martes, 25 de febrero de 2020

DOS ESCRITORES SUICIDAS ITALIANOS Cesare Pavese y Primo Levi



En mi adolescencia fue mi escritor favorito sobre todo por su libros “Feria d’agosto/Fiestas de agosto”,La spiaggia”  en 1963 en el único hotel que encontramos en Turin el 14 de junio junto con Franca Zama la madre de mis hijos fue en el Hotel Roma en el mismo cuarto donde se suicido Cesare Pavese. A 13 años de su muerte. Uno coincidencia más entre otras que he tenido.  Pavese  fue uno de los escritores italianos más importantes del siglo XX.


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Diario de Cesare Pavese 
18 de agosto, 1950

Siempre sucede lo más secretamente temido.

Escribo: Oh Tú, ten piedad. ¿Y después?

Basta un poco de valor.

Cuanto más preciso y determinado es el dolor, más se debate el instinto de vivir, y se debilita la idea del suicidio.

Parecía fácil, al pensarlo. Y sin embargo hay mujercitas que lo han hecho. Hace falta humildad, no orgullo.

Todo esto da asco.

No palabras. Un gesto. No escribiré más.
Sin embargo sí escribió algo más porque aquella mañana del 27 de agosto, cuando el cuerpo de Pavese fue encontrado en la habitación del hotel Roma de Turín, había dejado escrita esta nota en el libro Diálogos con Leucò que descansaba en su mesita de noche:
Perdono a todos y a todos pido perdón. ¿De acuerdo? No chismorreen demasiado.
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Nota  en la primera página de los Diálogos con Leucò que estaba en la mesa de la habitación del hotel 
Cesare Pavese  se suicido el 27 de agosto de 1950.
Cesare Pavese fue encontrado muerto en el hotel Roma en Turín: había ingerido más de diez bolsitas de somnífero . Era el 27 de agosto de 1950.
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El 17 de agosto había escrito en el diario, publicado en 1952 con el título El trabajo de vivir. Diario 1935-1950 : " Este es el saldo final del año inacabado, que no terminaré " y el 18 de agosto cerró el diario escribiendo: Lo más secretamente temido siempre sucede ... Parecía fácil pensar en ello. Sin embargo, las mujeres pequeñas lo han hecho. Se necesita humildad, no orgullo. Todo esto apesta. No palabras Un gesto No escribiré más " . Había escrito febrilmente toda su vida (1908 - 1950) y parece obvio que se despidió de la vida al despedirse de la escritura. Un evento singular que lo convirtió en un escritor famoso. Solo dos meses antes había ganado el Premio Strega ,en esa ocasión estuvo acompañado por Doris Dowling, la hermana de Constance , el último amor unidireccional de Pavese, que el 14 de julio escribió en el diario: " Regresó de Roma por un tiempo. En Roma la apoteosis. ¿Y con esto? Aquí estamos Todo se derrumba. La última dulzor que tenía de D. No es como ella ".
Después de todo, Pavese siempre se sintió en el exilio, exiliado "de la vida, del sexo, de la mujer, del amor" (Fabrizio Bandini). Con el tiempo, la sexualidad se convierte en el eje de la vida, pero se vive como mutilación. Muchos han encontrado una explicación psicoanalítica: la infancia de Pavese, después de la muerte de su padre, está ciertamente marcada por la presencia dominante de su madre, una mujer rígida y severa (A. Guiducci).
Pavese no carecía de amargura en la vida política, escribió en su diario el 15 de febrero, "Pavese no es un buen compañero ... Discursos de intrigas en todas partes. Losche mene, que serían los discursos de quienes están más cerca de tu corazón " , y nuevamente el 20 de mayo:" Me comprometí con la responsabilidad política que me aplasta ".
Sin embargo, la muerte que lo acompaña a lo largo de su vida es la infelicidad emocional, T. (Tina Pizzardo, la mujer con voz ronca), F. (Fernanda Pivano, la estudiante de Letras), B. (Bianca Garufi), citado juntos en la Profesión de vivir el 7 de diciembre de 1945: “ Ya es dos veces en estos días que pones T, F, B a tu lado. Hay un reflejo del regreso mítico aquí. Lo que ha sido será". Tres mujeres que han grabado, casi en un sentido quirúrgico, en la vida de Pavese, marcando su alma con tres heridas indelebles; tres mujeres en las que se resumen tres derrotas paralelas en términos de imposibilidad de matrimonio, creación de una familia, paternidad, satisfacción sexual de la pareja; tres mujeres con tres fechas de quiebra: 13 de agosto de 1937 (tarde), 25 de septiembre de 1940 (tarde), 26 de noviembre de 1945 (noche). Hay tres fracasos pero, en mi opinión, la única mujer verdaderamente amada fue Tina Pizzardo.
La derrota más significativa se consume con Constance Dowling (Connie), la actriz estadounidense para la que ha escrito muchos temas cinematográficos, que lo dejarán marcando "el eterno retorno del dolor, la contorsión, la desilusión, el fin del mundo". esperanza "(Gigliucci). (...)
Gian Franco Ferraris




Cesare Pavese
Alejandro Zambra 31 diciembre 2008

"En el poema “La habitación del suicida”, Wislawa Szymborska recrea la perplejidad de los amigos ante el suicidio de alguien que solamente deja, a manera de explicación, un sobre vacío apoyado en un vaso. Cesare Pavese, en cambio, escribió durante quince años una larguísima carta de despedida que hasta aquí hemos leído en calidad de obra maestra. En las cuatrocientas páginas de El oficio de vivir, Pavese cultiva la idea del suicidio como si se tratara de una meta o de un requisito o de un sacramento, al punto que, finalmente, se hace difícil moderar la caricatura: no es el enigmático amigo de Wislawa Szymborska o el suicida que en un poema de Borges dice “Lego la nada a nadie”. Por el contrario, Pavese es consciente de su legado: sabe que deja una obra importante, cumplida, sabe que ha escrito alta poesía, sabe que sus novelas soportarán con decoro el paso del tiempo. No tenía motivos para quitarse la vida, pero se encargó de inventarlos, de darles realidad. El oficio de vivir es un registro de teorías y de planes, de diatribas y digresiones, pero sin duda en la lectura prevalece el recuento de pensamientos fúnebres, casi siempre extremos y a veces más bien peregrinos, propios de un joven envejecido que de a poco va convirtiéndose en un viejo adolescente. Tal vez hay que ser como ese joven o como ese viejo para valorar, en plenitud, el diario de Pavese. Tal vez hay que querer suicidarse para leer El oficio de vivir."


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Primo Levi y el sentido de la supervivencia
Sara Mesa 01 julio 2019

En otoño de 1986, un entusiasmado Philip Roth viajó a Italia para entrevistar a Primo Levi, a quien había conocido poco antes en Londres. “Qué sensato me pareció durante esos días que pasamos hablando sin parar en su estudio de Turín. ¡Qué hombre tan vivaz!”, leemos en ¿Por qué escribir?, volumen de ensayos, discursos y entrevistas del autor de Pastoral americana. A Roth le maravilló la adaptación de Levi al mundo moderno. Le ilusionó sentir que había hecho un amigo “nuevo y maravilloso”. Pero aquella amistad duró poco. “Durante la primavera se suicidó, este gran escritor del que, solamente unos meses antes, había deducido que su comportamiento animado y despierto era señal de su sensatez, vivacidad y arraigo”, se lamenta Roth.
El suicidio de Levi resultó sorprendente para sus amigos y conocidos no por producirse tantos años después de su vivencia en Auschwitz –también los supervivientes Paul Celan y Jean Améry se quitaron la vida mucho después de ser liberados, en 1970 y 1978 respectivamente–, sino por el carácter calmado del escritor, su infatigable energía y el continuo afán de vencer al pasado a través de la difusión de su testimonio. En su defensa de la razón como arma más poderosa contra los abusos del totalitarismo, huyó siempre del papel de víctima y adoptó el de un cronista que trata de analizar y comprender el horror para que no se repita en el futuro. De su fe en la humanidad dio continuas muestras en su obra; así, por ejemplo, en el apéndice de 1976 a Si esto es un hombre (1947) afirmaba que una de las posibles razones de su supervivencia pudo ser “la voluntad, que conservé tenazmente, de reconocer siempre, aun en los días más negros, tanto en mis camaradas como en mí mismo, a hombres y no a cosas, sustrayéndome de esta manera a aquella total humillación y desmoralización que condujo a muchos al naufragio espiritual”.

https://www.letraslibres.com/espana-mexico/revista/primo-levi-y-el-sentido-la-supervivencia

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Los últimos días de Primo Levi

por Rafael Narbona


Primo Levi, quizás el superviviente más cercano y humano de la Shoah, murió el 11 de abril de 1987. Aparentemente, se suicidó en su domicilio de Turín, arrojándose por el hueco de la escalera. No dejó ninguna nota, pero sabemos que llevaba un tiempo medicándose contra la depresión. No era el primer episodio de estas características. Ya había superado otra crisis con la ayuda de psicofármacos. Se ha barajado la posibilidad de un accidente. Algunos sostienen que se asomó a la barandilla y perdió el equilibrio. Minutos antes, había hablado cordialmente con la portera, que le entregó la correspondencia como cada mañana. Su muerte provocó una enorme conmoción y la necesidad de explicar un final tan trágico. Parecía inaceptable que uno de los principales cronistas de las políticas de exterminio de la Alemania nazi sucumbiera al pesimismo y la tristeza. Se comentó que no pudo superar los recuerdos de sus diez meses de cautiverio en Monowitz, campo subalterno de Auschwitz, que su muerte no era un suicidio, sino un homicidio aplazado, que la desesperación había vencido a la esperanza, que el propósito deshumanizador del Lager había obtenido un triunfo póstumo. Algunos supervivientes se sintieron defraudados, traicionados, definitivamente derrotados.
No suele mencionarse que la tristeza acompañaba a Primo Levi desde su adolescencia. Bajito, delgado y poco agraciado, no conseguía despertar el interés de las mujeres. Cuando llegó a Auschwitz, había cumplido veinticuatro años y nunca había tenido una novia o una aventura. Si hubieran acabado sus días entre las alambradas, se habría despedido del mundo sin haber conocido el amor ni el sexo. En Primo Levi o la tragedia de un optimista, Myriam Anissimov ha contado que la idea del suicidio apareció muy pronto en la conciencia de un joven introvertido y torpe en sus relaciones con el otro sexo: «Su timidez con las chicas y su incapacidad para comunicarse con ellas lo atormentaban y lo desesperaban». Durante sus caminatas con Alberto Salmoni, un chico judío de su edad, se sinceró, reconociendo que se había planteado quitarse la vida. Salmoni era alto, atractivo y extrovertido. Su éxito con las mujeres era el polo opuesto al retraimiento de Primo, que ni siquiera se atrevía a insinuarse por miedo al rechazo. Antes de ser deportado, sólo había experimentado la calidez de un cuerpo femenino, cuando una amiga se abrazó a él, asustada por un bombardeo.
Primo Levi sobrevivió al terrible viaje en tren hasta Auschwitz. Se adaptó al Lager, explotando su ingenio para realizar extenuantes trabajos físicos que ponían a prueba su débil resistencia. Más adelante, sus conocimientos de química lo salvaron de la cámara de gas, destino que parecía inevitable en un joven débil, tímido y reservado. La milicia fascista lo había entregado al ejército alemán por su condición de judío, ignorando que pertenecía a un grupo de partisanos, la mayoría estudiantes universitarios cuya voluntad de luchar contrastaba con su inexistente instrucción militar y su abrumador desconocimiento de todo lo relacionado con las armas y la munición. Primo Levi se libró de una ejecución inmediata gracias a que no se descubrió su efímera peripecia como guerrillero. Nunca llegó a combatir y tampoco disfrutó de la oportunidad de amar. Hasta ese momento, sus únicos placeres habían consistido en leer compulsivamente y doctorarse en Química, movido por su deseo de comprender el comportamiento de la materia. A su regreso de Auschwitz, conoció a Lucia Morpurgo y no tardó en enamorarse. Se casaron en 1947, de acuerdo con el rito judío. Primo no creía en Dios, pero quiso complacer a su prometida: «Estaba sumamente agradecido a Lucia por haber aceptado amarlo a él, un exdeportado, un joven tímido e inhibido –escribe Myriam Anissimov–. Su incapacidad para establecer una relación con las chicas que le atraían le resultaba dolorosa, pues sin duda su deseo era tan grande como su inhibición. Era un apasionado de apariencia fría». Apasionado por las mujeres, por los libros, por la química, por su casa de Turín, un edificio del siglo XIX donde pasó toda su existencia. Entre sus pasiones, despunta su amor a la montaña. Sus tempranas experiencias como alpinista le ayudaron a soportar sus fracasos juveniles, la experiencia de la deportación y el áspero ejercicio de la memoria, que percibió como un deber y no como una elección personal: «Cuando se está en una cordada –escribe Levi– se obtienen victorias que duran toda la vida. […] Me parece que sin esta preparación inconsciente para la montaña, mi generación habría vivido la guerra y la Resistencia mucho peor. Y muy posiblemente no habría sobrevivido. Aprendimos de verdad algunas de las virtudes fundamentales: resistir, soportar, no perder la fe, prepararse para el peligro y para lo imprevisto».
Se ha dicho que las tendencias depresivas de la adolescencia afloraron de nuevo cuando una madre nonagenaria y gravemente enferma empezó a exigir su presencia a todas horas. Nunca habían dejado de convivir juntos, salvo el tiempo que Primo pasó desde su deportación hasta su accidentado regreso a Turín. Se ha comentado que la negativa de sus hijos a hablar sobre sus penalidades en Auschwitz le causó un profundo malestar, apenas exteriorizado por su invariable discreción. Sin embargo, un mes antes de morir mostró abiertamente sus sentimientos a David Mendel, un cardiólogo inglés: «He caído en un estado de depresión bastante grave. He perdido todo interés por la escritura e incluso por la lectura. Estoy tremendamente abatido y no deseo ver a nadie. Te pregunto como médico qué debo hacer». Mendel le sugirió buscar un psicoterapeuta, pero Levi rechazó la idea, pues no confiaba en la psicología. Una operación de próstata empeoró su estado de ánimo. Cada vez le resultaba más penoso enfrentarse al papel en blanco. En una entrevista con Roberto Di Caro que se publicó póstumamente en L’Espresso confesó que su actividad como escritor quizás había llegado a su fin: «Tengo la impresión de haber agotado mi reserva de cosas que decir, de historias que contar». Admitió que su salud mental se había deteriorado: «La verdad es que vivo una vida neurótica, con vacíos aplastantes entre cada libro». Negó ser una persona estable: «He atravesado largos períodos de desequilibrio, por supuesto ligados a mi experiencia en el campo de exterminio. Además, no sé hacer frente a las dificultades. Y eso, no lo he escrito nunca… En realidad no soy un hombre fuerte». Cuando el periodista elogió su coraje, alegando que había sido capaz de escribir un elocuente y esclarecedor testimonio sobre su estancia en Auschwitz, contestó que se había limitado a poner orden en «un mundo caótico». Durante un paseo por el parque del Valentino, a orillas del Po, su mujer –cada vez más preocupada– le preguntó por qué se encontraba tan desanimado. Primo contestó de una forma misteriosa: «¿Piensas que estoy deprimido por Auschwitz? Creo que no. He sobrevivido, he contado. He testimoniado». Poco antes de su muerte, llamó por teléfono al gran rabino de Roma, Elio Toaff, relatándole su angustia: «No sé cómo seguir. Ya no soporto esta vida. Mi madre sufre cáncer y cada vez que miro su rostro veo el de aquellos hombres que yacían sobre las tablas de los jergones de Auschwitz».
El sábado 11 de abril, Lucia salió a hacer la compra. Al regresar, se topó con el cadáver de su marido, aplastado contra el suelo. «¡No! –gimió–. ¡Ha hecho lo que siempre dijo que haría!» Angelo Pezzana, librero de Turín, hizo un comentario que corrobora la exclamación de Lucia: «Primo no se mató a causa de su madre o de Auschwitz: se trataba de algo muy profundo dentro de él». Es imposible determinar si se trató de un suicidio o un accidente, pero alguien ha señalado que Auschwitz ayudó a vivir a Primo Levi, pues le obligó a luchar, recordar, testimoniar. La aparición de las tesis revisionistas que negaban la existencia de cámaras de gas le afectó mucho, pues sintió que no se había equivocado, afirmando que la Shoah no era un fenómeno irrepetible, sino algo que podía reproducirse en determinadas situaciones. El genocidio de Ruanda y la limpieza étnica en los Balcanes demostraron que su advertencia no era simple catastrofismo. No me atrevo a aventurar ninguna hipótesis sobre la muerte de Primo Levi, pero sí creo que el mejor estímulo para el ser humano es mantenerse despierto, denunciando cualquier signo de barbarie. El prisionero 174517 quizá perdió la esperanza cuando advirtió que no es suficiente regresar a casa, que la vida no concede treguas y que vivir exige estar en tensión permanente, escalando una montaña tras otra.
09/09/2016









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