domingo, 8 de marzo de 2020

Canetti contra la muerte

El escritor,pensador en lengua alemana y Premio Nobel de Literatura en 1981,Elias Canetti . CHRISTINE DE GRANY / CONTACTO

'El libro contra la muerte' reúne numerosos fragmentos inéditos del premio Nobel que abundan en su largo y furioso combate contra el hecho inevitable de desaparecer


Lo de Elias Canetti (1905-1994) no era exactamente imposibilidad para entender la muerte, sino una conciencia clara de no querer aceptarla como idea. A los siete años vio a su padre caído de golpe al suelo, derribado por un infarto. Era 1912 y el difunto tenía 31. Aquella estampa quedó fijada entre los parietales del escritor y de algún modo fue rondando su propia vida, con algo de agonía.
Canetti atravesó el más convulso de los siglos modernos, el XX. El que despachó 50 millones de cadáveres sólo en los pocos años de la Segunda Guerra Mundial. En medio de tanto desastre levantó su escritura con la muerte como centro de todos esos mundos por los que iba pasando. Muy pronto se propuso armar un libro que fijase tantas ideas, sospechas, intuiciones, miedos y rechazos sobre el asunto, pero nunca llegó a concretarlo. Durante cuatro décadas, aun así, anotó en cuadernos precisiones e imprecisiones sobre la muerte, sobre su mecánica oscura, sobre su herencia y su sombra. Pero el libro no llegó. Abandonó sucesivamente cada empeño, aunque dejó miles de anotaciones que en 2010 dieron cuerpo al Libro de los muertos. Apuntes 1942-1988En España lo publicó Círculo de Lectores. Pero a aquella tentativa asombrosa aún le quedaba material por descubrir. Y es el que reúne ahora El libro contra la muerte (en la misma editorial), un tercio de material inédito rescatado y cribado de entre los 'carnets' del escritor.
"Se muere con demasiada facilidad. Morir debería ser mucho más difícil", escribe el premio Nobel búlgaro, que murió en Zurich en 1994. Su lengua literaria fue el alemán, pero también manejaba el búlgaro (que terminará olvidando), el inglés y el ladino (idioma hablado por las comunidades judías descendientes de hebreos que vivieron en la península ibérica hasta 1492). Y no sólo la muerte que fue punteando su vida forjó ese feroz rechazo suyo. También el hecho del suicidio contó con su fuerte oposición. "En otoño, un hombre me anunció por carta que estaba escribiendo una obra de teatro sobre el suicidio. Según decía, Ezensberger le había hablado de mi 'estrecha' relación con Jean Améry. Y entonces quería venir a verme para saber más sobre su suicidio. No le contesté, aunque em entraron ganas de asesinarlo. Para eso debería haberlo hecho venir", escribió en uno de los cuadernos.
No se trata de ocurrencias, sino de hallazgos o principios de ideas. Apuntes que tenían el extraño impulso de 'acabar con la muerte'. O, al menos, de no darle sitio más allá del que ella se cobra. "Demasiado poco se ha pensado sobre lo que realmente queda vivo de los muertos, disperso en los demás; y no se ha inventado ningún método para alimentar esos restos dispersos y mantenerlos con vida el mayor tiempo posible". Estos textos, aforismos, reflexiones y comentarios vienen anotados por Ignacio Echevarría y con un postfacio del germanista suizo Peter von Matt. Los fragmentos se prolongan hasta el año mismo de la muerte del autor de Masa y poder: 1994. "Observar cómo Canetti fracasa una y otra vez en su empeño de escribir ese libro sobre la muerte constituye por sí mismo un espectáculo lleno de dramatismo, y quizá este sea su auténtico 'argumento'", sostiene Echevarría.
Esa 'cruzada' contra lo funesto la emprendió en alemán desde el principio de su obra, para la que escogió la lengua que estigmatizó a los judíos. "Sólo en el exilio se da uno cuenta de que el mundo ha sido siempre un mundo de exiliados". Vivió en Viena, Mánchester, Londres y Zúrich, entre otras ciudades. Es uno de los escritores más importantes de Europa, que ya desde Auto de fe (1935), una comedia humana de la locura, afirmó un singularísmo territorio propio. Había cumplido 26 años. Fue su primera y última novela. Dejó más obra inédita de la que publicó. Y caminó por la estela de Kafka y Musil. La diversidad de intereses (así como la extensión de su proyecto literario) fue el macizo central de su obra. Pero en esa geografía había un interés primero: el hombre y su devenir, los conflictos, sus miserias. No era un autor complaciente. Y así emprendió algunas polémicas, como las que mantuvo con el austriaco Thomas Bernhard (desarrollada por Echevarría en un reciente artículo publicado en 'El Cultural') o con Sigmund Freud, de quien sin embargo heredó esa condición de mirar de frente la crueldad de la que era capaz el hombre.
Pero nada está por encima de su propósito de combatir la muerte: "Pascal murió a los 39 años, yo pronto cumpliré los 37. Si mi destino coincidiera con el suyo me quedarían apenas dos años, ¡cuánta prisa! Él nos dejó sus pensamientos desordenados, concebidos para defender el cristianismo. Yo quiero concebir los míos para defender al hombre ante la muerte". Ésta rodeó de un modo constante las razones de su vida. Sus padres. Su primera mujer. Su amante y discípula. Su segunda mujer. Sus hermanos. Todos cayeron prematuramente. O al menos, todos antes que él. Así no había manera de pactar con la memoria. Ni siquiera con la esperanza. Y de ahí sale el vaho de la escritura de Canetti, tan audaz como incisiva. Tan vehemente como (también) entusiasta. Incluso grotesca y fantástica a veces.
Diríamos que este hombre sufrió por aquello que pensaba y sin remedio. De ahí la furia que asoma en algunos de estos apuntes que confirman no sólo su fina inteligencia, sino el funcionamiento subversivo de su palabra. Para él no hay, en materia de muerte, ni dios ni amo. "El cristianismo es un paso atrás con respecto a la fe de los antiguos egipcios. Consiente la descomposición del cuerpo y lo vuelve despreciable representando su putrefacción. El embalsamamiento es la verdadera gloria del muerto, mientras no se le pueda despertar nuevamente".
Con Canetti sucede como con Pessoa, la revelación de su aventura en las letras aún está en marcha. Queda siempre un nuevo papel en que indagar. Y no se trata de saldos ni descartes, sino de fragmentos que quisieron ser más. Fue un hombre severo, pero no de lamento. No existe en él la condición de coto vedado en la literatura. No existe linde en su proyecto. No existe propuesta definitiva. Eso lo hace aún más sugerente. Más incalculable. Este 'Libro contra la muerte' es un paso más en la galaxia de Canetti, una zancada más larga. "La más monstruosa de todas las frases: que alguien ha muerto a tiempo". Estaba en lo cierto.

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