo, este argumento resulta vulnerable ya que la gama de productos en que ambos compiten es grande y sigue creciendo. Además, China pretende retener los sectores intensivos en mano de obra al tiempo que avanza a otros más sofisticados. Por otro lado, cabe destacar que más de la mitad de las exportaciones de China las realizan multinacionales extranjeras, es decir, “Foreign Invested Enterprises” que son subsidiarias de empresas estadounidenses o han forjado con ellas “joint ventures” o empresas de riesgo compartido, ya que a EE.UU. le resulta relativamente fácil desmontar fábricas y trasladar la producción a China.
Otra de las causas del desequilibrio comercial entre China y EE.UU. es la moneda china, el Renminbi o moneda del pueblo, más conocida como Yuan, que según la mayoría de los economistas está infravalorada, lo cual favorece las exportaciones. Dado que el dólar ha visto disminuido su valor respecto al euro y al yen, el gobierno estadounidense está presionando para que el yuan se revalúe y los productos chinos se encarezcan en EE.UU., con el fin de que la competencia con los productos estadounidenses sea menos desigual. Entre las opciones monetarias que se presentan ante el gobierno chino se encuentran la de dejar que la moneda fluctúe libremente y la de establecer una franja de cambio más alta, pero hasta el momento China se ha resistido aduciendo que es una injerencia en sus asuntos internos. En 2002 la UE tenía un déficit comercial con China de 45.000 millones de dólares; sin embargo, las importaciones tan sólo representaban un 1,8% de las importaciones totales, lo cual equivalía a la mitad de lo que importaba de Japón. Mientras Europa siga controlando sectores estratégicos como el automovilístico, China no será una amenaza; pero el día en que las exportaciones aumenten, las tornas cambiarán. Por su parte, las preocupaciones de Japón son ante todo geopolíticas, ya que el país isla resulta bastante vulnerable al ascenso de China. Las exportaciones de Japón a China representan aproximadamente la mitad de sus importaciones, muchas de las cuales las realizan empresas japonesas. En cuanto a los países en desarrollo, tienen en China a un duro competidor dados sus bajos costes laborales, modernas infraestructuras y las economías de escala que genera la concentración industrial; argumentos tan poderosos que incluso hacen palidecer las ventajas de México para alcanzar al mercado estadounidense gracias a su proximidad y al NAFTA.
China fabrica siete de cada diez juguetes vendidos en el mundo. Hasbro y Mattel ya han trasladado su producción a China, manteniendo en EE.UU. el diseño, el desarrollo de nuevos productos y el marketing. Para la fabricación de juguetes se utiliza una tecnología más bien rudimentaria que, al igual que en el sector textil, no tiene ni valor estratégico ni implicaciones para la seguridad nacional. Pero China ya no se limita a la fabricación de juguetes. También fabrica a gran escala líneas de productos que, como los utensilios domésticos, por ejemplo, aún no desempeñan un papel importante ni en Europa ni en EE.UU. La próxima fase consistirá en la subcontrata con empresas extranjeras manteniendo supervisión, branding y marketing en el país de origen. En el estadio siguiente surgirá un nuevo individuo, el del fabricante chino que exporta bajo su propia marca. Este proceso se verá favorecido por los avances en las cadenas de distribución global, que reducen los costes de importación de productos terminados y de componentes al transportar mercancías a la ida y a la vuelta sin realizar viajes de vacío.
Aunque China depende en menor medida que países como Malasia o Bélgica de las exportaciones, necesita que continúen aumentando no sólo con el fin de poder sufragar las importaciones de bienes capitales y materias primas, sino también como garantía de estabilidad política y social, pues China es una bomba de relojería que el desempleo podría accionar. De hecho, a lo largo de toda la historia de este país los campesinos desocupados han sido una fuente de alzamientos y revueltas.
En el resto del mundo, los sectores en que predomina la mano de obra serán los más afectados en primer término, ya que resulta imposible competir con salarios chinos de poco más de 50 centavos de dólar por hora, complementados por una productividad mayor y mejores infraestructuras. Además, en cuanto las cuotas y aranceles desaparezcan, la competencia no hará más que endurecerse. Pero a medida que el país avance tecnológicamente, los empleos que se verán afectados serán otros mejor pagados y en los que el conocimiento primará sobre la intensidad de la mano de obra: en la industria serán los puestos de base (desde la contabilidad a la atención al público) y en el sector servicios los relacionados con los seguros y la banca.
Decíamos al comienzo que la realidad es poliédrica y la otra cara de la moneda es que, en contrapartida, los mercados occidentales se están convirtiendo en un paraíso para los consumidores, que han asistido a un descenso sin precedentes de los precios. En EE.UU., la proliferación de productos chinos está íntimamente ligada al ascenso de cadenas como Wal-Mart, cuya estrategia de “precios bajos todos los días” no sería posible sin China. No debe menospreciarse el poder de los consumidores estadounidenses, que ante la pérdida de empleos en EE.UU. podrían comenzar a realizar compras emocionales y, al igual que ya sucedió en otras ocasiones, empezarían a decantarse por los productos estadounidenses (“Buy American”). En todo caso, el ascenso de China repercutirá no sólo en el consumidor, sino también en el panorama social y político, poniendo a los políticos contra las cuerdas y obligándoles a actuar.
El Reino del Centro
El panorama económico y comercial chino está anclado en las antiguas tradiciones chinas, en las marcas dejadas por el pasado y las lecciones que de ellas se extrajeron. Comprender ese pasado resulta crucial porque arroja algo de luz sobre la China actual. De sus cinco mil años de historia, destacan tres periodos: la época imperial, las décadas de entre finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, en que fueron humillados por los extranjeros y, más recientemente, los años de gobierno comunista, que van de 1949 a 1978.
China realizó sus mayores logros en la época imperial, cuando llegó a ser no sólo una potencia regional sino también la civilización más avanzada del mundo. Aunque fundado sobre una filosofía semirreligiosa denominada confucianismo, el sistema imperial también recibió influencias de otras ideologías como el taoísmo, el budismo legalista y el mohismo. Del confucianismo, que consideraba la formación académica como la actividad humana más importante, han llegado hasta el presente elementos como la disciplina, la estabilidad, el logro académico y el prestigio del funcionariado. El legalismo, pilar sobre el que se apoyó la dinastía Qin en su unificación de China, prescribió un sistema codificado de leyes de obligado cumplimiento. Por último, la filosofía mohista situaba a la nación en un lugar preeminente, anulando toda aspiración o necesidad individual.
Durante la época imperial se desarrolló el primer sistema de oposiciones, en el que los mejores puestos eran ocupados por los que más méritos lograban. Curiosamente, dicho sistema no sólo se sigue utilizando en la actualidad, sino que además es considerado como el modelo occidental de administración. A pesar de la falta de transporte y comunicaciones, el emperador controlaba sus vastos territorios gracias, por un lado, al sofisticado sistema burocrático compuesto por múltiples ministerios que operaban a escala central, provincial y local y, por otro, a la burocracia profesional. El representante imperial más poderoso era el funcionario de distrito, autoridad administrativa suprema que en su jurisdicción hacía las veces de juez, policía y guardián de la ley, lo cual explica en parte por qué China carece en la actualidad de un poder judicial independiente. A pesar de sus carencias, la burocracia imperial era el sistema administrativo más formidable de su tiempo, proporcionaba un entorno en el que primaban los intereses locales y las regiones escapaban a los intentos de la administración central por robustecer su gobierno, lo cual queda reflejado en el dicho “el cielo es alto y el emperador está lejos”, en uso aún hoy.
En el plano cultural, la época imperial vio el nacimiento de inventos que cambiaron el curso de la humanidad, como la pólvora, el papel o la imprenta. Sin embargo, los chinos no supieron desarrollar las estructuras mentales sobre las que fijar los principios generales de la ciencia y con ello cerraron la puerta a una innovación continua. Asimismo, no dieron con la manera de difundir y aplicar la innovación a la economía y al ejército. Ello no impidió que las naciones que rodeaban al imperio le rindieran tributo y adoptaran elementos de lo que consideraban una cultura superior, como la escritura. Incluso las dinastías extranjeras ocupantes, Mongoles y Manchúes, adoptaron la cultura china, por avanzada, en lugar de imponer la suya propia.
El occidental fue el primer modelo de cultura, sociedad y economía que presentaba una alternativa a las ideas chinas. Además, el poder de convicción de los occidentales radicaba en su poderío militar y su abrumadora superioridad tecnológica. A pesar del rechazo inicial, los chinos se vieron obligados a adoptar la tecnología occidental, aunque se resistieron a hacer lo mismo con sus valores. El gobierno republicano firmó una serie de desiguales y humillantes tratados con las potencias extranjeras y, a la vez, les concedió derechos extraterritoriales en suelo chino. En los años treinta y cuarenta, China se vio humillada de nuevo por las incursiones niponas en Manchuria. De todo ello China extrajo varias lecciones. Ante todo, aprendió a desconfiar de las intenciones de las naciones extranjeras e intentó no depender del exterior. La importancia de la tecnología para lograr este propósito explica no sólo la fijación actual del gobierno chino por conseguir transferencias de tecnología, sino también la asociación de tecnología y seguridad nacional. Otra de las herencias de este periodo es el propósito de combinar tecnología extranjera con valores chinos.
El tercer periodo destacado de la historia china es el gobierno comunista que comienza en 1949. En él destaca el Gran Salto Adelante de Mao (1958 a 1960), en virtud del cual se enviaron las fábricas al interior del país causando grandes hambrunas entre la población, y la Revolución Cultural (1966 a 1968) en que Mao lanzó su Guardia Roja contra los intelectuales disolviendo el sistema educativo y la economía organizada. Las consecuencias de esta “década perdida” se dejaron sentir hasta 1975, aunque siguieron planeando sobre China durante varios decenios más (por ejemplo, muchos de los actuales empresarios chinos carecen de formación).
De este periodo se extrajeron, entre otras, las siguientes lecciones: que las ideologías y la economía constituyen una mezcla explosiva, que China necesitaba no sólo una transformación mental sino también una reorganización del sistema de producción, que la concentración de infraestructuras y conocimientos técnicos debía permitirse aunque resultase peligrosa desde el punto de vista político e ideológico y que el futuro del régimen comunista estaba ligado a la prosperidad económica de la nación.
En octubre de 1975, el régimen comenzó su apertura, aunque la lucha política continuó como demuestran sucesos como la masacre de la Plaza Tiananmen. En su determinación por lograr transferencias de tecnología, el gobierno chino está dispuesto a permitir que los conocimientos se extiendan llegando a empleados, consumidores y otras partes interesadas. Su mayor aspiración es restaurar la antigua gloria imperial restableciendo el nivel político, cultural y de seguridad. Como otros regímenes no democráticos del mundo, el chino se nutre de símbolos para mostrar su grandeza: la construcción del edificio más alto del mundo, la organización de los juegos olímpicos, etc. Sus aspiraciones políticas y económicas están alineadas; sin embargo, “la revolución económica” china no se habrá completado hasta que una nueva generación de dirigentes tome las riendas de la gerencia empresarial y China pase, en primer lugar, de la subcontratación al diseño y desarrollo de nuevos productos y después a la generación de sus propias marcas. El sector servicios está aún poco desarrollado, en parte debido a que hace poco que está abierto a la competencia extranjera. Sin embargo, forma parte de la visión de la China futura, como también el transporte y las comunicaciones. En su carrera milenaria plagada de altibajos, el Reino del Centro está ascendiendo de nuevo y esta vez lo hace determinado a conjugar el esplendor del pasado con las promesas de futuro.
Un país inigualable
China no es la primera economía del mundo que, saliendo de las filas de los países en desarrollo, se sitúa entre las potencias industriales de vanguardia. Japón y Alemania resurgieron de sus cenizas tras la Segunda Guerra Mundial y, más recientemente, el caso de Corea del Sur resulta igualmente ilustrativo.
Cabe cuestionarse si China no es más que otro eslabón de la cadena, ya que de ser así su impacto sería temporal, limitado y predecible. Sin embargo, ya vimos que el ascenso de China guarda más relación con el ascenso de EE.UU. en el siglo pasado que con el de las economías que le preceden. Su peculiaridad reside en la coincidencia en el tiempo de su desmesurada población, su enorme economía y su rápido crecimiento, pero también en su legado histórico, sus instituciones, sus elevadas aspiraciones, su incomparable combinación de recursos y su poder de negociación. Esta constelación de sucesos interdependientes no tiene ni precedentes, ni visos de repetirse en breve en ningún otro lugar. Ya de por sí, China es el único país comunista que ha logrado un rápido crecimiento económico en un periodo de tiempo sostenido.
También cabe plantearse si China es un nuevo Japón. Resulta inevitable que al evaluar las relaciones comerciales entre EE.UU. y China, salga a colación el nombre de Japón, dados los muchos paralelismos que se pueden trazar entre ambas naciones asiáticas. Las dos han sido consideradas una amenaza para la seguridad nacional estadounidense, ambas tienen un déficit comercial con EE.UU., han manipulado sus tasas de cambio en pro de la competitividad de sus productos, ambas han burlado los derechos de propiedad intelectual y han erigido todo tipo de barreras para impedir la importación de productos estadounidenses. En los setenta Japón era menospreciado como el patito feo; en los ochenta se convirtió en el cisne admirado por las escuelas de negocios.
A pesar de poder dibujar todos estos paralelismos, no debemos ignorar las brutales diferencias de tamaño entre ambos países en lo que se refiere a población y territorio. Japón necesitó una generación para pasar de la baja a la alta tecnología, pues a diferencia de EE.UU., no contaba con el apoyo de la inmigración, pero China puede hacerlo en menos tiempo porque las reservas de mano de obra barata del interior durarán años. Por otra parte, además de contar con el apoyo financiero y técnico de Hong Kong y Taiwán, China posee una comunidad de inmigrantes diseminados por todo el planeta, algo que no tiene Japón. Además, el sistema educativo se está abriendo paulatinamente, la inversión extranjera en China es mayor, el país es miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU y está llamado a desempeñar un papel cada vez más activo en la política internacional. Por último, los conflictos comerciales con China se tratan de forma multilateral en el seno de la Organización Mundial del Comercio, mientras que Japón y EE.UU. dirimen sus disputas bilateralmente.
La capacidad de innovación es una función tanto del número de científicos e ingenieros, como de la herencia cultural. A lo largo de la historia, Japón ha sido un imitador y China un innovador. El sistema educativo japonés no fomentaba el pensamiento crítico sino la conformidad con el grupo, aplastando con ello la innovación. Por su parte, el sistema chino sufrió de lo mismo tan sólo durante una parte de su historia, ya que durante la época imperial las ciudades chinas actuaron como anfitrionas de residentes extranjeros y ahora continúan con esa tradición acogiendo a inversores extranjeros, enfoque que contrasta con la expulsión de extranjeros y cierre de fronteras de Japón para evitar las influencias externas. Por otra parte, a pesar de su legado de control burocrático, los chinos toleraron la actividad empresarial durante gran parte de su historia, como lo atestigua la existencia del comercio y comerciantes. La actividad empresarial sobrevivió hasta 1950 y se relanzó desde 1979, y los chinos residentes en el exterior trajeron consigo su gran entusiasmo y su gran capacidad empresarial.
Con el estallido de la burbuja de la bolsa de Tokio a finales de los ochenta y con el declive de Japón en los noventa, EE.UU. se sintió tranquilo al observar que la amenaza nipona retrocedía. Sin embargo, el vacío que dejó fue pronto tomado por los cuatro tigres, que ocuparon primero las áreas de baja tecnología e intensivas en mano de obra que Japón se había visto obligado a abandonar y después, viéndose en la misma tesitura debido a la feroz competencia china, optaron por dirigirse al mercado de lujo. En la actualidad, los tigres son inversores y socios de China contribuyendo al crecimiento del comercio intraasiático.
Otro país que guarda cierto parecido con China es la India: ambos tienen una población que sobrepasa los mil millones de habitantes y una diáspora con potencial para contribuir al desarrollo del país, se han esforzado por liberarse del estricto control socialista y han logrado atraer inversiones lucrativas como el I+D tecnológico. Sin embargo, India cuenta con varias ventajas, como sus más de cincuenta años de democracia, tener una clase media, considerar el inglés como lengua oficial y disponer de un sistema jurídico y financiero relativamente independientes. Recientemente se defendía en la publicación Foreign Policy que India podría llegar a aventajar a China, ya que esta última dependía demasiado de las inversiones extranjeras, carecía de dotes empresariales y no contaba con multinacionales reconocidas. Sin embargo, todas esas afirmaciones son parcialmente ciertas. China no sólo posee una tasa de crecimiento mayor, sino que además la inversión extranjera que recibe la India equivale a menos de un 10% del total recibido por China. Por otra parte, China compite a escala global en una serie de sectores que van desde los textiles a toda clase de utensilios, mientras que India se limita al software, los call centers y otros trámites administrativos. En definitiva, aunque desempeñará un papel importante en ciertos sectores económicos, India no logrará alcanzar a China en un futuro próximo.
De los calcetines a la industria aeroespacial
China es el líder mundial de productos intensivos en mano de obra, pero no nos confundamos, también es el fabricante líder a escala mundial de teléfonos móviles además de un importante productor de chips, elementos de telecomunicaciones y, algún día, de automóviles y aviones comerciales: ya fabrica aviones militares, ha montado aviones comerciales y está desarrollando aeronaves con motor a reacción para vuelos continentales. Las empresas chinas están empeñadas en subir la escalera tecnológica saliendo de las filas de los imitadores para convertirse en creadores de los que marcan el paso. Su finalidad no es alcanzar a las potencias industrializadas, sino sobrepasarlas. Para ello cuentan con un detallado plan en el que la inversión extranjera y las transferencias de tecnología ocupan un lugar primordial.
Las ambiciones tecnológicas de China están ancladas en las contradicciones de un pasado de mil años de invención tecnológica que no vio continuidad, en la humillación y la derrota militar que sacaron a la luz el retraso tecnológico del gigante a finales del siglo XIX y comienzos del XX y en los intentos de innovar por decreto, siguiendo el modelo soviético, en la segunda mitad del siglo XX. Estas experiencias dan forma a las actuales aspiraciones y miedos del gobierno chino, su visión de la ciencia, el papel de la empresa, los obstáculos a los que se enfrenta y las estrategias para salir adelante.
Tras la “década perdida” de la Revolución Cultural, el comienzo de las reformas que arrancaron en 1979 trajo consigo un aumento paulatino de apertura y transparencia. China había quedado tan por detrás del mundo desarrollado y de los cuatro tigres asiáticos, que Deng Xiaoping y sus colaboradores identificaron el progreso tecnológico como la clave para la modernización, el poder militar, el crecimiento económico y la prosperidad. Fue entonces cuando comenzaron a importar tecnologías que ya estaban anticuadas en otros países, lo cual beneficiaba a ambas partes: al feliz vendedor que lograba deshacerse de ella y al comprador chino que se hacía con herramientas de producción más modernas que las existentes en China, cuyo manejo los ingenieros podían aprender con facilidad y que, por otra parte, utilizaban bastante más mano de obra que las modernas, lo cual desde la perspectiva del gobierno significaba menos gente desocupada. Pronto se dieron cuenta de que no bastaba con importar maquinaria, que también había que cambiar los métodos de administración: había que comenzar a pensar en la empresa como un conjunto integrado y sinérgico.
Sin embargo, el gobierno consideraba que, aunque debía aprenderse de los extranjeros, dada su superioridad económica, militar y de conocimientos, era vital que la cultura y la sociedad chinas no se contaminasen. La inversión extranjera desempeñaba un papel clave en la transferencia de tecnología y por ello, una de las primeras iniciativas del gobierno fue dictar una ley que daba prioridad a la inversión en sectores intensivos en tecnología al tiempo que requería tomar un socio chino. Un joint venture era, a su entender, la mejor forma de lograr una transferencia amplia de conocimientos sin levantar recelos nacionalistas.
Además, el gobierno incentivó a las empresas dispuestas a transferir tecnologías punta dándoles permiso para establecerse en el lugar deseado, concediéndoles exenciones fiscales prolongadas, brindándoles mayor libertad de acción en la administración de la empresa y prometiéndoles acceso al codiciado mercado nacional. Por el contrario, los proyectos que conllevan siempre la importación de tecnología extranjera, sin que exista una transferencia tecnológica, aparecen en la lista “restringida”. Por su parte, el establecimiento de centros de I+D en territorio chino se ha convertido en una prioridad para el gobierno. De hecho, uno de los factores determinantes en la concesión del derecho a invertir en Shanghái a General Motors en lugar de a Ford fue la promesa de establecer un gran centro de I+D y transferir tecnología moderna al centro. Hoy la lista incluye otras muchas empresas como Oracle, Siemens, Lucent, Nokia, Nortel, Agilent, IBM y HP. Se han creado en total más de 200 centros, si bien algunos observadores occidentales juzgan que se ha exagerado su importancia y que en ellos no se realizan auténticas innovaciones, sino que se limitan a adaptar los productos a las condiciones del mercado chino.
Pero las transferencias de tecnología no sólo dependen de la voluntad de los extranjeros para realizarlas, sino también de la capacidad de los chinos para asimilarlas, y lo mismo podría decirse de los centros de I+D. El país todavía tiene mucho camino por recorrer. En el año 2000, por cada millón de personas 459 científicos e ingenieros estaban realizando I+D en China, lo cual representa un 10% del total de EE.UU. Los científicos chinos sacaron a la luz 9.000 artículos en publicaciones especializadas en ciencia y tecnología en el 2000, mientras que los estadounidenses publicaron 166.000. Las cifras dicen por sí mismas que China necesita mejorar también su “humanware”. Para ello, el gobierno ha emprendido una reforma fundamental del sistema educativo, al tiempo que intenta que regresen al país los ingenieros y científicos que se marcharon en pos de una formación en los países industrializados, a quienes en el argot se les denomina las “tortugas”, por alusión a la tendencia de esos animales a volver al lugar donde han nacido.
Una de las carencias del legado chino de I+D era su insuficiente infraestructura para difundir la tecnología, tanto de propia creación como heredada, a la empresa. El crecimiento de las iniciativas de I+D y el lanzamiento de la ciencia y la tecnología son prueba de la determinación de las empresas por superar su papel de “fábricas del mundo” y convertirse en verdaderas compañías, capaces de desarrollar un producto y venderlo bajo su propia marca.
El Rolex de dos dólares
Se estima que en 1998 las ventas de productos falsificados alcanzaron los 24.000 millones de dólares, aunque la cifra real podría ser mucho mayor. Cuando el gobierno chino quiere mostrar que tiene la situación bajo control, da algún golpe de efecto. Para los propietarios de las marcas no resulta tan sencillo, pues temen que los consumidores dejen de comprar el verdadero producto por miedo a que sea falso. No obstante, China no es el primer país que ha violado los derechos de propiedad intelectual. En el siglo XIX, EE.UU. era uno de los mayores transgresores de los derechos de propiedad intelectual, pero a medida que se industrializó cambiaron sus intereses, dado que le iba más en proteger dichos derechos que en violarlos. China podría seguir el ejemplo de EE.UU., pero mientras eso sucede continúa beneficiándose de la tecnología y reputación de marcas reconocidas en su mayoría de otros países: algo que las autoridades chinas toleran, apoyan e incluso a veces dirigen a escala local.
La falsificación y sus varios derivados causan un daño enorme a los propietarios de los derechos de propiedad intelectual que, tras invertir en el desarrollo y marketing de productos, observan impotentes cómo los consumidores substituyen el original por una imitación barata. De hecho, en algunas categorías de productos las falsificaciones han desplazado a los originales hasta el punto de convertirse en líderes del mercado. Y, es que, aunque algunas no son más que burdas imitaciones, otras están tan logradas que han despertado la admiración de los propietarios de las marcas, que en algunos casos han optado por realizar joint ventures con los falsificadores. Para los recién llegados al mundo empresarial, por su parte, las falsificaciones suponen un ahorro en costes de I+D que les permite ponerse a la altura de los países industrializados. Como primer productor mundial de nueva tecnología, EE.UU. es el país más vulnerable en este frente. Además, los lucrativos márgenes de beneficio que producen las falsificaciones atraen a las mafias internacionales, que se sirven de este medio para costear sus operaciones.
Ante la corrupción en las altas esferas y el tamaño y el alcance de las violaciones, China ya ha demostrado ser un caso aparte. Lo más lacerante es que todo ocurre abiertamente: almacenes de falsificaciones que crecen como champiñones en pueblos polvorientos, fábricas encubiertas y fábricas “legales”, contrabando a través de las porosas fronteras chinas, venta en las calles y boutiques punteras de las grandes ciudades, etc. Todo ello, fruto de una combinación de circunstancias en las que influyen factores tanto legales como institucionales. Por una parte, aparece un poder judicial carente de independencia y capacidad para hacer cumplir las leyes y, por la otra, una falta de transparencia en los procesos administrativos y unos salarios que fomentan las prácticas corruptas en el funcionariado. Todo esto, unido al know-how, a la capacidad técnica y a la producción a gran escala, hacen de China un paraíso de la falsificación sin rival en todo el planeta.
Esta inclinación a producir falsificaciones se achaca en ocasiones a la cultura y la tradición, reflejando una vez más el dicho de que “el cielo es alto y el emperador está lejos”. Pero también es cierto que el gobierno hace la vista gorda porque esas fábricas ilegales, a fin de cuentas, son una fuente de empleo en un país donde el paro constituye una grave amenaza económica, social y política. La fabricación y distribución de falsificaciones ha dejado de ser una actividad aislada para convertirse en una práctica sistemáticamente organizada con su propia producción, ventas y canales de distribución. Un ejemplo de ello es la tristemente célebre ciudad de Yiwu. Cuando los productos terminados no se envían directamente a quien ha efectuado el encargo, se mandan a centros de venta al por mayor como Yiwu, adonde acuden compradores al por mayor y minoristas para revisar la mercancía, comprar o hacer encargos y organizar los envíos. Estas cadenas son cada vez más sofisticadas y se financian tanto con los beneficios procedentes del lucrativo comercio de falsificaciones, como con las inversiones de nuevos accionistas, entre ellos las mafias asiáticas. En este ambiente, los fabricantes son una banda de diversa calaña, que van desde el individuo que lo organiza todo en casa, a fábricas, algunas veces propiedad del estado, la ciudad o empresas locales, y otras veces empresas “sombra” (shadow business) establecidas para el propósito. Todos ellos sacan partido de la ventaja competitiva que les proporcionan los costes, pues no invierten en tecnología, no tienen que construir una imagen de marca y tanto los costes de materias primas como los de mano de obra están por debajo de los que consiguen los fabricantes legítimos.
Las consecuencias de este sistema paralelo afectan de diversas maneras a muchas empresas. En algunos casos, la infracción arruina el modelo de negocio de una empresa, por ejemplo, el de los videoclubes, cuyos clientes prefieren comprar una copia de buena calidad por un precio similar al que pagan por el alquiler de un DVD. En otros casos, tienen que ajustar el modelo de negocio para paliar los efectos, como en el caso de las filmográficas que se han decantado por los estrenos mundiales. O mientras que unas empresas protegen su tecnología y know-how recurriendo a sistemas de protección como los “smart chips” o chips inteligentes, otras confían en su capacidad de generar nuevos avances tecnológicos antes de que aparezcan las imitaciones o mantienen el know-how en el país de origen trasladando a China la producción. Tener presencia en China facilita la imitación del producto, pero también proporciona otras ventajas como la de poder presionar a las autoridades de aquel país y tener acceso a su mercado.
La lección que podemos extraer de todo esto es que todo empresario debe partir del principio de que si es susceptible de ser copiado, lo copiarán. Además, toda empresa que se decante por hacer negocios en China, debe incluir un minucioso plan de protección de sus derechos de propiedad intelectual.
El desafío comercial
El ascenso de China ya ha hecho mella en las empresas del mundo entero. El impacto se ha dejado sentir en unos sectores más que en otros (los intensivos en mano de obra han sufrido más que los intensivos en tecnología) y más en unos países que en otros (en EE.UU. más que en la UE, donde la legislación es más rígida). El avance chino en el sector de mano de obra intensiva no causará grandes estragos en EE.UU., que ya hace tiempo abandonó muchas de esas líneas de productos. Sin embargo, desde la perspectiva empresarial, el ascenso de China nos hará replantearnos toda clase de lugares comunes respecto a la competencia entre empresas y países, el valor de la proximidad geográfica y el coste de entrada y salida en el mercado.
Entre los sectores que dominan los chinos se encuentran, por ejemplo, el textil y el de muebles. En la actualidad, la mayor parte de la ropa procedente de terceros países que se vende en EE.UU. es china, y se espera que en el futuro China se convierta en el proveedor predilecto de la mayoría de los importadores estadounidenses. De hecho, China es ya un centro de aprovisionamiento general cuyo ascenso afecta no tanto a los países desarrollados que deben concentrarse en los sectores en que son más competitivos, como a los países en desarrollo, que se verán obligados a buscan fuentes alternativas de crecimiento y empleo.
Por su parte, las importaciones de mobiliario chino a EE.UU. se sextuplicaron entre 1996 y 2002, mientras que la producción estadounidense de los mismos disminuyó. En junio de 2003, un fabricante de muebles de Carolina del Norte se quejaba ante el House Comittee on Small Business de que un conjunto de dormitorio hecho en EE.UU. cuesta 22.755 dólares, mientras que uno chino cuesta 7.070 dólares (un 69% más barato), y acusaba a sus competidores por lo que consideraba una política de precios injustos en el mercado estadounidense gracias a los subsidios y manipulaciones monetarias del gobierno chino.
El alcance del impacto no se limita a EE.UU. Aunque China domina una serie de categorías de productos en la UE, el déficit comercial europeo es un tercio del estadounidense. Ello se debe, entre otros factores, a que los europeos protegen su mercado interior. En el mercado japonés, el impacto lo atenuaron la gran conciencia de marca de los consumidores japoneses y un sistema de distribución fragmentado e infranqueable. México, que esperaba beneficiarse de su proximidad a EE.UU. y del NAFTA, ha visto sus esperanzas tambalearse, ya que la proximidad tan sólo supone un ahorro de 5 centavos por dólar y pronto China gozará de un mejor acceso al mercado estadounidense. Por su parte, los vecinos asiáticos de la Asociación de Naciones de Asia Sudoriental (ASEAN, por sus siglas en inglés) ven en China no sólo a un competidor, sino también un motor económico del que temen depender.
¿Cómo deberían prepararse las empresas para el siglo chino? Para empezar, comprendiendo la naturaleza del cambio que se avecina y evaluando su incidencia en su sector, empresa y empleados y, a continuación, dejando constancia de su intención de reevaluar la razón de ser de la empresa, cuestionando no sólo las prácticas y los procesos, sino también los fundamentos del modelo empresarial. Ello les hará poner en duda la validez de soluciones que funcionaron en el pasado y replantearse la cadena de valor, lo cual les conducirá bien a un nuevo modelo de negocio, bien a salir del mercado. No podemos asumir un enfoque “business as usual”.
Para las empresas que están en sectores intensivos en mano de obra la mejor opción es salir del mercado. Por doloroso que resulte para los empleados y la comunidad, es preferible tomar medidas drásticas que permitan que el capital y los recursos humanos se redistribuyan a dejarlos sangrar lentamente hasta morir. Las empresas que a pesar de todo decidan quedarse deben formular un plan estratégico, por ejemplo, dedicándose a líneas de productos en las que se destacan y en las que la mano de obra constituye una pequeña parte del coste total. Otra solución es expandir su tecnología a otras áreas relacionadas, no sólo en el sector industrial sino también a áreas del sector servicios con buenas perspectivas de futuro. Por otra parte, especializarse en productos de lujo ha dejado de ser un pasaporte para el éxito, ya que las empresas chinas también están atacando este segmento. Ello convierte al desarrollo tecnológico y la innovación, que son el talón de Aquiles de China, en una solución para las empresas que sepan proteger su know-how. Estas deben partir del principio de que “si se puede copiar, lo copiarán”.
Y resta la opción de que si no pueden ser vencidos, habrá que unirse a ellos. El “outsourcing” o aprovisionamiento en el exterior constituye una pieza clave del plan de supervivencia, ya que con un control de calidad adecuado permite reducir costes sin sacrificar ni la presencia en el mercado, ni la imagen de marca. Además, la presencia en China también es un comodín de cara a la entrada en el mercado chino.
Al Este a toda máquina: dónde están los empleos
Algunos críticos han achacado a la migración de empleos a China el desempleo en Estados Unidos. Se trata de una visión parcial, pues también entran en juego otros muchos factores como un aumento de la productividad gracias a la tecnología, la inversión de capital y la mejora de procesos, entre otros. Además, China tampoco es el único país que hace la competencia a EE.UU. En lo referente a servicios, India se ha especializado en tecnologías de la información y call centers, Irlanda en procesamiento de reclamaciones a compañías de seguros y Rusia en diseño de aviones. Aun así, en una economía globalizada no debemos menospreciar el potente mercado laboral chino, compuesto por 750 millones de trabajadores.
No existen estadísticas fiables y abarcadoras que reflejen las varias causas del aumento del desempleo: entre ellas destacan el “outsourcing”, el “trade displacement” o sustitución comercial que produce pérdida de empleo debido a importaciones que expulsan del mercado a los productos nacionales y el “off-shoring” o realización de una fracción del trabajo en otros países. A pesar de que los datos que manejan los medios de comunicación suelen reflejar una parte de la realidad, queda claro que están creciendo los flujos de producción correspondientes a estos tres fenómenos. Con dos tercios del mercado global, EE.UU. se ha convertido en el líder mundial de “off-shoring”. El McKinsey Global Institute estima que en EE.UU. se han perdido 200.000 puestos de trabajo anuales a causa del “off-shoring”, mientras que Economy.com eleva la cifra hasta 300.000 y predice que se duplicará al final de la década.
La otra cara de la moneda es que, mediante un proceso de “destrucción creativa”, todos los años se crean y destruyen empleos, de forma que el aprovisionamiento exterior (“outsourcing”) de EE.UU. constituye un activo en otro lugar (un “insourcing”) y el desplazamiento comercial destruye empleos en sectores intensivos en mano de obra, mientras que los crea en servicios comerciales tales como la ingeniería o la consultoría. Asimismo, el aprovisionamiento en el exterior elimina muchos puestos de empleo en el lugar de origen, pero crea otros intensivos en conocimiento y con mayor valor añadido.
Los economistas consideran que la migración de empleos es parte de una redistribución de recursos, bienes e instalaciones. Se trata de una progresión natural que, según estos expertos, beneficia a todas las economías. Por tanto, la pérdida de dos millones de empleos en EE.UU. en el sector industrial entre 1995 y 2002 sería parte de esa tendencia general. Históricamente, los países que perdieron empleos en el sector textil pasaron a la fabricación de bienes superiores. La diferencia entre el patrón histórico y China es la gran reserva de mano de obra existente en el interior del país. Teniendo en cuenta que las escalas salariales son inferiores en el interior que en la costa, China alberga a todo un país en su interior.
Las perspectivas no son nada halagüeñas si tenemos en cuenta que China no tiene intención de competir eternamente en los escalafones más bajos del mercado laboral, desempeñando empleos mal pagados y de poco valor añadido, tal y como los estadounidenses vaticinan. Por el contrario, pronto comenzará a competir por hacerse con empleos que crean mayor valor añadido y que hasta hace poco los países industrializados consideraron propiedad exclusiva de ellos. En la actualidad, ya se han visto desplazados de sus puestos los empleados de sectores en los que las importaciones procedentes de China aumentan con más rapidez (utensilios diversos, textiles y maquinaria eléctrica).
Los trabajos más seguros son aquellos que requieren un contacto cara a cara con el cliente, los que dependen de redes de contactos sociales, los que no se pagarían más barato en otro lugar y los que no se pueden comunicar por tecnología: servicios personales y legales, sectores como la construcción y los servicios médicos. Asimismo, dado que las cadenas de distribución crecerán, con el aumento de transporte por barco harán falta empleados para servicios logísticos y distribución de bienes. Otros campos que se beneficiarán son el de la educación (habrá que formar a estudiantes y trabajadores chinos), el turismo (la clase media china comenzará a viajar como en su día hicieran los japoneses) y el propio mercado laboral chino.
Según una predicción publicada por el Departamento de Trabajo de EE.UU., de los treinta puestos de trabajo en los que la oferta de empleo crecerá más entre 2002 y 2012, cinco están relacionados con la salud, cuatro con la educación, tres con la hostelería y entre el resto destacan las profesiones de guardia de seguridad, bedel y técnico de reparación, seguidas de vendedores y conductores de camión. Solo tres de esos treinta son puestos de dirección y dos son técnicos. No son precisamente los campos en que la mayoría desea hacer carrera; sin embargo, la formación ha dejado de ser un seguro de empleo.
El ascenso de China
El ascenso de China es un acontecimiento comparable al ascenso en el siglo anterior de EE.UU. como potencia económica, política y militar. China se convertirá en el fabricante y exportador dominante en sectores que van desde los más intensivos en mano de obra a los dirigidos por la tecnología. En una década también será el punto de conexión de los mercados del sudeste asiático y del resto de Asia, que rivalizarán con las economías de Europa y las Américas. Asimismo, será un árbitro de la diplomacia internacional no sólo en Asia sino en el resto del mundo. Por otro lado, al reforzar su poder militar se convertirá en un peso pesado que equilibre un mundo dominado por Occidente, sentando las bases de un nuevo sistema de equilibrio del poder.
La transición estadounidense de una economía industrial a una de servicios es una réplica de su anterior paso de la agricultura a la industria. En ambos casos, se destruyeron empleos en unos sectores y en otros se crearon más puestos, mejor dotados y con un salario más alto que los que se perdieron. Siguiendo la misma lógica, sería de esperar que ahora sucediese lo mismo. Sin embargo, por reconfortantes que sean las analogías, también pueden resultar engañosas. Lo único cierto es que estamos pisando tierra desconocida. Del mismo modo, no debemos dar por supuesto que es posible mantener la fabricación de productos de lujo y las iniciativas de I+D trasladando a China el resto de actividades de producción. Pecamos de ingenuidad si creemos que China aceptará a largo plazo esa división del trabajo y, de hecho, todos los indicios señalan que no será así. El nivel de la transferencia de tecnología a China no tiene precedentes y, aunque en la actualidad la inversión que realiza en I+D es modesta en relación al PIB, a medida que crezca su PIB también lo hará la cantidad dedicada a I+D.
Algunos estudios del impacto de China se centran en su entrada en la Organización Mundial del Comercio para hacer predicciones sobre el futuro. Unos ven mayor transparencia, una regulación más abierta y un fortalecimiento de la protección de los derechos de propiedad intelectual, que igualarán el campo de juego e incrementarán las oportunidades de inversión en China para exportadores e inversores. Por el contrario, los más escépticos se cuestionan si China cumplirá con los tratados de ingreso en la OMC. Hasta ahora, los resultados son desiguales, pues junto a notables progresos se han producido también numerosas transgresiones.
Lo único cierto del futuro de China es la incertidumbre: podría producirse un aterrizaje suave o uno abrupto. Según los partidarios de la teoría del aterrizaje suave, los salarios en China subirán hasta que el país deje de ser competitivo en los sectores intensivos en mano de obra y le releven Vietnam, Bangladesh y otros. También vaticinan un cambio gradual de la tasa de cambio del yuan provocada por las medidas de apertura al mercado, un mayor control de las falsificaciones y la compra de más productos estadounidenses. Por su parte, los apostantes por el aterrizaje abrupto ven avecinarse una crisis entre EE.UU. y China que culminará en un choque con consecuencias económicas, políticas y de seguridad. Presionado por la continua pérdida de empleos en el sector industrial, el gobierno se verá obligado a tomar medidas proteccionistas haciendo caso omiso de los acuerdos firmados en el seno de la OMC. Los sindicatos y asociaciones seguirán atacando a China en el frente de los derechos humanos, pero también apelarán al comercio justo y a la reciprocidad. Mientras tanto, China continuará defendiendo su industria, añadiendo medidas antidumping a su arsenal de subsidios y otras medidas proteccionistas y defendiendo a los suyos en las disputas comerciales. La opinión pública internacional podría negarse a apoyar a EE.UU. en estas lides, pues para muchos es un comerciante injusto. En tal caso, EE.UU. se encerrará en sí mismo aislándose de las corrientes del comercio internacional. Aunque podría llegar a ser imaginable, un escenario así resulta poco probable.
Conclusión
Fin del resumen ejecutivo
Biografía del autor
Oded Shenkar ha dedicado más de treinta años al estudio de China, y fruto de esta aplicación son numerosos artículos y libros publicados sobre este país. En la actualidad ocupa la cátedra de la Ford Motor Company en Administración de Empresas Globales y es profesor de dirección y recursos humanos en el Fisher College of Business de la Ohio State University. Realiza labores de consultoría tanto para multinacionales como para empresas de nueva creación de EE.UU., la UE, China, Japón y Corea del Sur, entre otros. Ha colaborado además no sólo con los gobiernos de varios estados y países, sino también con organizaciones internacionales.
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