Susana Soto Garrido, comunicadora social egresada de la Universidad Católica Andrés Bello, recogió 20 testimonios de inmigrantes cubanos que decidieron mudarse a Venezuela tras huir de los problemas sociales y políticos de su país a partir de 1959. Este proyecto se llevó a cabo en conjunto con la Fundación para la Cultura Urbana que publicó en 2006 el libro Cuba y Venezuela: 20 testimonios. En esta quinta entrega, compartimos con los lectores de Prodavinci el testimonio del periodista Fausto Masó, nacido en la isla caribeña en 1934.
Por Prodavinci | 4 de abril, 2017
Venezuela es un país sin tradiciones, dice. Lo que existe hoy, desaparece mañana. Haber llegado sin pasado a un país sin memoria le resultó formidable a Fausto Masó. No confiesa amargura ni dolor por el exilio aquel que aprecia la novedad como ejercicio, aunque el costo incluya escondites y el asilo en la embajada del país de la amnesia.
Analista político feroz actualmente en nuestros medios de comunicación, fue protagonista en Cuba de las conspiraciones y contra conspiraciones que le valdrían un par de salidas forzosas, una de ellas definitiva. Fundador de importantes publicaciones, dadas sus estrechas vinculaciones con los más selectos círculos intelectuales de los inicios de la revolución cubana, Fausto Masó testimonia su vida en medio de una confluencia de factores y personajes que había dejado atrás – donde piensa todavía más o menos que están – y expone sus puntos de vista haciendo gala de lo que entre líneas se puede imaginar que Masó considera sentido común que es, como se sabe, es el menos común de los sentidos.
—Vamos a comenzar por sus orígenes. Hábleme por favor de su infancia.
Nací el 29 de octubre de 1934, en la ciudad de Camaguey. Me llevaron temprano para La Habana, de modo que no conozco Camaguey. Conozco únicamente La Habana, donde estudié en varios colegios, básicamente en el Colegio La Salle que, en esa época, era un colegio más liberal, entre comillas, que el colegio de los jesuitas.
Los jesuitas en Cuba eran la gente de extrema derecha en esa época. Después pasaron de la noche a la mañana a ser de extrema izquierda, pero los jesuitas eran no sé si hasta falangistas, y los Hermanos de la Salle venían de Francia, por lo que la gente suponía que eran más liberales. Aparte de eso, eran gente más formada. Los jesuitas eran del Colegio de Belén, que era un colegio de excelencia y que produjo a Fidel Castro. Creo que sin el Colegio de Belén, Fidel Castro no sería Fidel Castro. Se enseñaba un desarrollo intelectual brillante, y no sé si eso era desarrollo humano. Siempre he pensado que esa enseñanza, por lo menos la de aquellos jesuitas, producía tipos que eran muy eficientes, grandes empresarios, pero que humanamente no eran tan loables.
Mi padre era abogado de una compañía de seguros y era profesor universitario, y mi madre era, como la norma de la época, ama de casa. Cuando termino de estudiar bachillerato, entré a trabajar en una agencia de publicidad y me dieron un título de profesional publicitario porque, al crearse el Colegio de Publicidad, a todo el que trabajaba en eso lo volvieron publicitario, cosa que sucedió igual aquí con los periodistas.
Tenía entre 20 y 22 años cuando entré en la universidad, que fue una época muy agradable, porque saliendo de un colegio privado, con restricciones, con moral, con exigencias, la universidad resultaba un sitio más libre, y además estaba en plena revolución, que es una cosa muy agradable hasta que no le cae a usted encima y que, por cierto, no es lo que hay aquí. En Cuba sí había una revolución y había un peligro, había una dictadura, y había una situación de policías y ladrones. Participé y fue muy emocionante. La lucha contra Batista en Cuba fue como debe haber sido en la República Española, donde había un bando que eran los buenos y otro bando que eran los malos.
—¿Cómo participó usted en la revolución?
Participé en un medio inter clandestino y no me pasó absolutamente nada. Lo que me quedó fue la emoción de participar. En 1958 hubo una huelga, un paro como el que hubo aquí en 2002, pero con una diferencia: hubo 30 muertos en los primeros 15 minutos, y fue un completo fracaso porque fue un paro armado. A raíz de eso tuve que irme a España.
—¿Cómo sale de Cuba en esa oportunidad?
Por avión, a través del Consulado de España, que me consiguió un permiso para trasladarme al aeropuerto. Yo estaba con Fidel Castro, con el Movimiento 26 de julio, con el comunismo, con todas esas cosas.
En España se vivía con muy poco dinero. Viajé en tren por España, después me fui a Londres y lo pasé muy bien. Para mí el exilio no fue ninguna amargura, como nunca irme de mi país ha sido una amargura. Eso suena mal, pero para mí no ha sido una tragedia irme de Cuba, ni la primera ni la segunda vez.
—¿Por qué no fue amargura? Esas experiencias suelen afectar de alguna manera a las personas.
Dejaba a toda mi familia, pero para mí el irme de mi país nunca fue un problema. Me fui a Londres donde trabajé en los campamentos para estudiantes. Estando en Londres solo, en el 31 de diciembre de 1958, fui a tomarme unos tragos, y de pronto en la estación de radio dicen que Batista cayó. Tomé un tren, me fui para Madrid y en la embajada me pusieron en un avión para volver a Cuba un mes después. Yo conocía a mucha gente de la revolución, porque todos eran de mi edad más o menos.
Antes de eso, había estado en el grupo Orígenes, donde publiqué con Lezama Lima. Un día le llevé un cuento a su casa y al día siguiente me llamaron por teléfono diciendo que Lezama quería conocerme. Estuve encontrándome con Lezama Lima durante dos años, dos veces por la semana. Se supone que aquellos encuentros eran algo muy importante, pero no recuerdo nada de lo que hablamos entonces. Hice también una revista en esa época con Antón Arrufa, que después haría la película Memorias del Subdesarrollo. Éramos muy amigos y amigos de Cabrera Infante y de toda esa gente. Después los dos hicimos la revista de Casa de Las Américas.
Cuando vuelvo, entro en la cancillería y en la Casa de las Américas, en el periódico Revolución y en Lunes de Revolución. Fundo la revista Casa de las Américas y Antón Arrufa tuvo la nobleza de reconocer que fui yo quien inventó y fundó esa revista. También editamos un libro que se llama Antología de nuevos cuentistas cubanos. El periódico Revolución me iba a publicar un libro, pero cuando me fui de Cuba lo sacaron de la colección.
—¿Cómo fue esa segunda vez que salió de Cuba?
Fue parecida a la primera. En 1959 hubo una lucha de poder entre varios grupos de la revolución, y yo estaba asociado a uno de ellos, de gente que estaba vinculada al Movimiento 26 de julio. El presidente era Manuel Urrutia, un hombre anticomunista. Sólo había tres comunistas importantes en Cuba, o tres simpatizantes, o lo que fuera, que eran Fidel y Raúl Castro, y el Che. A David Salvador lo meten preso y a Huber Matos también, en un juicio que fue una de las cosas más emocionantes que he visto en mi vida. Fue como una escena de la Revolución Francesa, un juicio espectacular en un anfiteatro con 500.000 personas, y allí estaba Huber Matos con un gran coraje, mientras Fidel hacía un discurso terrible contra él. Termino de nuevo conspirando pero contra Fidel. Cuando el 17 de abril de 1961 sucede la invasión de Bahía de Cochinos – o de Playa Girón, como también se le llama-, tuve una gran intuición. He tenido grandes intuiciones en mi vida, inclusive en los momentos de peligro sin saber lo que pasaba. Entonces pensé que si eso triunfaba, yo tendría problemas, y si fracasaba, también.
Marcia Ixeca, secretaria de la Casa de las Américas, me dio el carro de Haydee Santamaría, que era una especie de heroína de la revolución, y que luego se suicidó al ver en lo que se estaba convirtiendo aquello. Con el carro de Haydee Santamaría me mudé para La Habana, con una gran seguridad supongo, porque cualquier cosa que pasara, llamaban a Haydee y no había problemas. Me metí entonces nueve meses en la Embajada de Venezuela y fue una experiencia curiosa, porque era una casa como ésta y habría, digamos, ochenta personas.
—Nueve meses es mucho tiempo para ochenta personas en la misma condición, y en la misma casa.
Sí. Para comer, para ir al baño, para todo. Era una especie de show y al principio había situaciones muy violentas, hasta que uno más o menos se va dando cuenta del ambiente y hace como una especie de claque. Cuando uno tiene su claque ya no pasa nada, pero mientras tanto era peligroso, porque nadie lo respaldaba a uno y uno podía tener situaciones muy difíciles.
—¿Cuáles fueron sus primeras impresiones al llegar a Venezuela?
A mí de verdad me gustó este país desde el principio, porque me gustó haberme ido de Cuba, haberme liberado de las obligaciones patrióticas, antipatrióticas y llegar a un país donde yo era un tipo que había llegado de afuera. Y como en Caracas había tanta gente que había llegado de afuera -la mitad de los caraqueños, o vienen del interior o vienen de afuera-, lo que me gustaba era que el edificio donde usted nació, lo derruían al día siguiente. Esta ciudad no tenía historia y yo no tenía historia aquí. Eso de no tener historia me pareció siempre maravilloso: que aquí no hubiera pasado, y que todo fuera como recién llegado. Para un tipo que es un recién llegado ésta era una buena ciudad.
Entro a trabajar en Pepsi-Cola entre 1962 y 1964 por una equivocación. Llamé al vicepresidente de mercadeo de Pepsi-Cola y le dije que tenía una carta de recomendación para él, y él creyó que era una carta de Cuba. Le aclaré que no lo era, pero empezó a hablar conmigo y me dio trabajo. Llegué a ser gerente de publicidad de Pepsi-Cola. Después entré en Procter & Gamble entre 1961 y 1966, aproximadamente. Volví a Pepsi-Cola de nuevo y me llevaron a la agencia de publicidad CORPA para dirigir la cuenta de la primera campaña presidencial de Carlos Andrés Pérez. Una persona que era gran amiga mía me hizo la guerra para que me botaran, porque pensó que yo venía a disputarle el puesto y efectivamente me botaron.
—En plena campaña…
Sí, pero fue una cosa curiosa porque el jefe de la agencia, que era un francés muy inteligente y que era el que me botaba, muere el mismo día que presentan la campaña. El otro que me iba a botar se fue a Miami, que es para mí una especie de, no sé, de nada. Miami es una ciudad muy aburrida, y Caracas no lo es. Por consejo de otro amigo me metí en un negocio de revistas, e hice montones de revistas bobas.
—¿Revistas bobas?
Montones. Hice la revista de CADA, de Cartón de Venezuela y de varias empresas. Llegué a hacer como ocho revistas al mismo tiempo y conmigo trabajó gente que después fueron grandes periodistas. Lo curioso es que no aprendieron nada conmigo, porque de esas revistas no se podía aprender nada. Una revista en que te mandaban a entrevistar al portero o a otro empleado y uno iba y hacía eso.
—¿Se está refiriendo a las revistas internas de las empresas?
Internas, sí. En ese tiempo trabajó conmigo un montón de gente que se destacó, como Hugo Prieto, Sergio Dahbar, Blanca Streponi y una muchacha que era muy brillante, cuyo nombre no recuerdo ahora, una gran cuentista, que desapareció, se la tragó la tierra, se casó con un italiano y se volvió ama de casa. No creo, francamente, que lo que saben lo aprendieron en esas revistas, que eran muy sosas, a mi juicio, porque decían que la unión y la mística era lo más importante y que todos debíamos trabajar unidos porque éramos una gran familia, y después lo botaban a la gente, y la revista era como el calmante para cuando botaban a la gente.
Eso me aburrió y no era negocio por la inflación. Uno hacía la revista que cotizaba con un precio y después había una devaluación. Entonces me creé una agencia de noticias para el interior que todavía existe. Conocí a Sofía Imber en ese tiempo y fue ella quien me introdujo en la prensa en Venezuela, porque me dijo que tenía que escribir en el periódico. Ella tenía una columna en El Universal y me insistió tanto que, en definitiva, empecé a hacer una columna en ese medio y la continué gracias a ella. Por esa época publiqué un libro, Desnudo en Caracas. Tomás Eloy Martínez y Armando Durán me propusieron escribir de política en el Diario de Caracas, en aquel primer Diario de Caracas en el que estuvo Diego Arria, que fue un gran periódico. No estoy hablando del que vino después. Armando Durán y yo éramos los que hacíamos la sección de política, pero Diego Arria vende el periódico, y termino haciendo una huelga, por lo cual me botaron inmediatamente.
—¿Por qué hizo la huelga?
Ya ni me acuerdo, ha pasado mucho tiempo. Salí botado del periódico ignominiosamente.
—Pero cómo no se va a acordar…
Hace mucho tiempo de eso. Yo era el dirigente de la huelga, y quien me botó fue Armando Durán, pero seguimos siendo amigos. Luego me llaman de El Nacional, donde empecé a escribir una columna, como un articulista cualquiera, no como ahora. María Di Mase me propuso entonces que me fuera para su periódico, Economía Hoy, y me dio una página completa. Posteriormente me llama Nelson Rivera de El Nacional, y me recomienda para hacer una media página hace como diez años, que es la que hago hoy en día. En el interludio, publiqué otro libro que se llama Gran Café, se reeditó hace poco con el nombre de Sabana Grande era una fiesta, y recientemente Sergio Dahbar me publicó Los amantes del tango, que es un libro de política.
—¿Se casó en Venezuela?
Me he casado tres veces. Con una americana primero, porque estábamos viviendo juntos y se puso sentimental, y tan pronto nos casamos nos divorciamos, a las dos semanas. Después estuve casado 20 años con una boliviana que es la madre de mis hijos, y ahora estoy con una cubana.
Tengo tres hijos, uno está en Alemania, otro que es el que se ocupa de mi trabajo aquí y el tercero se dedica a hacer negocios.
—Usted no volvió a Cuba.
No.
—¿Tiene familia allá?
No.
—¿Sus padres nunca vivieron a Venezuela?
No, mis padres vinieron aquí y después se fueron para Estados Unidos y murieron allá. Tenía cinco hermanos, dos han muerto y tres están vivos. Todos salieron de Cuba y se radicaron en Estados Unidos, en Chicago.
—Veo que tuvo una adaptación bastante buena en Venezuela.
Siempre me pareció agradable esto y me critican lo que siempre me ha gustado a mí, que pienso que éste es un país sin tradiciones, porque es un país de recién llegados, es un país en el que destruyen todo. Eso siempre me ha parecido maravilloso a mí que llegaba de fuera, donde no tenía tradiciones y no quería tenerlas, porque eso de tener tradiciones y pasado es una especie de maldición. Me pareció muy bueno esto, que es un borrón y cuenta nueva permanente. Ahora que ha llegado Chávez al poder, le ha impreso a este país una seriedad catastrófica.
—¿Seriedad catastrófica?
Sí, seriedad. Hay un espíritu trágico aquí, y un montón de gente que cree que llega el comunismo, que esto se acaba. Este país de pronto se ha vuelto patético, desgraciadamente. Es una desgracia vivir en el comunismo, vivir en el socialismo. Aquí lo que ha venido es un deterioro constante del país que lleva ya 15 o 20 años y que sigue. Eso no tiene ese sentido. Usted o implanta el comunismo las tres primeras semanas o no lo implanta nunca.
—Su intuición no le ha dicho esta vez que tendría que irse de nuevo.
No, al revés. Aquí no hay por qué irse. No creo que viene el comunismo, pero esto va a terminar en situaciones muy violentas, porque la gente que cree que viene el comunismo y los otros que creen que viene el socialismo, terminarán matándose, porque cada uno tiene una fantasía en la cabeza.
—Otras personas de su nacionalidad y generación no aprecian la cercanía que Venezuela y Cuba tienen actualmente.
¿Cuántas tierras han confiscado aquí? En Cuba la gente que tenía tres haciendas se quedó sin ellas de la noche a la mañana. Si esto es comunismo, y usted está haciendo esta entrevista y la va a publicar y yo mañana voy a la estación de radio a hacer mi programa, esto es un comunismo chévere.
Éste es un régimen carismático y autoritario, que tiene un apoyo popular porque tiene enfrente a una gente que no ha logrado darle una respuesta al país, ni articular nada, es decir, esto es una lucha entre la Plaza Altamira y la Plaza Catia. ¿Quién usted cree que gane? ¿Dónde hay más votos, en Catia o en Altamira?
—Hay más gente en Catia.
Bueno, el día que la gente de Altamira se traslade a Catia, Chávez se cae. Mientras sea la Plaza Altamira contra la Plaza de Catia, esto se alarga mucho tiempo, hasta que un día la Plaza de Catia marche a Miraflores y tire a Chávez por la ventana.
—Como analista político, ¿qué opina, en síntesis, de los procesos que vive el país y de sus distintos actores?
Usted puede cambiar a un régimen por la fuerza con un golpe de Estado. Si lo puede hacer, lo hace. Pero usted no puede sólo hablar de eso porque es hablar boberías. El artículo 350 se puso en la Constitución para justificar el 4 de febrero de 1992, fecha en que Chávez intentó fallidamente dar un golpe de Estado, y lo mandó a poner para poder manejar el 4 de febrero como fecha gloriosa. Pero nadie da un golpe de Estado porque la ley lo diga. Para mí, eso es algo muy cómico. Alguien en estos días decía que había que aplicar el artículo 350 que está en la Constitución. No hace falta que esté en la Constitución si usted se va a alzar y a tumbar un gobierno. El problema no es que esté o no esté en la Constitución. Usted puede escribir la Constitución después. Entonces, lo del 350 es una habladera de tonterías que no va a ninguna parte.
Si no votamos, Chávez pierde, si votamos Chávez gana. Entonces ¿cuál es la realidad del país? Hay unos partidos que existen en varios municipios, existen en algunos estados, y otros son regionales, pero aquí no hay ninguna fuerza política. Si usted no desarrolla una fuerza política es como si usted no hiciera ejercicio: no tiene músculos. Si no hay un líder, un partido, un movimiento, usted no va a ninguna parte. Aquí lo que hay es un sentimiento contra Chávez muy poderoso que no se expresa políticamente, que se expresa a través de los medios. ¿Qué pasa con la televisión? Cuando usted apaga el televisor desaparece el movimiento. El 11 de abril toda la televisión trató de tumbar a Chávez y en el paro también. ¿Y en qué terminó eso?
Ahora Fedecámaras está con Chávez, parte de la televisión está con Chávez, y es más difícil. La única posibilidad de sacar a Chávez es crear un gran movimiento y eso se crea a través de elecciones. No creo que la oposición vaya a hacer eso. La oposición va a seguir discutiendo si aplica el 350, si votan o no. No hay un caso en el mundo que se recuerde en que la abstención haya tenido éxito, excepto cuando hay un gran líder que dice que no participa.
Por ejemplo, si Caldera decía frente a Carlos Andrés que no iba a las elecciones, habría habido una conmoción, porque podía ganar las elecciones, pero ¿usted cree que si Ramos Allup dice que no va a las elecciones pasa algo, que si Antonio Ledezma va a las elecciones o no va, pasa algo? No pasa nada, eso es intrascendente. Eso no quita que un día la gente que está con Chávez, se ponga en contra de él, y ahí usted va a ver a la gente reaccionando sin bailo terapia, y sin manifestaciones en las cuales la gente no va a preguntar si están protegidas o no están protegidas. Es el primer caso en el mundo en que la gente que manifestaba le pedía a la policía que la protegiera. Usted no puede hacer una manifestación para tumbar un gobierno y querer que lo proteja la policía y la Constitución. Si usted quiere tumbar al gobierno, tiene que tumbarlo y punto.
Creo que en algún momento los barrios de Caracas van a tumbar a Chávez, pero va a ser un espectáculo nada fácil para este país. No creo que esta oposición que está dividida entre partidarios del 350, abstencionistas que no tienen un partido, que lo que son es figuras que van a la televisión y dicen que no son candidatos, pero que están tratando de hacer algo, logre algún propósito.
Esta oposición no tiene ningún chance, por lo menos hasta el 2007 o 2008. Eso no quiere decir que Chávez en algún momento sea el aprendiz de brujo y provoque una explosión. El comunismo se basa en acabar la propiedad privada. Si usted está aumentando su propiedad privada, usted no lo está haciendo para que se la quiten después. Yo no he visto un caso de un país de un régimen comunista que empiece con la corrupción que tiene éste. El comunismo, cuando empieza, es un régimen ascético, austero, sacrificado e idealista.
En Cuba la gente que estaba con Fidel dio la vida, se enfrentaron a los Estados Unidos y pasaron necesidades. Pero en Cuba nadie veía a Camilo Cienfuegos con tres queridas y dos camionetas Burbuja, ni al Che Guevara con cuatro casas en la playa y un yate privado. Cuando usted ve eso, no hay ningún peligro de comunismo. Hay un montón de ladrones que están reemplazando a los ladrones de antes. Y hay un tipo que tiene un gran poder de convencimiento, que se ocupó de los pobres que la democracia había abandonado y los pobres tienen un vínculo con él. Hay un tipo que le habla al país y hay otra gente que habla por televisión.
Si usted está en un sitio y pasa alguien y no lo saluda nunca, y pasa otro y le dice buenos días, como está señorita, le está dando a usted una cosa importantísima. Le está reconociendo como ser humano. Usted puede comprar con un 20% de descuento en MERCAL. MERCAL funciona, es mentira que no funciona. Y suponga que además de eso, le dan una beca a un hijo suyo. Lógicamente, el que está haciendo todo eso tiene una ventaja. El que dice que eso es populismo, que están botando el dinero, que le están dando miseria a la gente, ¿qué tiene que ofrecerles? Nada. ¿Se preocupa por el otro? ¿Cuál es la oferta que tiene? ¿El 350? Que lo apliquen y ya, pero que no lo digan más.
Ahora, ¿qué va a hacer después la gente que no quiere votar? Si no quieren votar y tienen un plan, como por ejemplo, alzarse y desembarcar en Coro y avanzar hacia Valencia, tiene más sentido. Fidel Castro dijo en un momento dado que no iba votar, pero ese año o lo mataban o desembarcaba, y desembarcó y está hasta hoy mandando. Que la gente piense que por no ir a votar Chávez se cae, es absurdo.
—¿Qué representa para usted Fidel Castro?
No representa nada. Fidel Castro es una figura desastrosa para Cuba. Creo que es el latinoamericano más sonado en el mundo, mucho más que Bolívar, pero eso es una catástrofe para Cuba porque, en definitiva lo que ha hecho no tiene sentido. Aún suponiendo que el socialismo fuera el mejor sistema del mundo, hubiera sido ideal que se hubiera implantado en Venezuela o en Colombia y los cubanos, desde Cuba, hubieran aplaudido el socialismo de Venezuela o de Colombia. Pero Fidel Castro ha sido una desgracia para Cuba. Es evidentemente un gran líder, es un hombre que a la defensiva es brillante y es un revolucionario de verdad. ¿En qué sentido? En el sentido de que fusila a cualquiera. Ser revolucionario es ser un tipo como el Che Guevara, que no se andaba con chiquitas, y no esto que pasa aquí, que a usted lo agarran preso, llama a un abogado que lo defiende, y entonces usted o sale, o se escapa, o se asila. En Cuba nunca hubo eso. La primera semana hubo 600 fusilados, porque los campos se trazaron rápidamente. O uno se la jugaba con un bando o se la jugaba con otro. En Cuba, en 1959, cualquiera estaría buscando irse de Cuba, o conspirando, o haciéndose comunista, pero ahí no podía estar en lo que está la inmensa mayoría de los venezolanos. ¿Qué están haciendo los venezolanos? Preparándose para las Navidades. ¿No es así? Y hacen bien, eso es muy bueno, muy humano. Ahora, Fidel Castro es un tipo que ha implantado un régimen en Cuba de un sacrificio inútil, porque tiene todavía apoyo, porque ese tipo de personajes siempre tiene apoyo.
—¿En Cuba también?
En todas partes los héroes tienen apoyo, pero es mejor vivir lejos de los héroes.
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