viernes, 13 de marzo de 2020

El 'proceso Eichmann'

RECUERDO A LAS VÍCTIMAS EN EL ANIVERSARIO DE LA LIBERACIÓN DE AUSCHWITZ

El libro de Hannah Arendt, rescatado por la película de Von Trotta, y las crónicas de Harry Mulisch son como la cara y la cruz del juicio al nazi


ELENA HEVIA / Barcelona

LUNES, 27/01/2014
Hannah Arendt de Margarethe Von Trotta ha sido una de las películas de esta temporada que más debate han propiciado entre los opinadores. Un debate que viene de lejos. El filme, altamente pedagógico, ha vuelto a poner sobre la mesa lo que fue la gran coda del Holocausto: el juicio que el Estado de Israel emprendió contra el teniente coronel de las SS Adolf Eichmann, uno de los responsables de la Solución Final, en 1961. La brillante pensadora judeoalemana fue enviada por la revista New Yorker como cronista del publicitado proceso que se realizó en Jerusalén, y sus consideraciones, el establecimiento de que Eichmann era una mera pieza de engranaje, un ser incapaz de pensar por sí mismo, alejado por tanto de la encarnación maléfica, despertaron en su momento la repulsa tanto en Israel como en Estados Unidos. A ello habría que añadir la acusación por parte de la filósofa de la implicación de los Consejos Judíos en el exterminio, uno de sus argumentos más controvertidos.

La película ha propiciado la recuperación -y también el descubrimiento para muchos- de aquel episodio y una nueva vida editorial a Eichmann en Jerusalén (DeBolsillo), el libro que reúne los escritos de Arendt al respecto, en los que acuñó el controvertido concepto de la banalidad del mal.

La cara B de aquel ensayo es el recientemente aparecido Juicio a Eichmann (que mantiene como subtítulo su título original, Causa penal 40/61), el relato que de aquel suceso hizo el escritor holandés Harry Mulisch, estableciendo un interesante diálogo con el libro de Arendt. Mulisch, que por entonces tenía 36 años, era hijo de madre judeoalemana y padre austriaco y colaboracionista. Algo que más tarde filtraría en sus  posteriores obras de ficción, con las que llegaría a ser uno de los grandes autores de su país.

A diferencia de la pensadora alemana, que apenas estuvo presente tres semanas del juicio, entre abril y mayo, Mulisch fue testigo en el juicio de Jerusalén hasta el 30 de septiembre de 1961 -la resolución y la condena fue en diciembre- y contó lo que vio en la sala y en las calles de la ciudad para el semanario holandés Elseviers Weekbla. También se hizo eco de cómo Israel -que al no existir como Estado no pudo formar parte de los juicios de Núremberg- transformó el juicio en un símbolo, con un factor añadido: «En 1946 [fecha de los juicios de Núremberg] nadie quería hablar de la guerra... En cambio, en 1961 la guerra está de moda». Y la consecuente atención de la prensa fue abrumadora.

Satanás en Tierra Santa

El autor holandés, que intentó abstraerse del ruido general y pensar por sí mismo, también constató que la prensa internacional mostraba a Eichmann como un inmundo Satanás -acrecentado por el hecho de que el juicio se realizó en Tierra Santa y en la ominosa invisibilidad que el nazi oculto en Argentina había tenido hasta el momento-. Pero lo que él vio fue un tipo insignificante. «En realidad, tiene los ojos dulces y un poco aterciopelados, lo cual resulta todavía más inquietante», escribió. Esa visión no está muy lejos de la de Arendt, pero el holandés se muestra más empático y, pese a su retrato del nazi como un ser anodino, no abandona en ningún momento el recuerdo de las víctimas. No en vano el libro se cierra con una emocionada visita a las cámaras de gas de Auschwitz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

David Foster Wallace - Borges en el diván

Las biografías literarias presentan una paradoja desafortunada. La mayoría de los lectores que se interesan por la biografía de un es...