Estos aforismos y fragmentos de Elías Canetti son una selección de El corazón secreto del reloj. Apuntes, 1973-1985, que continúa los apuntes de Canetti en los años anteriores y recogidos en Las provincias del hombre. Canetti vuelve a barajar varios de sus temas predilectos o inevitables para él: la vigilancia de las palabras, las masas, la literatura china, la conciencia de sobrevivir, la pelea contra la muerte. Dice Canetti que “muertos de otros” se acercan a él y él “les da de comer junto a los suyos”: como siempre, Canetti ha encontrado su orientación en lo más antiguo: este modo de tratar a los muertos sigue el ejemplo de Gilgamesh en el bajo mundo y su descubrimiento: los muertos recordados tienen alimento y vestido; los muertos olvidados andan como mendigos por las calles.
La edición completa en español de El corazón secreto del reloj es de Muchnik Editores: con ellos empezamos un fructífero convenio de publicaciones.
1973
El proceso de escribir tiene algo infinito. Aunque se interrumpa cada noche, la escritura como actividad es una sola y revela su máxima autenticidad cuando entra en escena sin recurrir a ningún tipo de artificio.
Esto supone, sin embargo, una confianza en el lenguaje tal como es, y me asombra poseerla en tan alto grado todavía. Los experimentos lingüísticos me han atraído poco; tomo nota de ellos, pero los evito al escribir yo mismo.La razón es que la sustancia de la vida me absorbe por completo. Quien se entrega a experimentos con el lenguaje, renuncia a la mayor parte de esa sustancia; exceptuando una mínima parte, todo permanece intacto e inagotado; es como si él tocara todo el tiempo un instrumento con sólo uno de sus meñiques.
De tres maneras fue sobornado Schopenhauer por la muerte: por la renta de su padre, por el odio hacia su madre y por la filosofía de los hindúes.
Se considera insobornable porque no es profesor. No quiere reconocer que el más imperdonable de los sobornos, por nada reparable ya, es el de la muerte.
En eso no es un adversario útil. Lo que haya que decir en contra de él vale más decirlo contra los hindúes.
¡Cuán poco te ha desorientado Jacob Burckhardt, pese a su aceptación de Schopenhauer!
Le debes mucho a Burckhardt:
a su rechazo de cualquier sistema presuntamente deducible de la historia;
a su sensación de que nada había mejorado, sino todo lo contrarío;
a su respeto por todo lo que es forma, en oposición a lo conceptual;
a su afecto por la vida realmente vivida, alimentado por la ternura de su renuncia;
a su conocimiento no cohonestado de los griegos;
a su resistencia contra Nietzsche, que para mí fue muy pronto una advertencia.
La sombra que se cernía sobre el pensamiento de Burckhardt no provenía de su sensibilidad. Su entusiasmo se dirige a lo individualizado. Si mucho de aquello se ha marchitado, otras cosas conservan su eficacia. A él no hay por qué aceptarlo. Y no se le puede rechazar.
No hay otro historiador del siglo pasado al que yo admire tan incondicionalmente.
Al borde del abismo, él se aferra a lápices.
Sobre las separaciones: di qué juego perverso has practicado siempre con las separaciones.
¿Vivir en peligro? ¿Puede haber vida más peligrosa que la de las separaciones?
Quien necesita su aire propio, quien sólo en él puede pensar, se lo procura mediante el recurso atroz de las separaciones. Es lo que ahora haces con la niña en su más tierna infancia; para poder estar con tus pensamientos, la acostumbras a las separaciones.
Intenta hablar del futuo, se siente un chapucero y enmudece.
Bajo la literatura universal se imaginan algo que podrían olvidar todos juntos.
Lo habrás puesto en duda, pero seguro que te has deseado fama. Sin embargo, ¿no has deseado mil veces más lo otro: el regreso de algún muerto? Y no lo has conseguido.
Sólo se cumplen los deseos mezquinos, superfluos, vergonzosos. Los grandes, los dignos de un ser humano, no llegan a realizarse.
Ninguno volverá, ninguno vuelve nunca; podridos están aquellos a los que odiaste, podridos están aquellos a los que amaste.
¿Sería posible amar más? ¿Hacer, mediante más amor, que un muerto vuelva a la vida? ¿No habrá nadie amado suficientemente todavía?
¿O bastaría una mentira que fuera tan grande como la creación?
Las estrellas brillan como víctimas, ahora ya no están sin nosotros.
La generación que perdió el cielo al conquistarlo.
Les arrancaba las patas a las arañas y las tiraba, indefensas, a sus propias telas.
Desaguar el pantano de la autosatisfacción.
Flores, complejas como catedrales.
De los hombres no le gusta lo que han olvidado. Le gusta de ellos lo que recuerdan.
El Codex Atlanticus, que contiene la colección de dibujos de Leonardo, ha de editarse —reproduciendo fielmente el original— en doce volúmenes y una tirada de 998 ejemplares.
“Para la encuadernación en piel se precisan las pieles de unas 12,000 vacas, pues cada una alcanza sólo para un tomo”.
Lo terrible no son las contradicciones, sino su debilitamiento paulatino.
¡Cómo se le calienta el aliento entre auditores jóvenes!
Ahora se contentaría hasta con un retorno, que antes le parecía despreciable.
Lo único que no se venga de él son los apuntes sueltos.
¿Qué pasará con las imágenes de los muertos que llevas en tus ojos? ¿Cómo las dejarás al morir?
Ya es difícil soportar la propia autocomplacencia. ¡Pero la ajena!
Esto es un aforismo, dice él, y vuelve a cerrar de golpe la boca.
Filósofos en los que uno se dispersa: Aristóteles. Filósofos que no dejan levantar cabeza: Hegel.
Filósofos para inflarse: Nietzsche
Para respirar: Chuang-Tse.
Si escribes tu vida en cada página tendría que haber algo que ningún hombre haya oído nunca.
Unamuno me gusta: tiene los mismos malos atributos que conozco por mí mismo, pero jamás se le ocurriría avergonzarse de ellos.
Resulta que eres un compuesto de varios españoles: Rojas (el autor de La Celestina), Cervantes, Quevedo, de cada uno algo. Stendhal es más bien italiano, a través de Ariosto y de Rossini. Incluso a Napoleón se lo explicó como italiano.
Me hubiera encantado oír a Stendhal hablando italiano.
“Estaba Solón llorando por la muerte de su hijo, cuando alguien le dijo: `no conseguirás nada con eso’. Y él replicó: ‘Precisamente por eso lloro, porque no conseguiré nada’ “.
Acaso uno sienta que aún existen los muertos, pero en muy pocas palabras; quien supiera esas palabras, podría oír a los muertos.
1974
El sueño del punto y coma.
Para acrecentar su orgullo se dejaba ofender continuamente.
Vives obsesionado por los animales. ¿Por qué? ¿Porque ya no son inagotables? ¿Porque los hemos agotado?
Desde que contamos en millones de años, el tiempo ya no cuenta.
Viena me resulta otra vez tan cercana como si nunca hubiera salido de ella. ¿Me habré mudado donde Karl Kraus?
El éxito es el espacio que uno ocupa en el periódico. El éxito es la desvergüenza de un día.
La niña aún no teme a ningún ser humano. Tampoco a ningún animal. Tuvo miedo. Tuvo miedo de una mosca y, durante unas semanas, de la luna. “Ahora se asusta de las moscas. Cuando alguna se le acerca demasiado, se echa a llorar. Se acurruca, angustiada, en un rincón, mientras la mosca se pasea muy oronda por las paredes de su camita”.
Es imposible retrotraerse. No puedo volver a los veintidós. No puedo someterme otra vez a la antigua coacción que entonces me parecía libertad y me daba alas.
Cada vez estoy más convencido de que las convicciones surgen de las experiencias de masa. Pero ¿son los hombres culpables de sus experiencias de masa? ¿No caen en ellas sin ningún tipo de protección? ¿Cómo hay que estar hecho para poder defenderse de ellas?
Esto es lo que realmente me interesa en Karl Kraus. ¿Será preciso poder formar masas propias para hallarse a salvo de otras?
Parálisis espiritual del padre: la niña, que empieza a hablar, despierta mucha más curiosidad que él.
1975
No dejes que las cartas de otros tiempos te den una imagen falsa de ellos.
El país sin hermanos: nadie tiene más de un hijo.
Nadie tiene un amigo para todo lo que es; eso sería corrupción.
Uno sólo puede vivir no haciendo con mucha frecuencia lo que se propone.
El arte consiste en elegir acertadamente lo que no se hará.
Quien se obedece a si mismo no se asfixia menos que quien obedece a otros. El único que no se asfixia es el inconsecuente, el que se imparte órdenes que luego esquiva.
A veces, en determinadas circunstancias, lo correcto es asfixiarse.
De los saltos interiores de un hombre dependerá la distancia que exista, en él entre uno y otro.
Se puede no ser absolutamente nada, se puede haber fracasado de la manera más deplorable y, sin embargo, servir de algo siendo consecuente con una sola cosa.
Ninguna muerte ha logrado aún apagar mi odio en los casos en que de verdad he odiado. Quizás también sea ésta una forma de no reconocer a la muerte.
Ya no sabe elogiar y no quiere seguir viviendo.
¿Habrá alguna idea que merezca no ser pensada de nuevo?
Con cada nueva exhibición en público disminuye el valor de aquello que has sido. Describir un hombre que acepte ser homenajeado hasta que no quede nada de él.
El verdadero elogiador se va quedando solo, de lo contrarío su elogio no valdría.
A ese G., con el que te encuentras aquí y allá cada cierto número de meses, le cuentas tus cosas más personales e intuyes, ya al contárselas, lo poco ciertas que son.
Eso se debe a que él, que era escritor, se ha convertido en sacerdote, un sacerdote muy hermoso. Ha encontrado un camino hacia los muertos y en él confía. Lo que para ti es un tormento, para él es una sesión de espiritismo.
¿En el corazón quieres darle? ¿En cuál de ellos?
1976
¿Por qué sólo seré yo mismo en el miedo? ¿Habré sido educado para el miedo? No me reconozco sino en él. Una vez superado, se vuelve esperanza. Pero es miedo por otros. He querido a la gente por cuya vida he temido.
Dios fue interrumpido por el hombre.
Su pacto especial con los muertos que aún no han perdido la esperanza. Los manda llamar en secreto y los alimenta.
Pero se abren paso algunos que él no conoce de nada; son los muertos de otros, lo dicen abiertamente: de nosotros nadie se ocupa… él no tiene valor para rechazarlos y les da de comer junto con los suyos, que se ponen muy contentos. Se preguntan cosas unos a otros, surgen nuevas amistades, son nuevas amistades, son menos descontentadizos que en vida y se dan por satisfechos con que hayan sido gente; acaso también esperen saber algo nuevo sobre la propia situación.
Hablaba de amor continuamente y no dejaba acercarse a nadie.
El valor de decir una y otra vez lo mismo hasta que ya no haya forma de suprimirlo.
Nadie que me ayude; no me he permitido tener un Dios.
Ahora todos pueden echarme en cara sus dioses y tener razón.
Pero yo no quería tener razón, quería averiguar cómo se puede existir solo.
¿Lo habré descubierto?
Entiendo perfectamente que alguien se odie. Lo que no entiendo es que alguien se odie a sí mismo y a los demás. Si se odiara de verdad ¿no debería aliviarlo el hecho de que ellos no sean él?
Recibió un puntapié hacia la luz. ¿Sera feliz?
Ya ha empezado con sus cartas de despedida. Para ello se reserva unos cuantos años.
Allí puede uno regalar hasta veinte años de su vida, no más. Es un verdadero sacrificio, pues uno ignora cuántos años le quedan. Todo amor se mide por la cantidad de años regalados. Complicaciones de intercambio. Arrepentimiento por los años regalados cuando un amor toca su fin. Dilapidadores y avaros, todo se mide en años. Los poderosos emplean todos los medios para obtener años a la fuerza. Padres que mendigan años por sus hijos. Hijos que con regalos mantienen vivos a sus padres. Regalos de cumpleaños como elíxir de la vida
1977
Uno puede leer siempre a un mismo autor sin cansarse, venerarlo, admirarlo, elogiarlo, ponerlo por las nubes, saber de memoria y recitar constantemente cada una de sus frases y, sin embargo, no verse afectado por él en absoluto, como si no le hubiera exigido nada a uno ni hubiera dicho realmente nada.
Sus palabras sirven para que quien las lea aumente de volumen; por lo demás no significan nada.
El tono peculiar de los apuntes sueltos, como si tú fueras un hombre filtrado.
Callar sobre la muerte.— ¿Cuánto tiempo serías capaz de hacerlo?
Durante la cena le pregunté si le gustaría entender el lenguaje de los animales. No, que no les gustaría, dijo ella. Y a mi pregunta de por qué no, dudó un poquito y luego dijo: para que no tengan miedo.
1978
John Aubrey, desde su juventud interesado en todo tipo de quehacer artesanal, pero a la vez en las tradiciones orales de un mundo anterior a los libros.
No desdeña nada de lo que le cuentan, lo escucha todo, también historias sobre aparecidos y fantasmas; todo cuanto le cuentan es poco para él. Debe todo a los demás; a su padre y a su madre, nada; sigue a sus maestros, siempre y cuando sepan lo suficiente; aprender y experimentar lo es todo para él. Es la época de la escisión inglesa (en el siglo XVII), la guerra civil impera en el país. Por la gente de un solo libro no siente simpatía alguna, ya que él ama todos los libros. Siente el pasado como algo tangible, tropieza con él en una partida de caza y descubre el santuario de Avebury.
Tiene la curiosidad del hombre moderno en un momento en que la edad moderna se estaba forjando y no se había convertido aún en una caricatura de sí misma. Todo es objeto de esta curiosidad, que no establece diferencias, pero lo que más le atrae es la gente, las razones de su diversidad: eso es lo que interesa a Aubrey; el número de personas sobre las que transmite cosas en infinito.
Lo que anotaba sobre la gente era siempre un principio; dejaba sitio para más, que podría añadirse luego. Tal vez no pasara de una frase o llegara a escribir cientos; cada una de ellas transmitía algo concreto y memorable. Lo que hoy día es desprestigiado como anécdota por cualquier necio, constituía la riqueza de Aubrey. Basta con maginarse aquel tomo único con información sobre unas ciento cincuenta personas, en el que hay más sustancia que en veinte novelas juntas.
Aubrey era incapaz de llevar algo a término: su verdadero talento. Parte del cual habría que deseárselo a todos, incluso a quienes han adquirido el hábito de concluir sus trabajos. Y lo llevó a tal extremo que, en realidad, no existe ningún libro suyo. Tanto más inquietante sigue siendo, en cambio, todo cuanto escribió. Lo que más rápidamente envejece es lo que se redondea y se vuelve libro. En Aubrey todo conserva su frescura. Cada noticia está ahí por sí misma. Uno siente la curiosidad con que fue acogida. Aun sobre el papel despierta curiosidad.
Son noticias inquietantes porque no sirven para nada más; cada una es su propio objetivo; no es ningún objetivo, es solamente ella misma. Aubrey, que por doquier recopila infinidad de datos y luego los anota, es un anticoleccionista. No clasifica su material ni lo ordena. Quiere sorprender, no clasificar. Un procedimiento que acaso recuerde lo que hoy hacen los periódicos, si bien es totalmente distinto. Pues en este caso es él solo, un individuo, quien recopila las noticias, y no lo hace en función de un día. Quiere, por el contrarío, conservarlas. Lo que lo enfurece es que las cosas sean destruidas u olvidadas. Por eso se agita sin descanso y consigue que el valor de novedad coincida con el de eternidad.
Desprecio de Dios por su creación fallida. Una creación que sólo piensa en comer, ¿cómo no va a ser fallida?
Volverse impreciso, ocultar la opinión propia, decirlo todo aproximadamente, degenerar en oráculo.
Las visitas hacen que se acuerde de sí mismo.
Su curiosidad disminuye, ahora podría empezar a pensar.
Ya sólo camina bajo los puentes que él mismo ha construido; de cualquier otro sitio lo ahuyenta el miedo.
El lápiz se va abriendo enérgicos caminos por el pantano de la vejez.
El lápiz no se atasca en ningún sitio ni se amilana.
Ya sólo aparenta leer, pero lo que escribe es cierto.
Aparta de sí las ideas que se presentan cuando son necesarias y las guarda en el saco de las cosas útiles.
Reanimar conceptos, con veneno.
Un espíritu magro en su propio idioma. En otros echa carnes.
Desde que hay una niña, él tiene aún más tiempo.
Alguien que lo puede todo cuando uno lo mantiene a un brazo de distancia, pero que fracasa por completo cuando uno lo deja acercarse un Poco más.
Tiene la sensación de estar compuesto por diez prisioneros y un hombre libre, que es su guardián.
Hatem el Sordo
Hatem el Sordo era un hombre tan blando de corazón que un día, a una mujer que se le acercó para hacerle una pregunta y en el mismo instante soltó una ventosidad, le dijo: “Habla más fuerte, que oigo mal”. Lo dijo para que la mujer no sintiera vergüenza. Ella alzó la voz y él respondió a su pregunta. Mientras vivió aquella mujer, unos quince años aproximadamente, Hatem se hizo el sordo para que nadie le dijera a la anciana que no lo era. Tras la muerte de ésta, volvió a responder de inmediato a cualquier pregunta. Pero hasta entonces le decía a todo el que se dirigía a él: “Habla más fuerte”. Por eso fue llamado Hatem el Sordo.
Farid al Din Attar, traducido por Arberry
Sería hermoso estar tranquilamente en los lugares de antes, y también en otros, nuevos, con los que uno haya soñado largo tiempo.
Pero lo más hermoso sería estar seguro de que no desaparecerán cuando uno ya no esté en ellos.
¡Cómo suena hoy en día el “vivir en peligro” de entonces! Como si alguien se burlara de los viejos peligros.
Inquietud de las mareas: nosotros.
Desde que se le olvida todo aquello, sabe mucho más.
“Encerrábase dentro de una cuadra donde tenía retratos y pedíales limosna también a ellos”.
Guzmán de Alfarache
Se escribió a sí mismo en trozos.
Trabaja, por miedo a sus manos.
En su nueva vida, que empezó a los setenta y cinco, olvidó la muerte de su padre.
A veces tiene la impresión de llevar ojos falsos, colocados por Dios.
Cuando leo las palabras de este idioma, para mí nuevo, mis propias palabras se llenan de frescura y energía. Los idiomas encuentran su fuente de la eterna juventud unos en otros.
Me insta a asestar el golpe decisivo contra Freud. ¿Podrá hacerlo, siendo yo mismo ese golpe decisivo?
Ninguna masacre protege de la próxima.
Escribir hasta que, en la dicha de la escritura, uno deje de creer en su propia desdicha.
Busca, mientras haya algo que encontrar dentro de ti; recuerda, entrégate voluntariamente al recuerdo, no lo desdeñes, es lo mejor, es lo más verdadero que tienes y todo cuanto se te pierda en el recuerdo, estará perdido, y para siempre.
El último árbol, una idea tan angustiosa como el último hombre.
1979
Horror ante la terrible verdad de las primeras obras.
Nunca más podrá alcanzarse una verdad tan incisiva. Uno se vuelve más ceremonioso.
Déjame volver a escondidas, sin que nadie se entere.
“A los reporteros jamás les digo la verdad”.
William Faulkner
El devoradioses y su hambre.
¿No tendría que salirle a todo el mundo una frase lograda? Coleccionar las frases de aquellos a quienes sólo esto les salga bien.
Constantemente registras lo que corrobora tus ideas. ¡Más valdría que registrases lo que las refuta y debilita!
Para escapar a la propia retórica uno necesita de la ajena y la aversión que ella inspira.
La diversidad que uno echa en cara a los demás, como si se hubieran comprometido a ser iguales.
1980
Un día que se queda enredado en la primera hora. Jamás llega a su fin.
Le repugna el elogio, pero lo escucha atentamente.
En tres días he visto más gente nueva que la que se podría describir en todo un año. Las épocas de mayor abundancia son las que más tiempo oponen resistencia al lenguaje. Las épocas de escasez se aferran a las Palabras.
Alguien que sólo aprende lo que compra.
La sinceridad del mentiroso.
Breve, siempre más breve, hasta que él mismo no se entienda.
Tras una vida llena de miedo, logró ser asesinado.
Gente que escribe sobre la muerte como si fuera algo superado hace ya tiempo.
El último lápiz ha sido devorado.
Todas las obras que ha anunciado, las ha anunciado sólo para escribir otras.
Deja las palabras en reposo un año entero.
El le habla al sol y la niña escucha. Ahora habla la niña y él escucha al sol.
Un hombre que nunca ha hecho una palabra. No es mudo, pero jamás hace palabras. ¿Le cuesta demasiado esfuerzo? ¿Le resulta difícil? Jamás una palabra, ni una sola. Oye lo que le dicen, y aquello que le gusta, lo acepta. Lo que no le gusta, lo silencia. Un hombre tan feliz que nada puede hacerle daño: no tiene una sola palabra que temer.
Todo lo inacabado era mejor. Te mantenía en vilo y descontento.
Por amor a la respiración volvió al relato oral.
Ningún poema puede ser la verdadera imagen de nuestro mundo. La verdadera, la aterradora imagen de nuestro mundo es el periódico.
“Y de la unión de los seres desaparece la muerte”.
Hiperión
“He is a lesser figure than X” —¡con qué gusto dice un inglés frases como ésta! Y no piensa en qué sótano acabará luego él mismo, una cochinilla de humedad.
Críticos para poder decir minor y lesser.
El verdadero crítico, que rejuvenece al contacto con su objeto.
No me cuesta mucho dejarme engañar. Pero sí me cuesta no hacer ver que lo se.
Recordar las promesas; en el curso de una vida uno hace muchas y las olvida sin cumplirlas.
Si lograra despertarlas, volvería a estar vivo.
Por último a uno lo comparan con todo lo que ha querido, venerado y puesto por encima de si mismo. A eso se le llama vejez.
Tratar de congraciarse con los muertos. ¿Lo sentirán?
Recuperar en una hora lo que no se hizo en ochenta años. Para eso hace falta llegar a los ochenta.
Es asombroso pensar lo poco que se sabría sin tumbas. Si la creencia en la supervivencia de los muertos no hubiera servido más que para dejarnos esta herencia, ya estaría justificada, claro que sólo para la posteridad muy tardía, como nosotros, y no para sus construcciones.
Alguien que pasa por la vida sin firmar ni una sola vez su nombre.
Se engaña: lo que lo irrita y le produce aversión no es el éxito exterior, sino el tener que ocuparse de él. Su asco ante el éxito es tan grande que es injusto hasta con aquellos que lo han merecido.
Sin el desorden de la lectura no hay un solo escritor.
La modesta tarea del escritor quizás sea, a fin de cuentas, la más importante: la transmisión de lo leído.
¿Como podría surgir algo nuevo de la desnudez?
Me asombra mucho que alguien para quien la literatura signifique realmente algo, pueda estudiarla. ¿No teme algo parecido a un compromiso entre los hombres?
Mi forma preferida de imaginarme a los escritores es sobre una pista de hielo, patinando hábilmente unos en torno a otros.
Ya no me irrita el final feliz del cuento: lo necesito.
Muy de mañana, cuando el gallo canta, él empieza a trabajar con frases sueltas que no deberán unirse ni formar nada.
Las heridas publicitarias cicatrizadas.
1981
Reseñaba libros que sólo leía después. Así sabía ya lo que pensaba sobre ellos.
El elogio destruye las normas de la respiración.
“Diálogo”, dicen los que quieren hablar.
También los dolores se equivocan.
Un periódico-píldora: uno lo ingiere y él se abre dentro con todas sus novedades.
Se ha despertado. Estuvo soñando hasta los 75; era siempre el mismo sueño. Se ha despertado, ha dejado de ser crisálida y entiende lo que otros quisieran decir. Sólo por poco tiempo, pero los entiende a todos. Tan bien los entiende que no condena a nadie. No dice nada, porque se ha despertado, entiende y escucha.
Consiguió ganarse la enemistad del muerto.
Lo importante no es cuan nueva sea una idea; lo importante es cuán nueva llegue a ser.
“Transparencia” y “Claridad” son las palabras de las que has abusado. Las has utilizado con excesiva frecuencia. Tienes que encontrar otras, nuevas, que las sustituyan.
Por claridad entiendes no dejarse distraer.
Por transparencia entiendes renunciar a las nubes.
Dentro de él viven muchos que se mantienen ocultos. Él jamas llega a verlos. Cuando duerme, ellos entran y salen. En sueños, los siente respirar.
Un país en el que algunos de los muertos regresen. ¿Quiénes, y para qué?
El hombre que confunde su propio destino con el de la Tierra.
Ser un hormiguero. Lo que este sabe de los hombres.
Frases que ya no son de él; esas son frases.
Escribe en cubos y los vacía luego sobre sus lectores, desviando la mirada. Ellos quieren mojarse, dice, pero yo no tengo ganas de verlo.
Al asistir a homenajes ajenos, uno siente la ridiculez de los propios.
Los famosos se refuerzan recíprocamente, esto atenta contra la justicia y el decoro.
¡Qué fácil es reducirse a los ojos de otros! Basta con inventar unos cuantos juicios despreciativos sobre uno mismo, por inverosímiles que sean, y en el acto serán aceptados y creídos.
1982
Hasta la modestia simulada sirve de algo; ayuda a otros a tener confianza en sí mismos.
Para ellos preguntar es ahora un honor. Es como si de pronto tuvieras algo qué decir. Pero se te ha olvidado.
Cuando cumplió los ochenta, confesó su sexo.
El mismo se ofrece para ser envenenado, el sufrepruebas.
Uno que vuelve a su patria en muchos países.
“Emli n mfas”. “Señor de la respiración”, uno de los nombres de Dios entre los tuaregs.
“Según Aulo Gelio, en Africa vivían familias cuyo discurso poseía un poder particular. Cuando elogiaban profusamente árboles bellos, campos fértiles, niños encantadores, caballos excelentes o un ganado gordo y bien alimentado, todo esto se echaba a perder debido a aquel elogio y por ningún otro motivo”.
Noctes Atticae, IX, 4
“Aunque Isaac no murió, las Escrituras lo ven como si hubiera muerto y sus cenizas estuvieran amontonadas sobre el altar”.
El dolor de hablar. Hablas como a las puertas de ti mismo.
¿Escribir en puñales o en ritmos respiratorios?
Siempre ocupado con las cosas indebidas. ¿Conoces acaso las debidas?
No eres el único que no olvida. A cuántos igualmente sensibles habrás herido, a cuántos que nunca podrán sobreponerse.
Se imagina qué edad tendría si no se le hubiera muerto nadie.
Resulta que la creación aún está por llegar… y nosotros, nosotros estaríamos ahí para impedirla.
Lo grandioso de Schopenhauer es que quedase marcado por unas pocas cosas de su vida temprana, que nunca olvidó ni permitió que le tergiversaran. Todo lo que vino luego no es sino ornamentación solida, bajo la cual él nada oculta. Nada es tampoco inconsciente. Lee para corroborar a sus ojos lo anterior. Nunca llega a saber nada nuevo, aunque siempre está aprendiendo. Ni siquiera en cien años habría superado sus experiencias tempranas.
Juan Rulfo: “Un muerto no muere. El día de los difuntos la gente habla con él y le da de comer. La viuda engañada se dirige a la tumba de su difunto esposo, le echa en cara sus adulterios, lo insulta, lo amenaza con vengarse. La muerte en México no es sagrada más extraña. La muerte es lo más cotidiano que hay”.
—¿Y qué siente usted, Señor Rulfo, cuando escribe?
—Remordimientos de conciencia.
Su orgullo consistía en no orientarse. Ahora es débil y mira el camino.
Para algunas confusiones no hay ninguna religión.
1983
Allí una frase enlaza con la otra. Entre ellas hay cien años.
Nadie conoce el corazón secreto del reloj.
El derrochanaciones, que prueba un poco de todas.
Si supiera a quién verá por último, su vida transcurriría de otro modo.
Nada más repulsivo que el amor fati: Nietzsche enfermo vociferando en casa de su madre.
Deslizado por error en la historia de la literatura, y no hay quién lo saque.
1984
Fiel retoño alemán de la literatura Española.
G. predice el destino de los apremiados: Suicidio, esterilidad, desaparición, caída. Le pregunto por el destino de los no premiados.
De Halley a Halley, la duración de tu vida.
Te comportas como si desde los presocráticos y los chinos no hubiera habido nada.
No le creas, él escribe para ser interpretado. Los claros tienen la feliz desventaja de no toparse con suficiente gente dispuesta a interpretarlos. Pero cuando éstos, de pronto, se multiplican por algún motivo, todo se vuelve más oscuro.
Aquello que no has dicho, mejora.
Lloró la desaparición de ella anticipadamente, con años de antelación; desde que nació lloró su desaparición, mucho antes de conocerla, la conoció para saber por qué lloraba su desaparición.
Allí donde el recuerdo colinda con el de los demás.
Esas ciudades tan ricas y tan grandes que hasta para recordarlas hay que orientarse previamente.
La brevedad del camino le resulta insoportable en la sátira.
Alguien al que no le permiten estar en el mundo: cómo se comporta (novela ejemplar).
Los gestos del viajar. Se pone a salvo de una ciudad… en la misma.
Un país en el que la gente camina cabeza abajo cuando hace alguna maldad.
1985
La suma de una vida, menos que sus partes.
Nostalgia del odio.
Venido a menos hasta la fama.
Te desprecian porque te ocultas. No te despreciarían menos si te hubieras limitado a pavonearte.
“Los ciegos disfrutaban de una protección especial. Sus deudores eran obligados a pagarles, de modo que, como agiotistas, los invidentes podían amasar grandes fortunas”.
Japón, hacia 1850
¿Y si uno sólo pudiera querer a los herederos que no quieran serlo a ningún precio?
Tiene ochenta. Es como si hubiera puesto el pie, sin permiso, en otro siglo.
No toma sus últimas disposiciones. No le rinde este homenaje a la muerte.
¿Hasta dónde has llegado —después de tantos anuncios— con los preparativos de tu libro contra la muerte?
Intenta lo contrarío, su enaltecimiento, y llegarás rápidamente a ti mismo y a tu verdadero propósito.
Colgó del plátano el brazo adolorido y se curó.
Si los escritores no se sostuvieran unos a otros, ¿qué quedaría de ellos?
¿Desde cuándo rehúyes los mitos? ¿Les temes o los consideras superfluos?
Al cabo de veinticinco años ha llegado el momento y puede leer su libro como un extraño.
¿Por qué piensa que hay en él algo de cierto? ¿Sólo porque es tan viejo?
Tu elogio confunde a cualquiera, no has aprendido a elogiar sin lastimar.
No se ponen de acuerdo sobre nada y viven juntos una vejez feliz.
Resulta que los espíritus a los que más profundamente veneró lo habrían aburrido a muerte si los hubiera conocido en carne y hueso.
Cuando no tiene nada qué decir, deja hablar a las palabras.
Hay dos tipos diferentes de amigos, a los que se les asigna posiciones distintas. A unos los declaramos amigos, los enaltecemos ante todos, los nombramos, alabamos y elogiamos, nos referimos a ellos como a las columnas o soportes del firmamento privado, hablamos de ellos como si estuvieran siempre disponibles, y lo están. Sus lados débiles nos resultan tan conocidos como los fuertes y, como si fueran inquebrantables, les exigirnos las cosas más difíciles. Pueden ser todo esto y a veces más que un hermano; les atribuimos desinterés y altruismo aunque no sean capaces de ellos. En estos amigos lo más importante quizás sea que todo el que nos conoce, también sabe de ellos.
El otro tipo de amigos son los que mantenemos ocultos. A éstos no los nombramos, evitamos hablar de ellos, los mantenemos a distancia y los vemos raramente. No indagamos en sus vidas, tienen atributos que ignoramos. Pero aun aquellos a los que de algún modo conocemos (porque son demasiado ostensibles), permanecen intocados, a tal punto que pueden sorprendernos en cada nuevo encuentro. Son mucho más raros que los amigos declarados.
A los ocultos los necesitamos sobre todo porque casi nunca recurrimos a ellos. Están ahí como los últimos recursos de una vida, pues pondríamos recurrir a ellos. Su posición es inquebrantable, aunque no siempre son conscientes de ella. Puede ocurrir que se asombren cuando alguna vez nos dirigimos a ellos. Su consejo sería decisivo, y lo sería tanto que, en general, preferimos renunciar a él, pero nos gusta imaginar cómo nos pondríamos en marcha hacia ellos, una peregrinación que no debe resultar muy difícil y a menudo se interrumpe antes de alcanzar su meta, aunque jamás acaba en un rechazo.
Condición importante de la inmortalidad es que a sus candidatos se les pueda reprochar aún bastantes cosas, de lo contrarío, el mayor mérito se diluiría en aburrimiento.
Terror de lo fragmentario.
Hasta ahora nunca he reflexionado sobre lo que le debo a Herodoto. Me había comprometido con Tácito, a quien leí en la época en que estaba escribiendo la novela; él me empujó definitivamente a las fauces del poder.
Cuando, siendo aún muy joven, leí a Herodoto, el poder ya era para mí algo problemático, pero todavía no un tema de preocupación constante. Lo llegó a ser gracias al Tiberio de Tácito.
Tempranamente engulló a Goethe y nunca más lo devolvió. Ahora están furiosos aquellos que a su vez querían engullir a Goethe.
Basta con llegar a ser lo suficientemente viejo para conseguir todo lo que a uno le corresponde.
Elias Canetti
Traducción de Juan José del Solar B.
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